Estoy completamente tranquilo y espero, que resplandecerá la justicia.
La participación del ingeniero civil Luis Segura Vilchis es clara, pues
él mismo con una valentía que pasmaba a los esbirros así lo confesó,
declarándose autor intelectual y material del ataque a Obregón, asumiendo la
responsabilidad del mismo.
En cambio es igualmente claro que el Padre Pro no sólo no confesó haber
tenido participación alguna en el hecho o su preparación, sino que por lo
contrario lo negó categóricamente. La única declaración pública que hizo fue a
los reporteros de la prensa, en presencia de los agentes de policía, y la
relata el Excélsior del 22 de noviembre de esta manera: Conducido y vigilado
por otros agentes, nos fue presentado el Presbítero Miguel Agustín Pro... -¿Es
usted sacerdote? -le preguntamos.
-Sí, señor: sacerdote jesuita.
-¿Quiere usted hacernos alguna declaración?... Ninguna declaración
quiero hacer. Sólo diré que estoy agradecido de las atenciones por parte de las
personas que me aprehendieron... Yo soy absolutamente ajeno a este asunto, pues
soy persona de orden. Estoy completamente tranquilo y espero que resplandecerá
la justicia. NIEGO terminantemente haber tomado alguna participación en el
complot.
The New York Times narra la visita que hizo el 22 de noviembre a la
Inspección de Policía el abogado Orcí en nombre del general Obregón. Roberto
Cruz estaba ausente y su secretario, el Lic. Guerra Leal, le mostró un papel
que dijo ser el proceso. Orcí lo devolvió diciéndole: Esto no es una
investigación, sino una simple relación de policía que antecede a la investigación
judicial Se le respondió que no había más detalles. Entonces Orcí preguntó:
-¿Qué piensa el jefe, del crimen de estos hombres?- y el secretario de
Cruz responde:
-El Padre Pro Juárez no confesó, y no tenemos prueba ninguna contra él.
Entregamos mañana el asunto a los jueces. Humberto Pro, hermano del Padre,
también negó terminantemente su participación en la misma declaración pública,
ante los reporteros de los diarios. Excélsior continúa:
Siguió el turno al joven Humberto Pro Juárez de 24 años. N o obstante
su juventud y la terrible acusación que pesa sobre sus hombros, se muestra,
como el ingeniero Segura, sumamente tranquilo. A la pregunta que le hicimos en presencia del General Cruz nos
manifestó lo siguiente: La única declaración que les haría es la misma que ya
di a la Policía, la que puede informar a ustedes: no tengo nada más que
agregar. He hecho constar mis rotundas negativas de haber tomado parte en este
asunto y también he proporcionado los medios para demostrar mis aseveraciones. El
general Cruz nos manifestó que con toda libertad nos había dejado interrogar a
los detenidos y aunque éstos trataban ahora de negar su participación, todos
ellos habían declarado en su presencia y confesado responsabilidad.
El miércoles 23 culminó la infamia. El Excélsior de ese día publicó la
información que la Policía dio a los reporteros: El Secretario de la
Inspección, Lic. Benito Guerra Leal, está levantando una voluminosa acta.
Formado el expediente policial, será consignado a las autoridades competentes,
y los reos puestos a disposición de ellos para que se les juzgue de acuerdo con
sus responsabilidades. Pocas horas más tarde nos encontrábamos reunidos en casa
para la comida. Mamá tocaba el piano cuando entró mi padre demacrado y le dice:
-¡Calla, mujer, estamos de duelo; estos bárbaros acaban de fusilar en la Inspección
a los católicos detenidos! -y nos mostró la edición de El Universal Gráfico que
con grandes caracteres decía: CUATRO FUSILAMIENTOS.
-Hoy en la mañana fueron fusilados en la Inspección General de Policía
los señores Agustín Pro Juárez, Humberto de los mismos apellidos, Ingeniero
Luis Segura Vilchis y Juan Tirado. Después amplía un poco la noticia informando
que a las diez y media de la mañana habían sido fusilados en el jardín de la
Inspección, en el sitio que se destina
para la práctica de tiro de pistola y dice: El Inspector, general Cruz,
momentos después de la ejecución nos dijo:
- Las
investigaciones policíacas demostraron Lentamente la responsabilidad de estas
personas, quienes terminaron de declarar anoche en el acta que fue levantada y
por la que se ratifica su participación en el atentado dinamitero.
