Después DE Pentecostés
El paralitico que lleva su
cama es el tema del Evangelio del día y da el nombre a este
Domingo. Se ha podido advertir que el lugar de este Domingo viene en el Misal a
continuación de las Cuatro Témporas de otoño. No vamos a discutir con los liturgistas
de la edad media si hay que considerarle como ocupando el lugar del Domingo
vacante que antiguamente seguía siempre a la ordenación de los ministros sagrados,
según en otra parte dijimos Manuscritos antiquísimos, Sacramentarlos y Leccionarios,
le llaman con este nombre empleando la fórmula harto sabida: Dominica vacat.
Es también cosa digna de hacerse notar que la Misa de este día es la única en
la que se ha invertido el orden de las lecturas sacadas de San Pablo y que
forman las Epístolas desde el sexto Domingo después de Pentecostés: la carta a
los Efesios, ya empezada y que se continuará, se interrumpe hoy para dar lugar
al pasaje de la primera Epístola a los Corintios, en el que da gracias el Apóstol
por la abundancia de los dones gratuitos otorgados a la Iglesia en Jesucristo. Pues
bien, los poderes que la imposición de las manos ha conferido a los ministros
de la Iglesia, son el don más maravilloso que conocen el cielo y la tierra, y,
además, las diversas partes de esta Misa se refieren muy bien, como se verá, a
las prerrogativas del nuevo sacerdocio. La liturgia del presente Domingo
ofrece, pues, especial interés si viene a continuación de las Cuatro Témporas
de septiembre. Pero no es ordinario, al menos por ahora, que esto suceda, y así
no queremos detenernos ya más en estas consideraciones para no meternos
demasiado en el campo de la arqueología y sobrepasar los límites fijados.
MISA
Desde Pentecostés el
Introito de las Misas dominicales se ha tomado siempre de los salmos.
Recorriendo el Salterio desde el salmo doce hasta el ciento dieciocho, la Iglesia,
sin cambiar el orden de estos cantos sagrados, pudo escoger en ellos la expresión
más conveniente a los sentimientos que deseaba formular en su Liturgia. En
adelante las antífonas del Introito se tomarán de los diversos libros del
Antiguo Testamento, salvo una vez en que se empleará nuevamente el libro por excelencia
de la alabanza divina. Hoy, Jesús, hijo de Sirac, el autor inspirado del
Eclesiástico, pide a Dios que justifique la fidelidad de los profetas del Señor
mediante el cumplimiento de lo que anunciaron. Los intérpretes de los oráculos
divinos son ahora los pastores de las almas, a quienes la Iglesia envía a predicar
en su nombre la palabra de salvación y de paz; pidamos, nosotros también, que
la palabra no sea vana jamás en su boca.
INTROITO
Da paz, Señor, a los que esperan en ti, para que sean hallados veraces tus profetas: escucha la plegaria de tu siervo y tu pueblo Israel. — Salmo: Me alegré de lo que se me dijo: Iremos a la casa del Señor, y. Gloria al Padre.
Da paz, Señor, a los que esperan en ti, para que sean hallados veraces tus profetas: escucha la plegaria de tu siervo y tu pueblo Israel. — Salmo: Me alegré de lo que se me dijo: Iremos a la casa del Señor, y. Gloria al Padre.
El medio más seguro de obtener la gracia es siempre la humilde confesión de nuestra impotencia para agradar al Señor por nosotros mismos. La Iglesia continúa dándonos en sus colectas fórmulas admirables.
COLECTA
Suplicamoste, Señor, hagas que la obra de tu misericordia dirija nuestros corazones: porque sin ti no podemos agradarte. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Suplicamoste, Señor, hagas que la obra de tu misericordia dirija nuestros corazones: porque sin ti no podemos agradarte. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Corintios. (I Cor., I, 4-8).
