23 de agosto
SAN FELIPE BENICIO,
CONFESOR.
MISA
– IUSTUS
Epístola
– Eccli; XXXI, 8-11
Evangelio
– San Lucas; XII, 35-40
EL APÓSTOL DE LOS DOLORES DE MARÍA.
Nuestra Señora ya reina en los cielos. No
la fué difícil triunfar de la muerte; mas, a ejemplo de Jesús, mereció por el
sufrimiento entrar en la gloria Tampoco nosotros llegaremos por camino distinto
del que siguieron el Hijo y la Madre, a la bienaventuranza infinita. Recordemos las alegrías tan dulces que hemos gustado
en estos ocho días; pero no olvidemos que nos falta todavía camino que andar. ¿Qué
estáis mirando al cielo?, decían a los discípulos los Angeles fue la
Ascensión; porque los discípulos, al ver momento ante sus ojos los claros
horizontes ae la patria, no se resignaban ya a este valle de lágrimas. María,
de igual modo que el Señor, no se vía hoy un mensaje desde las cumbres luminosas
a donde la seguiremos y en donde la rodearemos después que hayamos merecido con
los trabajos del destierro formar parte de su corte; sin apartar nuestra alma
de la Virgen, Felipe Benicio, apóstol de sus dolores, nos recuerda el verdadero sentido de nuestra
situación de extranjeros y peregrinos del mundo. Luchas por fuera, por
dentro temores: esto fue la vida de Felipe en su mayor parte, como fue
también la historia de Florencia, su patria, y la historia de Italia y del
mundo en el siglo XIII. Nació en el momento en que una efervescencia admirable
de santidad conspiraba por hacer un nuevo paraíso de la ciudad de las flores;
pero, a la vez su ciudad natal era teatro de luchas sangrientas, de asaltos de
la herejía y de todos los excesos de las miserias que prueban que en este mundo
Jerusalén y Babilonia en todas partes se cruzan. El príncipe del mal iba a
conocer la virtud de los reactivos que el cielo tenía en reserva para ayudar al
mundo en su vejez. Y entonces Nuestra Señora presenta ante su Hijo irritado a
Domingo y a Francisco, que iban a reducir la ignorancia y las ambiciones de la
tierra con la armonía de la ciencia y de todos los renunciamientos; y fué
entonces también cuando Felipe Benicio, el Servita de la Madre de Dios, recibe de ella la misión de
predicar por Italia, Francia y
Alemania, los inefables padecimientos que la convirtieron en corredentora del
género humano.
LA ORDEN DE LOS SERVITAS.
—
La fiesta de los siete santos fundadores, el 12 de febrero, nos dió a conocer
ya el origen de los Servitas. Eran éstos unos piadosos ermitaños florentinos
que se dedicaron a la contemplación de la Pasión de Cristo, y de los Dolores de
su Santísima Madre. Nuestra Señora, deseando difundir por el mundo la caridad en que ardían y la
devoción que la profesaban, les inspiró el fundar una orden religiosa destinada
a honrar sus siete dolores, y a bendecirla por su dignidad de corredentora del
género humano. Pero, sin grandes dotes para la acción, los Siete santos
fundadores no pudieron imprimir a la Orden de los Servitas mucha fuerza
conquistadora. Necesitaba una nueva cabeza. Y ésta fué San Felipe Benicio. A
los veintiún años entró en la Congregación, a los treinta y cuatro llegó a ser
el Superior, y por sus trabajos, sus misiones, sus predicaciones y sus padecimientos,
se fué ella desarrollando. Fundó numerosas casas en toda Europa. Penetrado del espíritu
de los fundadores, lleno de celo por la gloria de Nuestra Señora, tan pro, fundamente
humilde, que pensó no pasar de hermano lego, de una caridad y de una misericordia
sin límites, pero también de una doctrina firmísima e intransigente, fué un
apóstol incomparable y propagó en la Iglesia el amor a María; Madre de Dios y
Madre de los hombres, cuyo sufrimiento, junto con el de Jesús, nos mereció la
salvación y la paz.
