Artículo 2
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, SEÑOR
NUESTRO
32. —Pero hubo algunos herejes que creyeron en eso de manera
perversa.
En efecto, Fotino dice que Cristo no es Hijo
de Dios sino tal como lo son los varones virtuosos que, por vivir honestamente y por cumplir con la voluntad de
Dios, merecen ser llamados hijos de Dios por adopción; y que de esta manera
Cristo, que vivió honestamente e hizo la voluntad de Dios, mereció ser llamado
Hijo de Dios; y pretendió que Cristo no existió antes de la Bienaventurada Virgen,
sino que empezó a existir cuando fue concebido por Ella.
Y así erró doblemente. Primero, por no
decir que Cristo es verdadero Hijo de Dios según la naturaleza; y en segundo lugar al decir que Cristo
empezó a existir en el tiempo en cuanto a todo su ser, mientras
que nuestra fe afirma que El es Hijo de Dios por naturaleza y que lo es ab
aeterno. Y en
todo esto tenemos testimonios expresos contra Fotino en la Sagrada Escritura.
En efecto, contra lo primero la Escritura
dice no sólo que Cristo es Hijo sino que es Hijo único. Juan I, 18: "El Hijo
único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado". Y contra lo segundo, Juan 8, 58: "Antes
de que Abraham fuese, Yo soy". Ahora bien, es claro que Abraham existió antes que la Santísima
Virgen, por lo cual los Santos Padres agregaron, en otro Símbolo, contra lo
primero: "Su único Hijo"; y contra lo segundo: "Y nacido del Padre antes de todos
los siglos".
33.—Sabelio ciertamente dijo que Cristo fue anterior a la
Bienaventurada Virgen, pero también dijo que no es una la persona del Padre y
otra la del Hijo, sino que el mismo Padre se encarnó, por lo cual una misma es
la persona del Padre y la del Hijo. Pero esto es erróneo porque destruye la
trinidad de las personas. Y en contra de esto tenemos la autoridad de Juan 8,
16: "No estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado, el Padre". Y es claro que nadie se envía a sí mismo.
En esto, pues, yerra Sabelio. Por lo cual se añade en el Símbolo de los Padres:
"Dios de Dios, Luz de Luz", o sea: debemos creer en Dios Hijo
procedente de Dios Padre, en el Hijo que es Luz, que procede del Padre, que es
Luz.
34. —Arrío dijo que Cristo es anterior a la Bienaventurada Virgen, y
que una es la persona del Padre y otra la del Hijo; pero le atribuyó a Cristo
estas tres cosas: primera, que el Hijo de Dios fue una criatura; segunda, que
no ab aeterno sino en el tiempo fue creado por Dios como la más noble de las
criaturas; tercera, que Dios Hijo no es de una misma naturaleza con Dios Padre,
y por lo tanto que no es verdadero Dios.
Pero todo esto es igualmente erróneo y
contra la autoridad de la Sagrada Escritura. Pues dice Juan (10, 30): "Yo y
el Padre somos una sola cosa", es evidente que en cuanto a la naturaleza; y por lo tanto, como
el Padre siempre ha existido, también el Hijo, y así como el Padre es verdadero
Dios, lo es también el Hijo.
Por lo cual, donde se dice por Arrío que
Cristo fue una criatura, en contra se dice por los Padres en el Símbolo: "Dios
verdadero de Dios verdadero"; donde se dice que Cristo no existe ab aeterno, sino que fue
creado en el tiempo, en contra se dice en el Símbolo: "Engendrado,
no creado", y
contra la afirmación de que El no es de la misma sustancia con el Padre, se
agrega en el Símbolo: "Consubstancial al Padre".
35. —Es evidente, por lo tanto, que debemos creer que Cristo es el
Unigénito de Dios, y verdadero Hijo de Dios, y que siempre ha sido con el
Padre, y que una es la persona del Hijo y otra la del Padre, y que es de una
misma naturaleza con el Padre. Pero todo esto que creemos aquí abajo por la fe,
lo conoceremos en la vida eterna por una visión perfecta. Por lo cual para
nuestro consuelo diremos algo de estas cosas.
36. —Es de saber que los diversos seres tienen diversos modos de
generación. En efecto, la generación en Dios es distinta de la de los demás
seres; por lo cual no podemos llegar a conocer la generación en Dios sino por
la generación de aquello que en las criaturas alcance a ser más semejante a
Dios. Pues bien, nada es tan semejante a Dios, según ya lo dijimos, como el alma
del hombre. Y he aquí el modo de la generación en el alma: el hombre piensa por
su alma alguna cosa, que se llama concepción de la inteligencia; y tal
concepción proviene del alma como de un padre, y se le llama verbo de la
inteligencia, o del hombre. Así es que, pensando, el alma engendra su Verbo.
De la misma manera, el Hijo de Dios no es
otra cosa que el Verbo de Dios; no como un verbo proferido afuera, porque tal
verbo pasa, sino como un verbo concebido interiormente: por lo cual ese Verbo
de Dios es de una misma naturaleza con Dios e igual a Dios. De aquí que
hablando San Juan acerca del Verbo de Dios, a los tres herejes destruyó.
Primero la herejía de Fotino, que es aniquilada con estas palabras (Jn I, I): "En
el principio era el Verbo"; en segundo lugar la de Sabelio, cuando dice: "Y el
Verbo estaba en Dios"; y en
tercer lugar la de Arrío, cuando dice: "Y el Verbo era Dios".
37. —Pero el verbo es una cosa en nosotros y otra en Dios. En efecto,
en nosotros nuestro verbo es un accidente; y en Dios el Verbo de Dios es lo
mismo que el propio Dios, por no haber nada en Dios que no sea la esencia de
Dios. Ahora bien, nadie puede decir que Dios no tenga Verbo, porque ocurriría
que Dios sería ignorantísimo; pero como Dios siempre ha existido, también su
Verbo.
38. —Y como el artesano lo hace todo conforme a la forma que
preconcibió en su inteligencia, lo cual es su verbo, de la misma manera Dios lo
hace todo por su Verbo, como por su arte. Juan I, 3: "Todas
las cosas fueron hechas por El".
39. —Pues bien, si el Verbo de Dios es Hijo de Dios, y si todas las
palabras de Dios son cierta semejanza de ese Verbo, en primer lugar debemos oír
con gusto las palabras de Dios, pues la señal de que amamos a Dios es que con
agrado escuchemos sus palabras.
40.—En segundo lugar, debemos creer en las palabras de Dios, porque
gracias a esto habita en nosotros el Verbo de Dios, esto es, Cristo, que es el
Verbo de Dios, conforme al Apóstol (Ef 3, 17): "Que Cristo habite por la fe
en vuestros corazones". Juan 5, 38: "El Verbo de Dios no habita en
vosotros".
41.—En tercer lugar, es menester que continuamente meditemos en el
Verbo de Dios que habita en nosotros; porque debemos no sólo creer sino también
meditar; pues de otra manera lo primero no nos aprovecha, y tal meditación
sirve de mucho contra el pecado. Salmo 118, II: "Dentro del corazón he
guardado tus palabras, para no pecar contra ti"; y otra vez acerca del varón justo se dice
en Salmo I, 2: "En la ley de Yavéh medita de día y de
noche". Por lo
cual se dice de la Santísima Virgen, en Luc 2, 51, que "conservaba todas
estas palabras meditándolas en su corazón".
Bellísima explicación aunque el Rey de Reyes, no necesita explicación.
ResponderEliminar