EL SANTO JOB Y SUS AMIGOS
Esta amorosa obediencia será su alimento,
resumirá su vida oculta, inspirará su vida pública hasta el punto de poder decir:
«Yo hago siempre lo que agrada a mi Padre»; y en
el momento de la muerte lanzará bien alto su triunfante «Consummatum est»: Padre mío, os he
amado hasta el último límite, he terminado mi obra de la Redención, porque he
hecho vuestra voluntad, sin omitir un solo ápice.
«Uniformar nuestra voluntad con la de Dios,
he ahí la cumbre de la perfección -dice San Alfonso-, a eso debemos aspirar de
continuo, ése debe ser el fin de nuestras obras, de todos nuestros deseos, de
todas nuestras meditaciones, de nuestros ruegos.» A ejemplo de nuestro amado Jesús, no veamos sino la
voluntad de su Padre en todas las cosas; que nuestra única ocupación sea
cumplirla con fidelidad siempre creciente e infatigable generosidad y por
motivos totalmente sobrenaturales. Este es el medio de seguir a Nuestro Señor a
grandes pasos y subir junto a Él en la gloria. «Un día fue conducida al cielo en visión la Beata Estefanía Soncino, dominica,
donde vio cómo muchos que ella había conocido en vida estaban levantados a la
misma jerarquía de los Serafines; y tuvo revelación de que habían sido
sublimados a tan alto grado de gloria por la perfecta unión de voluntad con que
anduvieron unidos a la de Dios acá en la tierra.»
2. LA VOLUNTAD DIVINA SIGNIFICADA Y LA VOLUNTAD DE
BENEPLACITO
La
voluntad divina se muestra para nosotros reguladora y operadora. Como
reguladora, es la regla suprema del bien, significada de diversas maneras; y que debemos seguir por la razón de que todo lo que ella quiere es
bueno, y porque nada puede ser bueno sino lo que ella quiere. Como
operadora, es el principio universal del ser, de la vida, de la acción; todo se
hace como quiere, y no sucede cosa que no quiera, ni hay efecto que no venga de
esta primera causa, ni movimiento que no se remonte a este primer motor, ni por
tanto hay acontecimiento, pequeño o grande, que no nos revele una voluntad del
divino beneplácito. A esta voluntad es deber nuestro
someternos, ya que Dios tiene absoluto derecho de disponer de nosotros como le
parece. Dios nos hace, pues, conocer su voluntad por las reglas que
nos ha señalado, o por los acontecimientos que nos envía. He ahí la voluntad de Dios significada y su
voluntad de beneplácito.
La
primera, «nos propone previa y claramente las verdades que Dios quiere que
creamos, los bienes que esperemos, las penas que temamos, las cosas que amemos,
los mandamientos que observemos y los consejos que sigamos. A esto llamamos voluntad
significada, porque nos ha significado y manifestado cuanto Dios quiere
y se propone que creamos, esperemos, temamos, amemos y practiquemos. La conformidad de
nuestro corazón con la voluntad significada consiste en que queramos todo
cuanto la divina Bondad nos manifiesta ser de su intención; creyendo según su
doctrina, esperando según sus promesas, temiendo según sus amenazas, amando y
viviendo según sus mandatos y advertencias»
La
voluntad significada abraza cuatro partes, que son: los mandamientos de la ley
de Dios y de la Iglesia, los consejos, las inspiraciones, las Reglas y las
Constituciones.
Es
necesario que cada cual obedezca a los mandamientos de Dios y de la Iglesia,
porque es la voluntad de Dios absoluta que quiere que los obedezcamos, si
deseamos salvarnos.
