"¡Pos
quién les manda!
¡Pa
qué se meten entre las patas de
los
caballos!"
(fin
de la obra)
La solución definitiva se conseguirá
sin duda alguna, pero sin apresuramientos indebidos, porque los males de un siglo
no se han de curar en un día. Esta carta establece con
claridad que el conflicto religioso no está
resuelto: se ha encontrado un modus vivendi basado en bue- nas voluntades, el cual puede llevar con el
tiempo a una separación amistosa entre la Iglesia y el Estado, fundada en el
mutuo respeto de sus derechos. Los
arreglos plantean un problema extremadamente difícil para la Guardia Nacionol y
la Liga. Hay cientos de huérfanos, de lisiados y heridos que dependen económicamente
de estas instituciones. Son miles los hombres que, abandonando todo, se entregaron
en cuerpo y alma a la defensa de los derechos de la Iglesia y de los suyos
propios de hombres libres. En la lucha se han cubierto de gloria en muchas
ocasiones; esperaban razonablemente el triunfo de sus armas. Treinta meses hace
que combaten y no han podido con ellos las tropas de la Federación y los
agraristas al mando de sus mejores jefes. La última, la más feroz y organizada
de las batidas acaba de fracasar. Los callistas están paralizados y los libertadores
conservamos la ofensiva con golpes certeros e imprevistos. Pero luchamos por
Cristo, peleamos para obtener la libertad de Su Iglesia, y ésta, según el
Delegado Apostólico, se ha logrado, cuando menos en la parte que juzgan
indispensable. La Liga expuso la situación en un manifiesto en que dice: No
animan, ni nunca han animado a los miembros de la Guardia Nacional ni a los de
la Liga, ambiciones personales ni bastardas, ni son presa de la necia
impaciencia de pretender consumar de un golpe la reivindicación de todos los derechos
...
. . . En esta áspera y cruenta lucha se ha logrado infundir en el alma
nacional una formidable y honda pasión por llevar a cabo la reconquista, de
hecho y de derecho, de nuestras libertades esenciales, y no habrá poder humano
que pueda arrancársela; y porque como católicos tenemos plena confianza en el
Soberano Pontífice y su firmeza, la Liga estima que ha llegado el momento
decisivo de cesar en la lucha bélica, para ir a consagrarse a otra clase de
actividades normales, que redunden siempre en bien de la Patria y de nuestra
fe. Ni se pretende, ni se ha pretendido valerse de la Religión para obtener,
por su medio, transformaciones de carácter temporal de la cosa pública. Muy
dolorosa ha sido la prueba sufrida, pero en ella y con ella ha quedado
demostrado que, cuando se tocan con mano despiadada los más sagrados derechos
que el católico tiene en lo profundo de su alma, se desencadenan borrascas
deplorables para todos ... La contienda ha formado caracteres: damas de todas
clases sociales, niños, jóvenes, hombres en la plenitud de la edad y en la edad provecta, han adquirido el hábito
de la lucha desinteresada y noble, curtidos en todos los dolores y en todos los
desamparos. Ese rico patrimonio constituido en este largo período de suprema
angustia, no debe ser despilfarrado, sino que debe emplearse ahora para hacerle
fructificar en la tarea colosal de la reconstrucción patria. La resolución de
la Liga fue obedecida por los libertadores. Se nos ordenó suspender las
hostilidades y depusimos las armas. En unos cuantos días se logró la
pacificación de grandes regiones don- de alentaba un movimiento insurgente que
no pudo ser dominado por la fuerza, y el cual, en esos momentos, abrigaba
mayores esperanzas que nunca. Se me designó oficial de enlace entre los
nuestros y los callistas para el efecto del licenciamiento. Parte el alma ver
la pena con que los libertadores entregan sus armas, heroicamente conquistadas.
A cambio reciben el salvoconducto y unos cuantos pesos para su traslado. Tengo
miedo de volver a un medio tan distinto de este en que he vivido tantos meses.
Ofrecí mi vida por una causa justa y estoy aligerado de las preocupaciones que
agobian a los que ansían vivir; pero no me siento derrotado, sé que esto no es
el fin. Ofrendamos vida, tranquilidad y bienes; pero alentábamos esperanzas de
victoria sobre el bolchevismo. Ahora ya nada esperamos, se consumó el
sacrificio; pero Dios triunfará, a su modo, como triunfó cuando murió en la
Cruz, vituperado y escarnecido. Se suceden las despedidas de los hombres que
vivimos como hermanos tantos momentos trágicos, y otros de triunfo. Partió Adalberto
con la ilusión de conocer a su hijo. El no se conformará sólo con que éste sea
bueno y honrado. Formará un hombre que trabaje por hacer a México más libre y
más humano. Será la generación de ese niño la que vea los resultados. Regresan los cruzados de Cristo con las cicatrices de sus heridas, y en
el alma mortal tristeza, como nunca se padeció durante los largos años de
brega. Son los entusiastas de ayer, los que no regatearon al hacer las cosas
que creyeron dan sentido a la vida. Otros duermen bajo tierra, o se calcinan
sus huesos al sol. Los que viven volverían a lanzarse; son idealistas a quienes
no vence el sufrimiento, ni entienden de modus vivendi.
EPILOGO
LAS ÚLTIMAS HOJAS DE ESTE DIARIO están destrozadas por las balas que dieron muerte
a su autor manchadas con la sangre que tenía ofrendada. Paseaba por el andén de
la estación en espera del tren que habría
de llevarlo de vuelta a su casa. Con él estaban dos de sus compañeros; todos
con salvoconductos en regla. Hombres armados ocultos tras los carros caja
estacionados hicieron fuego sobre ellos y huyeron. Los cadáveres permanecieron horas
en el andén sin que la autoridad se diera por enterada. Gente piadosa les cerró
los ojos y los cubrió con sarapes. El pueblo se conmovió al enterarse de que
eran cristeros amnistiados, y un grupo de vecinos ocurrió al jefe de la
guarnición de la plaza en demanda de justicia y garantías; pero éste con
altanería desprecio respondió:
- ¡Pos quién les manda! iPa qué se meten entre las patas de los caballos!
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