Capítulo 3
DEMOSTRACION DE LA EXISTENCIA DE DIOS
12. Como es sabido, la demostración filosófica o racional de la existencia de Dios se apoya
casi exclusivamente en el llamado principio de causalidad, cuya formulación
es la siguiente: "Todo efecto tiene necesariamente una causa".A pesar de la evidencia deslumbradora de ese principio
-ya que el concepto mismo de efecto lleva consigo inevitablemente la existencia
de una causa, pues de lo contrario el efecto carecería de sentido y dejaría
automáticamente de ser efecto ha sido puesto en tela de juicio y hasta negado
rotundamente por Kant y sus discípulos. No podemos detenemos aquí en la demostración
filosófica del principio de causalidad;' que, por otra parte, no es necesaria
para ninguna persona de sano juicio. Nos limitamos a hacer nuestras las siguientes
palabras del P. Sertillanges en su obra ya citadas: I Escuchemos a un egregio
filósofo contemporáneo explicando brevemente el principio de causalidad (eF.
Gredt, Elementa Philosephiae vol.
2 n.749,5):
"Todo efecto tiene su causa"
("Nada se hace sin causa proporcionada")
es un principio evidente por sí mismo para todos (per senotunt omnibus).
es un principio evidente por sí mismo para todos (per senotunt omnibus).
"Si eres discípulo de Kant -y sabe Dios si los
discípulos de Kant han ido más allá que su maestro-, si te resuelves a negar, guiado
por esos procedimientos radicales que de un golpe atacan la inteligencia humana
en su misma fuente, hasta ahí no quiero seguirte: precisaría para ello rehacer toda
la filosofía, y mis pretensiones son más humildes...
Si nada hay seguro, tampoco Dios es seguro. Si nuestro
pensamiento es mero espejismo, nuestro discurso una acrobacia superior, nuestros
más profundos instintos una forma arbitraria de nuestra sensibilidad sin relación
alguna con una verdad en sí, nada me queda por decir; Dios perecerá en el universal
naufragio de la conciencia y de la razón. Pero ¿qué importa al común de los mortales
ese estado de ciertos espíritus descentrados y enfermos?
Viene de la página anterior.Este principio hay que entenderlo en el sentido de que
todo efecto ha de tener una causa distinta realmente de si mismo: nadie puede causarse a sí mismo. Esto sería contradictorio. Debería ser y no ser a la vez. Porque causaría
y sería causado; en cuanto causaría debería existir, y en cuanto causado debería
no existir…
El Ser existente por sí mismo no es contradictorio. Porque
este Ser no es efecto, sino que siempre existe, y existe necesariamente. No tiene
el ser después del no-ser, sino que tiene el ser siempre y necesariamente. Es el Ser absoluto y necesario: Dios. Por el contrario, cualquier efecto no
existía en un momento dado: tiene el ser después del no-ser. El no ser precede a
su ser, si no en el tiempo, al menos en naturaleza".
Luego como todo efecto es necesariamente un ser
contingente (que existe, pero podría no haber existido), síguese que todo efecto reclama necesariamente una causa distinta de él que le haya hecho pasar del no-ser
al ser.Bástanos demostrar que Dios existe tan
ciertamente como el mundo existe, tan
ciertamente como existimos nosotros; que no podemos negarlo sin negar
juntamente toda certeza teórica y práctica, y sin privamos con ello del derecho
a vivir".
El principio de causalidad constituye la base fundamental
de las pruebas metafísicas de la existencia de Dios. En el fondo todas pueden
reducirse aun argumento muy sencillo, que, para mayor claridad, vamos a descomponerlo
en tres pequeñas proposiciones:
1" Todo cuanto ha comenzado a existir ha debido
tener una causa que le haya dado la existencia.
Esto es del todo claro y evidente, porque es absolutamente
imposible que alguien que no existe todavía pueda darse a sí mismo la
existencia.
La nada no puede producir absolutamente nada, ya que la nada no existe, es una pura ficción de nuestra mente.
La nada no puede producir absolutamente nada, ya que la nada no existe, es una pura ficción de nuestra mente.
2" Esa causa que ha dado la existencia a un
efecto que antes no existía, o es la Causa Primera incausada -en cuyo caso
hemos llegado a Dios- o ha sido causada, a su vez, por otra causa anterior a
ella.
Es evidente también. Si no se trata todavía de la
Primera Causa incausada (=Dios) será necesariamente alguna causa intermedia
causada por otra causa anterior. Y así los hijos son causados por sus padres,
éstos por sus abuelos y éstos por los bisabuelos, etc.
3" Ahora bien: en esa serie de causas segundas
o intermedias puede procederse hasta el infinito. Es absolutamente necesario
llegar a una Primera Causa incausada que sea el origen y la razón de ser de
todas las demás causas.