Hermanos: Doy siempre gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús: porque habéis sido enriquecidos en El en todo, en toda palabra, y en toda ciencia, siendo asi confirmado en vosotros el testimonio de Cristo: de modo que ya no os falta nada en ninguna gracia, mientras esperáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo, el cual os confirmará también hasta el fin, para que estéis sin mancha el día de la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Corintios. (I Cor., I, 4-8).
Hermanos: Doy siempre gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús: porque habéis sido enriquecidos en El en todo, en toda palabra, y en toda ciencia, siendo asi confirmado en vosotros el testimonio de Cristo: de modo que ya no os falta nada en ninguna gracia, mientras esperáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo, el cual os confirmará también hasta el fin, para que estéis sin mancha el día de la venida de Nuestro Señor Jesucristo.
SENTIMIENTOS DE LA IGLESIA. — La última venida del
Hijo de Dios ya no está lejos. La inminencia del desenlace que tiene que dar la
plena posesión del Esposo a la Iglesia, duplica sus esperanzas; pero el juicio
final que consumará al mismo tiempo la reprobación de gran número de hijos
suyos, junta en ella el temor al deseo, y estos dos sentimientos irán dominando
cada vez más en la Santa Liturgia. La esperanza nunca ha dejado de ser como algo
esencial en la existencia de la Iglesia. Privada de contemplar la divina
belleza del Esposo, no habría hecho otra cosa desde que éste nació, más que
suspirar en el valle del destierro si el amor que arde en ella, no la
hubiese obligado a gastarse, sin mirarse a sí misma, por Aquel hacia el cual se
iba todo su corazón. Se entregó, pues, sin medida al trabajo, al sufrimiento, a
la oración y a las lágrimas. Pero su abnegación, por generosa que sea, no ha
hecho que se olvide del objeto de sus esperanzas. Un amor sin deseos no es
virtud para la Iglesia; lo condena en sus hijos como una injuria al Esposo. Sus
aspiraciones desde el principio eran tan legítimas y a la vez tan vehementes,
que la eterna Sabiduría quiso mirar por la Esposa, ocultándola la duración del
destierro. El único punto sobre el cual Jesús se negó a informar a su Iglesia
cuando los Apóstoles se lo preguntaron fué la hora de su venida. Semejante
secreto entraba en los planes generales del gobierno divino sobre el mundo;
pero, de parte del Hombre-Dios, era también compasión y cariño: la prueba habría
sido demasiado cruel; y era mejor dejar a la Iglesia con la idea, verdadera también,
de la proximidad del fin, pues ante Dios mil años son como un día.
ESPERAR AL QUE VIENE. — Esto nos explica la complacencia
con que los Apóstoles, intérpretes de las aspiraciones de la Santa Madre
Iglesia, insisten continuamente en sus palabras sobre la afirmación de la
venida próxima del Señor. El cristiano espera la manifestación de Nuestro
Señor Jesucristo el día que venga, nos acaba de decir San Pablo por dos
veces en una misma frase. Aplicando a la segunda venida los suspiros inflamados
de los profetas que anhelaban la primera, dice en su carta a los Hebreos: Un
poco todavía, poquísimo tiempo, y el que tiene que venir, vendrá y no
tardará. Y, en efecto, así mismo en la nueva como en la antigua alianza, el
Hombre-Dios se llama, por razón de su manifestación final esperada, el que
viene, el que tiene que venir 3. El grito que pondrá fin a la historia del mundo
será el anuncio de su llegada: ¡He aquí que viene el Esposo 4!
"Ciñendo, pues, espiritualmente vuestros riñones, dice San Pedro, pensad en
la gloria del día en que se revelará el Señor; esperadle, aguardadle con santa esperanza".
