II
EL SACRIFICIO
O MISA DE LOS FIELES
Si la primera parte de la misa os recuerda la fe que
tenéis que enseñar, la segunda parte de la misa, que en cierta manera es la más importante,
es la del sacrificio. Después del Credo entráis en un silencio misterioso.
Rogáis a Dios y entráis en ese gran misterio que es Dios. Por eso la Iglesia pide
al sacerdote que rece estas oraciones en voz baja. No es que no pida a los fieles
que se unan a él, sino que en ese momento el sacerdote desaparezca en cierto modo
de la asamblea en que está para encontrarse cara a cara con Dios, como Moisés en
el Sinaí o como los Apóstoles en el Tabor; que subieron la montaña. "Subiré
al altar de Dios." El sacerdote ha subido al altar de Dios; ahora está solo,
cara a cara con Dios. Va a cumplir un gran misterio, el sacrificio de Nuestro
Señor, como en el Calvarío!"
La segunda parte de la misa, que es el sacrificio, representa
el amor a Dios y el amor al prójimo. Esta segunda parte es la parte capital. Es evidente: la fe, desarrollada en la primera parte de la misa, prepara la unión con Dios, la unión con Nuestro Señor. Durante la segunda
parte de la misa tiene lugar esa acción que reactúa el sacrificio del Calvario
en nuestros altares, y reactúa también la contemplación de Nuestro Señor en la
Cruz, contemplación que se dirige primeramente a su Padre. Procuremos, a través
del sacrificio de Nuestro Señor, entregamos completamente al Padre y a la Santísima
Trinidad. Lo que se produce en el momento de la consagración es realmente la cumbre
del mundo, la cumbre de la Iglesia y la cumbre de la historia!"
{El sacerdote de cara a la Cruz} El sacerdote está de cara
a la Cruz y a Dios para realizar este misterio, como el sumo sacerdote que se retiraba
una vez al año tras la cortina [del Sancta Sanctorum] para estar a solas con
Dios. Luego, el sumo sacerdote volvía para llevar a los creyentes las bendiciones.
Del mismo modo, hoy, después de haberse girado hacia Dios, el sacerdote se gira
hacia los fieles para darles a Nuestro Señor Jesucristo.
El Ofertorio
El sacrificio de la misa no es sino el sacrificio de
Cristo. Empieza con la oblación y continúa con la consagración, para terminar con
la comunión. El sacerdote, y solo él, tiene el poder inmenso de ofrecer
la divina Víctima a Dios en nombre de la Iglesia.
El sacrificio, oración por excelencia
El sacrificio es lo más
esencial que hay en la vida humana ordinaria. El acto más importante de una criatura
humana ordinaria, es decir, de alguien que cree en Dios y que lo reconoce como Creador
de todas las cosas'", es expresar este reconocimiento a Dios omnipotente a
través del sacrificio y del ofrecimiento de un ser que significa la oblación del
hombre mismo a Dios y, como dice Santo Tomás, no solamente la oblación sino también
la inmolación!" Se destruye el objeto que se ofrece porque ese objeto es
sagrado. Sacrificium significa facere sacrum, es decir, hacer sagrada
una cosa que se da a Dios. Se destruye para manifestar realmente la donación entera
que se hace de esa cosa a Dios y para que ya no pueda servir para un uso profano.
Ese objeto sagrado se destruye para mostrar que se entrega completamente a Dios.
Esto es esencial al hombre. El sacrificio le da su verdadera dimensión al hombre
y su verdadero lugar con relación a Dios.
2. El sacrificio, acto principal
de la virtud de religión.
León XIII decía, el 25 de
julio de 1898, en su encíclica Caritatis studium: "La esencia misma
y la naturaleza de la religión supone la necesidad del sacrificio... Si se suprimen
los sacrificios no puede existir ninguna religión, y la idea misma de religión
no se puede entender". Santo Tomás demuestra claramente que la virtud de religión,
que es una virtud anexa a la virtud de justicia, nos vincula con Dios. Y precisa'":
"La religión, en sentido propio, implica la idea de sacrificio!" Necesitamos
ejercer nuestra virtud de religión. Esta virtud de religión es lo más íntimo que
hay en el hombre, incluso desde el punto de vista natural. Esta virtud de religión,
en el corazón de la virtud de justicia, es la expresión de lo que somos con relación
a Dios y con relación a nuestro prójimo. Cumplir los deberes para con Dios y nuestro
prójimo es ejercer la virtud de justicia. Tenemos deberes que ejercer para con Dios,
y el primero es precisamente la virtud de religión, es decir, la adoración de
Dios. Parece que cuando un niño nace, si fuera consciente de lo que es y de lo que
debe a Dios, tendría que adorado en su corazón y darle gracias por haberlo
creado, y esto ya desde el punto de vista simplemente natural. Sería un
acto de justicia que el alma humana, apenas creada, dé un giro hacia su Dios para
alabado:
"Soy como Nuestro
Señor Jesucristo: vengo a este mundo para hacer tu Santa voluntad!" Este debería
ser el primer movimiento del alma desde que es creada. Es lo que los padres tienen
que inculcar a sus hijos desde que pueden comprender que son criaturas de Dios.
