20 DE AGOSTO
SAN BERNArDO,
CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA.
Misa – In Medio
Epístola – Eccli; XXXIX, 6-14
Evangelio – San Mateo; V, 13-19
GLORIAS DE SAN BERNARDO. — "He aquí que la Reina se ha sentado después de su único; Hijo en
el festín eterno. Entonces, como el nardo; que difunde su perfume, Bernardo
entregó su, alma a Dios". Sin duda fué para recompensarle de haber sido su
caballero tan fiel y el cantor tan amante y elocuente de todas sus grandezas,
por lo que María vino a buscar a Bernardo
durante la Octava de su gloriosa Asunción. El Menologio cisterciense
recuerda a sus hijos todos los años la figura gloriosa y los méritos del primer Abad de Claraval:
"En el claustro se ejercita maravillosamente en los ayunos, en las
oraciones, en las vigilias, llevando en la tierra una vida del todo celestial.
Sin descuidar el trabajo de su perfección, se ocupa con celo y éxito en la
santificación de los suyos; vese además obligado a presentarse ante el mundo.
Aconseja a los Papas, pacifica a los reyes, convierte a los pueblos; extermina
la herejía, abate el cisma, predica la cruzada, rehúsa obispados, obra milagros sin número, escribe
obras admirables y un millar de cartas. A los 63 años, cuando muere, ha fundado ya 150 monasterios, y 700 religiosos le lloran en Claraval. El
Papa Alejandro III le inscribió en el catálogo de los Santos y Pío VIII, en
1830, le confirió el título de Doctor de la Iglesia universal". Grande es
el elogio, pero no exagerado. Innumerables son los títulos que se le han dado
al que vino a Claraval a buscar en la humildad de la vida monástica, el
silencio, la facilidad de hacer penitencia y de rezar mientras llegaba la
muerte que le uniría con su Dios. El que buscaba ser olvidado de todos, llegó a
ser, a pesar suyo, el hombre de quien no podía prescindir su siglo, el que iba
a tener sobre sus compatriotas una influencia sin igual y que en la como una de
las figuras más nobles y más atractivas de la Iglesia y de su patria. Bossuet,
en un panegírico célebre, nos ha representado en la celda estudiando la cruz de
Jesús, después en la cátedra sagrada y a través de los caminos de Europa, predicando
esa misma cruz. Pero, antes que él, Alejandro III le había llamado "luz de
toda la Iglesia de Dios por la antorcha de su fe y de su doctrina"; Santo Tomás de Aquino:
"el elegido de Dios, la perla, el espejo y el modelo de la fe; la columna de la Iglesia, el vaso precioso, la boca de oro que embriagó a todo el mundo
con el vino de su dulzura"; y San Buenaventura le llamó: "el gran contemplativo,
de máxima elocuencia, lleno del espíritu de sabiduría y de una santidad eminente"; y nos extenderíamos demasiado si
fuésemos a citar el nombre y los elogios de los Santos que le han venerado y saborearon
su doctrina "meliflua", desde Santa Gertrudis y Santa Mectildis hasta
San. Luis Gonzaga y San Alfonso de Ligorio.
EL CABALLERO DE NUESTRA SEÑORA. — Pero lo que de modo especial nos debe impresionar en estos
días, lo que debería bastar para dar gloria ; a San Bernardo es que fué el
cantor y el caballero de Nuestra Señora. "Fue, dice Bossuet, el más fiel y
el más casto de sus hijos; el que más honró entre todos los hombres su maternidad ,gloriosa, el que creyó que debía a
sus cuidadosa y a su caridad
maternal la influencia continua de gracias que recibía de su divino Hijo." Nos cuenta la leyenda que un día
los Angeles le enseñaron en
la Iglesia de San Benigno de Dijon, la salve Regina, y que una vez la
Virgen dejó correr hasta sus
labios algunas gotas de la leche con que se había alimentado Jesús. Pero sea de
esto lo que fuere, Bernardo nunca se mostraba más elocuente ni más persuasivo
que al hablar de María. Sus discursos nos la presentan en todos los misterios
de nuestra salvación ocupando junto al Señor el puesto que Eva había tenido
cerca de nuestro primer padre; habló de ella en términos tan tiernos y
conmovedores, que hizo vibrar el corazón de los monjes y de las multitudes que
le escuchaban, del gran amor que sentía a
esta divina Madre, y contribuyó poderosamente a hacerla amar en su nación. Sus sermones sobre la Anunciación se
han hecho famosos y los del misterio de la Asunción se dirían que son
posteriores a la definición del dogma que tanta alegría ha traído al mundo. Tal vez sea esto lo que le ha acarreado tanta
popularidad. Porque San Bernardo no es sólo admirado por los que estudian la historia del siglo XII y se encuentran con él en todo lo
grande y grave que entonces sucede, o también por los monjes y los teólogos que estudian su doctrina; San Bernardo es amado, y "el secreto
de su popularidad y del amor que se le tiene, está en el amor que él tuvo a
Jesús y en la ternura con que amó a María, ternura profunda, amor
ardiente que nos enfervoriza aun después de ocho siglos". "Jesús y
María: dos nombres, dos amores que se funden en uno solo y hacen de su corazón
un horno. El amor de María da el movimiento y el amor de Jesús se abre en él
como un lirio en su tallo. Este amor le persigue por las sendas de la
Escritura, por las ásperas montañas de la vida monástica, por la práctica
asidua de las virtudes más varoniles, pero siempre por medio de María; se esfuerza en cantar al Verbo acompañándose de María como de una
lira". Después de ocho siglos, las oraciones que San Bernardo redactó o bosquejó
sirven a las almas para rezar a María, para expresarla su confianza y su amor.
