12 DE AGOSTO
SANTA CLARA, VIRGEN
Misa - Dilexísti
III Clase – Ornamentos Blancos
Epístola – II Cor; X, 17-18 y XI, 1-2
Evangelio – San Mateo; XXV, 1-13
Había comenzado S. Francisco su vida de penitenciasy sacrificios. Se
había dado cuenta, al al mundo, de las grandes lecciones de cruz, y saliendo
después de la caverna que le de morada, hizo brotar de su corazón el amoroso
cántico con que atraería a las almas generosas. Ya en esta época cumplía las
palabras del Crucifijo de San Damián: "Ve, y reconstruye mi casa
semiarruinada"; mas al reconstruir el de las almas, quiso también
reconstruir el templo material donde se aposenta el huésped . La iglesita de
San Damián fué restaurada por sus cuidados, llevando él mismo las sobre sus
espaldas y animando a obreros de buena voluntad les decía: "Venid,
hermanos míos, ayudadme a terminar este edificio, porque un día, en este lugar,
se levantará un monasterio de pobres mujeres, que darán gloria al Padre
celestial en toda la Iglesia".
VOCACIÓN DE CLARA.—Pasados apenas cuatro años esta profecía se
cumplía. Mientras Francisco predicaba en Asís en la iglesia de San Jorge, una
joven de noble familia fué con su madre y su hermana para oír una de sus
pláticas. Clara escucha su palabra llena de fuego, contempla su faz radiante y
al punto escogió Francisco por guía de
su alma. Comunica sus intenciones a una tía suya y se dirige con ella a Santa María
de los Angeles. ¿Quién podrá expresar lo que pasó en esta primera entrevista en
el alma del Seráfico Padre con la que había de ser su ayuda en la obra que el
cielo le confiaba? Francisco descubrió a Clara la hermosura de celestial
Esposo, las excelencias de la virginidad y después la habló de lo más querido
para él, es decir: del poder y encantos de la pobreza, de la necesidad de la
penitencia. Escucha Clara admirada y enajenada. Percibe el llamamiento divino
en su corazón. Pronto toma una resolución: romperá todos los lazos de la tierra
para consagrarse a Dios.
LA CONSAGRACIÓN. — En la noche del Domingo de Ramos de 1212,
abandona a hurtadillas la casa paterna con algunas amigas íntimas y se encamina
a Santa María de los Angeles. Francisco y sus frailes acuden a su encuentro con
antorchas en las manos y la introducen en el santuario de María. Allí tienen
lugar por la noche los desposorios espirituales. Francisco la pregunta que es
lo que quiere. "A Dios, al Dios, dijo ella, del pesebre y del Calvario. No
quiero otro tesoro ni otra herencia". Mientras Francisco la corta los
cabellos, se deshace de su adornos y su joyas y recibe un burdo hábito, la
cuerda, un grueso velo y se consagra a Dios para siempre.
LA PEQUEÑA
PLANTA DE SAN FRANCISCO.—Hemos
recordado esta escena tan sencilla y encantadora. Pero lo que en adelante será
un resumen de su vida, lo que debemos recordar de la Santa, es lo que ella
misma escribirá con sencillez en su testamento: "es la pequeña planta de
San Francisco". Clara en efecto recibió en su plenitud el espíritu de San
Francisco; caló muy hondo en su corazón; fué tan colmada de su espíritu que vivió
constantemente de él; hizo el alimento de su inteligencia, el alimento de su
caridad y como el principio mismo de sus obras. Vivió del espíritu seráfico con
la misma perfección que San Francisco vivió del espíritu evangélico. Imitó a San
Francisco en todo, en la pobreza, en la humildad, en la penitencia, en la
oración y en el amor generoso y agradecido.
LA POBREZA. — La pobreza fué la virtud preferida de San
Francisco. Fué su dama y el sueño de su vida y pudo darse testimonio al morir
que la había sido fiel. El mismo amor se encuentra en Santa Clara. Muchas
fueron las almas que como ella se consagraron a él; pero supieron de antemano a
lo que se comprometían. Clara, en cambio no sabía más que una cosa y era, que adoptaba
la pobreza más absoluta; se diría que se lanzaba a lo desconocido; más se
arrojaba en los brazos de Dios en quien confiaba con un acto de generosidad
incomparable. Aceptó la pobreza con alegría desde el principio, y fué fiel a
ella hasta el fin. Y mientras Francisco sufrirá a menudo de las incomprensiones
de sus frailes, las hermanas de San Damián serán siempre su consuelo. Para
Clara la pobreza no era más que la práctica perfecta y perpetua del abandono a
la Providencia del Padre y la libertad de amarle sin división. Por eso, cuando
el Papa, temiendo por el porvenir del pequeño monasterio, la propone dispensarla
de su voto: "No, santísimo Padre, replicó ella con viveza, absuélvame de
mis pecados, pero no tengo ningún deseo de ser dispensada de seguir lo más
cerca posible las huellas de Jesucristo."
