De la misa evangelica de Lutero al novus ordo missae
(Fin
del artículo)
Cuando el cardenal Willebrands fue al Consejo Ecuménico de Iglesias, en
Ginebra, declaró: "Debemos rehabilitar a Lutero". ¡Y lo dijo como
enviado de la Santa Sede! Veamos la Confesión. ¿En qué se ha convertido el
Sacramento de la Penitencia con esa absolución colectiva? Esa manera de de cír
a los fieles: "Os hemos dado la absolución colectiva, podéis comulgar, y
cuando tengáis ocasión, si tenéis pecados graves, iréis a confesaras en los
próximos seis meses, o dentro de un año...", ¿quién puede decir que esa
manera de obrar sea pastoral? ¿Qué idea podremos forjarnos del pecado mortal? El
sacramento de la Confirmación también se encuentra en análoga situación. Ahora
hay una fórmula corriente: "Te signo con la Cruz y recibe el Espíritu Santo". Deben aclarar
cuál es la gracia especial del Sacramento por el cual se da el Espíritu Santo.
Si no se dice: "Ego
te confirmo in nomine Patris... ", ¡no
hay Sacramento! También lo dije a los cardenales porque me
afirmaron: "¡Dais
la confirmación en donde no tenéis derecho a hacerlo!". Lo hago porque los fieles tienen miedo de que
sus hijos ya no tengan la gracia de la Confirmación, porque tienen dudas sobre la validez del
Sacramento que se da ahora en las, iglesias. Para tener al menos la
seguridad de recibir verdaderamente la gracia, me piden dar la Confirmación. Lo
hago porque me parece que no puedo rehusarme a los que me piden la Confirmación
válida, aun cuando no sea lícita. Porque estamos en una época en la que el derecho divino
natural y sobrenatural se impone al derecho positivo eclesiástico cuando éste
se le opone en lugar de ser su canalización.
Nos
encontramos en una crisis extraordinaria. No podemos seguir esas reformas. ¿Dónde están los
buenos frutos que han dado? ¡Eso es lo que me pregunto, en verdad! La reforma litúrgica,
la reforma de los seminarios, la reforma de las congregaciones religiosas... ¡Todos
esos capítulos generales! ¿Dónde han puesto ahora a esas pobres congregaciones?
Todo desaparece. .. ¡Ya no hay novicios, ya no hay vocaciones! ... El Cardenal-Arzobispo
de Cincinnati lo reconoció asimismo en el Sínodo de Obispos en Roma: "En
nuestros países -representaba a todos los países de habla inglesa- ya no hay
vocaciones porque ya no se sabe qué es el sacerdote". Por lo tanto, debemos permanecer en la Tradición.
Sólo la Tradición nos da verdaderamente la gracia, nos da verdaderamente la
continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuiremos a la
demolición de la Iglesia.
También le dije a los cardenales: "¿No veis
en el Concilio que el esquema sobre la libertad religiosa es un esquema
contradictorio? En su primera parte se dice: "Nada ha cambiado en la Tradición" y en el
contenido de ese esquema todo es contrario a la Tradición. Es contrario a lo
que dijeron Gregorio XVI, Pío IX y León XIII". "Entonces, ¡hay que elegir! O estamos de acuerdo con la libertad religiosa del
Concilio y en ese caso nos oponemos a lo que dijeron esos Papas; o estamos de
acuerdo con esos Papas y en ese caso no estamos de acuerdo con lo que se dice
en el esquema de la libertad religiosa. Es imposible estar
de acuerdo con las dos cosas. Y agregué: Optó por la
Tradición, estoy por la Tradición y no por esas novedades, que son el
liberalismo Nada menos que ese liberalismo que condenado por todos los
Pontífices durante un siglo y medio. Ese liberalismo ha entrado
en la Iglesia a través del Concilio la libertad la igualdad y la
fraternidad". La libertad: la
libertad religiosa; la fraternidad: el ecumenismo; la igualdad: la colegialidad.
Y ésos son los tres principios del liberalismo, que provino de los filósofos
del siglo XVI y desembocó en la Revolución francesa. Ésas
son las ideas que han entrado en el Concilio por medio de palabras equívocas y ahora vamos a la ruina, la ruina de la Iglesia,
porque esas ideas son absolutamente contra natura y contra la fe. No hay igualdad
entre nosotros, no hay verdadera igualdad. Ya lo dijo muy bien y con toda claridad
el Papa León XIII en su encíclica sobre la libertad.
Después, la fraternidad. Si no hay un
padre, ¿adónde iremos a buscar la fraternidad? Si no hay Padre, si no hay Dios,
¿cómo vamos a ser hermanos? ¿Cómo podemos ser hermanos sin un padre común?
¡Imposible! ¿Tenemos
que abrazar a todos los enemigos de la Iglesia, a los comunistas, a los budistas,
a todos los que están contra la Iglesia?, ¿a los masones? y ese decreto fechado
hace una semana que
dice que ahora ya no hay excomunión para un católico que entra en la masonería.
