Los Caballeros de Colón
Un
jefe de los masones Rosa-Cruz, el Imperator Lewis, tuvo la sinceridad de
escribir en uno de sus más recientes libros: "El misterio, que siempre ha
rodeado el origen e historia de la Gran Fraternidad Blanca (Masonería) ha sido uno
de sus más fascinadores atractivos, aun para quienes no tenían interés en sus
enseñanzas y actividades".
Esto
es una gran verdad. Los hombres, especialmente los de razas sajonas y
germánicas, sin excluir completamente a los latinos, tienen un instinto natural
y gustoso, en unirse a otros, por vínculos secretos y misteriosos.
Los
enemigos de Dios, conocedores de esta tendencia del corazón humano, la han
aprovechado habilísimamente para la formación de sus Sociedades Secretas, o
Masonerías. Y el secreto y misterio de que se rodeaban les servía de dos
maneras: una para el reclutamiento de adeptos, y otra para no espantar de
buenas a primeras a los católicos y cristianos, manifestándoles desde luego el
perverso intento de acabar con el reinado de Cristo sobre la tierra, fin último
de todas las actividades disimuladas de esas sociedades secretas.
Este
fin último cuidadosamente velado en un principio, a medida que se ha avanzado
en la descristianización del mundo, ha traspasado los muros de las Logias, y
pocos habrá en la actualidad, que no lo conozcan, dentro y fuera de ellas. Así
en las actas del "Convento Masónico" francés de 1913 se puede leer
por todos: "Nosotros (los masones), no podemos aceptar a Dios como un
último fin; hemos establecido un ideal, que no es Dios, sino la
Humanidad".
No por
eso la masonería ha dejado de ser una sociedad secreta. Son secretos o velados
por un secreto, aun para la inmensa mayoría de los mismos masones, los
verdaderos jefes de la Gran Fraternidad Masónica; son secretas, para los
profanos o no pertenecientes a la masonería, las consignas del jefe o jefes
ocultos, para proceder de este o de otro modo, consignas que los masones de
antemano y sin haberlas conocido se comprometieron bajo juramento a obedecer
bajo gravísimas penas, aun la de la misma muerte; son secretas, finalmente,
para los profanos, las ceremonias y enseñanzas de
las
llamadas iniciaciones, en los diferentes grados de la masonería. Estas
ceremonias generalmente son unas farsas ridículas y la mayor parte de las veces
intrascendentes, pero que, como he dicho, a los de raza sajona y germánica los
fascinan, y que de una manera infantil toman muy en serio, y que a los latinos
los hacen sonreír como juegos de niños, pero que, sin embargo, se creen
obligados a guardar secretas para sólo ellos, por el dicho juramento inicial.
La
Iglesia Católica, consciente del peligro para la salvación de las almas de sus
fieles hijos los católicos, que se encuentren en unas asociaciones cuyos jefes
son ignorados por la mayoría de los asociados; cuyo fin un tiempo disimulado
con la capa de mutualismo y fraternidad, es impío; cuyas consignas, dado el fin
que se persigue por ellas, son pésimas e impías también; y cuyas iniciaciones
fantásticas y ridículas aparecen o se predican como el principal objeto del
secreto masónico, para servirse de ellas así, como cebo de atracción a los
incautos, ha prohibido y sigue manteniendo la prohibición bajo penas de
excomunión o Lea expulsión de la Iglesia, a todos los que se afilien en las
sociedades secretas. (hasta ahora 2017 la excomunión no ha sido levantada continua en vigencia, tampoco los nuevos jerarcas no han comentado algo sobre ella en cuanto a su excomunión)
Pero a
mediados del siglo pasado, los atraídos por el misterio, en los Estados Unidos
del Norte, eran cada vez en mayor número, y velado el fin, bajo ese disfraz de
ayuda mutua o de círculo simplemente social, la masonería hipócrita, hacía
muchos adeptos. Los católicos se alarmaron, y para contrarrestar, en lo
posible, ese flujo de cristianos hacia la masonería, con el consejo, aprobación
y dirección de la Jerarquía Católica, idearon
formar también una especie de gran Fraternidad Católica, que sin ser en
lo absoluto una Sociedad Secreta, tuviera algo de lo innocuo e intrascendente
pero atractivo en sumo grado, dada la condición del corazón humano afecto a lo
misterioso, de una Sociedad de esa clase. Y formaron la, llamémosla así,
Fraternidad de "Los Caballeros de Colón". Esta no es una Sociedad
Secreta, ni por el desconocimiento de sus jefes, que son en último grado los
miembros de la Jerarquía Católica y el Soberano Pontífice; ni por las consignas
que reciban sus miembros para sus actividades, todas de acuerdo con la más
estricta ortodoxia católica, revisadas y aprobadas polla iglesia; ni por su
fin, que es fomentar el compañerismo y verdadera fraternidad entre los
católicos, proporcionándoles reuniones sociales, diversiones honestas, y
enseñanzas religiosas, absolutamente dentro de la doctrina y moral católicas, y
verdadero mutualismo o caridad entre sus miembros.
