Monumento a Cristo Rey en Tenancingo (el segundo más alto del mundo)
El Presidente Municipal
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El gran error de los católicos mexicanos, nuestros antepasados, fue el
haberse retirado desalentados de la política, al caer bajo las balas liberales en
el Cerro de las Campanas de Querétaro, junto con el Emperador Maximiliano, los
dos grandes jefes del partido conservador, Miramón y Mejía. Error muy
explicable por cierto, pero cuyas consecuencias aún sufrimos. Porque, aquel
gran señor príncipe austríaco Maximiliano, en quien tantas esperanzas de los
conservadores católicos se habían cifrado, de que establecería el orden en
nuestro país, tan agitado por las continuas revoluciones, había seguido hasta
poco antes de su ruina, la táctica de conciliación y componendas, que la
historia ha demostrado siempre ser inútil, cuando se trata de la revolución
anticristiana. Rodeóse de hombres prominentes del liberalismo, y alejó de sí
con honrosos pretextos a los católicos conservadores.
Los liberales, naturalmente, lo empujaron arteramente hacia el abismo, y
los católicos del partido conservador, desalentados por el fracaso de sus
esperanzas, abandonaron la lucha creyéndose irremisiblemente perdidos. Nunca el
desaliento, ni en política como en ninguna otra cosa, ha sido provechoso para
nada. Los enemigos del catolicismo mexicano, tomaron la sartén por el mango, como
se dice vulgarmente, y sin seria oposición, cada día más, se fortificaron en el
poder, y avanzaron en su programa de descatolización, por la persecución a la
iglesia y en especial por la laicización de la escuela y de toda la vida nacional.
¿Por qué no habían de hacerlo, si ese precisamente era el programa y consigna
de la masonería, que los había ayudado poderosamente a conquistar el triunfo? Y
esa es la causa por la que, después del resurgimiento del espíritu católico, a causa de la persecución callista,
vemos con no poco dolor no exento de temor, que no faltan tampoco en nuestros
mismos días, antiguos gloriosos líderes máximos de la resistencia cristera, quienes se han
dejado engañar, miserablemente, por aquel mismo espíritu de conciliación y
pacto con los ideales hipócritas de una revolución que, en otros tiempos, ellos
mismos, con gran valor cívico y cristiano, calificaban justísimamente de inconciliable
con el orden cristiano de la sociedad.
¡Qué profunda amargura causa en
el ánimo de los buenos católicos mexicanos el que esos antiguos paladines de
Cristo Rey, se hayan olvidado completamente de aquellas palabras de la áurea
Encíclica del hoy Beato Pío X, titulada Jocunda sane del 12 de marzo de 1904,
que decían: "Es gravísimo el error de aquellos que, pensando merecer por
eso el bien de la Iglesia, y trabajar fructuosamente en la salvación de los
hombres, se permiten, por una prudencia excesivamente mundana, hacer demasiadas
concesiones a la falsa ciencia del mundo, con la vana esperanza de ganar con
más facilidad la benevolencia de los amigos del error. En realidad, lo que
ellos hacen es exponerse ellos mismos al peligro de perder su alma. La verdad
es una e indivisible; eterna como es. no está nunca sometida a las veleidades
de los tiempos".
Y ¿cómo no recuerdan, que hace tan sólo unos cuantos años, la misma revolución
anticristiana, que hoy se conoce con el nombre de comunismo, propuso
habilísimamente, enseñada por la historia, para lograr más fácilmente sus
fines, la política llamada de la mano tendida a los católicos; que muchos de
ellos estuvieron a punto de caer en el garlito, y que sólo nos salvamos por la
reprobación absoluta, que desde las alturas del Vaticano lanzó contra dicha
política falaz el vigilante sucesor de San Pedro? No, no puede haber pacto
alguno entre Cristo y Belial. Tales eran las ideas y sentimientos profundos de
un caballero católico de la ciudad de Tenancingo, del estado de México, en los
álgidos momentos de la persecución callista: Don Antonio Videz. Hombre honrado,
culto, muy estimado de todos los vecinos de la población, católico de
convicción y no de exterioridades y palabras brillantes, pensaba con justicia,
que los católicos no debían haber cedido nunca en la lucha contra el
liberalismo laicizadar de México, y no debían apartarse de la política para
poder luchar en el mismo terreno con los enemigos de Dios.
