26 DE SEPTIEMBRE
SAN CIPRIANO, MARTIR Y SANTA JUSTINA,
VIRGEN Y MARTIR
VIRGEN Y MARTIR
Epístola – Hebr; X, 32-38
Evangelio – San Lucas; XII, 1-8
LAS ACTAS DE SAN CIPRIANO. — Las Actas de San
Cipriano nos cuentan que era mago. Entró en relación con el diablo y le pidió
que sedujese a una joven, por nombre Justina, para que aceptase el casarse con
uno de sus clientes. El diablo no consiguió nada y, al pedirle una explicación,
confesó que la joven le había hecho escapar con la señal de la cruz. Cipriano
se convirtió con esta revelación, y en su Confesión tuvo empeño en
probar que el demonio, que tan temible parece, de hecho vale muy poco contra un
alma que pone su confianza en la cruz del Salvador. Si los historiadores no
admiten las Actas ni la Confesión de Cipriano, podemos al menos retener
la lección que nos dan estos dos documentos en lo que al diablo se refiere. Y
tal vez esta lección es hoy más oportuna que nunca, ya que parece que muchos
hacen esfuerzos para echar al diablo al olvido, al mismo tiempo que se recrudece
la brujería, la magia y el satanismo, y niegan algunos la existencia del infierno,
como contrario a la bondad infinita de Dios.
SATANÁS. — No se puede negar que el diablo existe
puesto que las Sagradas Escrituras demuestran su existencia y su acción por
todas partes. Pero es necesario conocerle para combatirle bien, desenmascararle
y vencerle: esto es victoria de Dios, a la vez que nuestra...
SU POTENCIA Y SU DEBILIDAD. — "En la Escritura
se nos representa al diablo, fuerte, poderoso y temible por naturaleza, al que
siempre le vence el hombre frágil y desarmado, si pone en Dios su confianza. Y
hasta se echa de ver claramente que Dios, para humillarle más, se complace en
abatir su soberbia con los instrumentos más flacos. Dios quiere esta lucha: a El
le toca recoger esta gloria, que tiene un sabor especial para El... "Despreciando y todo a ese monstruo, el Espíritu Santo nos da a conocer su
naturaleza temible, pudiendo asegurar que no hay poder en el mundo que se le
pueda comparar... Pero este poder tiene su límite; nuestra alma es un santuario
que guarda la voluntad y nadie por la violencia puede penetrar en él. El padre
de la mentira no puede obrar directamente en la parte superior de nuestra alma;
la acción sobre ella tiene sólo lugar por vía de resonancia. Las tentaciones
que puede crear, afectan tan sólo a la parte sensible de nuestro ser, parte de
que se sirve indignamente para su provecho y para turbar así por su medio la
inteligencia y la voluntad.
NUESTRAS ARMAS. — "Es, pues, de mucha importancia
que la división entre nosotros y el diablo sea perfecta y que el alma se
convierta en su antagonista decidido. Por esa parte no hay arreglo posible; hay
que vencer o ser víctima de este enemigo, a quien Nuestro Señor llamaba
homicida. "La vigilancia y la oración son las dos armas preventivas que no
dejan entrar ni a la tentación siquiera; porque si ésta se cuela al amparo de
nuestra indolencia, cuando queramos ya darnos cuenta, es casi dueña del campo. La
vigilancia es para nuestra alma un centinela que la advierte del peligro,
mientras que la oración nos sitúa cerca de Dios, que es nuestro verdadero muro
de defensa inexpugnable... Es una verdad cierta y muy consoladora que no hay
cosa en el mundo que pueda robarnos a Dios. Nunca se repetirá lo bastante: toda la fuerza del enemigo consiste en
nuestra connivencia, con él. Si somos fieles para cubrirnos con el escudo de la
fe, en todas las circunstancias nos haremos
invulnerables"
VIDA. — El haber mezclado San Gregorio Nacianceno
y, más tarde, Prudencio, lo que sabemos de San Cipriano de Antioquía con otros
hechos de su homónimo de Cartago, y el que los griegos nunca celebrasen más que
un santo de este nombre, además de la falta de indicaciones satisfactorias
sobre el lugar a donde fueron trasladadas las reliquias del mártir de Antioquía,
han inducido a pensar si no hubo aquí una transformación de San Cipriano,
retórico pagano antes de su conversión, en un Cipriano dedicado a la magia;
desdoblamiento más tarde en dos personajes distintos y, por fin, atribución de
uno de ellos a Antioquía. Las listas episcopales de esta ciudad no traen ni su
nombre ni el de los otros obispos nombrados en las Actas. Los
Bolandistas (An. Bol., XXXIX, 314-332) opinan que son un solo personaje. De Santa Justina nada sabemos. El culto
en honor de los Santos Cipriano y Justina entró en Roma en la Edad Media, al
pretender que se habían encontrado sus reliquias junto a Letrán. Entonces se
introdujo su fiesta en el Breviario romano.
ORACIÓN.
"Apóyenos, Señor, la
continua protección de tus santos mártires Cipriano y Justina: porque no dejas
de mirar propicio a los que concedes ser ayudados por tales auxilios. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Amén.
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