"Paz a vosotros: yo soy, no temáis." |
MARTES DE PASCUA
EL TRÁNSITO DEL
SEÑOR. — El Cordero es nuestra Pascua;
ayer lo reconocimos; pero el misterio de la Pascua dista mucho de estar
agotado. He aquí otras maravillas que reclaman nuestra atención. El libro
sagrado nos dice: "La Pascua es el tránsito del Señor." (Exodo,
XII, 12); y el Señor, hablando él mismo, añade: "yo pasaré esta misma
noche por la tierra de Egipto; heriré a todos los primogénitos en Egipto, desde
el hombre hasta la bestia; y ejerceré mi juicio sobre todos los dioses de Egipto,
yo el Señor". La Pascua es, pues, un día de justicia, un día terrible para
los enemigos del Señor; pero es al mismo tiempo y por lo mismo el día de la liberación
para Israel. El Cordero acaba de ser inmolado, y su inmolación es el preludio
de la manumisión del pueblo santo.
LA CAUTIVIDAD DE
LOS HEBREOS. — Israel está sumido en la más
afrentosa cautividad bajo de los Faraones. Una odiosa esclavitud pesa sobre él;
los niños varones son entregados a la muerte; es el fin de la raza de Abraham,
sobre la que descansan las promesas de la salvación universal; ya es tiempo de
que el Señor intervenga y que se muestre el León de la tribu de Judá, al cual
nadie podrá resistir.
LA CAUTIVIDAD
DEL GÉNERO HUMANO. — Pero Israel representa aquí a un
pueblo más numeroso que él. Es todo el género humano el que gime cautivo debajo
de la tiranía de Satanás, el más cruel de los Faraones. Su servidumbre ha
llegado al colmo; dominado por las más abominables supersticiones, prodiga a la
materia sus ignominiosas adoraciones. Dios está ausente de la tierra, donde
todo se ha divinizado, excepto Dios. La sima abierta del infierno sepulta a
todas las generaciones casi en su totalidad. ¿Habrá trabajado Dios contra sí
mismo, al crear al género humano? No; más es tiempo de que el Señor pase y haga
sentir la fuerza de su brazo.
LA CAUTIVIDAD DE
CRISTO. — El auténtico Israel, el Hombre verdadero
descendido del cielo, también está cautivo. Sus enemigos prevalecieron contra
él; y su despojos, sangrante e inanimado fueron encerrados en la tumba. Los asesinos
del Justo llegaron hasta sellar la piedra de su sepulcro; montaron guardia en
él. ¿No es tiempo de que el Señor pase y confunda a sus enemigos con la
rapidez victoriosa de su paso?
LA LIBERACIÓN DE
LOS HEBREOS. — Y en primer lugar, en el corazón
de Egipto, después que cada familia israelita había inmolado y comido el
cordero pascual, cuando hubo llegado el filo de la media noche, el Señor, según
su promesa, pasó como un vengador terrible a través de aquella nación de
corazón endurecido. El ángel exterminador le seguía e hirió con su espada a
todos los primogénitos de aquel vasto imperio, "desde el primogénito del
Faraón que se sentaba en el trono, hasta el primogénito de la cautiva que gemía
en prisión, y hasta el primogénito de todos los animales". Un grito de
dolor repercutió por doquier; pero el Señor es justo y su pueblo fué librado.
LA RESURRECCIÓN
DE CRISTO. — La misma victoria se renovó en
estos días, cuando el Señor, a la hora en que las tinieblas luchaban todavía con
los primeros rayos del sol, pasó a través de la piedra sellada del
sepulcro, a través de sus guardias, hiriendo de muerte al pueblo primogénito, que
no había querido "reconocer el tiempo de su visita." (San Lucas, XIX,
44.) La sinagoga había heredado la dureza del corazón de Faraón; quería retener
cautivo a aquel de quien el profeta había dicho que sería "libre entre los
muertos". (Sal., LXXXVII, 6.) Entonces se dejan oír los gritos de
una rabia impotente en los consejos de Jerusalén; pero el Señor es justo y
Jesús se ha libertado a sí mismo.
