1960
un año clave para la cristiandad, no solo el año del Concilio Vaticano II sino
también el termino de la Iglesia de siempre y el resurgimiento de una Iglesia
que rompió totalmente con su pasado, un pasado glorioso y lleno de la acción
divina y de la gracia.
¿Porque
a las nuevas generaciones no se nos dio la oportunidad de mantenernos en
contacto con la Iglesia de siempre? Porque se nos quiere obligar a seguir a la
Iglesia moderna o nueva? A quienes Dios Nuestro Señor les ha dado la gracia de
vivir en aquella época en la cual se daba la verdadera Misa en los altares de
todo el mundo, conocen muy bien la diferencia entre la Misa de Siempre y la
actual, conocen la santidad de una y la inutilidad de la otra. Dice un dicho,
“nadie da lo que no tiene” y en verdad lo menos que tiene esta nueva misa es la
santidad de donde emana la vida espiritual y se asentaron por mucho tiempo los
valores éticos y morales que rigieron los destinos de muchas almas.
Hoy
eso se ha terminado a cambio de una falsa paz porque esta nueva Iglesia, al
haberse separado de la mies verdadera, no puede producir más que abrojos y
espinas y, lo peor, una falsa paz sin Dios. No es de extrañar que los
acontecimientos actuales, cuyo presagio no es nada bueno, desemboquen en una
tan temida guerra producto del alejamiento de Dios y de los errores difundidos
desde ese año 1960 en toda la sociedad católica, errores introducidos a propósito
dentro del seno de la misma Iglesia Católica con el pérfido fin de
protestantizarla y, en consecuencia, llevar a las almas no a la vida eterna
sino al infierno porque el clero actual también a lanzado su grito infernal,
“Non serviam” o este otro, “Nolumus regnare super nos” en donde se ponen
directamente contra Dios verdad absoluta a la cual deben aspirar todas las almas
redimidas por la Sangre del Cordero Inmaculado.
Esta
nueva “religión” es tan tirana que debió imponerse por la fuerza so pretexto de
desobediencia a Dios y han hecho tan pesado el yugo que ni ellos mismos lo
llevan, pero si se benefician de sus prebendas al fin y al cavo, dicen ellos,
los fieles son “ignorantes” y seguirán y aceptaran como ovejitas o borreguitos
todo cuanto les digamos. Me pregunto, esta actitud anti Dios no desatara la
cólera divina? O es que Dios, mirara con beneplácito como esta turba infame
destruye lo que a Él tanto le costó? Su propia vida.
En lo
particular no me extrañaría que Nuestro Señor esté preparando un gran castigo
para unos, un aviso para otros y un retorno a la Iglesia de siempre y este
puede ser la tercera guerra mundial bien merecida y bien ganada porque aun los
pocos que comprenden la problemática se han quedado quietos, se han amoldado a
la “comodidad” o han hecho pactos con los enemigos de Dios y de su Iglesia a
pesar de los extensos escritos de almas verdaderamente celosas de la Gloria de
nuestro Buen Dios. Una de estas almas celosas de esta gloria pone a vuestra
disposición, después de un estudio profundo, los errores que esta Iglesia
enemiga de Dios han envenenado las almas y las haya hecho caer en un sueño
profundo cuyo fin es el infierno sino despiertan antes. Le dejo a él la palabra
RESUMEN DE LOS ERRORES DEL CONCILIO VATICANO II
INTRODUCCION
Se le imputa al Vaticano II (1962-1965), en general,
una mente poco o nada católica, a causa del antropocentrismo, tan inexplicable
como innegable, que rezuman todos sus documentos, como también la simpatía que
manifiesta por el "mundo" y sus engañosos valores.
Más en concreto, se le imputan ambigüedades
notables, contradicciones patentes, omisiones significativas y, 10 que más
cuenta, errores graves en la doctrina y la pastoral.
Naturaleza jurídica ambigua
del último concilio
Procede recordar, a título preliminar, que la
ambigüedad se insinúa hasta en la naturaleza jurídica efectiva del concilio
Vaticano II: dicha naturaleza no está clara y parece indeterminada, porque el
Vaticano II quiso declararse mero concilio pastoral, razón por la cual no
pretendió definir dogmas, ni condenar errores. Por eso, las dos constituciones
suyas que se adornan con el título de "dogmáticas" (Dei Verbum, sobre
la revelación divina, y Lumen Gentium, sobre la Iglesia) son tales tan
sólo de nombre, porque conciernen a materias relativas al dogma de la fe.