Comprobada esa responsabilidad se ordenó el fusilamiento que acaba de
llevarse a cabo. En las afueras de la Inspección y buscando la forma de
penetrar, suplicando a los gendarmes montados y tratando de burlar su
vigilancia, vimos a la señorita Anita Pro Juárez, hermana de los detenidos. Se movieron gestiones a favor de su petición, pero todo fue inútil. La
orden era terminante en el sentido de que los detenidos fueran sacados de los
sótanos directamente al paredón, sin comunicarse con nadie. Fue el sacerdote el
primero que salió de los sótanos para ser fusilado. Caminó serenamente en medio
de sus custodios hasta quedar de pie a espaldas de la escolta. El Mayor de la
gendarmería montada Manuel V. Torres, le llamó por su nombre y a la respuesta afirmativa
lo acompañó hasta colocarlo entre dos de las siluetas de hierro que sirven para
el tiro al blanco. Le preguntó si quería pedir algo y el sacerdote repuso
secamente: "que me permitan rezar". El comandante de la ejecución lo
dejó solo, retirándose algunos pasos, y entonces el sacerdote se arrodilló y,
tomando entre sus manos un escapulario que sacó del pecho, movió los labios,
seguramente pronunciando una oración y así permaneció unos segundos.
Se levantó y, colocándose nuevamente en el sitio que le había sido
indicado, esperó las órdenes. Cuando el comandante ordenó a la policía montada:
"posición de tiradores", el sacerdote abrió los brazos en cruz y
cerró los ojos, permaneciendo así hasta el momento en que cayó al suelo moribundo.
Oyó las demás órdenes previas a la de «¡fuego!" sin cambiar para nada de
postura, sin que su rostro reflejara la menor emoción, y solamente pudimos
observar el incesante movimiento de sus labios, pronunciando su plegaria. Eran
las diez y treinta y seis minutos. Cayó suavemente, sobre su lado derecho. El
doctor Horacio Casale, del Servicio Médico de la Policía, se acercó a dar fe de
su muerte, pero indicó que aún vivía. El sargento de la escolta le dio el tiro
de gracia con la carabina.
Terminada esta ejecución fue sacado de los sótanos el ingeniero Luis
Segura Vilchis. Durante todos los días que estuvo en la Inspección el ingeniero
Segura se mostró con hombría al contestar las preguntas que se le hicieron. En
todos sus actos mostró serenidad inigualable y siguió en tal aspecto cuando le
vimos en el trayecto de la puerta del sótano al jardín. Llegado al tiro de
pistola vio el cadáver del sacerdote Pro y se colocó en el lado contrario. No
quiso hacer ningún encargo y esperó con las manos colocadas en su espalda la
descarga que le privó de la vida.
En idénticas condiciones al ingeniero Segura, fue el fusilamiento del joven
Humberto Pro. Llegó y se colocó junto a los cadáveres de su hermano y Segura y
Se negó a hacer cualquier encargo. Con los brazos sueltos, sin alardes, pero
sin visible temor, oyó las órdenes previas a su ejecución. Recibió la descarga
y cayó como el ingeniero sobre el lado derecho, rápidamente como electrizado
por el efecto de las balas. Juan Tirado Arias resistió cuanta tentativa se hizo
para que hablara, y con todo esto cobró
fama de valiente en la Inspección. Sin embargo la idea de la muerte le hizo
perder un poco su carácter, ya que cuando era llevado al cuadro del
fusilamiento, se resistía un poco; caminaba despacio como para retardar un
momento su muerte... Lo que no podía decir la prensa era que había sido
atrozmente atormentado en la Inspección. Lo golpearon en partes vitales y en
tal forma, que le provocaron una seria congestión pulmonar; pero indudablemente
el reportero se refería a estos tormentos cuando dijo: "resistió cuanta
tentativa se hizo para que hablara, y con todo esto cobró fama de valiente en
la Inspección". Iba cubierto completamente con un sarape y dada su gravedad
no pudo mantenerse erguido como sus compañeros de martirio. Como a ellos, le
dieron el tiro de gracia; pero cuando la policía montada desfilaba al mando de
su jefe, el general Palomera López, vieron que aún vivía y le dieron otro tiro
en la cabeza.