Esta virtud de religión se ejerce sobre todo por medio de la adoración, no sólo
exterior sino también interior.
Tenemos necesidad de la adoración
exterior. Si no expresamos el sentimiento de adoración a Dios de un modo digno
de Él, corremos el peligro de no tener tampoco el sentimiento de adoración interior,
que no es sino la sumisión y oblación de nosotros mismos a Dios, que hace que
sometamos toda nuestra voluntad, nuestra inteligencia y todo lo que somos a este
Dios que nos ha creado y que nos espera para la eternidad.
Ahora bien, si la virtud
de religión tiene que ejercerse incluso en el simple plan natural; con mayor razón
tiene que ejercerse en el plan sobrenatural. Dios ha querido venir entre nosotros.
Se ha encarnado, queriendo en cierto modo mostramos cómo tiene que comportarse ante
Él el hombre religioso, la criatura. Nuestro Señor ha venido a la tierra; ha
rezado y ha adorado a su Padre; ha manifestado lo que era la religión; se ha entregado
enteramente a su Padre en la Cruz; se ha ofrecido total y enteramente para la gloria
de su Padre y para la salvación de las almas.!"
3. Un sacrificio no puede ofrecerse sino a Dios.
Como dice Santo Tomás'",
el sacrificio no puede ofrecerse sino a Dios, porque no podemos hacer un don
total de nuestra persona, es decir, el sacrificio de lo que somos, sino a quien
nos ha dado estas cosas. Podemos tener cierta devoción por las criaturas, pero no
hacer el acto del sacrificio ante una criatura. Es algo inconcebible. El
sacrificio está reservado a Dios!"
4. Sin sacrificio, no hay sacerdote.
El género humano ha sentido
siempre la necesidad de tener sacerdotes, es decir, hombres que, por una misión
social que se les ha confiado, sean mediadores entre Dios y la humanidad y que,
consagrados enteramente a esta mediación, hagan de ella la función de su vida.
De este modo, los Sacerdotes son hombres elegidos para ofrecer a Dios oraciones
oficiales y sacrificios en nombre de la sociedad que también con tal, tiene la
obligación de dar a Dios este culto público y social, de reconocer en sí al
supremo Señor y al primero Principio, de tender a Él como a su fin último y de
procurar volverlo propicio. “De hecho, en todos los
pueblos cuyos usos conocemos, por lo menos cuando no se ven forzados por la violencia
a renunciar a las leyes más sagradas de la naturaleza humana, encontramos
sacerdotes, aunque muchas veces al servicio de falsas divinidades. En cualquier
lugar donde se profesa una religión y
donde se levanta un altar, hay igualmente un sacerdocio rodeado de señales
especiales de honor y de veneración.”
Nada hay, pues, inscrito
tan profundamente en la naturaleza
humana como la religión y su acto esencial, el sacrificio. Ahora bien, para
realizar una acción sagrada, para “hacer algo sagrado”, hace falta también
personas consagradas, designadas, que puedan acercarse a Dios y servirlo. Esta
persona es el sacerdote, sacerdos “el que da algo sagrado”. Vamos ver cómo Dios,
en su infinita bondad y misericordia, ha dispuesto todo para que los hombres
que se han alejado de Él le den un culto digno de Él.
5. El sacrificio de Cristo renovado en nuestros Altares.
El Sacrificio de la Cruz,
dice el Catecismo del Concilio de Trento, fue infinitamente agradable a Dios.
Apenas terminado el Sacrifico de la Cruz y apenas lo hubo ofrecido a
Jesucristo, la ira y la indignación de su Padre se apaciguaron por entero. De
este modo, el Apóstol procura destacar que la muerte del Salvador fue un verdadero
sacrificio. "Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima
de suave aroma." (Efe 5, 2)
La Pasión de Nuestro
Señor es, pues, un verdadero sacrificio. Es una verdad de fe definida en el concilio
de Éfeso y en el concilio de Trento. El concilio de Éfeso dice: "La divina
Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra
confesión [Heb 3, 1] y que por nosotros se ofreció a Sí mismo en
olor de suavidad a Dios Padre". Y el concilio de Trento afirma:
"Nuestro Señor Jesucristo ... había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a
Dios Padre en el altar de la Cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar
para [todos los hombres] la eterna redención!" Como podéis ver, la Pasión
es un verdadero sacrificio, y las consecuencias son inmensas porque afectan a toda
la historia de la humanidad, a toda la historia de la Creación y a todo lo que puede
preceder o seguir a este sacrificio ofrecido para alabanza y gloria de Dios. En cierto modo, se puede
decir que sólo hay un sacrificio, un sacerdote y una víctima, y que en el sacrificio
de la Cruz se realizó una oblación con el pueblo fiel; no hay dos sacrificios de
la Cruz. Pero Dios quiso que este sacerdocio, este sacrificio, esta víctima y esta
oblación continúen, para que los méritos adquiridos por su Hijo se apliquen a las
almas."
Este
sacrificio del Calvario se convierte en nuestros altares en el sacrificio de la
misa, que al mismo tiempo que realiza el sacrificio de la Cruz, realiza también
el sacramento de la Eucaristía, que nos hace partícipes de la divina Víctima, Jesús
crucificado.!"
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