15 DE NOVIEMBRE
SAN ALBERTO MAGNO,
OBISPO Y DOCTOR
DE LA IGLESIA
DE LA IGLESIA
Epístola – II Timoteo; IV, 1-8
Evangelio – San Mateo; V, 13-19
GRANDEZA DE SAN ALBERTO. — En un ventanal de la iglesia de los Dominicos
de Colonia se podían leer, desde 1300, las palabras siguientes: "Este santuario fué construido por el
obispo Alberto, flor de los filósofos y de los sabios, cátedra de costumbres,
debelador admirable de herejías y azote de los malvados. Ponle, Señor en
el número de tus Santos". Este
anhelo le realizó el Soberano
Pontífice Pío XI al canonizarle de un modo desusado, es decir, por una
carta decretal3 en la que le declaraba a la vez Doctor, de toda la Iglesia. Pero el culto del Santo
Doctor comenzó poco después de su muerte y la Santa Sede le aprobó, porque el Señor había manifestado la gloria y santidad de su siervo
con muchos milagros. El Papa nos hace
ver en su Carta esta gloria y
esta santidad y en lo que dice
él nos fundamos para escribir esta noticia.
LA SABIDURÍA. — "Aquel, dice, a quien saludaron
los siglos con el nombre de Grande, mereció con razón este elogio. Fue Grande
en el reino de los cielos,
según la palabra del Evangelio, por haber practicado y enseñado la ley divina y por haber hermanado en sí la ciencia
y la santidad. Tenía por naturaleza, se
ha dicho, el instinto de las
cosas grandes. Por eso, a ejemplo de Salomón, pidió con ruegos el don de sabiduría
que une íntimamente al hombre con Dios, dilata los corazones y arrastra a las alturas el espíritu de los
fieles. Y la sabiduría le enseñó
el secreto de saber juntar una vida intelectual intensa con una vida interior
profunda y una vida apostólica fructuosísima, pues él fué todo a la vez, autor de un fuerte
movimiento intelectual, un gran contemplativo y un hombre de acción".
SU CIENCIA Y SU SANTIDAD. — Prefiriendo
la oración al estudio, quiso llegar a ser un religioso santo. Pero el estudio
santificado por la oración le permitió asimilarse con suma
facilidad las cuestiones más
difíciles de las ciencias profanas y beber en abundancia en las fuentes de la ley divina, en las aguas de la doctrina más
saludable cuya plenitud poseía ya en su corazón. A la vez que contemplaba los temas más divinos y
más filosóficos, se interesaba por
todas las otras ciencias
humanas, y a ellas llevaba las luces de su ingenio. Basta leer los títulos de las obras casi innumerables de Alberto Magno, para
echar de ver que ninguna ciencia
le era desconocida: ciencias
naturales experimentales como la mineralogía, la botánica, la zoología;
ciencias abstractas: matemáticas, filosofía, metafísica. Gran mérito suyo es el haber comprendido el valor
de las obras de Aristóteles y haber sabido
desvanecer las prevenciones que alimentaban contra este filósofo pagano los mejores espíritus de
su tiempo. Acertó a ponerle al
servicio de la teología y de la Iglesia, allanando el camino de ese modo a su gran discípulo Santo Tomás de
Aquino. Vemos en él, efectivamente, una sed insaciable de verdad, una atención
que no conoce el cansancio para
observar los hechos naturales, un
amor a los monumentos de la sabiduría antigua; pero sobre todo un espíritu religioso
que le hace percibir claramente
la sabiduría admirable que brilla, en las criaturas. Tal fué, en efecto, el fin supremo y constante de la vida
intelectual de Alberto Magno: todo lo que
de bello y verdadero pudo descubrir
en la ciencia pagana, lo quiso ofrecer y consagrar al Criador, origen de toda verdad, suma de toda
belleza, esencia de toda perfección.
"Pues no es grande tan sólo
como Doctor, lo es también en otro
terreno, al orientar la doctrina hacia la vida del alma. Consagró todos sus conocimientos, toda su ciencia, su vida entera al servicio de
Dios"1 y su obra teológica
da fe de una piedad tan tierna,
de un deseo tan ardiente de llevar las almas a Cristo, que en ella se
advierte el lenguaje de un Santo que habla de cosas santas.
SU APOSTOLADO. —Finalmente, este intelectual, este contemplativo fue apóstol:
provincial de Germania, obispo
de Ratisbona, predicador de la
Cruzada, se mostró incansable en desarraigar los vicios, hábil en resolver conflictos, lleno de celo en la administración de los sacramentos,
amigo de los pobres. No nos admiremos de que los antiguos
afirmasen que Alberto Magno era "la maravilla de su siglo", ni de que le saludasen con el
título de "Doctor
universal", ni de que los que le han sucedido le admiren "como sabio, como diplomático, como Príncipe de
la Iglesia y sobre todo, como
Santo".
SU EJEMPLO. — "A Alberto Magno, ciertamente,
por razón de la alteza de sus ocupaciones, no se le puede imitar en todo. A pesar de eso,
todos tenemos nuestra ocupación,
por modesta que sea. Y ¡qué
ejemplo de vida perfecta nos deja este religioso humilde de corazón y grande de espíritu, que comprendió lo que
el Señor le exigía y lo realizó
con toda su fe, su confianza y su celo!, Aquí encontramos verdaderamente un ejemplo de la magnanimidad sobrenatural que con la ayuda de Dios, tiende hacia las cosas grandes que él nos pide".
