LA DESDICHADA SUERTE DE JUDAS
Parece imposible que la confesión de Judas no
hiciera efecto en el ánimo de los sacerdotes. Había sido sincero, había dicho
la verdad, les había devuelto el dinero; pero ellos estaban tan ciegos y tan
apasionados que al decirles Judas: He pecado al vender la sangre del Justo,
ellos le echaron de allí: Si pecaste, «allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».
¡Perversos sacerdotes! Qué respuesta tan ignorante y
tan malvada. Admitís que pecó el que os entregó a Jesús y, sin embargo, decís
que su pecado es solamente suyo y que no os afecta a vosotros. Si estuvo mal
venderle, vosotros lo comprasteis. Si lo que trae desesperado a Judas es
haberle entregado a la muerte, vosotros lo vais a matar. Al entregar Judas el
dinero, vosotros queréis mantener el contrato celebrado con él y, a la vez,
estar libres de toda culpa, porque decís: «Allá tú, ¿a nosotros qué nos importa?».
Al ver Judas que los sacerdotes no querían aceptar
su dinero, y que le quemaba las manos, se fue «al Templo y tiró en él, el dinero».
Y, desesperado, fue y «se colgó», y cayó de cabeza y se reventó por
medio y se desparramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de
todos los habitantes de Jerusalén, de forma que el campo se llamó en su lengua
Campo de Sangre (Hech 1, 18).
No había quien pudiese castigar el pecado de Judas,
y él mismo se hizo juez de su culpa y ejecutor de su pena. Ni la tierra recibió
su cuerpo ni el cielo su alma. Escogió el aire por morada, donde habitan los
demonios, y allí se adueñaron de él y, como estaba escrito el demonio se sentó
a su derecha como el abogado se sienta a la derecha del acusado: «Llama al impío
contra él, y que el demonio esté a su derecha; que al ser juzgado salga
culpable y su oración sea tenida por pecado» (Salmo 108, 6).
¡Judas, el más desdichado de los hombres, a quien «más le valiera no
haber nacido»! ¿Por qué añadiste a tu pecado otro mayor desconfiando
de la misericordia de Dios? ¿Por qué no te acordaste de lo bueno que había sido
siempre el Señor contigo? Tu pecado era grande, pero debías haber pensado que,
cuando habías decidido venderle, Él mismo te lavó los pies y te dio a comulgar
su Cuerpo y su Sangre. No te acordaste de que, cuando le entregabas, Él te
llamó amigo. ¡Desventurado Judas! Ya que no te acordaste de Jesús, podías
haberte acordado de la dulzura de su Madre, la Virgen María era tan buena que
ella misma hubiera ido contigo a su Hijo resucitado para conseguirte el perdón.
Incluso en la cruz, antes que muriera, hubiera
pedido por ti y te hubiera conseguido el perdón de su Hijo.
¡Judas sin esperanza! ¿Por qué no esperaste a que el
Señor al interceder por todos, sin que nadie lo pidiera, intercediera también
por ti en la cruz? Fuiste ciego, se habían adueñado de ti tus malas acciones y
el mismo demonio, y no mirabas al Señor para esperar su misericordia, sino que
te dejaste hundir por el peso de tu misma culpa.
Los sacerdotes no quisieron recibir de Judas el
dinero, porque, de hacerlo, se obligaban a levantar su acusación contra el
Señor y ponerlo en libertad. Y eso no lo querían hacer de ninguna manera, sino
llevar adelante su perversa intención hasta clavarle en la cruz. Si a Judas le
parecía que había pecado en la venta, a ellos les parecía que habían hecho una
cosa buena, tanto, que algunos dicen que tomaron el dinero del tesoro público
del Templo, porque daban muerte a un blasfemo, y era un gasto piadoso, y creían
así honrar y dar culto a Dios.
