Santa Catalina de Genova |
TRATADO
DEL PURGATORIO
SANTA
CATALINA DE GENOVA
Capitulo
I
(CONTINUACIÓN)
Son penas de amor
Toda la bondad que pueda haber en el hombre es por participación de
Dios. Él se comunica a las criaturas irracionales, según su voluntad y ordenación,
y nunca les falta. En cambio, al alma racional se le comunica más o menos,
según la halla purificada del impedimento del pecado.
Por eso, cuando un alma se aproxima al estado de su primera creación,
pura y limpia, aquel instinto beatífico hacia Dios se le va descubriendo, y se
le acrecienta con tanto ímpetu y con tan vehemente fuego de caridad el cual la impulsa hacia su último finque le
parece algo imposible ser impedida. Y cuanto más contempla ese fin, tanto más
extrema le resulta la pena.
7. Siendo esto así, como las almas del purgatorio no tienen culpa de pecado
alguno, no existe entre ellas y Dios otro impedimento que la pena del pecado,
la cual retarda aquel instinto, y no le deja llegar a perfección. Pues bien,
viendo las almas con absoluta certeza cuánto importen hasta los más mínimos
impedimentos, y entendiendo que a causa de ellos necesariamente se ve retardado
con toda justicia aquel impulso, de aquí les nace un fuego tan extremo, que
viene a ser semejante al del infierno, pero sin la culpa. Ésta es, la culpa, la
que hace maligna la voluntad de los condenados al infierno, a los cuales Dios
no se comunica con su bondad. Y por eso ellos permanecen en aquella desesperada
voluntad maligna, contrarios a la voluntad de Dios.
Infierno
8. Aquí se ve claramente que la voluntad perversa enfrentada contra la
voluntad de Dios es la que constituye la culpa y, perseverando esa mala voluntad,
persevera la culpa. Los que están en el infierno han salido de esta vida con la
mala voluntad, y por eso su culpa no ha sido perdonada, ni puede ya serlo, pues
una vez salidos de esta vida, ya no puede cambiarse su voluntad. En efecto, al
salir de esta vida el alma queda fija en el bien o en el mal, según se
encuentra entonces su libre voluntad. Está escrito, Ubi te invenero, es decir,
en la hora de la muerte, según haya voluntad de pecado o arrepentimiento del
pecado, ibi te iudicabo [donde te encuentre, allí te juzgaré; cf. aprox. (Eclesiastés
11,3). Este juicio es irrevocable, pues más allá de la muerte ya no hay
posibilidad de cambiar la posición de la libertad, que ha quedado fijada tal
como se hallaba en el momento de la muerte. Los del infierno, habiendo sido
hallados en el momento de la muerte con voluntad de pecado, tienen consigo
infinitamente la culpa, y también la pena. Y la pena que tienen no es tanta
como merecerían, pero en todo caso es pena sin fin. Los del purgatorio, en
cambio, tienen solo la pena, pero como están ya sin culpa, pues les fue
cancelada por el arrepentimiento, tienen una pena finita, y que con el paso del
tiempo va disminuyendo, como ya he dicho. ¡Oh, miseria mayor que toda otra
miseria, tanto mayor cuanto más ignorada por la humana ceguera!
Penas moderadas por la misericordia de Dios
9. La pena de los condenados no es ya infinita en la cantidad, ya que la
dulce bondad de Dios hace llegar el rayo de su misericordia hasta el infierno.
Es cierto que el hombre, muerto en pecado mortal, merece pena infinita, y
padecerla en tiempo infinito. Pero la misericordia de Dios ha hecho que sólo
sea infinito el tiempo de la pena, y ha limitado la pena en la cantidad. Podría
sin duda haberles aplicado una pena mayor que aquella que les ha dado. ¡Oh, qué
peligroso es el pecado hecho con malicia! El hombre difícilmente se arrepiente
de él, y no arrepintiéndose de él, permanece en la culpa. Y persevera el hombre
en la culpa en tanto persiste en la voluntad del pecado cometido o de
cometerlo.
