16 DE SEPTIEMBRE
SAN CORNELIO Y SAN CIPRIANO, MARTIRES.
Misa – INTRET
Epístola – Sap; III, 1-8
Evangelio – San Lucas; XXI, 9-19
AMAR EL DÍA DE LA MUERTE. —
"Es menester, hermanos carísimos, considerar y meditar a menudo que hemos
renunciado al mundo y que estamos aquí de paso, como extranjeros y peregrinos.
Deseemos el día que nos fijará a cada uno en nuestra verdadera morada, el día
que, fuera ya de este mundo y libres de las asechanzas de él, nos reintegre al
paraíso y al reino de los cielos. ¿Qué hombre, al andar por tierras forasteras,
no siente prisa por llegar a su patria? Y ¿qué persona habrá que, embarcándose para
ir a visitar a los suyos, no anhele ardientemente un viento favorable a fin de
poder abrazar cuanto antes a los que ama?
EN EL CIELO NOS ESPERAN. —
"Miramos el cielo como nuestra patria; allí tenemos ya a nuestros padres,
los Patriarcas; ¿cómo no animarse a correr para poder saludar a nuestros
padres? Allí nos esperan muchos amigos; allí nos desea la turba notable y
apretada de nuestros padres y de nuestras madres, de nuestros hermanos, de
nuestros hijos, que,' seguros ya de su inmortalidad bienaventurada, sólo viven
inquietos de nuestra salvación. "¡Qué alegría paya ellos y a la vez para
nosotros al permitírsenos por fin verlos y abrazarlos en el reino celestial,
sin miedo a morir y ya seguros de vivir p a r a siempre! ¡Qué suma y perpetua felicidad!
"Corramos hacia ellos, hermanos carísimos, y vayamos llenos de alborozo, y
anhelemos estar con ellos lo más pronto posible, para tener la dicha de
juntarnos pronto con Cristo". La vida y la muerte de aquel que escribía estas
líneas responden de su sinceridad. Porque
creía con toda su alma en la felicidad y en la gloria de la vida del cielo,
dejó San Cipriano la vida fácil que llevaba en el paganismo, abrazó las
austeridades dé la religión cristiana y
supo hacer frente a la muerte. Su ejemplo y el de San Cornelio nos den valor, en medio de las tentaciones
del mundo, para permanecer siempre discípulos fieles de Jesús Crucificado.
VIDA. —
En marzo de 251 sucedió Cornelio al Papa San Fabián, que había muerto el 20 de
enero de 250. Por el Líber Pontificalis sabemos que era de origen
romano. El comienzo de su pontificado estuvo agitado por el cisma de un
sacerdote de Roma, Novaciano, que no quería reconocer la validez de su elección
y logró engañar durante algún tiempo a muchos obispos africanos y aun al mismo San Cipriano. Al sobrevenir la
peste en el Imperio Romano, se acusó a los cristianos de que habían irritado a
los dioses. El emperador Galo reanudó la persecución; se cogió preso al Papa y
se le condenó a salir para el
destierro, un destierro relativo, a Centum Cellae o Civita-Vecchia, donde tanto
consuelo tuvo con la fidelidad de los cristianos y las cartas amistosas de San Cipriano. Murió
en junio de 253. Cipriano fué elegido Obispo de Cartago a principios del 249.
Nacido en el paganismo, llegó a
ser profesor de retórica y abogado.