EL MILAGRO. — Porque ha de ser grande el peligro en
los últimos días, en que las virtudes de los cielos se tambalearán el Señor,
como dice la Epístola, se ha cuidado de confirmar en nosotros su testimonio,
de fortalecer nuestra fe por las múltiples manifestaciones de su poder. Y, como
para cumplir esta otra palabra de la misma Epístola, que confirmará de
ese modo hasta el fin a los que creen en El, sus prodigios se duplican
en nuestros tiempos precursores del fin. El milagro se da, por cierto, en todas
partes y a la faz del mundo; las mil voces de la publicidad moderna llevan sus ecos hasta las extremidades de la tierra.
En el nombre de Jesús, en el nombre de los santos, sobre todo en el nombre de
su Madre Inmaculada, que prepara el último triunfo de la Iglesia, los ciegos
ven, los cojos andan, los sordos oyen, los males del cuerpo y del alma pierden
repentinamente su imperio. La manifestación del poder sobrenatural se ha hecho
tan intensa, que hasta los servicios públicos, hostiles o no, tienen que
tenerlo presente; hasta el trazado de los ferrocarriles se sujeta a la necesidad
de llevar a los pueblos a los lugares benditos en que se ha manifestado María.
En vano dice el impío en su corazón: ¡No hay Dios! Si no comprende el
testimonio divino, es que la corrupción o el orgullo prevalecen en él sobre la
inteligencia.
ACCIÓN DE GRACIAS. — Debemos tener empeño en
dar gracias a Dios por la misericordiosa liberalidad de que ha dado pruebas
para con nos- otros. Sus dones gratuitos jamás fueron más necesarios que en nuestros
calamitosos tiempos. Ya no se trata ciertamente de promulgar entre nosotros el
Evangelio; pero los esfuerzos del infierno contra él han llegado a ser tales,
que, para defenderlo, es necesaria una profusión de la virtud de lo alto,
parecida de algún modo a aquella otra descrita en la historia de los orígenes
de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos depare hombres poderosos en palabras y
obras. Tratemos de alcanzar que la imposición de las manos produzca hoy más que
nunca en los elegidos para el sacerdocio todo el fruto apetecido; que esa
imposición los enriquezca en todo y de un modo especial en la palabra
y en la ciencia. Hoy, cuando todo parece venir a menos, se vea siquiera
brillar viva y pura la luz de la salvación merced a los cuidados que los
pastores prodiguen al rebaño de Cristo. No consigan las vilezas ni transacciones
de las generaciones de decadencia, no consigan jamás ver que disminuyen en número
o en santidad estos nuevos Cristos, o que en sus manos se acorta la medida
del hombre perfecto, que les confiaron para aplicarla hasta el fin a
todo cristiano celoso de vivir según el Evangelio. Resuene su voz por doquier
tan viril y vibrante como conviene a los que son eco del Verbo, y, no haciendo
caso de inútiles amenazas, domine siempre el tumulto de las pasiones
desenfrenadas. La Iglesia vuelve a
repetir en el Gradual el versículo del Introito para celebrar nuevamente la
alegría del pueblo cristiano al saber que está próxima su entrada en la casa
del Señor. Esta casa es el cielo, en donde entraremos el último día en pos de Jesús
triunfador; también lo es el templo en que se ofrece el Sacrificio aquí abajo,
y en el cual nos introducen los representantes del Hombre-Dios, depositarios de
su sacerdocio.
GRADUAL
Me he alegrado de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. J. Haya paz dentro de tus muros: y abundancia sobre tus torres. Aleluya, aleluya. J. Temerán las gentes tu nombre, Señor: y todos los reyes de la tierra tu gloria. Aleluya.
Me he alegrado de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. J. Haya paz dentro de tus muros: y abundancia sobre tus torres. Aleluya, aleluya. J. Temerán las gentes tu nombre, Señor: y todos los reyes de la tierra tu gloria. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt., IX, 1-8).
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt., IX, 1-8).
En aquel tiempo, habiendo
subido Jesús a una barca, pasó el mar y fué a su ciudad. Y he aqui que le
presentaron un paralítico postrado en el lecho. Y, viendo Jesús
su fe, dijo al paralítico: Confía, hijo, te son perdonados tus pecados.
