Al parecer, Marcel
quedó encargado del apostolado de la casa «En Famille», que albergaba, bajo la
dirección de las Siervas del Sagrado Corazón, a las jóvenes obreras de la
hilandería Delesalle. Las mujeres y chicas de Lomme guardaban el recuerdo de un
sacerdote «bastante amable, que sabía conversar», pero un poco reservado: «Era
serio, y había algo que lo distinguía de los demás sacerdotes: su altivez, era
un poco distante»!", comentaba Marie-Catherine Gomber, que tenía la edad
del coadjutor.
Visitas apostólicas y conversiones
«Altivo» no era, pero más allá del asomo de timidez
que le quedaba, procuraba no caer en la familiaridad con las personas del sexo
femenino. El otro coadjutor, el Padre Deschamps, no tenía esa precaución y (lo
que ofuscaba al Párroco) tenía el don de atraer a las chicas a su
confesionario; pero lo cierto es que envió bastantes al convento". El
Padre Lefebvre prefería una prudente discreción.
Mantenía, en suma, el justo medio de la virtud de la
modestia.
Eso permitía que su celo se desarrollara más
sobrenaturalmente.
En la casa parroquial, el Padre Lefebvre era muy
afable, sabiendo que «si el sacerdote cerrase la puerta en las narices de la
gente y les dijese: "No tengo tiempo, venga más tarde", esa gente ya
no volvería»!". Pero su infancia y Santa Chiara habían formado a Marcel en
la disponibilidad, de la que hoy podía depender la salvación de un alma.
Además del núcleo fervoroso de dos mil fieles
habituales, la parroquia contaba con otras 5.000 «ovejas perdidas». Había que
conocerlas y visitarlas. El Párroco, celoso y práctico, había dividido la
parroquia por barrios, repartiéndosela entre él y sus coadjutor. Y ahí tenemos,
pues, al Padre Lefebvre de visita, llamando a las puertas a la hora en que el
hombre de casa había vuelto ya del trabajo. Por lo general era bien recibido,
pero a veces le cerraban la puerta en las narices. Entonces llamaba a la puerta
vecina:
-¿Qué le pasa a ese hombre? ¿Quién es? ¿Por qué se
porta así?
-Mire usted, es un comunista, por eso no ha querido
recibirlo; pero no es mala persona, intentaré hablar con él, y acabará por
abrirle'", y de hecho, cuando volvía a pasar por segunda vez, lograba
franquear la puerta. A este respecto, el Padre Delahaye contaba un día al Sr.
René Lefebvre cómo «un enfermo, tras varios intentos [de su entorno] para
llevarle un sacerdote, había solicitado "al nuevo Padre"; éste lo
había visitado, confesado y administrado los últimos sacramentos; y había
muerto al día siguiente con muy buenas disposiciones-".
"Esas visitas hacían mucho bien; permitían
normalizar situaciones matrimoniales irregulares y atraer a los niños al
catecismo; y así se daba a la gente, que en el fondo no era mala, la
posibilidad de conocer un poco más la parroquia y los sacerdotes, y de
conducidos a la práctica religiosa.
Marcel Lefebvre tuvo, pues, la alegría de bautizar a
muchos niños, como lo atestigua el registro de bautismos. Se esforzaba por
explicar bien el milagro de la gracia que es el nacimiento de un alma a la vida
divina, insistiendo también a los padres para que bautizaran a los recién
nacidos lo antes posible: «¡No se puede privar a un niño de la vida
sobrenatural, lo mismo que una madre no puede privar a su hijo de la leche
maternal» Más tarde diría lo mismo sobre los sacerdotes que pretenden retrasar
el bautismo hasta la edad en que el interesado tenga la capacidad de «decidir
por sí mismo»: «¡Decidir por sí mismo si quiere la vida o la muerte espiritual!
»22 .
Para devolver esta vida divina a las almas muertas espiritualmente
por el pecado y para curar sus heridas, el Padre Lefebvre se sentaba en el
confesionario a las horas previstas. Allí aprendió a discernir y a dirigir a
las almas fervorosas:
En la parroquia --explicaría más tarde- hay almas
destinadas a una vida espiritual más intensa. Se las descubre con motivo de un
retiro o en la confesión; entonces se las puede reunir en una élite de la
parroquia; y de ahí saldrán vocaciones".
