6 DE MAYO
SAN JUAN ANTE LA PUERTA LATINA
Juan, el discípulo amado que
vimos cerca de la cuna del niño de Belén, reaparece hoy para hacer la corte al
glorioso triunfador de la muerte y del infierno.
LA PETICIÓN DE SALOMÉ. — Salomé con ambición maternal
presentó un día sus dos hijos a Jesús, pidiendo para ellos los dos primeros
puestos de su reino. El Salvador había hablado entonces del cáliz que debía
beber, y predijo que un día estos dos discípulos lo beberían a su hora. El
primogénito, Santiago el Mayor, dio el primero a su Maestro esta muestra de
amor, Juan, el más joven, ha sido llamado hoy a sellar con su vida el
testimonio que dio a la divinidad de Jesús. Pero era necesario para el martirio
de tal Apóstol, un teatro digno de él. Asia Menor evangelizada por sus cuidados
no era un país muy ilustre para recibir la gloria de tal combate. Roma
solamente, Roma, donde Pedro trasladó su cátedra y derramó su sangre, donde
Pablo sometió su cabeza venerable a la espada, merecía el honor de ver dentro
de sus muros al augusto anciano, al discípulo que Jesús amó, al último
superviviente del colegio apostólico, dirigirse al martirio.
EL CÁLIZ. —
Domiciano reinaba tiránicamente en Roma y en el mundo. Sea que Juan emprendiese
libremente el camino a la ciudad reina para saludar a la Iglesia principal, sea
que un edicto le condujese cargado de cadenas a la capital del Imperio, Juan
compareció en presencia de los lictores de la justicia romana, en el año 95. Se
le acusó de haber propagado en una extensa provincia del Imperio, el culto de
un judío crucificado bajo Poncio Pilato. Debe morir; y la sentencia dice que un
suplicio humillante y cruel librará a Asia de un viejo supersticioso y rebelde.
Si pudo escaparse de Nerón, por lo menos no huirá de la venganza del César
Domiciano. Delante de la Puerta Latina se ha preparado una *caldera llena de aceite hirviendo. La sentencia
manda se introduzca en ella al predicador de Cristo. Ha llegado el momento en
que el hijo de Salomé va a participar del cáliz de su Maestro. El corazón de
Juan se estremece de alegría al pensar que él, el más amado y sin embargo el
único que no ha sufrido la muerte por su divino Maestro, es llamado por fin a
dar este testimonio de su amor. Después de haberle azotado cruelmente, los verdugos
se apoderan del anciano y le arrojan bárbaramente en la caldera; pero ¡oh
prodigio! el aceite hirviente ha perdido su ardor; los miembros del Apóstol no sufren
lesión alguna; antes bien, al sacarle de la caldera impotente, ha recobrado
todo el vigor que le habían quitado los años; se ha vencido la crueldad del
Pretorio y Juan, mártir de deseo, es conservado para la Iglesia algunos años
más. Un decreto imperial le destierra a la isla de Patmos, donde el cielo le
manifiesta los futuros destinos del cristianismo hasta el fin de los siglos. La
Iglesia romana conserva entre sus más gloriosos recuerdos el sitio y martirio
de Juan; ha señalado con una Basílica el lugar aproximado donde el Apóstol dio
testimonio de la fe cristiana. Esta Basílica está cerca de la Puerta Latina y
está honrada con un título cardenalicio.
ELOGIO. —
¡Con qué gozo te vemos reaparecer, discípulo del Señor resucitado! Antes te vimos
cerca del pesebre donde dormía tranquilamente el Salvador prometido. Entonces
celebramos todos tus títulos de gloria: Apóstol, Evangelista, Profeta, Virgen,
Doctor de Caridad, y por encima de todos, Discípulo predilecto de Jesús. Hoy te
saludamos como a mártir. Porque si el ardor de tu amor ha vencido al del
tormento que se te había preparado, con todo eso no aceptaste con menos energía
el cáliz que Jesús te anunció cuando eras joven. En estos días del tiempo
Pascual te vemos constantemente con Jesús, halagándote con sus últimas
caricias. ¿Quién se extrañará de su predilección para contigo? ¿No fuiste tú el
único de los discípulos que te encontraste al pie de la cruz? ¿No fué a ti a
quien confió su Madre para que desde entonces fuese tuya? ¿No estuviste
presente cuando atravesaron su corazón con una lanza? Cuando te encaminaste al
sepulcro con Pedro, en la mañana de Pascua, ¿no fuiste el primero que con tu fe
rendiste homenaje a la resurrección de tu Maestro sin verle aún? Goza con tu
Maestro inefable las delicias que nos prodiga; pero ruégale por nosotros,
¡glorioso Apóstol! Debemos amarle por todos los bienes que nos ha dado, y
reconocemos con dolor que somos tibios en su amor. Nos has dado a conocer a
Jesús Niño, nos has descrito a Jesús crucificado, muéstranos a Jesús resucitado;
únenos a El en estos últimos momentos de su estancia en la tierra; y cuando suba
al cielo, fortifica nuestro corazón para serle fiel, para que a tu ejemplo,
estemos preparados para beber el cáliz de las pruebas que nos tiene preparado.
PLEGARIA. —
Roma fue el teatro de tu gloriosa confesión, ¡oh Santo Apóstol! Amala siempre; y
en sus tribulaciones únete a Pedro y a Pablo para protegerla. El Oriente te
poseyó durante tu vida; pero el Occidente tiene el honor de contarte entre sus
primeros mártires. Bendice nuestras iglesias, sostén nuestra fe, fortifica la
caridad y líbranos de esos anticristos que señalabas a los fieles de tu época y
que tanto daño causan entre nosotros. Hijo adoptivo de María, al contemplar a
tu Madre en su gloria, preséntale nuestras oraciones que le ofrecemos en este mes,
y obtennos de su bondad maternal las gracias que le pedimos.
* La localización de la caldera hirviente es
inexacta, porque la Puerta Latina fué construida en tiempo de Aureliano (270-275).
Habría que decir que San Juan padeció su martirio fuera de los muros, en el
lugar donde más tarde se levantaría la Puerta Latina. Esta localización se
halla por primera vez en el siglo xi, en el martirologio de Adón.
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