PROMETEO
LA RELIGIÓN
DEL HOMBRE
ENSAYO DE UNA HERMENÉUTICA
DEL CONCILIO VATICANO II
PADRE ÁLVARO CALDERÓN
CAPÍTULO I
QUÉ FUE EL CONCILIO
VATICANO
II
Segunda parte
2 - Tres notas teológicas.
Acerca
del fin último del hombre
Podría pensarse que en la
exposición del punto anterior no hay más que un cambio de lenguaje por el que
se traducen los conceptos tradicionales con la intención apologética de que los
comprenda el hombre de hoy, finalidad que Juan XXIII le habría señalado al
Concilio en el discurso inaugural. Tradicionalmente decíamos que la doble
finalidad de la Iglesia en general es la gloria de Dios y la santificación de
las almas, y que el amor al prójimo - según enseña San Juan en su primera carta
- es el camino más cierto al amor de Dios. El Concilio sólo señalaría que
buscar la santificación de las almas no es otra cosa que promover la dignidad humana,
lo que es ciertamente verdadero. Pero cualquiera que tenga experiencia de la
vida espiritual y de las cosas humanas, sabe cuán fácil y sutilmente pueden
trasponerse estos dos fines últimos, ciertamente ordenados pero íntimamente
ligados. Entre el fraile humilde que trabaja en su propia perfección por amor a
la voluntad de Dios, y el orgulloso que cumple con lo que Dios manda por amor a
su perfección propia, puede haber una gran semejanza en actos y palabras -tanto
que se esconda la diferencia a los ojos de un celoso superior-, pero hay un
abismo entre los dos. El primero está al servicio de Dios y el segundo tiene a
Dios a su servicio.
La cuestión del fin último
no es difícil de entender, pero exige unas precisas y oportunas distinciones, sin
las cuales se llega a enormes errores, porque allí se plantea -como dice San
Ignacio-el principio y fundamento del orden interior del hombre, de la sociedad
y de la Iglesia, y un pequeño error en los principios se hace grande en las
conclusiones. Quizás la explicación más simple y completa del asunto es la que
da Santo Tomás al explicar, en la Suma Teológica, las dos primeras peticiones
del Padrenuestro: “Es cosa manifiesta que lo primero que deseamos es el fin, y
en segundo lugar, los medios para alcanzarlo. Pero nuestro fin es Dios. Y
nuestra voluntad tiende hacia El de dos maneras: en cuanto que deseamos su
gloria y en cuanto que queremos gozar de ella. La primera de estas dos maneras
se refiere al amor con que amamos a Dios en sí mismo; la segunda, al amor con
que nos amamos a nosotros en Dios. Por esta razón decimos en la primera de las
peticiones: santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la gloria de
Dios. La segunda de las peticiones es: Venga a nosotros tu reino. Con
ella pedimos llegar a la gloria de su reino”. La principal distinción
que hay que comprender bien es la que se da entre aquello que es «fin» y lo que
es «alcanzar el fin». El fin de la voluntad es siempre un bien, y el fin último
de la voluntad del hombre no es otro que Dios mismo, Bien increado. Por eso
dice Santo Tomás: “Nuestro fin es Dios”. Pero otra cosa es alcanzar este fin y
Bien, esto es, poseerlo y gozarlo, lo que se hace por cierta acción. Y de esta
acción también puede decirse en cierto sentido que es último fin. El fin del
avaro es el dinero, o también la posesión y gozo del dinero. En cierta manera
son lo mismo, porque querer el dinero significa querer poseerlo, pero vistos en
su misma realidad no son lo mismo, porque una cosa es el dinero y otra la
acción de poseerlo. El bien que se quiere como fin es algo absoluto v se
dice fin sin más (simpliciter), mientras que la acción por la que se
alcanza el fin es algo relativo a dicho bien, pues lo toma como objeto,
y se dice fin sólo en cierto sentido (secundum quid). Santo Tomás llama
al primero «finis cuius» y al segundo «finis quo».
Lo que decimos del hombre
puede decirse en cierto modo (por analogía) de toda criatura y también de Dios.