El ministerio de la dirección de las almas -diría
también es uno de los mejores medios de que disponen los sacerdotes para
santificarse. [ ... ] De golpe nos damos cuenta de que hay almas que nos
superan considerablemente. Nos asombramos de ver almas muy simples, que no han
hecho estudios extraordinarios, pero que pueden llegar a un grado de santidad,
en la humildad y en la sencillez, que nadie se imagina".
Procesiones y manifestaciones llenas de vigor El año
litúrgico en Lomme era rico en manifestaciones y procesiones diversas. La
fiesta nacional de Santa Juana de Arco se celebraba con un desfile solemne con
antorchas e iluminación de las casas. Cada primer domingo de mes, tras la Misa
mayor, tenía lugar una exposición del Santísimo seguida de una procesión
alrededor de la plaza de la iglesia o en la iglesia, durante la cual se invitaba
a los hombres y jóvenes a llevar una vela. Por la tarde, tras las vísperas y el
rosario, tenía lugar la procesión de Nuestra Señora de Lourdes, igualmente en
la iglesia. Se evitaba salir a la ciudad para las procesiones específicamente
religiosas. En 1926, cinco años antes, el alcalde socialista había prohibido
las procesiones de Corpus Christi.
No obstante, bajo la amenaza de los jóvenes de la
Acción Católica y de la Acción Francesa", retiró su prohibición al último
momento, y las procesiones previstas pudieron celebrarse en las parroquias de
Mont-a-Camp y de Bourg el domingo 13 de junio. En Le Marais, sin embargo, los
socialistas y comunistas amotinados bloquearon la entrada de la iglesia, donde
se encontraban los fieles, protegidos en el
atrio por un cordón policial. Para
acabar con eso se avisó a los militantes de la Acción Francesa, los
«comisarios», que liberaron a los fieles a través de la brecha que lograron
abrir prontamente en el cerco, adelantándose en columna cerrada. Si bien los
asediados salieron con aclamaciones al encuentro de sus liberadores, ya era
demasiado tarde para comenzar la procesión. El Párroco dio al menos la
bendición con el Santísimo Sacramento en el exterior de la iglesia. Luego
continuaron las aclamaciones. Era una manifestación de alegría y de unión de
todos los católicos, conscientes de sus derechos y de que tenían fuerza para
hacerlos respetar".
Pero en los años siguientes, por prudencia, el Padre
Delahaye acortó el trayecto de las dos procesiones de Corpus. Por eso, el Padre
Lefebvre, celoso del honor de Jesús Sacramentado, se propuso, junto con el
Primer Coadjutor, convencer al Párroco de que hiciera ese año grandes
procesiones". El domingo de la solemnidad de Corpus, apareció
triunfalmente en la ciudad Cristo Rey en la Sagrada Hostia, llevado por el
párroco o más bien llevando al párroco. Sin embargo, en cierto momento se oyó
un disparo. El Párroco se sobresaltó y le susurró al Padre Marcel, a su
izquierda: «¿Lo ve? ¡Se lo dije!». El cortejo, no obstante, parecía proseguir
sin tropiezos por las calles: calle de la Iglesia, calle Kuhlmann, calles jean-
Baptiste- Dumas y Victor-Hugo, y se detuvo al llegar al altar dispuesto en el
castillo de l'Ermitage, donde el Párroco supo con alivio que el disparo sólo
había sido el ruido de un petardo lanzado por un alegre pero ruidoso feligrés.
Al domingo siguiente, un recorrido apenas menos glorioso llevó al Párroco y a
su Divino Rey al altar levantado cerca de la cervecería de l'Étoile. Christus vincit! Christus regnat! Christus imperat!
Vocación misionera: segundo acto
Totalmente entregado a su cargo de pastor de almas,
el Padre Lefebvre no descuidaba su propia alma: encontró así la forma de pasar
unos días de retiro a finales de noviembre de 1930 en la abadía de Wisques. No
olvidaba tampoco a su familia, y todos los lunes iba a almorzar a casa. Su buen
humor y los relatos de su apostolado ayudaban a sus padres a sobrellevar su
dura situación económica; sus consejos los guiaban en la educación de sus
hermanos y hermanas menores; y sus observaciones pacificadoras incluso lograban
calmar la severidad excesiva de René Lefebvre, ejerciendo sobre él una
influencia casi física.