Así que, el año de 1927, aceptó con gusto el cargo de Presidente
Municipal de Tenancingo, resuelto a mostrarse en su gestión de acuerdo con sus
convicciones, y aunque sea en la pequeña posibilidad de una presidencia municipal,
demostrar cómo un católico, obrando conforme a sus principios, puede procurar
el bien de la sociedad. De todos los ámbitos del país llegaban a Tenancingo las
tremendas noticias de la persecución sangrienta a los católicos. No ignoraba,
pues, a lo que se exponía mostrándose en su actividad de gobernante de la
pequeña entidad, como buen católico. Y sin embargo, estaba resuelto a no claudicar ni un ápice de sus principios. ¡Era todo un hombre! No
faltaron, naturalmente, quienes pretendieran se acomodara a las circunstancias y
modo de ser de los gobernantes del país, puesto que era uno de ellos, aunque en
pequeña escala, pero él enfáticamente declaró que durante su presidencia
municipal los católicos de Tenancingo podían con toda tranquilidad celebrar sus
actos de culto en privado, puesto que en público la misma autoridad
eclesiástica lo había prohibido como sabemos; y que en la escuela católica no
debía quitarse el Crucifijo, como habían obligado a hacerlo en otras escuelas
del país, los esbirros del gobierno, cuando no habían cerrado la escuela y
aprehendido o expulsado a los maestros y maestras.
Así que, los católicos de Tenancingo, en aquel año de 1927 vivían en paz,
y sólo sentían el vivo dolor de los sufrimientos de sus hermanos como el resto
del país. Eso, naturalmente, no fue del agrado de la masonería. Verse así,
contrarrestada su empresa por un insignificante presidencillo municipal! Eso no
podía ser; y decretaron que le había de pagar muy caro, por su tremenda osadía,
cuando terminara el año de su presidencia. Y en efecto terminó el año de 27.
Otro Presidente Municipal, esclavo de las Logias, subió al poder, y la
sentencia masónica ya podía cumplirse. Una denuncia anónima fue presentada al
nuevo jefe, acerca de una supuesta participación de Videz en el movimiento
cristero. Había que dar alguna apariencia legal al premeditado castigo, aunque fuera
la de mentida rebelión contra el gobierno, lo que ya hemos dicho no era
rebelión, sino defensa y muy legítima. Pero en el caso de Videz ni siquiera eso
podía probarse.
No obstante, el 9 de febrero de 1928 fue aprehendido en su casa por los
esbirros del presidente nuevo, sin que ni por la imaginación le hubiera pasado
lo que aquel día le esperaba. A las 4 de la tarde el mismo presidente, comenzó
el interrogatorio exigiéndole que declarara cuál era su participación en la rebelión.
—Ninguna —respondió—. Todos en Tenancingo me conocen y saben que no he
tenido la fortuna de intervenir directamente en el movimiento cristero.
Y sin respeto ninguno a la palabra de un hombre honrado, como tal conocido
de todos, el juez transformado en director de verdugos, mandó que lo colgasen
de modo vergonzoso, para que el dolor le hiciera confesarse culpable. O que por
lo menos delatara a los que supiera ser participantes en aquella lucha heroica.
—No sé nada, ya os lo he dicho. Pero comprendo cuál es la causa de esta
vuestra barbarie... Pues bien; sí ¡soy católico! y he protegido a los católicos
vecinos, y al cura de la parroquia, durante mi gestión del año pasado. Si eso
es lo que queréis que declare, lo declaro y no me arrepiento de ello.
A punto de perder el conocimiento, suspendieron el tormento para
continuarlo después. Mientras tanto la afligida esposa de Don Antonio acudió al
presidente para pedirle de rodillas y con las lágrimas en los ojos la libertad
de su inocente marido.
—Está bien, señora; tráigame usted $500.00 y se lo entregaré—. Desolada
corrió la afligidísima esposa en busca del dinero, que exigía el rapaz verdugo.
¡Ay! eran pobres los Videz, a pesar de haber sido él durante un año gobernante, tiempo suficiente, como lo han demostrado otros
próceres de la revolución, para enriquecerse. ¡Y no pudo conseguir más que
$300.00! Llevólos a la fiera rapaz, y ésta se los metió en su propio bolsillo,
y le dijo a la señora, que ya vería de darle un poco más tarde la libertad
pedida. Pero a las 10 de la noche otra vez mandó sujetar a Videz, al mismo tormento
espantoso de la tarde. Videz no podía declarar más que lo que ya había dicho:
que era católico y como gobernante defensor de los vecinos católicos ... ¡ Eso
todo el mundo lo sabía. . . ! Finalmente a las primeras horas de la madrugada,
sacándolo por una puerta excusada de la cárcel, para impedir que se despidiera
de su esposa y su pequeño hijo, que lo esperaban, cuando conforme a la palabra del
falso juez, creían saldría libre, lo llevaron a un lugar llamado "Las Escalerillas"
en el camino de Toluca, y allí lo fusilaron por la espalda. Y ¿qué sacó con
eso?, preguntarán irónicos los claudicantes de la mano tendida.
¿Qué sacó? Para él la gloria del martirio por su fe católica, para su familia
una honra como pocas se encuentran, y para los mexicanos: el sublime ejemplo de
lo que debe ser un hombre de convicciones y de fe en Dios.
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