Pero cuando Judas tiró las monedas en el Templo, los
sacerdotes que estaban allí oficiando lo recogieron y lo guardaron hasta ver lo
que decían los sacerdotes principales y los magistrados. Después de la muerte
del Salvador, y sabiendo lo que Judas había hecho, «aceptaron el dinero» y no
les pareció conveniente volver a echar el dinero al gazofilacio o cepillo del
Templo por ser «precio de sangre», es decir, precio por la muerte de un hombre.
Y, «poniéndose de acuerdo, compraron un campo, que se llamaba del Alfarero,
para sepultar a los peregrinos» (Mt 27,
7). De este modo, los sabios doctores, por no perder el dinero, lo aceptaron
como ofrenda y no quisieron echarlo en el gazofilacio, que era el lugar donde
se echaban las ofrendas. No les pareció mal sacar el dinero de allí para pagar
la muerte de un Hombre, y, sin embargo, les pareció mal volverlo a poner allí.
Los santos y piadosos sacerdotes que habían dado muerte al heredero, compraban
un campo para los de fuera, para los peregrinos. No pretendían otra cosa que
disimular su maldad con acto aparentemente piadoso. Pero Dios les castigo con
el mismo campo porque la gente le llamó «Campo de Sangre», de modo que cuantas veces se
nombraba este campo se recordaba el delito cometido.
Pilato recibe al
Salvador
La situación era nueva y de las que raras veces se
ven en el mundo. Un hombre que, días antes, había hablado en el Templo con
tanta majestad, que había entrado en Jerusalén con el triunfo más grande y la
aclamación mayor que nunca se había visto, iba ahora preso y maltratado por la
autoridad pública Un hombre que había hecho milagros por los pueblos y todos le
seguían y le tenían por profeta era ahora tratado como un malhechor. Sin duda
que la gente estaba admirada y no se hablaría de otra cosa en la Ciudad unos lo
amarían unos a otros para ir a ver una cosa tan insólita, Es muy posible que la
noticia hubiera llegado a Pilato ya desde la noche antes, y, como hombre
prudente, habría pensado bien en este caso, y estaría preparado para tratarlo
con atención y desprecio.
Los sacerdotes llegaron a la plaza del pretorio, y
subieron el a la lonja que estaba levantada sobre la plaza, a la que se subía
por unas gradas. Pero «no entraron en el pretorio para no quedar contaminados»
(Jn 18,28) “y
poder comer la Pascua». A los sacerdotes santos y piadosos, les
parecía que iban a quedar sucios e impuros con sólo pisar el pretorio donde se
condenaba y se ejecutaban las sentencias y, en cambio, no se consideraban
manchados por entregar a la muerte al Salvador. Por tanto, se quedaron a la
puerta de afuera, y entregaron al Señor a los alguaciles y oficiales del
procurador Pilato para que se lo llevasen. Se excusaron diciendo que, por
motivos religiosos, no podían entrar, y le mandaron decir que tuviese a bien
concluir aquella causa y ejecutase en aquel hombre la sentencia de muerte,
porque el caso era tan grave que ellos mismos venían en persona.
«Jesús estaba de pie ante el procurador» (Mt27, 11).
Pilato, al ver a Jesús, no dice el Evangelio si esta primera vez hablo con El,
se inclinó a favorecer su causa y advirtió que los sacerdotes traían mala
intención y que no entrar en el pretorio no era sino hipocresía, a pesar de que
pensaba así, por cumplir con ellos salió fuera:, «Pilato salió fuera para hablar con ellos».
Comprobó entonces la diferencia: la serenidad del
acusado y la exaltación y la prisa con que los sacerdotes pedían su muere.
Confirmó entonces su opinión, y les dijo lo que probablemente les había dicho
en parecida ocasión otro antecesor suyo: Sabéis bien que dos romanos no tienen
por costumbre condenar a nadie sin que el reo tenga presentes a sus acusadores
y sin que se le de oportunidades de defenderse». Vosotros me habéis traído aquí
un hombre, “¿qué
acusación traéis contra él”? No parece justo entregar a un preso y
no decir el motivo de la acusación.
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