A través de sus padres, Marcel leía cada mes «la
carta» del misionero gabonés. En julio de 1930, y luego en febrero de 1931, el
Padre Paul Defranould, compañero del Padre René en Gabón, vino de visita a la
calle Doctor Dewyn'", con noticias recientes o al menos llenas de vida de
la misión. Marcel era todo oídos. Hacían falta seguramente esos llamamientos de
África para impedir que el joven coadjutor, en «año de penitencia», se apegara
demasiado a su ministerio. La Sra. Lefebvre se daba cuenta de ese obstáculo:
«Tendrá que imponerse desde luego -escribía- un pequeño desprendimiento,
supongo que a fines de año... En fin, que Dios lo guíe; por mi parte, me limito
a rezar»?'. A René le confiaba: «Marcel se entrega tanto como puede, y a pesar
de que sabe que tendrá que irse pronto, pone en sus obras todo su
corazón", Él se sentía realmente a gusto, plenamente satisfecho con sus
fieles: Me veía como un pequeño párroco -diría retrospectivamente-O ,
ocupándome con esmero y celo del que era mi pequeño mundo. Las misiones no me
decían nada: recorrer la selva y los desiertos para encontrar... ¿a cuántas
personas? Antes prefiero mantener la fe en una aldea".
Así pues, le tomaba gusto a su apostolado, pero por
encima de todo quería cumplir la voluntad de Dios. Se sentía impulsado a una
vida sacerdotal, si no más elevada, sí al menos más exigente, probablemente más
útil, y ciertamente más abnegada.
En la primavera del año 1931 su madre describía así
lo que percibía sobre el estado de alma de su hijo: «Marcel se ve muy
solicitado (aunque no nos lo dice) para quedarse, y por otra parte está
excesivamente apegado a su ministerio. Si se va tendrá mucho mérito; y creo que
la vida religiosa será su principal razón». Ahí la Sra. Lefebvre se equivocaba,
ya que Marcel abrazaría la vida religiosa sólo para ser misionero. Sin embargo,
ella acertaba en lo que añadía inmediatamente: «Busca lo mejor, su parroquia es
un sueño, ser párroco sin las responsabilidades; dice que nunca podría ser tan
feliz»34. El Padre Lefebvre buscaba «lo mejor»; había dado un primer paso en
aquella dirección el año anterior cuando le escribió a su obispo, pero aquel
«lo mejor» no era «evidente». Su madre le escribía también a René: «¡La
voluntad de Dios es más clara en tu caso! Cada día le pido que se la haga a
Marcel tan evidente como si estuviera escrita ... o hablada, es lo
mismos".
Sin embargo, esa voluntad de Dios se hizo cada vez
más tangible cuando intervino el Padre René. Ya había solicitado a su hermano
con frecuencia, pero en 1930-1931 sus cartas se hicieron más apremiantes:
Mi hermano -decía Marcel- me bombardeaba con cartas:
«Ven a ayudarnos, aquí estamos desbordados de trabajo; ustedes ya son
demasiados en la Diócesis». En parte era cierto, porque el párroco había
considerado que yo estaba de más, así lo había sentido. La razón hizo que me
decidiera a irme".
La razón y la fe se expresaban a través de la pluma
de un hermano mayor, así que no había más que someterse y consumar el
sacrificio, porque eso mismo era. Nunca lo lamentaría. Monseñor Lefebvre
confiaría más tarde en Dakar a sus queridas carmelitas el intríngulis de su
vocación misionera. Citamos el diario del Carmelo: 15 de septiembre de 1952.
Visita de Monseñor Lefebvre.
Nos habla de su alegría de ser misionero, porque en
Francia uno no se entrega tanto. Confiesa no haberlo comprendido en su
juventud, pensando entonces que Francia valía tanto como un país de misión. Fue
su hermano quien lo convenció.
Darse más, tal fue el movimiento de caridad divina
que impulsaba, más que atraía, a Marcel Lefebvre a la vida misionera. Por eso,
no bien transcurrió el año apostólico, el Padre Lefebvre tomó la pluma para
recordarle a su obispo su deseo de entrar en los espiritanos. La respuesta, con
fecha 13 de julio, firmada por el Padre Duthoit, le llegó sin tardanza.
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