Es evidente que en la serie de causas intermedias no
puede procederse hasta el infinito. Porque se seguiría el absurdo de que
existiría una serie infinita de causas segundas o intermedias, sin
que las haya precedido ninguna causa primera o inicial, contra el concepto
mismo de causa segunda o intermedia. Suprimida la Causa Primera, desaparecen
necesariamente todas las causas segundas. Ninguna de ellas tiene en sí misma
razón de su existencia y, por lo mismo, han tenido que recibirla inicialmente
de una Primera Causa que tenga en sí misma la razón de su propia
existencia, o sea, de una Primera Causa incausada, que es, precisamente, lo que entendemos por Dios.Esta sencilla demostración deja enteramente zanjada
la cuestión de la existencia de Dios para todo espíritu sereno y reflexivo. Pero
para mayor abundamiento vamos a examinarIa más despacio, dividiendo la materia en tres
artículos:
1º Lo que nos
dice la razón.
2º Lo que nos
enseña la fe.
3º Cuestiones complementarias
Artículo I
LO QUE NOS DICE LA RAZON
13. Dividiremos este artículo en dos partes. En la primera expondremos brevemente las famosas
cinco vías para demostrar racionalmente la existencia de Dios, tal como
las trae Santo Tomás en la Suma Teológica (1 2,3). En la segunda, las con- firmaremos con algunos
argumentos complementarios.
l. Las cinco vías de Santo
Tomás
El Doctor Angélico procede a la demostración racional
de la existencia de Dios ascendiendo hasta El por cinco vías o caminos distintos:
1º Por la existencia
del movimiento.
2º Por
la causalidad eficiente.
3º Por
los seres contingentes.
4aPor los
diferentes grados de perfección.
5º
Por el orden del universo.
Vamos a exponerlas cuidadosamente una por una.
Primera vía: el movimiento
14. La primera vía para demostrar la existencia de Dios
puede formularse del siguiente modo: El movimiento del universo exige un Primer
Motor inmóvil, que es precisamente Dios. Escuchemos en primer lugar la exposición
del argumento por Santo Tomas de Aquino:
"Es innegable y consta por el testimonio de los
sentidos que en el mundo hay cosas que se mueven. Pues bien: todo lo que se mueve
es movido por otro, ya que nada se mueve más que en cuanto está en potencia respecto
a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya
que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no
puede hacerla más que lo que está en acto, a la manera como lo caliente en acto,
v.gr. el fuego, hace que un leño, que está caliente sólo en potencia, pase a
estar caliente en acto.
Ahora bien: no es posible que una misma cosa esté, a
la vez, en acto y en potencia respecto a lo mismo, sino respecto a cosas diversas;
y así, v gr., lo que es caliente en acto no puede estar caliente en potencia para
ese mismo grado de calor, sino para otro grado más alto, o sea, que en potencia
está a la vez frío. Es, pues, imposible que una misma cosa sea a la vez y del mismo
modo motor y móvil, o que se mueva a sí misma. Hay que concluir, por consiguiente,
que todo lo que se mueve es movido por otro. Pero si este otro es, a su vez, movido
por un tercero, este tercero necesitará otro que le mueva a el, y éste a otro, y
así sucesivamente. Mas no se puede proceder indefinidamente en esta serie de motores,
porque entonces no habría ningún primer motor y, por consiguiente, no habría motor
alguno, pues los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento
que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano.
Es necesario por consiguiente, llegar a un Primer Motor que no sea movido por nadie, y éste es lo que todos entendemos por Dios".El argumento es de una fuerza demostrativa incontrovertible
para cualquier espíritu reflexivo acostumbrado a la alta especulación filosófica.
Pero vamos a exponerlo de manera más clara y sencilla para que puedan captarlo
fácilmente los lectores no acostumbrados a los altos razonamientos filosóficos.
En el mundo que nos rodea hay infinidad de cosas que
se mueven. Es un hecho que no necesita demostración: basta abrir los ojos para
contemplar el movimiento por todas partes.
Ahora bien: prescindiendo del movimiento de los seres
vivos, que, en. virtud precisamente de la misma vida, tienen un movimiento
inmanente que les permite crecer o trasladarse de un sitio a otro sin
más influjo aparente: que el de su propia naturaleza O el de su propia voluntad,
es un hecho del todo claro e indiscutible que los seres inanimados (o sea, todos los pertenecientes al reino mineral) no pueden moverse a sí
mismos, sino que necesitan que alguien les mueva. Si nadie mueve a una piedra, permanecerá quieta e inerte por toda la eternidad, ya que ella no puede
moverse a sí misma, puesto que carece de vida y, por lo mismo,
está desprovista de todo movimiento inmanente.
está desprovista de todo movimiento inmanente.
Pues apliquemos este principio tan claro y evidente al
mundo sideral y preguntémonos quién ha puesto y pone en movimiento esa máquina colosal
del universo estelar, que no tiene en sí misma la razón de su propio
movimiento, puesto que se trata de seres inanimados pertenecientes al reino mineral;
y por mucho que queramos multiplicar los motores intermedios, no tendremos más
remedio que llegar a un Primer Motor inmóvil incomparablemente más potente
que el universo mismo, puesto que lo domina con soberano poder y lo gobierna
con infinita sabiduría. Verdaderamente, para demostrar la existencia de Dios basta contemplar el espectáculo maravilloso de una noche estrellada, sabiendo
que esos puntitos luminosos esparcidos por la inmensidad de los espacios como
polvo de brillantes son soles gigantescos que se mueven a velocidades fantásticas,
a pesar de su aparente inmovilidad.
