MARTIR DE ZACATECAS (continuación)
Un año después de estos sucesos fue aprehendido y en compañía de otro
muchacho, fusilado en San Luis de la Paz, del estado de Guanajuato. Fidel entre
tanto permanecía oculto y desarmado entre los matorrales de las orillas del
río. Llegada la noche, y habiéndose retirado los soldados, salió de su
escondite y con toda clase de precauciones llegó al mismo patio de la hacienda,
teatro de la tragedia. Aun estaban allí los cadáveres de sus dos compañeros.
Fidel se arrodilló ante ellos para orar devotamente por sus almas, o más bien
para encomendarse a ellos; mojó su pañuelo en la sangre de los dos, para
conservarlo como una reliquia, y con las mismas precauciones volvió a salir
para internarse en el bosque, y después tratar de encontrar en aquellos
terrenos desconocidos algún camino o vereda que le llevara a San Luis.
Mientras tanto los soldados habían vuelto a Río Verde y allí se
estacionaron, no sin antes fusilar, sin más trámites, a Humberto Hernández y a Castillo,
que como siempre en estos casos murieron gritando "Viva Cristo Rey". Fidel,
caminaba y caminaba, desorientado completamente, pero encontró al fin una choza
en donde había un viejecito campesino, que le dio algo de comer, y cambió sus
harapos con el uniforme del cristero, señalándole por fin, una vereda que le
llevaría por el camino más corto hasta un punto de la carretera de San Luis.
Emprendió luego la marcha y llegó al fin a la carretera, pero estaba agotado
por la caminata, y no pudiendo más se tumbó, casi a la orilla del camino,
quedándose profundamente dormido. La columna callista que había pernoctado en
Río Verde salió muy de madrugada para San Luis, y Dios permitió que durante la
marcha por la carretera descubrieran algunos soldados a aquel mendigo harapiento,
que dormía a la orilla del camino. Llamóles la atención el contraste entre los
harapos de aquel hombre y su rostro juvenil y simpático y la recia musculatura
de su cuerpo, y despertáronle a puntapiés, y entre palabrotas y empellones lo
registraron, encontrándole unas cartas y un retrato, por lo que lo
identificaron plenamente como Fidel Muro, uno de los escapados de la hacienda
de "Las Rosas". El capitancillo de la tropa mandó inmediatamente que
le ataran a un árbol, y cuando ya lo tuvo así, inerme e indefenso, se acercó a
él para abofetearle, sin peligro de que le respondiera como merecía.
El pobre Fidel se lo reprochó enérgicamente, afeando la conducta de un
militar, que así atacaba a un hombre cuando éste no podía defenderse, lo que
enfureció al capitán y por segunda vez volvió a abofetearle sin piedad. Los
mismos soldados mostraron su disgusto por aquello y el jefe dio orden de que
desataran al cautivo del árbol, y siempre amarrado lo llevaron en medio de la
columna, a pie, y en calidad de prisionero. Veintidós leguas de una caminata
así, casi arrastrado a cabeza de silla de uno de los caballos de los soldados,
era para acabar con la vida del hombre más fuerte, pero Dios lo quería para
actos más heroicos, y aunque pedía a veces cuando sentíase desfallecer, lo
fusilaran luego, por piedad; el capitán se reía de sus imploraciones y le
contestaba sólo con alguna palabrota de su indecente vocabulario. Así llegaron
a las once de la noche del 15 de marzo de 1927 a la ciudad de San Luis, y sin
quitar al pobre joven las ataduras de las manos, lo internaron en un calabozo
infecto de la prisión.
Al día siguiente lo sujetaron al primer tormento. Atando unos alambres al
techo de la prisión por el otro extremo los sujetaron fuertemente en torno de
los pulgares de ambas manos del preso, de modo que quedara pendiente de ellos,
sin apoyo en el suelo, y no contentos con eso lo balanceaban a golpes de
machete, en sus desnudas espaldas. ¿Qué pretendían los inhumanos verdugos?
Arrancar al maltratado joven la denuncia de las personas involucradas en la
causa cristera y dónde se encontraban, en especial a los miembros de la familia
Torres, por cuyas cartas lo habían identificado. Pero ni siquiera pudieron
arrancarle un ¡ay! de dolor por el atroz tormento. Las extremidades de los
pulgares se hincharon y deformaron para siempre, y cuando al cabo de casi una
hora lo bajaron, cayó al suelo desvanecido.
Los días siguientes volvieron a repetir el tormento, los dedos le
supuraban ya y sus dolores eran insoportables, pero no lograban vencer su
denodado ánimo. Lo único que hacía al terminar aquel feroz martirio, era pedir
le dejaran poner sus manos bajo un chorro de agua fría que le calmaba un tanto
el agudo dolor. Los dedos ya no podían ser sujetados por el alambre, tan
deformados y deshechos estaban, y entonces repetían sus verdugos la misma
operación, pero suspendiéndolo de los alambres por las axilas. Y fue varias
veces el mismo general Cedillo a presenciar aquel espectáculo atroz, para ver
si él, con promesas o amenazas, lograba que en el tormento desatara su lengua.
No lo consiguió, y sólo quedó en él una admiración profunda, mezclada con
terror, de la resistencia de aquel hombre en defensa de la causa cristera.
No es, sino con mucha repugnancia, como refiero estos sucesos tratándose
de mexicanos. . . Pero es preciso, es absolutamente preciso dar a conocer con
los hechos, ya que se ofrece la ocasión, cómo deforman el corazón del hombre y
su moral las perversas enseñanzas de las escuelas oficiales laicas, en las que
se quita a los niños y jóvenes el temor de Dios y la creencia en la vida
futura. Es allí, en esos antros de perversidad, en donde se educaron todos esos
caciques y jefecillos, que se unieron a Calles, para servirle en la ejecución de las consignas de
la terrible "conspiración contra el orden cristiano", que ahora mismo
en otras partes de este mundo continúa su perversa obra.
Aquella resistencia heroica cansó al fin a los verdugos, y optaron por dejarle
en paz, tanto más cuanto que personas influyentes y muy respetadas en la
población como don Ildefonso Azanza y su hija la señorita María no dejaban de
interceder por el preso para que se le dejara en libertad. Llegaron por
entonces a la misma prisión unos cristeros de Guanajuato capturados por el
general Gallegos, e inmediatamente fueron fusilados, haciendo que Fidel
presenciara la ejecución, con el ánimo de amedrentarlo diciéndole: "Mañana
te toca a ti". Llegó el mañana, y el prisionero fue sacado en un truck
entre soldados, como si lo llevaran a ejecutar. Era simplemente otra comedia, y
después de pasearlo un rato lo volvieron a encerrar. Fidel durante todo el
trayecto había ido rezando el rosario como preparación a la muerte. ¡Pero ni
una palabra salió de sus labios! Cedillo en persona entró en la prisión para
ofrecerle un alto puesto en el ejército, si consentía en denunciar a los
cristeros. . . Fidel permaneció callado como un muerto.
Por fin, por uno de esos movimientos asquerosos de la política mexicana
el general Cedillo pasó a ser de jefe de las armas gobernador del estado, y en
la jefatura le sucedió el general Francisco Carrera Torres quien sintiéndose generoso
al obtener aquel grado, cedió a las instancias de los Azanza, y a la garantía
de su misma persona, que le ofreció don Ildefonso, como fianza, y dio orden de
sacar de la prisión a Fidel dándole como cárcel misma ciudad de San Luis. Una
etapa dolorosa del martirio de Fidel había terminado. Otras seguirían quizás
más crueles para su corazón generoso.
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