Las repetimos todos los días, avaloradas con el fervor de todos los que las
pronunciaron antes que nosotros: la Salve Regina, el Acordaos. No
conocemos modo mejor para honrar a este gran Santo, serle grato y darle gracias,
que repetir, siguiendo su ejemplo, las oraciones que brotaron de su corazón y sobre todo alabar a Nuestra Señora con
sus propias palabras.
VIDA. — Bernardo nació en Fontaine-lez-Dijon en 1090.
A los 16 años se quedó sin madre. Poco después pensó ingresar en el Cister, donde el Abad Esteban Harding estaba descorazonado por no tener
vocaciones. Pero no llegó solo. En Pascua de 1112 se presentaba con treinta
parientes o amigos, a los que él había, animado a abrazar la vida perfecta.
Permaneció durante tres años en
este monasterio, entregado a la
oración y a la más ruda penitencia. En 1115 llegaba a ser Abad de Clairvaux. La
fama de su doctrina y de su
santidad pronto le trajeron postulantes en crecido número; pronto tuvo que fundar monasterios y aceptar la reforma de los que solicitaban su
ayuda. Todo para todos, tuvo
muchas veces que dejar su monasterio para combatir el cisma de Anacleto II en
Italia, la herejía en el mediodía de
Francia, o para predicar la
cruzada a petición de Eugenio III. Para este hijo, que llegó a ser Papa, escribió el tratado de la Consideración y para sus monjes su Apología del
ideal cisterciense, el Tratado del
amor de Dios y el Comentario
del Cantar de los Cantares. Agotado
por los trabajos y fatigas,
consumido por excesiva penitencia, acabó por ñn sus días en su monasterio, el
20 de agosto de 1153. Fué
canonizado veinte años después y declarado por Pío VIII Doctor de la Iglesia
universal el 23 de julio de 1830.
PLEGARIA A SAN BERNARDO.'—Era conveniente que viésemos al heraldo de la Madre de Dios seguir de cerca su carroza triunfal; y,
al entrar en el cielo en esta
Octava radiante, te pierdes con deleite
en la gloria de aquella cuyas grandezas ensalzaste en este mundo. Ampáranos en su corte; dirige hacia el Cister sus
ojos maternales; en su nombre, salva una vez más a la Iglesia y defiende al Vicario
del Esposo. Pero en este día, nos convidas a cantarla, a rogarla contigo, más
bien que a rezarla contigo; el homenaje que más te agrada, oh Bernardo, es ver
que nos aprovechamos de tus escritos sublimes para admirar "a la que hoy
sube gloriosa y colma de felicidad a los habitantes del cielo." Aunque
rutilante, el cielo resplandece con nuevo fulgor a la luz de la antorcha
virginal. En las alturas resuenan también la acción de gracias y la alabanza. Estas
alegrías de la patria ¿no debemos hacerlas nuestras en medio de nuestro destierro?
Sin morada permanente, buscamos la ciudad a la que la Virgen bendita arriba en
este momento. Ciudadanos de Jerusalén, muy justo es que desde la orilla de los ríos
de Babilonia nos acordemos de ello y dilatemos nuestros corazones ante el
desbordamiento del río de felicidad cuyas gotitas saltan hoy hasta la tierra.
Nuestra Reina tomó hoy la delantera; la acogida espléndida que se la ha hecho,
nos da confianza a nosotros, que somos su séquito y sus servidores. Nuestra
caravana, precedida de la Madre de misericordia, a título de abogada cerca del
Juez, Hijo suyo, tendrá buen recibimiento en el negocio de la salvación. "Deje
de ensalzar tu misericordia, oh Virgen bien aventurada, el que recuerde haberte
invocado inútilmente en sus necesidades. Nosotros, siervecillos tuyos, te
felicitamos, sí, por todas las demás virtudes; pero en tu misericordia más bien
nos felicitamos a nosotros mismos. Alabamos en ti la virginidad y admiramos tu
humildad; Pero la misericordia sabe más dulce a los miserables; por eso
abrazamos con más amor la misericordia, nos acordamos de ella más veces y ia
invocamos sin cesar. ¿Quién podrá investigar, oh Virgen bendita, la largura y
anchura, la altura y profundidad de tu misericordia? Porque su largura alcanza
hasta su última hora (a los que la invocan); su anchura llena la tierra; Su
altura y su profundidad llenó el cielo y dejó vacío el infierno. Ahora que has
recuperado a tu Hijo y eres tan poderosa como misericordiosa, manifiesta al
mundo la gracia que hallaste en El: alcanza perdón al pecador, salud al
enfermo, fortaleza a los débiles, consuelo a los afligidos, amparo y protección
a los amenazados por algún peligro, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce
Virgen María"!
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