Todas y cada una de las criaturas tiene como fin último a Dios, aunque cada una
de ellas tiende a Él de una manera distinta - tendencia que se puede llamar
«apetito natural» - y lo alcanza por una diferente acción. Por eso, si hablamos
del fin sin más (simpliciter o «cuius»), el hombre y todas las demás
criaturas tienen el mismo fin, Dios; pero si hablamos del fin en cuanto al acto
de alcanzarlo (fin secundum quid o «quo»), entonces las diversas
criaturas tienen diversos fines últimos: el hombre contemplar a Dios, y el
canario cantarlo. Ahora bien, realizar esta acción por la que se alcanza el fin
último supone para cada cosa haber alcanzado la perfección de su ser y de sus
potencias operativas, por donde cabe hacer otra distinción - levemente
diferente a la anterior- entre fin intrínseco y extrínseco. Porque,
dijimos, el hombre y toda criatura tiene como fin último extrínseco a
Dios, al que alcanza por su operación, pero para ello debe alcanzar la última
perfección que le haga posible producir esta acción; por lo tanto, también cabe
decir que el fin último intrínseco de cada criatura es lograr la
perfección última de su propia naturaleza, que la hace apta para alcanzar a
Dios. El fin último intrínseco del hombre es su perfección como imagen
de Dios, que es virtualmente perfecta por las virtudes teologales, y es actual
y últimamente perfecta en el acto de la contemplación de Dios (1). Por
eso decimos que el fin último (intrínseco) del hombre es la santidad,
donde se mira más la perfección de las virtudes, y decimos mejor que su fin
último es la gloria, en la que se alcanza la perfección última por los
actos de visión y gozo de Dios. Como se ve, considerados
según lo que son en sí (secundum rem), el fin último intrínseco es lo
mismo que el fin «quo», pero considerados según su razón formal (secundum
rationem) no son lo mismo, porque el fin intrínseco es una consideración absoluta
del bien de la criatura, mientras que el fin «quo» es una consideración
relativa al fin último extrínseco, Dios. ¡Ay, no se asuste el Lector con
tanta distinción! El bien particular de la creatura no es tan absoluto como se
dice, sino que es participación del Bien común que es Dios, Bien
absoluto por excelencia. Podemos hablar, entonces, del fin último del hombre de
cuatro maneras:
• Fin último sin más (simpliciter)
es Dios, Bien absoluto trascendente, esto es, extrínseco al hombre.
• Fin último en cierto
aspecto (secundum quid) puede decirse:
- La santidad, entendida
como perfección de las virtudes (fin intrínseco último en cuanto al ser).
- La gloria, entendida
como estado último de contemplación de Dios (fin intrínseco último sin más).
- La beatitud, entendida
como posesión del Bien infinito (finís quo).
Muchas veces la santidad, la
gloria y la beatitud se toman por lo mismo, sin distinción.
3º Acerca
de los fines de Dios
Todas estas cosas pueden
verse también en Dios. Si consideramos a Dios en sí mismo, es claro que todas
estas distinciones no hablan de cosas realmente distintas, porque Dios no tiene
ningún fin fuera de Sí mismo y se ama a Sí mismo por una acción que se
identifica con su propio ser y esencia divinos. En Él, la bondad, la santidad,
la gloria y la beatitud se identifican con la esencia divina secundum rem et
rationern. Pero si lo consideramos en cuanto Creador, las distinciones ya
son reales, porque si bien Dios al crear no puede tener otro fin que su misma
bondad increada, sin embargo lo alcanza por la perfección de su obra, como a
través de una acción realizada por medio de un instrumento, que es justamente
el universo creado. Al mirar las cosas, entonces, del lado de Dios, las
denominaciones de intrínseco y extrínseco se invierten, porque ahora el fin simpliciter
último es el Bien intrínseco (increado), mientras que la gloria y
santificación que Dios alcanza por la creación es un bien extrínseco (creado),
fin secundum quid último. Por lo tanto, cuando habíanlos de los fines
por los cuales Dios creó, debemos decir que el fin sin más (simpliciter) es
el mismo Dios, como Bien increado. Pero también puede decirse fin en cierto
aspecto (secundum quid) la gloria extrínseca de Dios, bien
creado. Pero la gloria extrínseca de Dios no debe considerarse fin a la manera
como dijimos que se considera en el hombre, esto es, como un último
perfeccionamiento (consideración absoluta), pues en nada se perfecciona
Dios por la creación, ya que no ha hecho más que manifestar ad extra una
partecita de su infinita perfección. Sino que debe considerarse exclusivamente bajo
la razón formal de fin «quo» (consideración relativa), como se
dice fin la acción por la que se alcanza el fin: Dios quiso manifestar ad
extra su infinita bondad, y esta manifestación se alcanza por la acción
conjunta del universo creado, entendida, como dijimos, a la manera de una
acción que Dios mismo realiza por medio de un instrumento.