LA HUMILDAD. — La pobreza origina la humildad. El autor de
la imitación sólo nombra a un santo, que es San Francisco, a quien llama
"el humilde Francisco", porque su gran virtud fue la humildad. Brilló
también ésta en el alma de Santa Clara. Su vida tan hermosa puede resumirse en
estas palabras: humildad, docilidad, y agradecimiento. A pesar de proceder de
familia noble se empeña en permanecer oculta hasta su muerte; era la madre de
su Orden y se hace la criada de sus hermanas, las manda con suavidad, las cuida
con precauciones infinitas y se anonada ante ellas. Su humildad fué puesta un día
a dura prueba; habiendo ido el Papa a San Damián pidió a Clara que bendijera
ella misma los panes que había puesto en las mesas. Procuró ella sustraerse a
este mandato, mas el Papa manda en nombre de santa obediencia y Clara está
obligada a obedecer. Pero en el mismo instante Dios premió su obediencia con un
milagro: una cruz de oro apareció sobre cada uno de los panes, benditos por la
Santa.
LA PENITENCIA. — La pobreza y la humildad producen en el
corazón el amor del sufrimiento y de la penitencia. Clara, siendo aun joven,
sintió enternecerse su corazón al oir a San Francisco hablar de la Pasión del
Salvador. Fué a Cristo crucificado con quien deseó desposarse en San Damián
cuando por él se despojó de todo. De ahí que su vida fuera una cruz continua; llevaba
siempre un cilicio a raíz de sus carnes, ayunaba casi de continuo, se acostaba
sobre el suelo con una piedra por almohada. Pero las mortificaciones que se
imponía lejos de ponerla triste, la hacían, por el contrario, tener rostro alegre.
LA ORACIÓN. — ¿De dónde sacaba esta energía? De la
petición y de la oración. Esta era casi continua: repasaba todos los días a
mediodía hasta las tres la Pasión del Señor; una parte de la noche se
transcurría en conversación con Dios, sobre todo junto al Sagrario cerca de
Jesús Hostia a quien tanto amaba. Allí encontró su fuerza y su amor, un amor
que aumentando sin cesar la hizo morir en inefable alegría. Por eso al
presenciar su muerte después de una vida tal, el Papa, en vez de cantar el
oficio de difuntos en los funerales, mandó cantar la Misa de las Vírgenes, en
honor de la que había entrado ya en posesión de la recompensa eterna.
VIDA.— Santa Clara nació en Asís en 1194.
Pertenecía a la noble familia de los Offreduccio. Perdió a su padre siendo
niña. Al quererla casar su familia dijo que su deseo era de consagrarse a Dios.
El 18 de Marzo de 1212 se dirigió a San Damián donde San Francisco la vistió el
hábito religioso. Más tarde su madre y su hermana se juntarán a ella en el
claustro, y con ellas gran número de jóvenes, ávidas de realizar el ideal
franciscano, que no era otro que el evangélico. Francisco las dió al principio
una Formula vitae (Norma de vida), y después consiguieron seguir la
regla que había compuesto para los Frailes Menores. Muchos monasterios se
fundaron en Italia, en los países vecinos y hasta en Praga. En 1240, mientras estaba
enferma la santa abádesa, los Sarracenos sitiaron el monasterio de San Damián.
Clara tomó el copón en sus manos y se dirigió al enemigo que se dió a la fuga.
En 1252 se acostó para no levantarse más. En su última enfermedad fué consolada
por el Papa que la visitó y confirmó la Regla y el "privilegio de la
pobreza", muriendo en 11 de Agosto en la paz del Señor. En 1850, fué
encontrado su cuerpo incorrupto como el día de su muerte.
UN ALMA ILUMINADA.— ¡Oh Clara! con tanta razón así llamada. El
reflejo del Esposo, con que se reviste en este mundo, no te basta; de él
recibes directamente la luz. La claridad del Señor se recrea con delicias en el
cristal tan puro de tu alma, aumentando la alegría del cielo y comunicándola también
a este valle de lágrimas. Ilumina nuestras tinieblas con tu dulce esplendor. Quien
pudiera por la limpieza de corazón, por la rectitud del pensamiento y por la
sencillez de la mirada dar fuerza en nosotros al rayo divino que oscila en
nuestra alma vacilante y que se oscurece con nuestras inquietudes, y que desvía
y quebranta ¿ doblez de una vida repartida entre Dios y la tierra. Tu vida no
estuvo dividida de este modo. La profundísima pobreza que tuviste por
señora y guía, preservó tu espíritu de esta fascinación de la
frivolidad que para los mortales empaña el brillo de los bienes verdaderos.
El desprendimiento de todo lo perecedero mantenía tu mirada fija en las
realidades eternas; abría tu alma a los ardores seráficos que debían acabar de
hacer de ti la émula de San Francisco, tu Padre. Por eso a semejanza de los
serafines que tienen siempre puesta su mirada en Dios, tu actividad en la
tierra fué inmensa; y fué durante tu vida San Damián una de las más firmes
bases en las que el mundo decadente pudo apuntalar sus ruinas. Dígnate, por
favor, suministrarnos tu ayuda Aumenta el número de tus hijas y hazlas fieles en
seguir los ejemplos que harán de ellas como de su madre, el brazo poderoso de
la Iglesia. Que la familia franciscana en sus diferentes ramas se anime siempre
de sus rayos. Brilla por fin, oh Clara, sobre nosotros, para mostrarnos lo que valen
esta vida que pasa y la otra que no se acabará nunca.
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