PROMETEO
LA RELIGIÓN
DEL HOMBRE
ENSAYO
DE UNA HERMENÉUTICA
DEL
CONCILIO VATICANO II
PADRE ÁLVARO CALDERÓN
II
LA
INCLUSIVIDAD
DE
LA MENTE DEL CONCILIO
Otra propiedad por la que
pensamos que podría llegar a definirse el Concilio, pues lo distingue de todos
los demás concilios de la Iglesia, es lo que llamamos la «inclusividad» de su
mente y de su lenguaje, pues hasta ahora el magisterio eclesiástico había
tendido a pensar y pronunciarse de modo «exclusivo», lo que habría perjudicado
la deseada unidad de los cristianos. Ésta es la tesis que se ha sostenido para
justificar el cambio. Expliquemos, entonces, brevemente los motivos por los que
el Concilio ha adoptado este modo, señalemos luego cómo se ha dado y, finalmente, hagamos un
juicio crítico.
1º Los
perjuicios del «exclusivismo» escolástico
Oigamos cómo justifican
los teólogos «nuevos» el cambio de modalidad adoptado por el Concilio en la
manera de referirse a la verdad revelada. No citamos ningún autor en
particular, pero es más o menos como piensan todos ellos: La excesiva confianza
del espíritu griego en el logos humano, llevada al extremo en
Aristóteles, habría influido sobre todo en los teólogos escolásticos y, a
través de ellos, en el mismo magisterio eclesiástico, haciéndoles perder de
vista, o al menos disminuir la dimensión de misterio de las verdades reveladas, creyendo que a
fuerza de distinciones y definiciones, podrían expresar adecuadamente los misterios
revelados. Esta ilusión no habría causado mayor daño, y hasta hubiera tenido
algo de bueno, si los escolásticos se hubieran limitado a desarrollar una
explicación teológica común de la Revelación, unificada un poco artificialmente
porque en las Escuelas cristianas sólo se enseñaban los instrumentos
gnoseológicos de la tradición grecolatina, pues todos aprendían lógica con la Isagogé
de Porfirio y teología con las Sentencias de Pedro Lombardo. Pero se
hizo perjudicial porque el mismo Magisterio se dejó contagiar, y comenzó a excluir
de la comunión eclesiástica a todo aquel que no formulaba los misterios de
la fe con las mismas distinciones y definiciones. El «exclusivismo» escolástico
consiste, entonces, en la pretensión de que todo aquel que no piensa y expresa
los misterios revelados con las precisas distinciones y definiciones de las
Escuelas medievales, debe ser excomulgado por hereje. Durante los mil años de
predominio del helenismo (hasta el siglo XIII) los daños fueron limitados porque
en todo el orbe cristiano se pensaba más o menos del mismo modo, aunque no
dejaron de producirse divisiones que una mayor amplitud de espíritu podría haber
impedido. Pero el problema se fue haciendo más crítico cuando, con el
Renacimiento, comenzó a quedar claro que el aristotelismo no era el non plus
ultra del intelecto, y fueron surgiendo las nuevas ciencias y los nuevos
enfoques del pensamiento moderno. Los teólogos católicos más
libres fueron perdiendo rápidamente la angélica certeza de sus esquemas
mentales. Aquellos, en cambio, que estaban más comprometidos en el ejercicio
del magisterio jerárquico de la Iglesia, es decir, los teólogos de la Curia vaticana,
estaban más atados por las costumbres pasadas y más comprometidos en sus
decisiones presentes, y se comprende que hayan sido mucho más lentos en
desprenderse de la estrecha armadura mental del lenguaje escolástico. Esta fue
justamente la decisión tomada por el Concilio Vaticano II durante sus primeras
sesiones, al desembarazarse de los esquemas redactados por las Comisiones
preparatorias, todavía contaminados del prurito escolástico. Entienda, por
favor -se nos dice-, el estructurado tradicionalista: No se trataba de dejar de
lado el magisterio aristotélico para cambiarlo por otro hegeliano. De lo que se
trataba era de recuperar la verdadera catolicidad del magisterio
jerárquico, que tuviera en cuenta que el misterio cristiano puede ser expresado
de diversas maneras según la diversidad cultural de quienes lo reciben en la
fe. Porque el misterio de Dios y de Cristo es en sí mismo inefable, y nunca
puede ser agotado por los conceptos humanos, de allí que haya lugar para
proponer una pluralidad de enfoques teológicos no idénticos, pero tampoco
excluyentes, sino complementarios. Hasta Pío XII, los Papas habían confundido
la tarea del magisterio con la tarea de los teólogos, proponiendo en sus
Encíclicas verdaderos tratados de teología escolástica. La función del
magisterio eclesiástico es proponer la Revelación de manera más amplia, que
pueda luego ser explicada por algunos en un enfoque tomista y por otros en
conceptos kantianos o personalistas.
