Sostener que esta condena no debe tener ya lugar
significa propugnar, por un lado, una concepción mutilada del magisterio de la
Iglesia; por el otro, sustituir el diálogo con el que yerra, que la Iglesia
Siempre ha procurado, por el diálogo con el error. Todo ello configura un error
doctrinal, que en el texto susomentado de Juan XXIII se manifiesta en el
peligroso puerto que tocan sus ideas al final, donde parece latir, el pensamiento de que la demostración de la "validez de la doctrina es incompatible
con la "renovación de las condena" como si tal validez hubiera de
imponerse únicamente gracias a la fuerza de su propia lógica interna. Pero si
fuera así, la fe no sería ya un don de DIOS y no necesitaría, ni de la gracia
para llegar a ser y fortalecerse ni el ejercicio del principio de autoridad
-encarnado por la Iglesia catatólica para sostenerse. Y aquí es donde radica
propiamente el error que se esconde en la frase de Juan XXIII: una forma de pelagianismo,
característico de toda concepción racionalista de la fe, condenada multitud de
veces por el magisterio.
La demostración de la validez de la doctrina y la
condena de los errores se han implicado siempre necesaria y recíprocamente en
la historia de la Iglesia; y las condenas fulminaban no sólo las herejías y los
errores teológicos en sentido estricto, sino, además y de manera Implacable,
todo concepto del mundo que no fuese cristiana (no tan solo las contrarias a la
fe, sino también las distintas de ella, religiosas o no, por poco que lo
fuesen), porque, al decir de Nuestro Señor, quien
no recoge conmigo, dispersa" (Mt 12, 30). La heterodoxa toma de
posición de Juan XXIII, mantenida por el concilio y el pos concilio hasta hoy,
derrocó por tierra -se nota ya en los textos conciliares- la típica y férrea armazón
conceptual de la Iglesia, muy admirada otrora hasta por sus enemigos, algunos
de los cuales incluso la apreciaban sinceramente: «El sello intelectual de la Iglesia es, en esencia, el rigor inflexible
con que se tratan los conceptos y los juicios de valor como consolidados, como
eternos»
(Nietzche).
2° ERROR: LA
CONTAMINACIÓN DE LA DOCTRINA CATÓLICA CON
EL
"PENSAMIENTO MODERNO",
INTRINSECAMENTE
ANTICATÓLICO
La otra conocidísima y gravísima afirmación de Juan
XXIII repetida por él a los cardenales el 13 de enero de 1963, en el discurso
del día de su cumpleaños, se relaciona con la renuncia pregonada a herir el
error con la siguiente abdicación inaudita: «El
espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso
adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que
esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina,
estudiándola Y poniéndola en conformidad con los métodos de la investigación Y
con la expresión literaria que exigen los métodos actuales. Una cosa es la
sustancia del depositum fidei, es decir, de las verdades que contiene nuestra
venerada doctrina, y otra la manera como se expresa; y de ello ha de tenerse
gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas Y
exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral».
Estos conceptos los repitió expresamente el concilio
en el decreto Unitatis Redintegratio
sobre el ecumenismo, arto 6 1.
El principio, otrora formulado por los liberales y
los modernistas, según el cual la doctrina antigua debía revestirse de una
forma nueva sacada del "pensamiento moderno, habla sido ya condenado expresamente
por san Pío X. Y por Pío XII 3. De ahí
que el Papa Roncalli propusiera una doctrina ya condenada formalmente como
herética por sus predecesores (en cuanto característica de la herejía
modernista).
En efecto, no es posible aplicar a la doctrina
católica las categorías del "pensamiento moderno"! el cual niega a
priori, en todas sus formas la existencia de una verdad absoluta, y para el
cual todo es relativo al Hombre único valor absoluto que reconoce, al que
diviniza en todas sus manifestaciones (desde el instinto a la "conciencia
de sí"). Se trata, pues, de un pensamiento intrínsecamente opuesto a todas
las verdades fundamentales del cristianismo, comenzando por la idea de un Dios
creador, de un Dios viviente, que se reveló y encarnó, y terminando por el modo
de entender la ética y la política. Al proponer tamaña contaminación Juan XXIll
se revelaba discípulo del metodo" de la Nouvelle Théoiogie neomodernista,
condenada antaño por el magisterio. Si al concilio le hubiese preocupado de
veras satisfacer a las necesidades de los tiempos, referidas a la misión
salvífica de la Iglesia católica, habría debido investigar a fondo las condenas
del pensamiento moderno que los Papas habían formulado en el pasado (desde Pío
IX a Pío XII), en lugar de encarecer que la doctrina "auténtica" y
"antigua" se "estudiara y expresara" en función del dicho pensamiento
moderno.
