¡Yo Pago el Cartucho! ...
La epopeya cristera., que fue el resultado de la persecución
anticristiana comunista en nuestra Patria, se encuentra, aquí y allá,
embalsamada con el delicado perfume de la pureza virginal y la fortaleza
invicta de la mujer mexicana. Más de una vez aparecen en estas páginas, como
las más bellas flores de nuestro jardín católico, los nombres excelsos y
gloriosos para siempre de las hijas mexicanas de Santa María de Guadalupe, que
dieron su sangre y su vida, en holocausto de amor a Cristo Rey.
Porque, desgraciadamente, para oprobio eterno de los comunistas
perseguidores, era una realidad lo que cantaba la copla popular de que ya he
hecho mención, dirigida primero a impulsar el boycot, y acomodada después a la
Defensa armada:
Tomar el fusil
Contra una mujer,
Es cosa que no hacen los cafres,
Y Aquí, sí lo saben hacer.
Licuarla a prisión,
Su sexo insultar,
Eso no sucede
Sino en tierras, que manda un testuan ' Testuán o tastuán es un miembro
de la danza guerrera llamada de "los Tastuanes" del folklore de
Jalisco y regiones cercanas. Significa una lucha de los caciques semi-salvajes
de los chichimecas contra los españoles, representados en la danza por un
individuo a quien llaman "Santiago" (el apóstol). Los caciques o
"Tastuan" Esas tierras desdichadas, son aquellas en que, como en la
Rusia comunista, mandan los "testuanes" Lenin o Stalin o sus serviles
acólitos.
Y en efecto el 7 de junio de 1928, fueron arrestadas en la ciudad de
Colima, la Sra. Rosalía Torres Vda. de Llerenas y la jovencita Zenaida Llerenas
su hija, por el gran delito de ser hermana y sobrina, respectivamente, del
coronel cristero Marcos Torres, uno de los que más les había zurrado la badana
a los soldados perseguidores. Era un jueves de Corpus Christi y, naturalmente,
tenían que celebrar los muy valientes perseguidores esa gran fiesta de los
católicos, con alguna hazaña digna de su empresa. Gobernaba el Estado, en aquel entonces, Laureano Cervantes,, sucesor y continuador
en su fatídica empresa de Solórzano Béjar, de ingrata memoria en Colima. Llevóselas
a la prisión y para mayor escarnio se les puso en el departamento de la cárcel
destinada a las mujeres de mala vida, para confundirlas con ellas. Pero de
sobra sabían, aun aquellas pecadoras, la virtud de la familia Torres y la del
coronel Marcos, que pasaba por ser uno de los más piadosos jefes de los
cristeros; así que aquellas infelices, se alejaban reverentes de las dos nuevas
compañeras de prisión para no mancharlas con su contacto. Y cuando les era necesario
estar junto a ellas, se moderaban cuanto podían en sus palabras y acciones. ¡Dios
había enviado a un ángel a la prisión, en la persona de Zenaida, para tocar el
corazón de aquellas pobrecitas!
Pronto sin embargo las encerraron, separadas, en unas bartolinas
inmundas, estrechas y oscuras. "Es imposible, escribe la misma señora doña
Rosalía, describir los sufrimientos de esos días. Basta decir que estábamos
separadas, Zenaida y yo, y sin ningún consuelo. Los que iban a tomarnos
declaración nos molestaron con muchas impertinencias. A mí me decían que ya mi
hija había sido fusilada y a ella le decían lo mismo de mí, y no sabíamos si
era o no verdad. Los dos primeros días se dio orden de que no nos dieran de
comer, pero Dios que obra en todo, puso personas caritativas que nos diesen algo".
Probablemente alguna de las otras presas, compadecida, les llevaba algo del
rancho que le daban en la prisión. Una de las primeras noches se presentó en
las celdas de aquellas heroicas mujeres el general Heliodoro Chaires, jefe de
operaciones en el Estado, para tomar sus declaraciones:
— ¿Dónde está su hermano Marcos? van todos cubiertos con unas máscaras
de feroces y fantásticos animales para indicar su feroz salvajismo, y a fuerza
de beber frecuentemente durante la danza que dura "todo un día"
acaban ebrios por completo, para acentuar así más aún su ferocidad.
—No lo sé, general. Debe andar por el Volcán, pues es jefe de
cristeros; como usted bien lo sabe y mejor que yo.
