ACUÉRDATE QUE NO TIENES MAS DE UN ALMA
174.- Penetre aquel rencor del corazón, aquel
despecho, sin poder jamás acordarse de DIOS, aquel desamparo de si mimo,
aquella compañía de víboras y serpientes, aquella noche sin día, aquel día
sin luz inaccesible, aquella desesperación de alivio y de consuelo,
por mínimo que sea, aquel calabozo eterno, sin fin, ni término, ni esperanza
de libertad.
175.- Cave despacio en aquella profundidad, extienda
la vista a aquella longitud de días, cargue la consideración en aquel para siempre, para siempre, sin fin ni término,
¡eterno, eterno, para mientras DIOS fuere DIOS! Que, si lo piensa de espacio,
todo lo temporal le parecerá un punto respecto de aquella ETERNIDAD, y los
mayores trabajos cama de flores comparados con aquellos tormentos.
176.- Tales son las penas
del infierno, y tan poderosa su memoria, que tiene S. Juan Crisóstomo por
cierto que, si los hombres se acordaran de ellas, ninguno fuera a ellas, y los
muchos que van es porque las olvidan. Diligencia que hace Satanás para conquistar
sus almas. Y confirma su parecer con testigo de vista, que fue aquel rico del
Evangelio, de quien dice S. Lucas que fue sepultado en el infierno, y que,
viéndose en medio de las llamas abrasarse sin esperanza de alivio, rogó a
Abraham que enviase predicadores al mundo, que predicasen lo que allí se
padecía, y la terribilidad de aquellas penas, porque no viniesen sus hermanos a
ellas.
He aquí la parábola: “Había un hombre rico, que vestía de purpura y lino fino, y
banqueteaba todos los días espléndidamente. Y un mendigo, llamado Lázaro, se
estaba tendido en su puerta, cubierto de ulceras, y deseando saciarse con lo que caía de la
mesa del rico, en tanto que los perros se llegaban y le lamian las llagas. Y sucedió
que el pobre murió. Y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán, también el
rico murió, y fue sepultado. Y en el abismo, levanto los ojos mientras estaba
en los tormentos, y vio de lejos a Abrahán con Lázaro en su seno. Y exclamo: “Padre
Abrahán, apiádate de mí, y envía a Lázaro para que, mojando en el agua la punta
de su dedo, refresque mi lengua, porque soy atormentado en esta llama…” Estas son palabras de nuestro divino Salvador,
no de cualquier santo sino del Santo de los Santos y si a Él hacemos caso, ¿A quién
le haremos caso?
177.-Porque el mismo
condenado juzgó por imposible saber las penas, que estaban preparadas para los
que ofenden a DIOS, y despeñarse en ellas, por todos los haberes del mundo.
178.- Y tácitamente se
excusa de haberse condenado, echando la culpa a los predicadores que no
predican estas penas, diciendo: envía quien las predique; como si dijera: que,
si yo hubiera tenido quien me las hubiera predicado, nunca hubiera bajado acá.
Tales son aquellos tormentos, y tal es su memoria, que los mismos condenados,
ajenos de toda razón, no pueden creer que haya hombres que los crean y se
condenen, que sepan las penas que les han de dar, si pecan, y que vayan a
ellas.
179.- Por tanto, medítalas
despacio; porque no seas tan infeliz que, pudiendo ir al cielo, vayas PARA
SIEMPRE AL INFIERNO!!!!! QUE ESTA MEDITACION DE LAS PENAS DEL INFIERNO CONVIENE
TAMBIEN A LAS PERSONAS ESPIRITUALES.
180.- Ni por ser persona
espiritual o aprovechado Religioso, se tenga por excusado de valerse de este
medio, para su aprovechamiento. Lo uno porque nuestra Santa les da a sus hijas,
que son de las personas más religiosas y aprovechadas de la Iglesia. Lo otro,
porque su conciencia le acusa de pecados, por los cuales merece ir al infierno,
y no sabe si le son perdonados; y, como cayó en aquellos, puede caer en otros
mucho mayores.
181.- Para lo cual
necesita de este freno de la memoria del infierno, y para humillarse, viendo el
lugar que merece por sus obras, y ser agradecido, reconociendo la merced que
DIOS le ha hecho en no haberle echado allá, y enfervorizarse mucho a servir a tan
buen Señor, que tantas mercedes le hace, y tener paciencia en sus trabajos, y
humildad en los sucesos, reconociéndose por indigno de cualquiera honra, y por
digno de mayores penas, que son las del infierno, y conmuta el Señor en las que
les da en esta vida.
182.- Diga con S. Agustín:
Señor, cortad aquí, quemad, abrasad, y castigadme en esta vida, porque me
perdonéis en la eterna. Solía S. Bernardo aconsejar a sus Monjes que meditasen
a menudo en las penas del Infierno, ir especialmente cuando se hallaban con alguna
tribulación o trabajo, y que entonces se acordasen que, si estuvieran allá,
habían de padecer aquel mismo trabajo con otros muchos vehementísimos. No te
engañes, que cuanto acá padeces y puedes padecer es nada respecto de las penas
que tú mismo padecieras allá, adonde mereces estar por tus pecados. Acuérdate de
esto en tus trabajos y todos se te harán leves.
183.- De Santa Catalina
de Siena se refiere que habiéndola llevado su madre a unos baños, para cobrar
salud, ella se puso al golpe del agua adonde salía abrasando por los caños de
azufre, y se estuvo largo tiempo en ellos, padeciendo un ardor y fuego
terrible.
Preguntóla su confesor
después ¿cómo había podido sufrir tan vehemente tormento? A quien respondió con
alegría:
184.- Estaba yo allí
meditando la terribilidad del fuego del infierno, y cotejando con el que
parecía la tenía por refrigerio, dando al Señor mil gracias porque me había
librado de él, y suplicándole me diese aquí muchas penas en lugar de las
eternas.
185.- Del Abad Olimpo
escribe Sofronio en el Prado Espiritual que hizo su morada en un risco
asperísimo, cerca del río Jordán, donde pasaba sin género de abrigo ni defensa.
186. El frío le traspasaba
en el invierno, el Sol le abrasaba en el verano; los tábanos y mosquitos
laceraban sus carnes. En todos tiempos su comida eran hierbas silvestres, su
bebida el agua cruda que se despeñaba de los montes, su cama la dureza de la
peña y su techo el cielo.
187.- Preguntáronle ¿cómo
podía pasar tan rigurosa penitencia? a que respondió con admirable alegría: ni
la siento, ni me parece tan áspera, como vosotros juzgáis, antes todo se me
hace fácil de llevar, acordándome de las penas del infierno. Alégrome cuando me
veo abrasar del Sol, por escapar de aquel fuego abrasador y eterno. Consuélome
viéndome morder de los tábanos, por no padecer el remordimiento de la
conciencia y aquel gusano insaciable que atormenta a los condenados, y a este paso no tengo dificultad en la penitencia,
con la memoria de que allí se padece, y yo merezco padecer por mis pecados.
Salva tu alma.
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