VIDA. — Alberto Magno nació en Lauingen,
Baviera, hacia el año 1206. En su
infancia recibió educación esmerada,
y luego fué a estudiar Derecho a Padua. Allí se encontró con el Beato Jordán, Maestro general de los Frailes Predicadores,
cuyos consejos le animaron a entrar en la familia dominicana. Al poco tiempo se distinguió por su filial y tierna
devoción a la Virgen María y por
la fidelidad de su observancia monástica.
Enviado a Colonia para perfeccionar allí sus estudios, se le vió tan aplicado, que se diría haber penetrado todas
las ciencias humanas más que otro
cualquiera de sus contemporáneos. Considerado capaz de enseñar, se le nombró lector de Hildesheim, Friburgo, Ratisbona,
Estrasburgo y, por fin, de la
Universidad de París, donde hizo ver la armonía que existe entre la fe y la razón, entre las ciencias paganas y la ciencia Sagrada... El
más ilustre de sus discípulos fué Santo Tomás de Aquino, que luego le sucedió en la Sorbona. Volvió a Colonia a dirigir los estudios
generales de su Orden, se le
nombró Provincial de Alemania y, al fin, obispo de Ratisbona. Aquí gastó su vida a favor de su rebaño y conservó sus costumbres de
sencillez religiosa. Pero en
1262, a los dos años próximamente, presentó la dimisión. A partir de este momento, ejerce el ministerio de
la predicación, actúa como árbitro y pacificador de príncipes y obispos, asiste al segundo concilio de Lyon y muere en 1280. Por un
Decreto del 16 de diciembre de
1931, Pío XI le colocó en el número de los Santos y le nombró Doctor de la Iglesia Universal.
AMOR A LA SABIDURÍA.—"Sé nuestro intercesor, oh San
Alberto, tú, que, al buscar con empeño la sabiduría y la virtud desde tus años
mozos y al llevar alegremente el yugo del Señor, sólo buscaste someter todo tu pensamiento a
la obediencia de Cristo. En
cambio, Cristo ha querido en nuestros días completar tu gloria presentándote
ante nosotros como "una antorcha luminosa que alumbra al cuerpo de toda la Iglesia", porque trabajaste no para ti solo, sino para todos los que buscan la verdad. "Alcánzanos el amor de esta sabiduría
que en tal alto grado poseíste.
Y en una época en que la ciencia
se atreve a levantarse contra la fe,
y deja al Maestro de toda ciencia y cae en el materialismo, demuéstranos que entre la ciencia y la fe, entre la
verdad y el bien, entre los dogmas
y la santidad no existe oposición ninguna, sino, al contrario, una cohesión
íntima; que el estudio y la práctica
de la perfección cristiana no va
contra el talento personal, ni contra
la fuerza de voluntad, ni se opone a la actividad política, antes bien la gracia perfecciona a la naturaleza y la
comunica su nobleza admirable.
LA PAZ. — "En estos días en que todos los
pueblos desean la paz, pero no se ponen de acuerdo sobre los medios para
obtenerla y hasta olvidan los
fundamentos de una paz verdadera, volvemos nuestros ojos a ti con confianza.
Todo tu" ser reflejaba la imagen
de Cristo, Príncipe de la paz; tuviste en grado eminente el don de la conciliación,
gracias a la autoridad de que se hallaba aureolada tu fama doctrinal y tu reputación
de santidad; también tomaste parte con frecuencia y felizmente en poner paz entre los estados, los príncipes y los
individuos. Restablece, consolida la paz entre nosotros otorgándonos el amor a
la justicia, la sumisión a la ley divina, y el buscar lo único necesario, a Dios, hacia quien todos caminamos y que es el único que puede unirnos sólidamente y de verdad, en
esta vida y en la otra" Pide a Dios que la juventud acuda a la enseñanza
cristiana con el contento con que rodeaba tu cátedra.
DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA. — En fin, comunícanos tu encendida devoción
hacia el misterio de la Encarnación, tu amor tierno a la Bienaventurada Virgen
y permítenos usar tus propias palabras para repetir contigo: "¡Bendita seas, humanidad de mi
Salvador, que te has unido a la
divinidad en el seno de una Madre Virgen! ¡Bendita seas, sublime y eterna divinidad, que has querido
descender hasta nosotros en la
envoltura de nuestra carne! ¡Bendita seas por siempre tú, oh Divinidad, que por la virtud del Espíritu Santo te uniste a una carne
virginal! ¡Bendita seas, también tú, oh María, a quien escogió para su morada la plenitud de la
divinidad! ¡Oh morada de la plenitud del Espíritu Santo, yo te saludo! ¡Bendita sea igualmente La
purísima humanidad del Hijo, que
consagrada por el Padre, nació
de ti. ¡Salve, Virginidad sin mancha,
elevada ahora por encima de todos los coros de los ángeles! ¡Alégrate, Reina del mundo, por haber sido juzgada
digna de convertirte en templo de
la purísima humanidad de Cristo! ¡Regocíjate
y salta de gozo, Virgen de vírgenes, cuya carne purísima sirvió para unir en Cristo a la divinidad con la santa humanidad
recibida de ti! ¡Gózate, Reina
del cielo, porque tu seno castísimo
ofreció una morada digna a esta santa humanidad! ¡Felicítate y vive en alborozo, Esposa de los santos
patriarcas, ya que fuiste considerada merecedora de alimentar y amamantar
con tus castos pechos a esta santa
humanidad! Te saludo, virginidad
fecunda y por siempre bendita, que nos hiciste dignos de conseguir el fruto
de la vida y las alegrías de la
salvación eterna. Amén."
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