Es
también voluntad suya, no imperativa y absoluta, sino de sólo deseo, que
guardemos sus consejos; por lo cual, aun cuando
sin menosprecio los dejamos de cumplir por no creernos con valor para emprender
la obediencia a los mismos, no por eso perdemos la caridad ni nos separamos de Dios;
además de que ni siquiera debemos acometer la práctica de todos ellos,
habiéndolos como los hay entre sí opuestos, sino tan sólo los que fueren más
conformes a nuestra vocación... Hay que seguir, pues, concluye
el santo, los consejos que Dios quiere sigamos. No a todos conviene
la observancia de todos los consejos. Dados como están para favorecer la
caridad, ésta es la que ha de regular y medir su ejecución... Los que tenemos
que practicar los religiosos, son los comprendidos en nuestras Reglas. Y a la
verdad, nuestros votos, nuestras
leyes monásticas, las órdenes y consejos
de nuestros Superiores constituyen para nosotros la expresión de la voluntad
divina y el código de nuestros deberes de estado.
Poderosa
razón tenemos para bendecir al divino Maestro, pues ha tenido la amorosa
solicitud de trazarnos hasta en los más minuciosos detalles su voluntad acerca
de la Comunidad y sus miembros.
En las
inspiraciones nos indica sus voluntades sobre cada uno de nosotros más
personalmente. « Santa María Egipciaca se
sintió inspirada al contemplar una imagen de nuestra Señora; San Antonio, al
oír el evangelio de la Misa; San Agustín, al escuchar la vida de San Antonio;
el duque de Gandía, ante el cadáver de la emperatriz; San Pacomio, viendo un
ejemplo de caridad; San Ignacio de Loyola, leyendo la vida de los santos»; en
una palabra, las inspiraciones nos vienen por los más diversos medios. Unas
sólo son ordinarias en cuanto nos conducen a los ejercicios acostumbrados con fervor
no común; otras «se llaman extraordinarias porque incitan a
acciones contrarias a las leyes, reglas y costumbres de la Santa Iglesia, por
lo que son más admirables que imitables.» El piadoso Obispo de
Ginebra indica con qué señales se pueden discernir las inspiraciones divinas y
la manera de entenderlas, terminando con estas palabras: «Dios nos significa su voluntad por sus inspiraciones. No quiere, sin embargo,
que distingamos por nosotros mismos sí lo que nos ha inspirado es o no voluntad
suya, menos aún que sigamos sus inspiraciones sin discernimiento. No esperemos
que El nos manifieste por Sí mismo sus voluntades, o que envíe ángeles para que
nos las enseñen, sino que quiere que en las cosas dudosas y de importancia
recurramos a los que ha puesto sobre nosotros para guiamos».
Añadamos,
por último, que los ejemplos de Nuestro Señor y de los santos, la doctrina y la
práctica de las virtudes pertenecen a la voluntad de Dios significada; si bien
es fácil referirlas a una u otra de las cuatro señales que acabamos de indicar.
«He
ahí, pues, cómo nos manifiesta Dios sus voluntades que nosotros
llamamos voluntad significada. Hay además la voluntad de
beneplácito de Dios, la que hemos de considerar en todos los
acontecimientos, quiero decir, en todo lo que nos sucede; en la enfermedad y en
la muerte, en la aflicción y en la consolación, en la adversidad y en la prosperidad,
en una palabra, en todas las cosas que no son previstas.» La voluntad de Dios
se ve sin dificultad en los acontecimientos que tienen a Dios directamente por
autor; y lo mismo en los que vienen de las criaturas no libres, porque si obran
es por la acción que reciben de Dios a quien sin resistencia obedecen. Donde hay que ver la voluntad de Dios es principalmente en las
tribulaciones, que por más que El no las ame por sí mismas, las
quiere emplear, y efectivamente las emplea, como excelente recurso para
satisfacer el orden, reparar nuestras faltas, curar y santificar las almas. Más aún, hay que verla incluso en nuestros
pecados y en los del prójimo: voluntad permisiva, pero incontestable. Dios no concurre
a la forma del pecado que es lo que constituye su malicia: lo aborrece
infinitamente y hace cuanto está de su parte para apartarnos de él; lo reprueba
y lo castigará. Mas, para no privarnos prácticamente de la libertad que nos
ha concedido, como nosotros nada podemos hacer sin su concurso, lo da en cuanto
a lo material del acto, que por lo demás no es sino el ejercicio natural de
nuestras facultades.
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