Al hablar, entonces, de la
«inclusividad» de la mente y del lenguaje del Concilio, se hace referencia, en
primer lugar, a la amplitud de conceptos con que ha expresado el mensaje
cristiano, dejando de lado la estrechez del tecnicismo escolástico; y en
segundo lugar, a la consiguiente actitud de comprensión frente al pensamiento
moderno, no pretendiendo excluirlo por manejarse con otros conceptos sino, al
contrario, traduciendo a su lengua -si así puede decirse- los aspectos
fundamentales del cristianismo.
2º El «inclusivismo» en los dichos y hechos del Concilio
Desde la convocación del
Concilio, Juan XXIII pondrá al «inclusivismo» como la forma mentís que distinguiría
a este concilio de todos los demás. Este sería el primer concilio no dogmático
sino «pastoral». Es cierto que todo concilio anterior había querido ser
pastoral, pues siempre se convocaron para solucionar los problemas del rebaño
fiel, pero la pastoral antigua creía que el primer cuidado consistía en ofrecer
a sus ovejas los pastos de la
sana doctrina, y se ponía a definir dogmas y a anatematizar. Este sería el
primer concilio de una nueva pastoral, que no se reuniría para definir
doctrina, ni para condenar la opinión de nadie, sino para quitarle al mensaje
evangélico el estrecho traje de la escolástica, devolviéndole la inclusiva amplitud
que se necesitaba para volver a abrazar en la unidad a todos aquellos hijos que
el escolasticismo anterior había excluido de la Iglesia de Cristo.
La Curia romana no supo
interpretar el deseo del Papa y preparó esquemas todavía demasiado impregnados del
quasi racionalismo escolástico. Hubo que cederle el lugar al grupo de
teólogos del Rin para que le dieran este nuevo modo a los documentos del
Concilio. Señalemos solamente algunas de las características de esta nueva
metodología:
• Se prefiere el lenguaje
de la Sagrada Escritura al lenguaje de origen filosófico, con lo que se halla multitud
de citas en cada página.
• Cuando se incorporan
nuevos conceptos, como sacramento, misterio pascual, ecumenismo, colegialidad, etc.,
no se intenta estrecharlos con una definición.
• Cuando se explica alguna
noción, no se lo hace de una única manera. Por ejemplo, la Iglesia es explicada
por Lumen gentium en función del concepto de sacramento, Reino, Cuerpo
Místico, Pueblo de Dios, etc.
• Se evitan en lo posible
las excluyentes distinciones escolásticas, como entre naturaleza y gracia,
potestad de orden y jurisdicción, etc.
• Se buscan expresiones
amplias que ofrezcan margen para la pluralidad de interpretaciones.
Esta nueva manera de
pensar y de hablar se fue haciendo cada vez más marcada en el magisterio posconciliar,
sobre todo en los diálogos ecuménicos que se entablaron con prácticamente todos
los grupos religiosos no católicos. Si a todo esto se agrega la infinita
paciencia de las autoridades eclesiásticas para permanecer en diálogo ad
intra y ad extra de la Iglesia, sin apurarse en terminar nunca ninguna
discusión, puede colegirse la enorme «inclusividad» que adquirió -¡ay!- la
proposición de la verdad católica con el Concilio.
3º El «inclusivismo» conciliar no es sino subjetivismo y ambigüedad
La «escolástica» no es una
manera entre otras de pensar, sino la claridad necesaria del espíritu para iluminar
con la verdad revelada toda la realidad humana y defender la fe de todo engaño.
No es la contingente «inculturación» del Evangelio en la tradición grecolatina,
sino la incorporación purificada de los valores universales que tan
generosamente se hallaron en el pensamiento griego. Lo único que excluyó de la Iglesia
el Magisterio tradicional fue la infección de la herejía que hubiera acabado
con el rebaño Hoy, cuarenta años después del Vaticano II, cuando en todo este
tiempo la única autoridad, la única obligada referencia para toda reflexión
dentro de la Iglesia han sido los documentos conciliares, Benedicto XVI nos
dice que la verdadera interpretación de la mente del Concilio todavía está por
darse. Evidentemente, el problema no está solamente en los intérpretes, sino en
los textos mismos, que no son «inclusivos» sino ambiguos. Sus artífices
expusieron en ellos la doctrina modernista, que está en ruptura completa con la
doctrina tradicional de la Iglesia, con la suficiente ambigüedad como para que
sufriera también una interpretación en aparente continuidad con la Tradición,
ambigüedad que se les hacía fácil por la intrínseca vaguedad del subjetivismo
moderno. Como hemos explicado ampliamente en otra parte, lo que aquí hemos
llamado «inclusivismo» de la mente conciliar, no es sino escéptico
subjetivismo y maquiavélica ambigüedad. Lo único que podemos decir en
descargo de los que imprimieron este modo en el Concilio, es que era un veneno
que venía desgastando la cristiandad desde hace siglos y quizás se contagiaron
en los mismos Seminarios en que se formaron. Aunque es un descargo muy
relativo, porque ¡cuántas veces los Papas anteriores lo habían advertido!
Tienen el libro en PDF. Sería muy útil. Gracias
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