Conformidad en el purgatorio con la voluntad de Dios
10. En cambio, las almas del purgatorio tienen su voluntad totalmente
conforme con la voluntad de Dios. Por eso Dios, a esa voluntad conforme,
corresponde con su bondad, y ellas permanecen contentas, en cuanto a la
voluntad, ya que es purificada del pecado original y actual. Y en cuanto a la
culpa, aquellas almas permanecen tan puras como cuando Dios las creó, ya que
han salido de esta vida arrepentidas de todos los pecados cometidos, y con
voluntad de nunca más cometerlos. Con este arrepentimiento, Dios perdona inmediatamente
la culpa, y así no les queda sino la herrumbre y la deformidad del pecado, las
cuales se purifican después en el fuego con la pena. Y así, purificadas de toda
culpa y unidas a Dios por la voluntad, estas almas ven a Dios claramente, según
el grado en que Él se les manifiesta; y ven también cuánto importa gozar de
Dios, y entienden que las almas han sido creadas para este fin. Esta conformidad
atrae el alma hacia Dios por instinto natural con tal fuerza, que no pueden
expresarse razones, ni figuras o ejemplos que sean suficientes para decirlo,
tal como la mente siente en efecto y comprende por sentimiento interior. No
obstante, yo intentaré con un ejemplo expresar algo de lo que mi mente
entiende. El ejemplo del pan único
11. Imaginemos que en todo el mundo no hubiera sino un solo pan; supongamos
que con él hubiese de quitarse el hambre a todos los hombres, y que éstos,
solamente con verlo, quedaran saciados. Pues bien, habiendo el hombre por
naturaleza, cuando está sano, instinto de comer, si no comiese, y no pudiese
enfermar ni morir, tendría cada vez más hambre; pues el instinto de comer nunca
se le quita. Y si el hombre supiera entonces que sólo aquel pan puede saciarle,
al no tenerlo, no podría quitársele el hambre. Y esto es el infierno que
sienten los que tienen hambre, ya que cuanto más se acercan a este pan sin
poder verlo, tanto más se les enciende el deseo natural; pues éste, por
instinto, se dirige a este pan en el que consiste todo su contentamiento. Y si
estuviese cierto de no ver más ese pan, en eso consistiría el infierno que
tienen todas las almas condenadas, privadas de toda esperanza de nunca jamás
ver ese pan, que es el verdadero Dios Salvador. Las almas del purgatorio, en
cambio, padecen esa hambre, porque no ven el pan que podría saciarles, pero
tienen la esperanza de verlo y de saciarse de él completamente; y así padecen
tanta pena cuando de ese pan no pueden saciarse.
El alma que se va al infierno
12. Otra cosa que veo claramente es que así como el espíritu limpio y puro
no encuentra otro lugar sino Dios para su reposo, pues para ello ha sido
creado, del mismo modo el alma en pecado no tiene para sí otro lugar que el
infierno, que Dios le ha asignado como su lugar propio. Por eso, en el instante
en que el espíritu se separa de Dios, el alma va a su lugar correspondiente,
sin otra guía que la que tiene la naturaleza del pecado . Y esto sucede cuando
el alma sale del cuerpo en pecado mortal. Y si el alma en aquel momento no
encontrara aquella ordenación que procede de la justicia de Dios, sufriría un
infierno mayor de lo que el infierno es, por hallarse fuera de aquella
ordenación que participa de la misericordia divina, que no da al alma tanta
pena como merece. Y por eso, no hallando lugar más conveniente, ni de menores
males para ella, se arrojaría allí dentro, como a su lugar propio.
El alma que se va al purgatorio
13. Así sucede por lo que se refiere al purgatorio. El alma separada del
cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con
tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto
se arroja en él, y con toda voluntad. Y si no encontrase tal ordenación capaz
de quitarle ese impedimento, en aquel instante se le formaría un infierno peor
de lo que es el purgatorio, viendo ella que no podía unirse, por aquel impedimento,
a Dios, su fin. Este fin le importa tanto que, en comparación de él, el
purgatorio le parece nada, aunque ya se ha dicho que se parece al infierno.
El alma que se va al cielo
Y todavía he de decir que, según veo, el paraíso no tiene por parte de
Dios ninguna puerta, sino que allí entra quien allí quiere entrar, porque Dios
es todo misericordia, y se vuelve a nosotros con los brazos abiertos para
recibirnos en su gloria. Y veo también perfectamente que aquella divina esencia
es de tal pureza y claridad, mucho más de lo que el hombre pueda imaginar, que
el alma que en sí tuviera una imperfección que fuera como una mota de polvo, se
arrojaría al punto en mil infiernos, antes de encontrarse ante la presencia
divina con aquella mancha mínima. Y entendiendo que el purgatorio está
precisamente dispuesto para quitar esa mancha, allí se arrojaría, como ya he
dicho, pareciéndole hallar una gran misericordia, capaz de quitarle ese
impedimento.
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