En esta declaración no faltaba su dejo de ironía, porque fue el mismo general
Chaires, el que poco tiempo antes, había abandonado Colima en un tren militar
para atacar a los cristeros en Manzanillo, con los cuales trabó una terrible
batalla, en la que, si bien terminó con la retirada del Ejército Libertador al
mando del general Degollado, los federales de Chaires sufrieron trescientas
bajas, mientras que los cristeros sólo tuvieron cuarenta y cinco. Pero lo grave
del caso había sido, que casi abandonada Colima, pudo el coronel Marcos Torres
entrar en la ciudad por el lado oriente, sin encontrar casi resistencia, y
entre los vítores y delirantes aclamaciones de los habitantes. Chaires no
olvidaba aquello, y por eso quería vengar su humillación en la persona del jefe
cristero o de sus familiares, lo cual era más fácil. ¡Dos mujeres! . . .No
pudiendo obtener mejor respuesta de la madre, trató de conseguirla de la hija. Pero
la niña Zenaida, era del mismo temple que su madre y su tío, y nada pudo
obtener el general de sus negaciones y evasivas.
Entonces montando en cólera el milite le dijo:
—Eres una orgullosa y tu orgullo está en que eres virgen; pero si
insistes en tu silencio te entregaré a estos soldados, en este mismo momento.
Los soldados entre gritos y risotadas obscenas, exclamaron:
— ¡Sí! sí, mi general, ¡ya la haremos hablar... !
Pero Zenaida, con toda su confianza puesta en Dios, serena y tranquila,
respondió al jefe:
—General ¿ese es el honor de un militar? Bella honra debe tener, si así
sabe castigar. Tiene usted armas: prefiero la muerte.
Chaires, confuso por aquella reprensión justísima, salida de los labios
de una niña, dio la vuelta y ordenó a los soldados le siguieran. ¡Dios nunca
abandona a los que en El confían! Otro día volvió el general a la celda de
Zenaida, casi seguro de que iba a hacerla hablar sobre todo lo que supiera de
los cristeros. Al fin y al cabo era una mujer... ¡y una niña!
— ¡Ya maté a tu madre! ¿Por qué no dices lo que se te pregunta? ¿Qué es
lo que esperas? ¿Quieres que te mate también?
— ¿Por qué se tarda, general? Lléveme a donde está muerta mi madre y
máteme a mí también ahí.
Los soldados acompañantes de Chaires, para atemorizarla, le echaron una
soga al cuello y simularon que la iban a ahorcar.
—General —dijo entonces la niña—, no me ahorque, saque su pistola máteme
mejor con ella.
—No, porque el parque me cuesta. — ¡Yo pago el cartucho que gaste en
matarme...! Máteme con la pistola y no me ahorque.
Después de doce días de aquel continuo martirio, en que tanto sufrieron
la madre y la hija, fueron llevadas ante el Juez de Distrito, y volvieron a
verse ambas. El juez no pudo obtener de ellas ninguna denuncia ni retractación
alguna de su catolicismo, y las envió otra vez a la cárcel, pero ya no
separadas sino juntas en una misma estrecha celda. El 14 de agosto, las presas
continuaban recluidas en la inmunda covacha y, mientras tanto, ese día habían
asesinado en una emboscada, de la que ya hablaré en otro artículo, al coronel
Marcos. Los mismos guardianes de la cárcel irrumpieron en la celda para dar a la
madre y a la hija, entre risotadas y sarcasmos innobles, la terrible noticia. Ya
los perseguidores habían conseguido aquello que les sirvió de pretexto para
apresar a las dos mujeres, ¿por qué pues no les devolvían la libertad? ¡Vaya!
es que aquello había sido sólo un pretexto al uso corriente de los comunistas
de todo el mundo; lo que verdaderamente perseguían era el catolicismo y la
piedad de aquellas dos heroínas de su fe, y se lo harían pagar muy duramente. Pero
tantos sufrimientos, la falta de aire libre, de alimentos sanos, las amenazas
continuas contra la pureza de la virgen, acabaron con la salud de Zenaida, la
que el 23 de noviembre, ya no pudo levantarse de su miserable camastro. Estaba
ardiendo en fiebre maligna y Doña Rosalía no poseía ni una medicina que darle
en su angustia. Alguien dio a la buena señora un poco de linaza, y el guardián
le permitió que con una escoba vieja hiciera un poco de lumbre y le dio un
jarrito con agua, en la que coció la linaza, para dar a la niña aquella
insípida infusión.
Naturalmente aquello fue inútil. ¡La señora no podía hacer más! Y así llegó
el 27 de noviembre. La niña se moría sin remedio y Doña Rosalía, que hubiera
deseado tanto recibiera su hija los Santos Sacramentos, tuvo que resignarse a
ayudarla ella misma a bien morir. Rézale el Acto de contrición, la Comunión
espiritual, el acto de Consagración de los Vasallos de Cristo Rey...y cuando ya
comenzaba la agonía, le hizo repetir muchas veces la jaculatoria indulgenciada:
¡Viva Cristo Rey! Con ella en los labios, a las tres y media de la mañana,
entregó Zenaida su alma purísima a Dios, coronada por los esplendores del
martirio.
El pueblo de Colima que lo supo acudió al día siguiente en masa a la cárcel,
exigiendo se le abrieran las puertas para entrar y regar con flores la celda y
el camastro donde la niña muerta parecía sonreír.
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