En
este altar se aniquila totalmente toda desconfianza del poder divino, de su
bondad, de la verdad de las palabras y fidelidad a sus promesas, viéndose trocada en una gran desconfianza de sí mismo y de
cuanto no sea Dios, que hace que la Virgen fidelísima jamás se apoye en
sí misma ni en cosa alguna creada, sino en el solo poder y misericordia de
Dios. Pues tiene bien conocidas aquellas palabras:
"Desgraciados los que se abandonan a la dejadez y descorazonamiento, en vez
de confiar en Dios, pues se hacen indignos de su amparo" (31).
En él
son destruidas la osadía y la intrepidez por emprender cosas relacionadas con
el mundo, o, tratándose de cosas buenas, pero lo verifican sin el designio de
Dios, y sin haberlo consultado ni haber tomado consejo su espíritu, pasando a
ser una fuerza divina que le impele a combatir denodadamente y vencer
triunfalmente las dificultades y los obstáculos que se le opongan en el
cumplimiento del mandato de Dios.Todo temor de pobreza, de dolor, de menosprecio, de muerte y de todos los otros males temporales que los hombres de carne y sangre suelen experimentar; como también todo temor de un Dios mercenario y servil, es ahogado y cambiado en el sólo temor amoroso y filial de desagradarle por poco que sea, o de no hacer algo para agradarle más.
Toda cólera e indignación sea contra cualquier creatura y para cualquier motivo (sujeto), es extinguida completamente y transformada en una justísima y divina cólera contra toda especie de pecado, que le pone en disposición de convertirse en polvo y ser sacrificada mil veces para aniquilar el menor de todos los pecados, si tal fuera el agrado de Dios.
Así este gran sacerdote, que es el amor divino, sacrifica a la adorabilísima Trinidad, sobre el santo altar del Corazón de María, todas sus pasiones, inclinaciones y sentimientos de amor, de odio, de deseo, de fuga o de aversión, de alegría, de tristeza, de esperanza, de desconfianza, de atrevimiento, de temor y de cólera.
Y este sacrificio se realiza desde el primer instante en que este santo Corazón ha comenzado a moverse en su pecho virginal, es decir desde el primer instante de la vida de esta Virgen inmaculada; y continúa incesantemente hasta el último suspiro realizándose siempre, cada vez con más amor y santidad. ¡Oh grande y admirable sacrificio, y maravillosamente agradable al Dios de los corazones! ¡Oh bienaventurado Corazón de la Madre del amor, por haber servido de altar a este divino sacrificio! ¡Bienaventurado Corazón por no haber amado ni deseado nada más que a Aquél que es únicamente amable y deseable! ¡Bienaventurado Corazón, por haber puesto toda su alegría y todo su contentamiento en amar y honrar a Aquél que es sólo capaz de contentar el corazón humano; y por no haber tenido nunca más tristeza que la que se originaba de las ofensas que sabía se hacían contra su divina Majestad! Bienaventurado Corazón que nunca odió nada, ni huyó nada, ni temió nada más, que podía herir los intereses de su Bien-amado; y que nunca se encolerizó más que contra lo que se oponía a su gloria! ¡Bienaventurado Corazón, que de tal manera ha sido cerrado a todas las pretensiones de la tierra y del propio interés que nunca ninguna tuvo lugar en él; que no ha tenido menos confianza en Dios que desconfianza en sí mismo; y que, estando armado de la firme esperanza que tenía en la divina Bondad, y de una santa generosidad, nunca ha cedido a las dificultades y obstáculos que el infierno y el mundo le han suscitado para impedirle avanzar en las vías del amor sagrado; sino que los ha superado siempre con una fuerza invencible y una constancia infatigable! ¡Bienaventurados los corazones de los verdaderos hijos de María, que procuran conformarse al Corazón santísimo de su buenísima, Madre! ¡Bienaventurados los corazones que son otros tantos altares sobre los que el amor divino realiza un continuo sacrificio de todas sus pasiones consumiéndolas en su fuego y transformándolas en las de Jesús y María; es decir, haciendo que estos mismos corazones sepan amar Y odiar, desear y huir, alegrarse y entristecerse, desconfiar y confiarse, ser atrevidos y temerosos, y tener indignación y cólera, no al modo de los hijos del siglo y de los hombres de carne y sangre; sino al modo del Hijo de Dios, de la Madre de Dios, y de sus verdaderos hijos. ¡Oh Jesús, hacednos esta gracia, yo os conjuro por el amabilísimo Corazón de vuestra dignísima Madre y por todas las bondades de vuestro adorable Corazón!
