18 DE SEPTIEMBRE
SAN JOSE DE
CUPERTINO, CONFESOR
LA SANTIDAD NO CONSISTE EN LOS FENÓMENOS MÍSTICOS. —
"Existe una opinión generalmente bastante extendida y acaso autorizada por
los tratados místicos de los tiempos modernos y el modo de escribir la vida de
los santos. Se ha acostumbrado uno ya a no reconocer la santidad más que en
ciertas manifestaciones extraordinarias con que a veces se adorna, o bien en los
medios de que se sirve el Señor para prepararla, engrandecerla o darla a
conocer cuando le place... medios que no son ni la santidad ni manifestación
esencial de ella...:"Aun cuando su causa es divina, no hay lugar a darlo
gran importancia, puesto que no nos revelarían la profundidad y el valor real
de la acción divina que, en general, cuanto más intensa es, menos se
exterioriza. > "Al leer las vidas de los Padres y de los grandes
contemplativos antiguos, nos admira el silencio casi absoluto que guardan sobre
los efectos exteriores de la contemplación sobrenatural... Para estos maestros
la unión con Dios, la verdadera santidad, consiste en la práctica heroica de
las virtudes teologales y cardinales... "Los Santos son hombres como los
demás; sólo que han tomado en serio las condiciones de su creación y el fln que
Dios se propuso al crearlos.
FIN DE LOS PRIVILEGIOS. — Sucede que Dios da a
algunos servidores suyos privilegios que no son necesariamente señal de
santidad, sino que pueden ser su recompensa y sobre todo que se ordenen a la
utilidad de la Iglesia, a la salvación, conversión y santificación de las almas
que son testigos de esos maravillosos fenómenos. Dios los concede cuando le
place y los retira también cuando quiere, y la señal de que son obra suya la
encontramos en la humildad de la que nunca se apartan los que son así
favorecidos por la liberalidad divina.
PRIVILEGIOS DE SAN JOSÉ. — Dos privilegios se le
concedieron a San José de Cupertino: le dieron mucha fama, pero le ganaron aún
más padecimientos y humillaciones: el don de estar levantado en el aire como
por una explosión de amor de Dios, y el de leer en las almas como si fuesen
libros abiertos ante su vista. Mucho le costó a este pobre e ignorante
religioso que le admitiesen los Frailes Menores, pues parecía que no valdría
para nada; si recibió las órdenes, se debió a que el Obispo confiado no le examinó.
Pero Dios quería manifestar en este ignorante, que tanto había mortificado su
carne y sufrido tantas humillaciones y oprobios, los privilegios de que gozarán
nuestros cuerpos y nuestras almas después de la Resurrección. En efecto, los
cuerpos resucitados podrán entonces trasladarse de un lugar a otro con gran
rapidez y elevarse hacia Dios sin que su pesadez sea obstáculo; y nuestras
almas podrán leer en las otras todo lo que la gracia de Dios puso en ellas desde
su bautismo hasta su gloriñcación. ,
VIDA. — José nació el 17 de junio en Cupertino, reino
de Ñapóles. Era de familia tan pobre, que su madre le dió a luz en un establo.
La misma madre le educó muy piadosa y severamente. Desde su infancia, su
oración era tan fervorosa y constante, que parecía no entender nada y que sólo
le interesaba Dios. A los 17 años ingresó en los Menores Conventuales: hubo que
despedirle, pues, aunque sus virtudes y arrobamientos eran notorios, era
también un inútil para cualquier clase de trabajo y siempre estaba fuera de regla.
Los Conventuales, con todo, mudaron de parecer, entró en el noviciado y hasta pudo
ser ordenado de sacerdote, a pesar, de la ignorancia de la escolástica. Le
confiaron sus Superiores la predicación: su lenguaje directo y lleno de ardor
convirtió a muchos pecadores. Sus éxtasis, su vida entre el cielo y la tierra,
su don de leer en las almas, le granjearon mucha celebridad, pero también
persecuciones: fué denunciado a la Inquisición. Reconoció ésta su virtud, pero por prudencia
dispuso que se le recluyese en un convento de su Orden. Contentísimo de esta determinación,
José pasó los últimos años de su vida en la oración y el silencio. Murió en
Osimo, cerca de Loreto, en 1663 y fué beatificado én 1753 por Benedicto XIV y
luego canonizado por Clemente XIII en 1767.
PLEGARIA. —
Damos gracias a Dios por los prodigiosos dones que se dignó concederte; pero tus
virtudes son maravillas mayores. Sin éstas, los primeros serían dudosos para la
Iglesia, para la Iglesia que aún desconfía las más de las veces, cuando ha
corrido ya mucho tiempo y el mundo aplaude y admira. La obediencia, la paciencia,
la caridad que siempre iba en aumento con las pruebas, grabaron en ti su sello
de la incontestable autenticidad divina de esos hechos extraordinarios, cuya
falsificación artificiosa no excede el poder natural del enemigo. El diablo
puede levantar a Simón por los aires; pero le es imposible hacer humilde a un hombre.
Digno hijo del Serafín de Asís, ojalá logremos nosotros también volar en pos de
ti, no por los aires, sino por las regiones de la luz verdadera, donde, lejos
del mundo y de sus pasiones, nuestra vida, a semejanza de la tuya, quede
escondida con Cristo en Dios.
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