Y he aquí que algunos de los escribas dijeron entre sí: ¡Este blasfema!
Y, habiendo visto Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en
vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Te son perdonados tus pecados;
o decir: Levántate y anda? Pues, para que sepáis que el Hijo del hombre
tiene en la tierra potestad de perdonar los pecados, dijo entonces al
paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. Y se levantó y se
fué a su casa. Y, al ver esto las turbas, temieron y glorificaron a
Dios, que dió tal potestad a los hombres.
DEBERES DE LOS PASTORES. — En el siglo xn se leía
hoy como Evangelio, en muchas Iglesias de Occidente, el pasaje del libro
sagrado que trata de los Escribas y Fariseos que se sentaron en la cátedra de
Moisés El Abad Ruperto, que nos da a conocer esta particularidad en su libro De
los Divinos Oficios, hace ver con acierto la relación que hay entre dicho
Evangelio y la antífona del Ofertorio que todavía se dice hoy, en la cual
también se habla de Moisés. "El Oficio de este Domingo, dice, muestra con
elocuencia al que preside en la casa del Señor y recibió la cura de almas, cómo
debe portarse en el alto puesto en que la vocación divina le ha colocado. No se
parezca a aquellos hombres que se sentaron indignamente en la cátedra de Moisés;
al contrario, aseméjese a Moisés, el cual presenta en el Ofertorio y sus versículos
un modelo acabado a los jefes de la Iglesia. Los pastores de almas no deben
ignorar, en efecto, por qué razón ocupan un lugar más elevado: a saber, no
tanto para gobernar como para servir" -. El Hombre-Dios decía de los
Doctores judíos: Haced lo que os dicen; lo que ellos hacen, guardaos
bien de hacerlo; porque dicen bien lo que hay que hacer, pero no hacen
nada de lo que dicen. A la inversa de estos indignos depositarios de la
ley, los que se sientan en la cátedra de la doctrina "deben enseñar y obrar
conforme a sus enseñanzas, dice Ruperto; o mejor, hagan primero lo que deben
hacer, para poder luego enseñar con autoridad; no busquen los honores y los
títulos, sino miren tan sólo a este único fin: a cargar sobre sí los pecados
del pueblo y apartar la cólera de Dios de los encomendados a su solicitud
pastoral, como hizo Moisés según se nos dice en el Ofertorio" .
PODERES DE LOS PASTORES. — El Evangelio de los
Escribas y Fariseos sentados en la cátedra de Moisés se reservó más tarde para
el Martes de la segunda semana de Cuaresma. Pero el que hoy se lee en todas
partes, no distrae nuestro pensamiento de la consideración de los excelsos poderes
del sacerdocio, que son un bien común de todo el linaje humano, redimido por
Jesucristo. Antiguamente los fieles fijaban en este día su atención en el
derecho de enseñar otorgado a los pastores; hoy meditan en la prerrogativa que
estos mismos hombres tienen de perdonar los pecados y curar las almas. Así como
una conducta que estuviese en contradicción con lo que enseñan, no disminuiría
en nada la autoridad de la cátedra sagrada, desde la cual dispensan a la
Iglesia y en su nombre a sus hijos el pan de la doctrina, del mismo modo, la
indignidad de su alma sacerdotal no mermaría tampoco en sus manos lo más mínimo
el poder de las augustas llaves que abren el cielo y cierran el infierno. Y es
natural que así suceda, ya que es el Hijo del hombre, Jesucristo, quien por su medio
libra de sus culpas a los hombres, hermanos y criaturas suyas, el cual,
cargándose con las miserias humanas, nos mereció a todos con su sangre el
perdón de los pecados.