CAPÍTULO IV
El Corazón espiritual de la bienaventurada
Virgen
El
Espíritu Santo, que acostumbra a comprender muchas cosas en pocas palabras, al
hacer una descripción favorable y honrosa de las principales facultades tanto
del cuerpo como del alma de su divina Esposa, la bienaventurada Virgen, y al
querer hacer el panegírico de su Corazón, emplea muy pocas palabras, pero que
contienen una infinidad de cosas. No dice más que estas tres palabras: QUOD INTRINSECUS LATET": lo interiormente
oculto"'. Pero estas tres palabras comprenden todo lo que se puede decir y
todo lo que se puede pensar de más grande y más admirable de este corazón real.
Porque ellas nos declaran que es un tesoro oculto a todos los ojos más esclarecidos del cielo y de la tierra, y que está lleno de tantas riquezas celestiales que no hay otro sino sólo Dios, que tenga un conocimiento perfecto de él. Notad que el Espíritu Santo no pronuncia estas palabras una sola vez, sino dos veces en un mismo capítulo, tanto para grabarlas más en nuestro espíritu, y obligarnos a considerarlas con más atención, como para designarnos el Corazón corporal de la Reina del cielo, del que acabamos de hablar en el capitulo anterior, y su Corazón espiritual, del que vamos a hablar aquí.
§ 1. QUE ES EL CORAZÓN «ESPIRITUAL»
¿Qué
es el corazón espiritual? Para que lo entendáis es necesario saber que aunque
no tengamos más que un alma, puede sin embargo ser considerada en tres estados
diferentes.
El primero y más bajo es el del alma vegetativa, que tiene mucha semejanza con la naturaleza de las plantas porque el alma en este estado no tiene otro empleo que el de alimentar y conservar el cuerpo.
El
segundo es el estado del alma sensible, que nos es común con las bestias. En
este estado, hay dos partes principales: la parte sensitiva y la parte
afectiva.
Hemos
visto arriba cómo esta última parte contiene todas las afecciones y pasiones
naturales.
La
sensitiva comprende los cinco sentidos exteriores que son bastante conocidos, y
los interiores que son cuatro.
El tercer estado de esta misma alma es el de la parte intelectual,
que es una substancia espiritual como los ángeles, que no está sujeta a ningún
órgano corporal, como son los
sentidos y las pasiones, y que comprende la memoria intelectual, el
entendimiento y la voluntad, con la parte suprema del espíritu que los teólogos
llaman la punta, la cima o eminencia del espíritu, la cual no se conduce por la
luz del discurso y del razonamiento, sino por una simple visión del
entendimiento y por un sencillo sentimiento de la voluntad por los que el
espíritu se somete a la verdad y a la voluntad de Dios.
Es esta tercera parte del alma, la que se llama espíritu, la porción
mental, la parte superior del alma, que nos hace semejantes a los ángeles, y
que lleva en sí, en su estado natural la imagen de Dios y en el estado de
gracia su divina semejanza.
Esta
parte intelectual es el corazón y la parte más noble del alma. Porque
primeramente es el principio de la vida natural del alma racional, que consiste
en el conocimiento que puede tener de la Verdad suprema, por la fuerza de la
luz natural de su entendimiento, y en el amor natural que tiene para la
soberana Bondad. Al mismo tiempo estando animada del espíritu de la fe y de la
gracia, es, con él, el principio de la vida sobrenatural del alma, que consiste
en conocer y amar a Dios por una luz celestial y por un amor sobrenatural: "ésta es la vida eterna: que te
conozcan a Ti, solo Dios verdadero" (2).
En segundo lugar esta misma parte
intelectual es el corazón del alma, porque en ella se encuentra la facultad y
la capacidad de amar, pero de una manera mucho más espiritual, más noble y más
elevada, y con un amor incomparablemente más excelente, más vivo, más activo,
más sólido y más duradero que el que procede del corazón corporal y sensible.
Y es la voluntad esclarecida por la luz del
entendimiento y la antorcha de la fe, la que es principio de este amor. Cuando se conduce solamente por la luz de la razón
humana, y cuando no obra más que por su virtud natural, no produce más que un
amor humano y natural que no es capaz de unir al alma con Dios; pero cuando sigue a la antorcha de la fe, y
se mueve empujada por el espíritu de la gracia, es fuente de un amor
sobrenatural y divino que hace al alma digna de Dios.
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