3ER. ERROR: EL FIN
DE LA IGLESIA ES
LA "UNIDAD
DEL GÉNERO HUMANO"
El tercer error estriba en la erección de la unidad
del género humano en fin propio de la Iglesia: «Venerables hermanos: esto es lo
que se propone el concilio ecuménico Vaticano II, el cual, mientras agrupa las
mejores energías de la Iglesia y se esfuerza en hacer que los hombres acojan
con mayor solicitud el anuncio de la salvación, prepara y consolida ese camino hacia
la unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la
ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celeste, en la que, según
san Agustin, reina la verdad, dicta la ley de la caridad y cuyas fronteras son
la eternidad (cf. S. Agustín, Epist. 138, 3)>>.
A la "unidad del género humano" se la
considera aquí como fundamento necesario (párese mientes en el adjetivo
"necesario")para que la "ciudad
terrestre" se asemeje cada vez más a la "celeste"; pero lo cierto es que nunca se había enseñado
en el pasado que la expansión de la Iglesia en este mundo necesitara de dicho
fundamento, tanto más que la consecución de la unidad del género humano -unidad
afirmada simpliciter por el Papa- es una idea maestra de la filosofía de la
historia elaborada por el pensamiento laicista a partir del siglo XVIII, una
componente esencial de la religión de la Humanidad, no de la religión católica.
El error consiste aquí en mezclar la visión católica
con una idea ajena a ella tomada del pensamiento laicista, que la niega y
contradice ex sese, puesto que el pensamiento en cuestión no aspira ciertamente
a extender el reino de Dios (es decir, su parte visible en la tierra o Iglesia
militante), sino que anhela suplantar a
la propia Iglesia por la Humanidad, convencido como está de la dignidad del
hombre en cuanto hombre (porque
no cree en el dogma del pecado original) y de sus presuntos
"derechos".
Así que los efectos deletéreos de la negativa a
condenar los errores del siglo se hicieron sentir también, como por una especie
de némesis, en el discurso que la propuso, visto que éste contiene con certeza
uno de los errores del siglo por lo menos en compañía de otros dos, más
propiamente teológicos.
HERRORES DEN EL
MENSAJE
DE LOS PADRES
CONCILIARES AL MUNDO
El mensaje al mundo transmitido en la inauguración
del concilio (Monseñor Lefebvre fue uno de los pocos en criticarlo), contiene
en miniatura la pastoral que se desarrollará ad abundantiam en la Gaudium et
Spes, una pastoral en la cual el puesto principal se reserva para los "bienes humanos",
la "dignidad del
hombre" en cuanto hombre, la "paz entre los pueblos" (invocada para
no tener que convertirlos a Cristo): «y puesto que de los trabajos del concilio
confiamos que aparezca más clara e intensa la luz de la fe, esperamos también
una renovación espiritual, de la que proceda Igualmente un impulso fecundo que
fomente los bienes humanos, tales como los inventos de las ciencias, los
adelantos de la técnica y una más dilatada difusión de la cultura».
Los "bienes humanos" están representados aquí por el
progreso de la ciencia, del arte, de la técnica, de la cultura (entendida a la
manera del siglo, según se infiere de Gaudium et Spes, arts. 6.0 a 62 J).
¿Debía el concilio preocuparse de eso? ¿Había de desear
el incremento de tales "bienes", meramente terrenales, caducos, a menudo
falaces, en lugar de anhelar el aumento de los eternos, fundados en valores
perennes enseñados por la Iglesia a lo largo de los Siglos? ¿Cómo asombrarse de que, por efecto de una pastoral
de tal género, se abriera la grave crisis que todavía perdura, en vez de verificarse
un nuevo "esplendor" de la fe? El error teológico en sentido
propio se manifiesta después, en la conclusión del mensaje, allí donde se
escribe: «Por eso, humilde y
ardientemente, invitamos a todos, no sólo a nuestros hermanos, a quienes
servimos como pastores, sino también a todos los hermanos que creen en Cristo y
a todos los hombres de buena voluntad [prescindiendo por ello de su religión
personal] [...] a que colaboren con nosotros para instaurar en el mundo una
sociedad humana más recta y más fraterna», puesto que «el designio divino es
tal que por la caridad brille ya de alguna manera el reino de Dios como prenda
del reino eterno». Esta no es la doctrina católica, para la cual "la
prenda del reino eterno" en este mundo la constituye sólo y exclusivamente
la Iglesia católica, la Iglesia visible, docente y discente, miembros
terrenales del cuerpo místico de Cristo, que crece (con lentitud, pero lo hace)
a pesar de la oposición del "príncipe de este mundo": la Iglesia, no es la unión de
"todos los hombres de buena voluntad", de todo el género humano, bajo
el estandarte del "progreso".
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