EL PERDÓN DE LOS PECADOS. — Siempre ha sentido la
Iglesia placer en recordar este episodio de la curación del paralítico, el cual
ofreció a Jesús ocasión de afirmar su poder de perdonar los pecados como Hijo
del hombre. Efectivamente, desde los principios del cristianismo negaron
los herejes a la Iglesia el poder, que había recibido de su divino Jefe, de
perdonar los pecados en nombre de Dios; esto equivalía a condenar a muerte
eterna a un número incalculable de cristianos, que, caídos desgraciadamente en
pecado después de su bautismo, sólo pueden ser rehabilitados por el Sacramento
de la Penitencia. Mas, ¿qué tesoro puede defender una madre con mayor empeño
que aquel que lleva prendido el remedio para la vida de sus hijos? La Iglesia,
pues, tuvo que anatematizar y expulsar de su seno a estos fariseos de la nueva
ley, que, como sus padres del judaísmo, desconocían la misericordia infinita y
la amplitud del gran misterio de la Redención. Como Jesús en presencia de sus contradictores
los escribas, así también la Iglesia, en prueba de sus afirmaciones, había
obrado un milagro visible en presencia de los sectarios, pero no fué más afortunada
que el Hombre-Dios para llegar a convencerlos de la realidad del milagro de
gracia que sus palabras de remisión y de perdón obraban de modo invisible. La
curación externa del paralítico fué a la vez imagen y señal de la curación de su alma reducida
antes a la miseria; pero representaba también a otro enfermo: el género humano
que yacía inmóvil desde siglos en su pecado. Ya había abandonado este suelo el
Hombre-Dios al obrar la fe de los Apóstoles este primer prodigio de llevar a
los pies de la Iglesia al mundo envejecido en su enfermedad. La Iglesia entonces,
al ver al género humano dócil al impulso de los mensajeros del cielo y teniendo
ya parte en su fe, halló para El en su corazón de madre la palabra del Esposo: Hijo,
ten confianza, tus pecados están perdonados. Al instante y de modo
visible el mundo se levantó de su lecho ignominioso, causando admiración a la
filosofía escéptica y confundiendo el furor del infierno; para demostrar bien
que había recobrado sus fuerzas, se le vió cargar sobre sus espaldas, por medio
de la penitencia y del dominio de las pasiones, la cama de sus desfallecimientos
y de su enfermedad, en la que tanto
tiempo le habían retenido el orgullo, la carne y la avaricia. Desde entonces,
fiel a la palabra del Señor que le ha repetido la Iglesia, va andando hacia
su casa, el paraíso, donde le esperan las alegrías fecundas de la
eternidad. Y la multitud de las turbas angélicas, al velen la tierra semejante
espectáculo de renovación y de santidad se llena de admiración y glorifica a
Dios, que tal poder ha dado a los hombres.
MOISÉS, MODELO DE SACERDOTES. — El Ofertorio recuerda
el altar figurativo que Moisés erigió para recibir las oblaciones de la ley de esperanza,
que anunciaban el gran sacrificio en este momento presente a nuestros ojos. A
continuación de la antífona ponemos los versículos que estuvieron en uso
antiguamente. Moisés se muestra aquí en verdad como el tipo de los profetas
fieles que saludábamos en el Introito, como el modelo de los verdaderos jefes
del pueble de Dios, que se dan de lleno a conseguir para sus gobernados la
misericordia y la paz. Dios lucha con ellos y se deja vencer; a cambio de su
fidelidad los admite a las manifestaciones más íntimas de su luz y de su amor.
El primer versículo nos muestra al sacerdote en su vida pública de intercesión
y de sacrificio en favor de los demás; el segundo nos revela su vida privada
que se alimenta de la contemplación. No debemos extrañar la extensión de estos
versículos; su ejecución por el coro de los cantores excedería hoy con mucho el
tiempo que dura la ofrenda de la hostia y del cáliz, pero hay que tener cuenta
con que antiguamente participaba toda la asamblea en la oblación del pan y del vino
necesarios al sacrificio. Igualmente, las pocas líneas a que hoy se reduce la
Comunión, en los antifonarios antiguos eran la antífona de un Salmo señalado
para cada día; de ese salmo se tomaba la antífona a no ser que se tomase de
otro libro de la Escritura, en cuyo caso ya no se volvía al salmo del Introito;
se cantaba el salmo, repitiendo la antífona después de cada versículo, mientras
duraba la participación común en el banquete sagrado.