Todo
esto perfectamente conocido por todo el mundo, y aprobado por la Iglesia. Pero
para utilizar en su favor, y en contra de las verdaderas Sociedades Secretas,
ese gusto y fascinador atractivo del misterio, toma de ellas las famosas
iniciaciones, para cada uno de los cuatro grados, en que se dividen los
Caballeros de Colón, y en esas iniciaciones absolutamente indiferentes, y un
tanto fantásticas, de acuerdo con las tendencias anglosajonas, se exige no por
medio de un juramento, que dado el objeto de él, sería tanto como jurar en
vano; sino bajo palabra de honor, el guardar el secreto de lo que en esas
iniciaciones se haga o se diga. Esto es lo único secreto de "Los
Caballeros de Colón", conocido naturalmente de las autoridades
eclesiásticas.
Unirse
los católicos, como católicos para obras católicas de cultura, de esparcimiento
honesto, de apostolado social, etc... y bajo la inspección de la Jerarquía
Católica: he aquí el intento de los Caballeros de Colón.
Naturalmente,
la masonería no puede verlos con buenos ojos, precisamente porque en una forma
algo semejante a la de los masones, tienden a contrarrestar la obra maléfica de
su secta impía.
Cuando
estalló aquí en México la persecución decretada por la conspiración
anticristiana masónica, de que ya hablé en los primeros artículos, naturalmente
entre las víctimas del furor sectario debieron señalarse los ya establecidos en
toda la República: Caballeros de Colón, por ser católicos ejemplares y
públicamente conocidos como tales. ¡Dios sabe qué consignas masónicas
recibirían los perseguidores!, aunque es de suponer que deberían cuidar de
buscar un pretexto cualquiera, que cohonestara hipócritamente su acción
persecutoria y criminal. El pretexto más socorrido, como sabemos, es la
protesta activa y resuelta de los católicos, contra las leyes impías que fueron
impuestas por los Constituyentes de Querétaro.
Así
los jóvenes de la A.C.J.M., los valientes miembros de la Liga Defensora de la
Libertad Religiosa, y los miembros del Ejército Libertador o Cristero, fueron
las principales víctimas. Entre éstas se contaron varios Caballeros de Colón,
pero no como tales, sino como católicos ultrajados en sus derechos. Los
Caballeros de Colón, en cuanto tales, no tenían ninguno de los caracteres de
rebeldes, que buscaban en sus víctimas los perseguidores, ostensiblemente.
No
obstante eso, y para que se vea que no era la rebeldía supuesta, la causa de
las persecuciones. Dios quiso que entre los mártires de aquella odiosa
persecución, hubiese uno, por lo menos, victimado por ser "Caballero de
Colón" precisamente, esto es: católico práctico y convencido.
el Imperator Lewis
el Imperator Lewis, tuvo la sinceridad de escribir en uno de sus más
recientes libros: "El misterio, que siempre ha rodeado el origen e
historia de la Gran Fraternidad Blanca (Masonería) ha sido uno de sus más
fascinadores atractivos, aun para quienes no tenían interés en sus enseñanzas y
actividades".
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