VIDA. — San Felipe Benicio nació en 1233,
o sea el mismo año que siete ermitaños
de Florencia fundaban la Orden de los Servitas de María. Felipe fué enviado a París para comenzar sus estudios y
luego a Padua a estudiar
medicina. En 1253 volvió a
Florencia, su patria. Al año siguiente entraba, en Cafaggio, en el convento de
los Servitas y recibía el hábito negro de los conversos de manos del
bienaventurado Bonñglio Monaldi,
uno de los siete fundadores de lá Orden. De aquí le enviaron al convento de Monte Senario. Los dominicos advirtieron
su inteligencia despierta y pidieron a sus superiores que no dejasen esta luz debajo del celemín. El 12 de abril de 1259 sé ordenaba de Sacerdote, tres años después le nombraban maestro de novicios
y luego, en 1267, se le: elegía quinto general de la Orden. Consiguió
hacer aprobar las constituciones
en 1268 y estuvo en el domicilio de Lyon en 1274; hizo el oficio de pacificador en las
discordias que dividían a sus compatriotas en Bolonia, Florencia y Pistoya. En 1284,
recibió en la tercera Orden de las
"manteladas" a Santa Juliana
Falconieri. Cayó enfermo el 15 de
agosto de 1285 y murió el 22
besando su crucifijo y diciendo:
"Este es mi libro, en el que lo he
aprendido todo, la vida
cristiana y el camino del paraíso." Felipe fué beatificado por León X, y después canonizado
en 1671, el Papa Clemente X. Su fiesta se extendió a toda Iglesia en 1694.
CON LA MADRE DOLOROSA. —
Acércate, Felipe, y sube a ese carro \ Oíste esta palabra
aquellos días en que el mundo sonreía a tu juventud y te ofrecía su fama o sus placeres; era la invitación que te hacía María,, que bajó
hasta ti, sentada en el carro de oro, figura de la vida religiosa a la que te
convidaba; un manto de luto envolvía con sus pliegues a la soberana de los cielos;
una paloma revoloteaba en derredor de su cabeza; un león y una oveja
arrastraban su carro entre precipicios de donde subían los silbidos del abismo.
Era lo porvenir lo que se iba aclarando: tú habías de recorrer la tierra en compañía
de la Madre de los dolores, y este mundo, minado en todas partes por el
infierno, no tendrá ya para ti ningún peligro; porque la suavidad y la fuerza
serán tus guías, y la sencillez tu norma. ¡Bienaventurados los mansos, porque
ellos poseerán la tierra!
LA PRUEBA. — Pero es contra el cielo contra el que
principalmente debía servirte la amable virtud a la que se hizo esa promesa de
imperio; contra el cielo que lucha también con los fuertes y te reservaba la
prueba del mayor desamparo, ante el cual había temblado el Hombre-Dios: después de años de ruegos, de trabajos, de heroica abnegación, recibiste, como
recompensa el ser desechado aparentemente por el Señor, la desaprobación de su
Iglesia, la inminencia de una ruina que amenazaba, mucho más que a tu vida, a
todos aquellos que María te había confiado. Contra la existencia de tus hijos
los Servitas, no obstante las palabras de la Madre de Dios, se dirigía nada
menos que la autoridad de dos concilios generales, cuyas resoluciones no estorbó
el Vicario de Cristo. Nuestra Señora te ofrecía a beber el cáliz de sus
amarguras. No viste el triunfo de una causa que la interesaba a ella como a ti;
pero, como los patriarcas al saludar de lejos el cumplimiento de las promesas,
la muerte no pudo hacer vacilar tu confianza serena y sumisa.
SÚPLICA.— El supremo poder de este mundo parece que
un día el Espíritu Santo lo puso a tus pies; como lo pide la Iglesia, en
recuerdo de la humildad que te hizo temer la tiara, concédenos el despreciar
los bienes temporales para solamente buscar los del cielo Los fieles no han
olvidado, con todo, que tú fuiste médico de los cuerpos, antes de serlo de las
almas; tienen gran fe en el agua y los panes que tus hijos bendicen en esta
fiesta y que recuerdan los favores milagrosos con que fué ilustrada la vida de
su padre; mira siempre por la fe de los pueblos; corresponde al culto especial
con que los médicos cristianos te honran. Y, finalmente, hoy, cuando el carro misterioso de la
hora primera se ha convertido en el carro de triunfo en que Muestra Señora te asocia a la felicidad de su entrada en los cielos, enséñanos a condolernos como tú de tal modo en sus dolores, que merezcamos estar contigo
en la eternidad y tener parte en su
gloria.
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