25
de Mayo
“He amado
la justicia y odiado la iniquidad; por eso muero en el destierro”.
(Últimas palabras y epitafio
de la tumba de San Gregorio VII, en la catedral de San Mateo, Salerno – Italia.)
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San
Gregorio VII, Papa
(†1085)
Misa
– SI DILIGIS ME
Epístola
– I Pedro V, 1-4 y 10-11
Evangelio
– San Mateo XVI, 13-19
Gregorio, séptimo de este
nombre, llamado antes Hildebrando, fue uno de los más grandes pontífices que
han ocupado la silla de san Pedro, y uno de los hombres más eminentes que han
florecido en los siglos del mundo. Su mira principal había sido hacer de todas
las naciones una sola familia unida por los vínculos de la caridad y de la ley
de Jesucristo. Nació este incomparable y santísimo varón, en Soano de Toseana,
y era hijo de un carpintero. Dícese de él, que siendo niño y jugando con los
fragmentos de la madera, formó, dirigido por la mano de Dios, aquellas palabras
de David: «Dominabitur a mari usque ad mare: dominará de
un extremo a otro del mar»: lo cual era indicio del poder que este niño había de
ejercer en el mundo. Hizo sus estudios en Roma, donde mostró su vastísimo ingenio,
y mereció el singular aprecio de los pontífices Benedicto IX y Gregorio VI.
Acompañó a este en su destierro a Alemania y se retiró después a la abadía de
Cluni, donde fué abad y ejemplar de gran virtud para aquellos religiosos. Nombraron
le después cardenal de la santa Iglesia romana, y desempeñó con tal acierto
cargos importantísimos durante los reinados de cinco papas, que después de la
muerte de Alejandro II, fue elegido sumo pontífice por unánime consentimiento, brillando
como sol en la casa del Señor. Viéronle en cierto día que celebraba la misa
solemne, cobijado por una blanca paloma que tenía las alas extendidas sobre su
sagrada cabeza, como dando a entender que no eran las razones de la prudencia
humana sino la asistencia del Espíritu Santo la que lo dirigía en el gobierno
de la Iglesia. Dio eficaces decretos contra la simonía, apoyada por la misma
autoridad real, fulminó anatemas hasta contra el emperador Enrique IV, que le
declaró la guerra, y mientras estaba sitiado dentro de Roma celebró un sínodo
en que le excomulgó, retirándose luego al castillo de San Angelo, y
libertándose por el socorro que recibió de Roberto Guiscardo, príncipe de la
Pulla. Conjuró después el cisma nacido de la elección de un antipapa hecho por
el emperador; y con sapientísimas instrucciones que daba a los fieles y a los
príncipes cristianos, trabajó infatigablemente por la restauración y felicidad
de los pueblos cristianos; y después de doce años de un glorioso pontificado,
pasó a recibir la eterna recompensa de sus heroicas virtudes en la gloria de
los cielos. Las obras que escribió constan de diez libros de epístolas, y con
sobrada razón dice DuPin, el contrario más parcial de san Gregorio, que las
calumnias acumuladas por los adversarios de la Iglesia contra este santo
pontífice están refutadas por aquellas mismas cartas, llenas del espíritu de Dios
y de celo apostólico.
Reflexión: Las
últimas palabras que pronunció san Gregorio VII, momentos antes de morir,
fueron estas:, «He amado la justicia y aborrecido la iniquidad.» Ruguemos al
Señor que envíe a su Iglesia pontífices y prelados como este santo que defiendan
la Iglesia, que la ilustren con sus heroicas virtudes y preparen todas las naciones
al reinado social de nuestro Señor Jesucristo, el cual convertiría la tierra en
un cielo de paz, de amor y de tanta felicidad cómo es posible en este mundo;
porque no hay duda que gran parte del malestar social proviene de no estar
unidos todos los hombres con el vínculo de una religión divina.
Oración: Oh
Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que esforzaste con la virtud de la
constancia al bienaventurado Gregorio, tu confesor y pontífice, para que
defendiese la libertad de la Iglesia, concédenos por su intercesión y ejemplo la
gracia de vencer todas las dificultades que se oponen a tu divino servicio. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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