MARTES
DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUES DE PASCUA
LAS LLAGAS DE
JESÚS. —- ¿Cuáles son las llagas, oh
Mesías, que vemos en tus manos? (Zach.,XIII, 6), exclamaba el profeta
Zacarías cinco siglos antes de la Encarnación. El mismo grito respetuoso se
escapa de nuestros corazones, cuando, contemplando la gloria de Jesús
resucitado, nuestras miradas se concentran en las llagas de que está cubierto su
cuerpo radiante. Sus manos y sus pies llevan la marca de los clavos, su costado
la de la lanza; llagas profundas como lo eran cuando fué bajado de la cruz.
"Mete aquí tu dedo", dijo a Tomás, presentándole sus manos: "mete
tu mano en la abertura de mi costado". Acabamos de presenciar esta escena
imponente en que la verdad de la resurrección fué hecha más sensible aún por la
incredulidad del discípulo; pero este hecho nos enseña al mismo tiempo que
Jesús, al salir del sepulcro ocho días antes, había conservado sobre su carne
glorificada los estigmas de su pasión. Desde entonces las guardará eternamente,
ya que ningún cambio puede haber en su persona; lo que es, eso será por toda la
eternidad. No creamos que esos estigmas, que traen a nuestra memoria el Calvario,
atenúan en algo su gloria. Si los conserva, es porque lo quiere así, porque las
cicatrices, lejos de atestiguar su derrota y su enfermedad, proclaman al
contrario su fuerza invencible y su triunfo. Venció a la muerte, y las llagas
que adquirió en la lucha son el recuerdo de su victoria. Es preciso, pues, que
entre en el cielo el día de su Ascensión, asombrando las miradas de los Ángeles
por los rayos que emanan de sus miembros traspasados. A su ejemplo, sus
mártires, vencedores también de la muerte, resplandecerán con brillo especial
en las partes de sus cuerpos que las torturas taladraren: tal es la doctrina de
los santos Padres. (San Agustín: "La ciudad Dios", 1. XXII, c. XXIX; San
Ambrosio,1. X, sobre
"San Lucas".) ¿No debe Jesús ejercer desde lo
alto de su trono la mediación por la que se revistió de nuestra carne,
desarmando sin cesar la justísima cólera de su Padre, intercediendo por
nosotros, y haciendo descender sobre la tierra las gracias salvíficas de los
hombres? La justicia eterna reclama sus derechos, todo es de temer para los pecadores;
pero el Hombre-Dios, interponiendo sus miembros marcados con el sello de su pasión,
detiene el rayo presto a estallar, y la misericordia triunfa una vez más sobre
la justicia. ¡Oh llagas sagradas, obra de nuestros pecados, y convertidas en
seguida en nuestro escudo!, después de haberos venerado sangrantes en la
compunción de nuestros corazones, os adoramos en el cielo como hermoso adorno
del Emmanuel; en todas partes sois nuestra esperanza y nuestra salvaguardia. Vendrá
un día en que esos augustos estigmas, sin perder nada de su esplendor a los
ojos de los Ángeles, se revelarán a los hombres y serán para muchos objetos de
confusión y de espanto. "Verán en ese día al que taladraron." (Zach., XII, 10), nos dice el Profeta. Los dolores de la
pasión, las alegrías de la resurrección, desdeñadas, desconocidas, pisoteadas,
prepararán la más terrible venganza, la venganza de un Dios que no puede haber
sido crucificado en vano, y que no puede resucitar en vano. Se comprenderá
entonces este grito de espanto: "¡Montañas, caed sobre nosotros! Rocas,
sepultadnos, sustraednos a la vista de esas llagas, que no envían ya sobre
nosotros rayos de la misericordia, sino que nos lanzan hoy rayos de una
implacable cólera." ¡Oh llagas sagradas de nuestro Señor resucitado!, sed
propicias en aquel día temible, a todos los que la Pascua ha vuelto a la vida.
¡Dichosos aquellos que durante estos cuarenta días tuvieron la dicha de
contemplaros! ¡Dichosos seremos nosotros mismos, si vivimos amándoos y
venerándoos! Apropiémonos los sentimientos de San Bernardo y digamos con él:
"¿Dónde podrá nuestra flaqueza hallar un remanso firme y seguro sino en
las llagas del Salvador? Yo permanezco allí con tanta mayor confianza cuanto
que él es poderosísimo para salvarme. El mundo brama, el cuerpo me oprime, el
diablo me tiende lazos; pero no caigo, por estar colocado sobre la piedra firme.
Si cometiere alguna gran culpa, mi conciencia me remorderá sin duda, mas no
desesperaré por ello, recordando las llagas de mi Señor, pues ha sido cubierto
de heridas por nuestros pecados. Lo que no hallo en mi mismo, búscalo confiado
en las entrañas del Salvador, rebosantes de bondad y misericordia. Hay
aberturas por las cuales llega hasta mí esa misericordia.
Taladrando sus manos y sus pies
y abriéndole el costado, me hicieron fácil gustar lo dulce que es el Señor. Quería
el Señor hacer las paces conmigo y yo no lo advertía; porque ¿quién conoce el
sentir del Señor? Mas estos clavos con que fue traspasado, se han convertido
para mí en preciosas llaves que me han abierto el tesoro de sus secretos, a fin
de que vea yo la voluntad del Señor. Y ¿quién podrá impedirme ahora el que
claramente vea esos secretos y esa voluntad a través de sus llagas? Esos clavos
y esas heridas gritan altamente que Dios está verdaderamente en Cristo, y que
en él reconcilia al mundo consigo. El hierro cruel atravesó su alma e hirió su
corazón, a fin de que supiese compadecerse de mis flaquezas. El secreto de su
corazón se está viendo por las aberturas de su cuerpo; podemos ya contemplar
ese sublime misterio de la bondad infinita de nuestro Dios. Porque nada hay,
Señor, que haga ver que eres suave, manso y de mucha misericordia, como estas
heridas".
reflexión es lo que me inspira! reordenar la mente y obvio que la Santa Piedad! cada momento que se le dedica a Dios en conciencia yo supongo que vale millones.
ResponderEliminarexacto! un momento dedicado a Dios en Verdad y espíritu, vale la eternidad!
Eliminar