Un ilustre autor contemporáneo ha expuesto este
argumento de una manera muy bella y sugestiva.
"Sabemos por experiencia, y es un principio inconcuso
de mecánica, que la materia es inerte, esto es, de suyo indiferente para
el movimiento o el reposo. La materia no se mueve ni puede moverse por sí misma:
para hacerlo, necesita una fuerza extrínseca que la impela... Si vemos un aeroplano
volando por los aires, pensamos al instante en el moto que lo pone en movimiento;
si vemos una locomotora avanzando majestuosamente por los rieles, pensamos en
la fuerza expansiva del vapor que lleva en sus entrañas. Más aún: si vemos una piedra
cruzando por los aires, discurrimos al instante en la mano o en la catapulta que
la ha arrojado.
He aquí, pues, nuestro caso.
Los astros son aglomeraciones inmensas de materia, globos
monstruosos que pesan miles de cuatrillones de toneladas, como el Sol, y centenares
de miles, como Betel-geuse y Antarés, Luego también son inertes de por sí. Para
ponerlos en movimiento se ha precisado una fuerza infinita, extra cósmica, venida
del exterior, una mano omnipotente que los haya lanzado como proyectiles
por el espacio. ¿De quién es esa mano? ¿De dónde procede la fuerza incontrastable
capaz de tan colosales maravillas? ¿La fuerza que avasalló los mundos? Sólo puede haber una respuesta: la mano, la
omnipotencia de Dios".En su celebrada obra La religión demostrada expone
Hillaire este mismo argumento en las siguiente formas:
"Es un principio admitido por las ciencias físicas
y mecánicas que la materia no puede moverse por sí misma: una estatua no puede
abandonar su pedestal; una máquina no puede moverse sin una fuerza motriz; un
cuerpo en reposo no puede por sí mismo ponerse en movimiento. Tal es el llamado principio de inercia. Luego es necesario un motor para
producir el movimiento.
Pues bien: la tierra, el sol, la luna, las estrellas,
recorren órbitas inmensas sin chocar jamás unas con otras. La tierra es un globo
colosal de cuarenta mil kilómetros de circunferencia, que realiza, según afirman
los astrónomos, una rotación completa sobre sí mismo en el espacio de un día, moviéndose los puntos situados sobre el ecuador con la velocidad de
veintiocho kilómetros por minuto. En un año da una vuelta completa alrededor del
sol, y la velocidad con que marcha es de unos treinta kilómetros por segundo. Y
también sobre la tierra, los vientos, los ríos, las mareas, la germinación de las plantas, todo proclama la existencia
del movimiento. Todo movimiento supone un motor; mas como no se puede suponer
una serie infinita de motores que se comuniquen el movimiento unos a
otros, puesto que un número infinito es tan imposible como un bastón sin extremidades,
hay que llegar necesariamente a un ser primero que comunique el movimiento
sin haberlo recibido; hay que llegar a un primer motor inmóvil. Ahora bien,
este primer ser, esta causa primera del movimiento, es Dios, quien con justicia
recibe el nombre de Primer Motor del universo.
Admiramos el genio de Newton, que descubrió las leyes
del movimiento de los astros; pero ¿qué inteligencia no fue necesaria para establecerlas,
y qué poder para lanzar en el espacio y mover con tanta velocidad y regularidad
estos innumerables mundos que constituyen el universo....?
Napoleón, en la roca de Santa Elena, decía al general
Bertrand: "Mis victorias os han hecho creer en mi genio; el Universo me hace
creer en Dios... ¿Qué significa la más bella maniobra militar comparada con el
movimiento de los astros? ... "
Este argumento, enteramente demostrativo por sí mismo,
alcanza su máxima certeza y evidencia si se le combina con el del orden admirable
que reina en el movimiento vertiginoso de los astros, que se cruzan entre sí
recorriendo sus órbitas a velocidades fantásticas sin que se produzca jamás un choque
ni la menor colisión entre ellos. Lo cual prueba que esos movimientos no obedecen
a una fuerza ciega de la misma naturaleza, que produciría la confusión y el caos,
sino que están regidos por un poder soberano y una inteligencia infinita, como veremos
claramente más abajo al exponer la quinta vía de Santo Tomás.
Quede, pues, sentado que el movimiento del universo exige
un Primer Motor que impulse o mueva a todos los demás seres que se mueven. Dada
su soberana perfección, este Primer Motor ha de ser necesariamente inmóvil, o
sea, no ha de ser movido por ningún otro motor, sino que ha de poseer en sí
mismo y por sí mismo la fuerza infinita que impulse el movimiento a todos los demás
seres que se mueven. Este Primer Motor inmóvil, infinitamente perfecto, recibe
el nombre adorable de Dios.
CONTINUA...
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