The New York Times publicó las siguientes declaraciones que a su
corresponsal hizo al respecto el ya nombrado licenciado Orcí, amigo personal
del general Obregón. Con gran sorpresa mía a la mañana siguiente del día en que
me habían ofrecido consignar el asunto a los jueces, estando en mi oficina, me
informaron que los cuatro presos habían sido ejecutados. Por teléfono hablé con
el jefe de la Policía, Cruz, preguntando por más pormenores, por cuanto que la
investigación aún no estaba completa y no había nada que pudiera llamarse auto
judicial. El General Cruz me explicó diciendo: -Antes que visitara usted la
Inspección y a pesar de las recomendaciones del general Obregón, tuve orden
positiva de hacer lo que hice. La conmoción en la. República entera fue
tremenda. Seguramente Calles nunca pensó que la reacción popular unánime fuera
a favor de las víctimas. Es un hecho que no trató de averiguar la verdad, sino
aprovechar la ocasión para hacer recaer sobre los católicos, y en particular
sobre un sacerdote, la culpabilidad, y así urdieron cuanta mentira creyeron
necesaria, quitando en absoluto a los detenidos toda posibilidad de defensa.
El mismo día del crimen, por la tarde, entregaron en el Hospital
Militar los cadáveres a sus familiares. En Pánuco 58, casa de la familia Pro,
se velaron los cadáveres del Padre y Humberto, habiéndose instalado la sencilla
capilla ardiente en la sala. Inmediatamente empezó a congregarse en la calle
una gran multitud compuesta por personas de todas clases sociales, que crecía
por momentos en forma extraordinaria. Como todos deseaban ver los cadáveres fue
necesario organizar la circulación continua de los visitantes, quienes
desfilaban compungidos frente a las cajas y con gran devoción tocaban a ellas
rosarios, medallas, crucifijos y flores. Todos se santiguaban al pasar frente a
los mártires y la mayor parte hincaba una rodilla en señal de profunda
veneración. Los ventanillos de los ataúdes estaban abiertos y a través de sus
cristales podían verse los rostros. Durante toda la noche siguió afluyendo la
gente. Pudieron organizarse los rezos cuando disminuyó el número de visitantes.
A Roberto Pro no lo fusilaron. Continuaba preso en los sótanos de la
Inspección e insistentemente se rumoró que le permitirían ir a la casa para ver
a sus hermanos por última vez, por lo que un sacerdote llevó al Santísimo
Sacramento para darle la Sagrada Comunión. No sucedió así, como era de
esperarse; pero dio ocasión a una escena muy parecida a las que tuvieron lugar
en las catacumbas en los orígenes del cristianismo: puesto el relicario sobre
el féretro del mártir, se rindió adoración a la Hostia consagrada. (Quizá, en la actualidad no se vean estos
actos tan hermosos de demostración de adoración, ojala me equivoque, dado que
el catolicismo está sufriendo una de sus peores pruebas gracias al aberrante
modernismo herético que la invade todo como un cáncer de lo mas maligno
intentando destruir todo lo que es SANTO y, si le fuera posible, desterrar o
borrar de la faz de la tierra al catolicismo y poder gritarle a Dios, “¡DIOS TE
HE DERROTADO!”. Pero creo y tengo firme confianza que Dios con su omnipotencia
divina vencerá, como antaño, venció a todos sus oponentes incluyendo a su jefe
SATANAS. Quiera la infinita bondad de Dios permitirnos cuando menos de lejos
ver su triunfo si no nos encuentra dignos de presenciar ese TRIUNFO de su amada
Iglesia y de ser sus indignos instrumentos para levantar las Catedrales e
Iglesias que aun queden y volverlas a dedicar al verdadero culto divino del
cual ahora se ven privada en todo el mundo pues lo que vemos en nuestras
Iglesias no es el CULTO DIVINO sino el CULTO A SATANAS por medio de la religión
del hombre. Opinión de quien corrige esta obra) De once a doce de la noche
tuvo lugar una Hora Santa con sermón. Entre cuatro y cinco se celebraron dos
misas de Requiem con comunión general de los que velábamos; a las seis de la
mañana volvió a aumentar el número de visitantes. A esa hora eran en su mayor
parte obreros y sirvientas. La multitud aumentó en forma no imaginada a medida
que avanzaba la mañana, y a las tres de la tarde, hora fijada para el sepelio,
el gentío había bloqueado la casa y las calles vecinas, y era tal la
aglomeración de automóviles que el tránsito se suspendió en vasta zona.
Al iniciarse el cortejo seis sacerdotes llevaron en hombros al Padre. A
mí me cupo la suerte de cargar entre los primeros el ataúd de Humberto y una
vez más volví a hacerlo durante el trayecto hacia el panteón....
Continuara
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