La lectura de la Biblia i le
convirtió al cristianismo, dió el producto de sus bienes a los pobres y abrazó
la vida ascética. Ordenado de
sacerdote, escribió dos obras de apologética para conquistar a sus compatriotas
paganos a su misma fe. Y una vez hecho Obispo, gozó presto de buena opinión. Se
ocupó, en primer lugar, de reformar a los clérigos y reducir a vida más austera
y más alejada de las costumbres del mundo a las vírgenes consagradas a Dios. El
año 250, el emperador Decio obligó a todos los cristianos a sacrificar a los
dioses. En Africa fué grandísimo el número de los apóstatas. Para evitar que su
sede quedase vacante por su muerte y de ese modo quedase el campo libre a los
intrigantes y a los perseguidores, Cipriano se ocultó, pero continuó animando a
sus fieles. Cipriano y los Obispos de Africa se reunieron en concilio por el
mes de mayo del 252, y determinaron conceder el perdón a todos los que,
habiendo apostatado, hiciesen penitencia: su decisión fué aprobada por el Papa
San Cornelio. Galo emprendió nuevamente la persecución en el 253, acusando a
los cristianos de ser ellos la causa de todos los males que ocurrían en el
imperio, especialmente de la peste. San Cipriano escribió con esa ocasión dos libros:
"Sobre la mortalidad" y "Sobre la limosna". Un poco más
tarde, en el concilio de Cartago del 256, Cipriano y 87 obispos de Africa
defendieron la nulidad del bautismo administrado por los herejes. Podría haber
estallado un conflicto a este propósito con el Papa Esteban I, pero Sixto II,
sucesor de Esteban, con su espíritu conciliador arregló el asunto. El 30 de agosto
del 257, Cipriano fué llamado por el procónsul Patermo e interrogado sobre su
fe. Cipriano confesó que era cristiano y Obispo y que deseaba permanecer fiel a
Dios: se negó a denunciar a sus sacerdotes. La información paró aquí y Cipriano
se alejó un poco de Cartago; un año más tarde le encontraron en su villa, le
llevaron a Cartago y le condenaron a muerte. Al oír la sentencia, dijo
sencillamente: Deo gratias. Luego se preparó con tranquilidad,
hizo llegar a manos de su verdugo unas monedas de oro y se ofreció a la espada.
Por la tarde, los cristianos llevaron su cuerpo procesionalmente. Tres
basílicas se construyeron en su honor: en el lugar de su martirio, sobre su
sepulcro y finalmente junto al puerto. Su fiesta se celebró pronto en toda la
Iglesia y Su nombre se introdujo en el Canon de la Misa con el del Papa San
Cornelio, su amigo. En el siglo ix, algunos embajadores de Carlomagno que se
detuvieron en Cartago, consiguieron la autorización de llevarse las reliquias
del santo obispo. En un principio se colocaron en la iglesia Primada de Lyon, y
luego en la Abadía de Nuestra Señora de Compiégne, que pronto tuvo la honra de
poseer también las reliquias de San Cornelio y desde entonces tomó el título de
los santos Cornelio y Cipriano.
ORACIÓN A LOS DOS MÁRTIRES.—La Iglesia se ha acordado
de la amistad que en este mundo unió vuestras dos almas. Y esa misma Iglesia,
que nos dice que la verdadera amistad, la verdadera fraternidad tiene como
efecto "vencer el mal que hay en el mundo, seguir a Cristo y ayudar a
ganar el cielo", ha querido proponérnosla todos los años juntándoos en una
misma fiesta, aun cuando no trabajasteis en el mismo campo, ni derramasteis vuestra
sangre al mismo tiempo. Más: todos los días en el Canon de la Misa, la Iglesia
se encomienda a vuestra intercesión ya vuestros méritos para ofrecer con más
confianza el santo sacrificio y sacar mayores frutos. Rogad uno y otro por la
Iglesia para que este sacrificio la conserve en una unidad perfecta, juntando a
su alrededor a todos sus hijos en una misma fe, en una caridad inviolable, en
una intrepidez que no la puedan perjudicar la tentación o la persecución.
. . . A SAN CORNELIO. — Te hizo padecer, oh
San Cornelio, el cisma provocado por un sacerdote tuyo: ruega para que en
nuestros días, en que el error se ha vuelto tan arrogante, todos los fieles se
agrupen alrededor de la Cátedra de Pedro para encontrar allí la verdad que
ilumina, que fortalece, y que colma todas las ansias del corazón humano; ruega para que
aquellos que aún están lejos del redil, entren en él, seguros de que de ese
modo realizan el más caro deseo del Corazón del Señor.
. . . A SAN CIPRIANO. — Ruega por nosotros también,
pobres pecadores, oh santo Obispo de Cartago; sufriste la persecución y el
destierro y te mostraste compasivo para con los que en la hora de la prueba no
tuvieron el valor de pasar por todo para confesar su fe en Jesucristo. Para los
que son perseguidos por causa de Dios, pide la gracia de la luz y de la
fortaleza de que tienen necesidad, a fin de ser fieles a los compromisos de su
bautismo. De este sacramento tenías un altísimo aprecio: haznos participantes
de él y danos para con nuestro Padre del cielo los sentimientos de suma reverencia
y de confianza filial que expresaste en tu magnífico comentario del Pater.
Y si llega hasta nosotros la persecución, concédenos la gracia de aceptar la
muerte por Cristo como tú, con tranquilidad y alegría, y esa será la mejor
manera de corresponder con nuestro amor limitado a su caridad infinita.
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