20 DE JULIO
SAN JERONIMO EMILIANO,
CONFESOR
Misa – JUSTUS
Epístola – I Cor. IV, 9-14
Evangelio – San Lucas. X, 1-9
LECCIÓN DE CARIDAD. —
Hemos admirado la caridad para con los enfermos y de los moribundos en San
Camilo de Lellis; para con campesinos, encarcelados y niños abandonados en San Vicente
de Paúl; la consideraremos hoy en San Jerónimo Emiliano para con los huérfanos.
¿No quiere darnos con ello la Iglesia una gran lección de caridad y de
abnegación para con nuestros hermanos, por los ejemplos que pone ante nuestros
ojos en estos tres días seguidos? Es más: en San Jerónimo Emiliano nos recuerda
la dignidad del niño cuya inocencia atrae las miradas del Señor y hace habitar
en su alma a la Santísima Trinidad. La Iglesia nos recuerda todo el encanto al
hacernos leer en el oficio de maitines la Homilía 62 de San Juan Crisóstomo.
Nos invita también a seguir el consejo de Jesús que nos insiste que nos
volvamos niños para poder entrar en el reino de los cielos.
HOMILÍA DE SAN
JUAN CRISÓSTOMO. — "Si queremos ser herederos de los
cielos, busquemos la sencillez de la infancia con mucho empeño. La cumbre de la
filosofía es ser sencillo con prudencia, es la vida angelical. El alma del niño
no tiene ningún vicio en el alma; no se le quedan grabadas en la memoria las
injurias, sino que, como si no hubiese sucedido nada, olvidándose se junta de
nuevo con los amigos. Y aunque sea castigado por su madre, siempre la busca y
la antepone a todos. Si le muestras una reina adornada con piedras preciosas,
no la prefiere a su madre vestida de harapos; y prefiere verla a ella, sencilla
en su pobreza, más que a la reina magníficamente compuesta. Pues acostumbra a
juzgar lo que le interesa o no le importa, no sobre la pobreza o las riquezas,
sino sobre el amor. Toda su preocupación es lo necesario y nada más; así harto
de la leche que saborea, suelta el pecho de la madre. No sufre las mismas
tristezas que nosotros: ni la pérdida de los bienes, ni cosas parecidas; la
pérdida de los bienes ni cosa igual le turban, sus gustos no son los nuestros,
ni la hermosura corporal le atrae. Por esto decía el Señor: "De tales es
el reino de los cielos", para que nosotros por virtud hagamos lo que los
niños hacen naturalmente Sus ángeles custodios aun cuando pongan sus miradas en
seres tan puros, como dice nuestro Señor, no se distraen de la contemplación
del Padre Celestial. Benditos sean San Jerónimo Emiliano y los que como él se
dedican a la educación cristiana de los niños, por haber sido elegidos por Dios
para participar de los cuidados de los ángeles terrenos, en espera de ser
asociados a felicidad en el cielo.
VIDA. —
San Jerónimo nació en Venecia en 1481, de familia noble. Como soldado tomó
parte en la toma de Castelnovo donde fue hecho prisionero por los Imperiales y
aherrojado en un calabozo. Al verse privado de todo auxilio humano acudió a la
Santísima Virgen, que se le apareció y le puso en libertad. En agradecimiento fué
a Treviso a presentarla sus cadenas como homenaje y a consagrarse por entero al
servicio de Dios. Vuelto a Venecia, su patria, se preparó a recibir el
sacerdocio y se empleó en obras de caridad. Le dio ocasión para ello la
epidemia de 1528, vendió todos sus muebles para socorrer a los pobres y acudió
a remediar todas las miserias. Ocupó se después, en 1531, en el cuidado de los
niños que recogía para curarlos, alimentarlos, enseñarlos el catecismo y
formarlos en las costumbres cristianas. Allegó colaboradores y puso los
fundamentos de una Congregación cuyo centro estuvo en Samasca (Junto a Bérgamo)
y de ahí el apelativo de Somascos que se dió a sus religiosos. Murió en esta
ciudad en 1537, víctima del mal que contrajo a la cabecera de los apestados. Al
no dejar sucesor alguno de su obra, los Somascos se unieron a los Teatinos, fundados
por San Cayetano de Tiena, pero recobraron su independencia en 1568. Ahora no
poseen más que una docena de casas en Italia. Fué canonizado por Clemente XIII
en 1767 y proclamado por Pío XI, en 1928, Patrono de los huérfanos y jóvenes
abandonados.
LA VERDADERA
CARIDAD. — Oh Jerónimo, formas en estos días con Vicente de
Paúl, y Camilo de Lellis el triunvirato de la caridad. De este modo el Espíritu
divino, cuyo reino avanza, encuentra sus complacencias en poner la impronta de
la Santísima Trinidad sobre los tiempos; quiere manifestar que el amor de Dios,
que trae al mundo no va unido sino con el de los hermanos. A la vez que nos
daba por ti esta prueba en la tierra, el espíritu malo daba la suya,
haciéndonos ver que el amor verdadero a nuestros semejantes se desvanece donde
no está el del Señor, el cual a su vez se apaga donde no hay fe: la humanidad
puede escoger entre las ruinas de la falsa reforma y la fecundidad siempre
nueva del Espíritu de santidad. Su elección, por desgracia, no fué siempre y en
todas partes conforme a sus verdaderos intereses del tiempo y de la eternidad.
Con cuánto mayor motivo deberíamos repetir nosotros la oración que enseñaste a
tu huerfanitos: "Jesucristo Señor nuestro, y amado Padre, te suplicamos
por tu bondad infinita, que resucites la cristiandad y vuélvela a la rectitud
santa de los tiempos apostólicos".
PLEGARIA. —
Trabajaste mucho y bien en la obra grande de restauración. La Madre de la divina
gracia, al romper tus cadenas en la cárcel, devolvía a tu alma, más presa aún,
el vigor del bautismo y de tus primeros años; tu juventud como la del águila se
renovó; el valor que te hizo célebre en las milicias terrenas, multiplicó tus
conquistas sobre la muerte y el demonio. Jesús, Rey del ejército cristiano, te
comunicó sus preferencias por los pequeñuelos: quién podrá contar los que inocentes
reservasteis a sus cariños divinos, los que estaban ya perdidos y te deberán la
corona en el cielo. Aumenta el número de tus hijos desde el trono en que te ves
rodeado de esas simpáticas falanges infantiles, fortifica a los que continúan
tu obra sobre la tierra; ojalá tu espíritu se difunda más y más en esta
malhadada época en que la envidia nefasta de Satanás disputa la juventud a
Dios. Felices los que en su postrer aliento hayan cumplido la obra de
misericordia por excelencia en nuestros días, la de conservar la fe de los
niños y su bautismo intacto. Aunque hubiesen merecido como tú en otro tiempo la
cólera divina, podrán decir con confianza estas palabras para ti tan queridas: "Oh
mi dulce Jesús, sé mi Salvador y mi juez."
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