El concilio se quiso degradar a sí mismo, apertis verbis, a «magisterio ordinario sumo y manifiestamente auténtico» (Pablo VI),
figura insólita e inadecuada para un concilio ecuménico, que encarna desde
siempre un ejercicio extraordinario del magisterio, el cual se da en el momento
en que el Papa decide ejercer excepcionalmente sobre toda la Iglesia-junto con
todos los obispos, reunidos por él en concilio, la summa potestas, que le compete por derecho divino. Tampoco aclara
las cosas la referencia al carácter "auténtico"
de dicho magisterio, porque con tal término se entiende generalmente un
magisterio "calificado",
pero calificado nada más que en razón de la autoridad de la persona, no en
razón de su infalibilidad. El magisterio
mere authenticum no es infalible, mientras que sí lo es el "magisterio
ordinario infalible". Como quiera que sea, la infalibilidad del
magisterio ordinario no presenta las mismas características, las mismas notas,
que la del magisterio extraordinario, por lo que no cabe aplicarla a un
concilio. Baste pensar, al respecto, que los obispos concurren en el tiempo al
magisterio ordinario infalible en cuanto se hallan dispersos por todo el orbe
(enseñando la misma doctrina a pesar de su dispersión), no en cuanto se reúnen
en un concilio.
Sea cual fuere la naturaleza jurídica efectiva del
vaticano Il, lo cierto es que no quiso impartir una enseñanza dotada de la nota
de infalibilidad; tan es así que el propio Pablo VI dijo que los fieles debían acoger
las enseñanzas conciliares "con
docilidad y sinceridad"; es decir, precisamos nosotros, que debían
prestarles lo que se ha llamado siempre "asentimiento
religioso interno" (que es el que se requiere para los documentos
pastorales, por ejemplo).
Dicho asentimiento resulta obligado, pero a condición de que no haya razones graves y
suficientes para no darlo; y ¿qué razón es más grave que la constituida por la
alteración del depósito de la fe? Cardenales, obispos y teólogos fieles al
dogma estigmatizaron ya repetidamente, durante el tormentoso desarrollo del
concilio, las ambigüedades y los errores que se infiltraban en sus textos,
errores que hoy, después de cuarenta años de reflexiones y de estudios
cualificados, estamos en posición de determinar con más precisión todavía.
Errores en el discurso de inauguración
y en el mensaje al mundo
No pretendemos que sea completa nuestra sinopsis de
los, errores imputados al Vaticano II; con todo, creemos haber identificado un
número suficiente de errores importantes, comenzando por los contenidos en el
discurso de inauguración y en el mensaje del concilio al mundo del 20 de
octubre de 1962; se trata de textos que, aunque no pertenecían formalmente al
concilio, lo encaminaron, sin embargo, en el sentido querido por el ala
progresista, esto es, por los novadores neomodernistas.
DISCURSO DE INAUGURACION.
El célebre discurso de inauguración de Juan XXIII
contiene verdaderos y propios errores doctrinales, además de diversas profecías
desmentidas ruidosamente por los hechos (“En el presente orden de cosas, en el
cual parece apreciarse un orden nuevo de relaciones humanas, es preciso
reconocer los arcanos designios de la Providencia divina... »).
1 ER. ERROR: UNA CONCEPCIÓN MUTILADA DEL MAGISTERIO
Radica en la increíble afirmación, repetida por
Pablo VI en el discurso de inauguración de la 2a sesión del concilio, el 29 de
septiembre de 1963, según la cual la santa Iglesia renuncia a condenar los
errores: «Siempre se opuso la Iglesia a estos errores [las opiniones falsas de
los hombres], Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro
tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia
más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados
mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos».
El Papa Roncalli faltaba a sus deberes de vicario de
Cristo con esta renuncia a usar de su autoridad, que procedía de Dios, para defender
el depósito de la fe y ayudar a las almas condenando los errores que acechan su
salvación eterna. En efecto, la condena del error es esencial para la
preservación del depósito de la fe (10 cual constituye el primer deber del
Pontífice), dado que confirma a fortiori la doctrina sana, demostrando su
eficacia con una aplicación puntual.
Además, la condena del error es necesaria desde el
punto de vista pastoral, porque sostiene a los fieles, tanto a los más cultos
como a los menos cultos, con la autoridad inigualable del magisterio, de la
cual pueden revestirse para defenderse del error, cuya "lógica" es
siempre más astuta y más sutil que ellos. No sólo eso: la condena del error
puede inducir a reflexionar al que yerra, poniéndolo frente a la verdadera
sustancia de su pensamiento; como siempre se ha dicho, la condena del error es
obra misericordiosa ex sese.
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