En verdad, la noción de
«gloria» corresponde más a algo relativo que a algo absoluto, porque “la gloria
se define como una «notoriedad laudatoria» (clara notitia cum laude)”,
esto es, como actos de reconocimiento y alabanza referidos a la bondad de otro.
Por eso, aunque al hablar del estado de gloria del hombre entendemos la
perfección última que alcanza en sí, sin embargo corresponde mejor con la
noción de gloria cuando entendemos la gloria extrínseca de Dios, que consiste
en el reconocimiento y alabanza que le rinden juntamente todos los Ángeles y
Santos, y a través de ellos todo el universo creado. También se da esta noción de
manera suprema y perfectísima al referirla a la Gloria intrínseca de Dios, que
aunque se identifica con la esencia divina, significa la clarísima y
amorosísima noticia que cada Persona divina tiene de las otras dos en el seno
de la Santísima Trinidad.
4º Del
amor a las cosas y la amistad con las personas
Esto que decimos nos lleva a
la última distinción que debemos hacer para explicar las dos primeras peticiones
del Padrenuestro. La gloria de Dios tiene íntima relación con las criaturas
espirituales, pues son las únicas que pueden conocer y amar el bien en
cuanto tal. Podemos decir que la belleza del mundo material canta la gloria
del Creador pues la pone de manifiesto, pero no lo glorifica formalmente, pues
no lo reconoce como Fuente de todo bien y por lo mismo no lo alaba. Sólo las
criaturas espirituales son capaces de hacerlo. Y esta misma aptitud para
reconocer el bien en cuanto tal, hace que sólo las criaturas espirituales sean
capaces de entrar en verdadera posesión y gozo de Dios, y que puedan ser
también objeto del amor de la divina amistad, esto es, de la caridad. Porque la
amistad es un amor con benevolencia mutua, que podemos tener con las personas
pero no con las cosas. A las personas y a las cosas podemos amarlas porque son
un bien para nosotros, y este es un amor -dice Santo Tomás- como de cierta
concupiscencia. Pero al amor a las personas se le puede agregar también la benevolencia,
es decir, que no sólo las amemos porque sean un bien para nosotros, sino
también porque queremos el bien para ellas, lo que es amarlas como nos amamos a
nosotros mismos. Y no se puede tener este amor con las cosas, porque si bien
podemos hacerle el bien a nuestro caballo, alimentarlo y curarlo, no cabe decir
que queremos el bien para él cuando él no entiende qué es el bien. La amistad, además,
es un amor con benevolencia mutua, y sólo las personas pueden
correspondemos con el mismo modo de amor. De allí que las criaturas
irracionales no puedan ser objeto de amor de caridad:
- porque no podemos querer
el bien para quien no es capaz de reconocerlo como tal y propiamente poseerlo;
- porque no son capaces de
correspondemos con esta divina amistad;
- porque, muy en especial,
no son capaces de gozar de Dios por la beatitud eterna, que es el Bien cuya comunicación
funda la amistad caritativa.
Dios en sí mismo es objeto
de amor sin más, pues es el Bien universal, infinitamente amable por sí mismo.
Pero su misericordia lo llevó a ofrecernos un amor de amistad, ofreciéndose a
sí mismo para ser poseído por la bienaventuranza sobrenatural. La caridad,
entonces, nos pide corresponder al amor de amistad que nos ofrece Dios,
amándolo por sí mismo sobre todas las cosas y queriendo el bien para Él. Pero
no hay otro bien fuera de Él mismo que podamos querer para Él, que no sea su
gloria extrínseca. Y así como el amor al Amigo lleva a amar a los amigos del
Amigo, pues se da entre todos una comunidad de bien y de vida, así también el
amor a Dios nos pide amar a todos aquellos a los que se comunica o puede
comunicar la divina bondad, esto es, a las personas capaces de la beatitud
eterna. Y el bien que debemos querer para todas las criaturas
espirituales es su común santificación en el Reino de Dios.
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