OFERTORIO
Consagró
Moisés el altar al Señor, ofreciendo sobre él holocaustos, e inmolando
víctimas: ofreció el sacrificio vespertino, en olor de
suavidad, al Señor Dios, ante los hijos de Israel. y. I. El
Señor habló a Moisés diciéndole: Sube a estar conmigo en el monte
Slnaí, y estarás de pie en su cima. Levantándose Moisés, subió al
monte donde Dios le había citado; y el Señor descendió a él en
una nube y estuvo en su presencia. Moisés, al verle, se
postró y le adoró diciendo: Señor, te lo suplico, perdona los pecados de tu pueblo.
Y el Señor le respondió: Lo haré según tus deseos. Entonces
Moisés ofreció el sacrificio vespertino, T. II. Moisés oró al
Señar y dijo: Si he hallado gracia ante ti,
muéstrate a mi al descubierto, para que pueda contemplarte. Y el
Señor le habló en estos términos: Ningún hombre que me vea, podrá
vivir; pero estáte en lo más alto del peñasco: mi mano diestra te
cubrirá cuando pasare; y cuando hubiere pasado, retiraré mi mano y entonces
verás mi gloria, aunque mi cara no se te mostrará; porque soy el Dios que
obra en la tierra cosas maravillosas. Entonces Moisés
ofreció él sacrificio vespertino.
La sublime elocuencia de
la Secreta excede a todo comentario. Penetrémonos de la grandeza de las
enseñanzas tan admirablemente resumidas en tan pocas palabras; comprendamos que
nuestra vida y nuestras costumbres deben ser algo divino si han de responder a
los misterios que se han revelado a nuestra inteligencia y se
incorporan a nosotros en el comercio augusto del Sacrificio.
incorporan a nosotros en el comercio augusto del Sacrificio.
SECRETA
Oh Dios, que, por medio del venerando comercio de este Sacrificio, nos haces partícipes de la única y suma Divinidad: haz, te suplicamos, que, así como conocemos tu verdad, así la vivamos con dignas costumbres. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Oh Dios, que, por medio del venerando comercio de este Sacrificio, nos haces partícipes de la única y suma Divinidad: haz, te suplicamos, que, así como conocemos tu verdad, así la vivamos con dignas costumbres. Por Nuestro Señor Jesucristo.
La antífona de la Comunión
se dirige a los sacerdotes y a la vez a todos nosotros; pues, si el sacerdote
ofrece la víctima santa entre todas, no debemos presentarnos nosotros con él en
los atrios del Señor sin llevar para juntarla a la hostia divina esta otra
víctima que somos nosotros mismos; así cumpliremos la palabra del Señor: No
os presentaréis ante mi con las manos vacías.
COMUNION
Tomad hostias, y entrad en sus atrios: adorad al Señor en su santa casa.
Al dar gracias en la Poscomunión por el don inestimable de los Misterios, pidamos al Señor nos haga cada vez más dignos.
Tomad hostias, y entrad en sus atrios: adorad al Señor en su santa casa.
Al dar gracias en la Poscomunión por el don inestimable de los Misterios, pidamos al Señor nos haga cada vez más dignos.
POSCOMUNION
Dárnosle gracias, Señor, vigorizados con este don sagrado, y suplicamos a tu misericordia nos haga dignos de seguir participando de él. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Dárnosle gracias, Señor, vigorizados con este don sagrado, y suplicamos a tu misericordia nos haga dignos de seguir participando de él. Por Nuestro Señor Jesucristo.
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