¿La masonería que destruyó a Portugal?,
¿que estuvo en Chile con Allende, y ahora en Vietnam del Sur? Hay que
destruir a los Estados católicos:¡Los masones quieren la destrucción de los
países católicos! ¿Qué Austria durante la Primera Guerra mundial, Hungría,
Polonia... pasará dentro de un año en España, en Italia, etcétera? ¡Ah, ¿Por qué la
Iglesia abre los brazos a toda esa gente que son enemigos de la Iglesia? Cuánto debemos rezar, rezar! Presenciamos un ataque del demonio contra
la Iglesia como jamás se vio. Debemos rezar a Nuestra Señora la Santísima
Virgen María; para que venga en nuestra ayuda, porque verdaderamente
no sabemos qué ocurrirá mañana... ¡Es imposible que Dios tolere todas esas
blasfemias; esos sacrilegios, que se hacen a su gloria, a su majestad! Pensemos
en las leyes del aborto, que vemos en tantos países, en el divorcio en Italia,
toda esa ruina de la ley moral, esa ruina de la verdad. ¡Resulta difícil creer que todo eso pueda
ocurrir sin que un día Dios hable y castigue al mundo con penas terribles!
Por eso debemos pedir a Dios misericordia para nosotros y para nuestros
hermanos; pero debemos luchar, combatir. Combatir para mantener la Tradición y
no tener miedo. Mantener, por sobre todo, el rito de nuestra santa misa, porque
es el fundamento de la Iglesia y de la civilización cristiana. Si ya no hubiera una verdadera misa en la
Iglesia, la Iglesia desaparecería. Debemos, pues, conservar ese rito, ese
Sacrificio. Todas nuestras iglesias se construyeron para esa misa, no para
otra: para el Sacrificio de la misa, no para una cena, para una comida, para un
memorial, para una comunión. ¡No! ¡Fue para el Sacrificio de Nuestro Señor
Jesucristo que continúa sobre nuestros altares! ¡Por eso nuestros antepasados
construyeron esas iglesias hermosas, no para una Cena ni para un memorial, nol
Confío en vuestras oraciones para mis seminaristas, para hacer de ellos
verdaderos sacerdotes, que posean la fe y que así puedan dar los verdaderos
sacramentos y el verdadero Santo Sacrificio de la Misa. Muchas gracias.
(Conferencia pronunciada
en Florencia el 15 de febrero de 1975).
*P. D. Estimados lectores no quise agregar otro
artículo al fin de este porque me parece una pequeña joya engarzada en la
VERDAD absoluta aunque el Sacrificio de la Santa Misa en sí mismo lo es todo
para Dios. Este el verdadero y autentico de Monseñor Lefebvre no le conocí
otro, era claro, profundo y vehemente daba la sensación de que él sentía un
VERDADERO dolor por lo que estaba y está sucediendo en la Iglesia y algunas
veces lloro cuando nos hablaba a nosotros sus seminaristas sobre estos temas.
Parecía como que quería infundir en nuestras almas el verdadero espíritu de
lucha que a él le movía, la verdad no parecía sino que quería que fuéramos como
él pues no tenía ninguna envidia en que alguno de sus alumnos lo superase
heredando este valiente espíritu, pero en honor a la verdad, entre sus más
allegados, sobre todo los obispos consagrados por él, ninguno a sabido o no ha
querido imitar cabal y en todo cuanto se hubiera querido a Monseñor Lefebvre.
Mientras brillo esta lámpara no tuvimos miedo al enemigo, sus palabras hacían
vibrar nuestros corazones, cuando menos hablo del mío, y sus expresiones nos
daban la certeza absoluta de estar diciendo la VERDAD objetiva que es Dios en
absoluto. Cuando la lámpara se apago entonces se apodero de muchos, incluido
quien esto escribe, un miedo difícil de definir, sentí que había perdido a un
PADRE que nunca tuve, me refiero a lo biológico, pero en él encontré a ese
PADRE. He perdido muchos y queridos parientes, pero por ninguno de ellos he
llorado y en la muerte de Monseñor di rienda suelta al llanto porque, por un
lado, lloraba al Maestro y Padre y, por otro lado, veía como se extinguió esta lámpara y en
el lejano horizonte no se veía una luz que tomara la llama de la lámpara que se
extinguió, fue una verdadera e irreparable pérdida para mí su muerte. Me queda
el consuelo de tener un protector en el cielo y el consuelo de volverlo a
encontrar en la patria eterna. Desde esta pérdida terrible sus libros escritos
son como mi paraguas contra las hordas modernistas y liberales que azotan sin
clemencia a aquellos pocos católicos que queremos seguir firmes en la tradición
de siempre. Sinceramente, cuando corregía este texto no pude evitar evocar
aquellos tiempos cuando nos estremecía con sus platicas y nos hacia vibrar de
emoción que no era de este mundo, es decir, natural sino sobrenatural.
R.P
Arturo Vargas*
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