LA LIBERACIÓN
DEL GÉNERO HUMANO. — Y el género humano, que Satanás
hollaba debajo de sus pies, ¡cuán dichoso se ha sentido por el paso del Señor!
Este generoso triunfador no quiso salir solo de su prisión; nos había adoptado
a todos como hermanos y nos condujo a todos a la luz con él. Todos los
primogénitos de Satanás son abatidos; toda la fuerza del infierno es
quebrantada. Todavía un poco de tiempo y los altares de los falsos dioses serán
derribados por doquier; un poco de tiempo más y el hombre, regenerado por la
predicación evangélica, reconocerá a su creador y abjurará de los ídolos.
Porque "hoy es la Pascua, es decir, el Paso del Señor".
LA SANGRE DEL
CORDERO. — Pero considerad la alianza que
une en una misma Pascua el misterio del Cordero con el misterio del Tránsito.
El Señor pasa y manda al Ángel exterminador que hiera al primogénito de todas
las casas cuyo umbral no lleve la marca de la sangre del Cordero. Esta sangre
protectora es la que desvía la espada; y a causa de ella la divina justicia
pasa a nuestro lado sin herirnos. Faraón y su pueblo no están protegidos por la
sangre del Cordero; con todo, vieron raras maravillas y experimentaron castigos
inusitados; pudieron comprobar que el Dios de Israel no es impotente como sus dioses;
pero su corazón está más duro que la roca y ni las obras ni las palabras de
Moisés pudieron ablandarle. El Señor los hiere, pues, y libra a su pueblo. A su
vez el ingrato Israel se obstina y, apasionado por sus sombras groseras, no
reconoce otro Cordero que el cordero material. En vano sus Profetas le
anunciaron que "un Cordero rey del mundo vendrá del desierto a la montaña
de Sión". (Isaías, XVI, I.) Israel no quiere ver su Mesías en este
Cordero; le mata con saña y furor; y continúa poniendo toda su confianza en la
sangre de una víctima impotente para protegerle en lo sucesivo. ¡Será terrible
el paso del Señor por Jerusalén, cuando la espada romana le siga,
exterminando a derecha e izquierda a todo un pueblo! Y los espíritus malignos
que se habían burlado del Cordero, que le habían despreciado a causa de su mansedumbre
y de su humildad, que llenos de frenesí, de alegría infernal, al verle arrojar
hasta la última gota toda la sangre de sus venas sobre el árbol de la cruz,
¡qué decepción para su orgullo ver a este Cordero descender en toda su majestad
de León hasta los infiernos, para
arrancar a los justos cautivos; después,
sobre la tierra, llamar a toda criatura viviente "a la libertad de
hijos de Dios!" (Rom., VIII, 21.) Tu paso, oh Cristo, es duro para
tus enemigos, pero ¡cuán saludable para tus fieles! El primer Israel no le
temió, porque estaba protegido por el signo de la sangre figurativa que
señalaba la puerta de sus moradas. Nosotros somos más afortunados; nuestro
Cordero es el Cordero de Dios mismo; y no son nuestras puertas las que son
marcadas con su sangre; son nuestras almas las que son teñidas con ella. Tu
Profeta, explicando más claramente el misterio, anunció seguidamente que serían
perdonados, el día de tu justa venganza sobre Jerusalén, aquellos que llevasen
en su frente la señal de la Tau. (Ezeq., IX, 6.) Israel no lo quiso
comprender. El signo de la Tau es el signo de tu Cruz; él nos ampara, nos
protege y nos transporta de alegría, en esta Pascua de tu tránsito, en que
todos tus castigos son para nuestros enemigos y todas tus bendiciones para
nosotros.
LA ESTACIÓN. — En Roma la Estación es hoy en la Basílica de San
Pablo. La Iglesia se apresura a conducir a los pies del Doctor de los Gentiles su
reducido ejército de neófitos. Compañero de trabajos de Pedro en Roma y
asociado a su martirio, Pablo no es el fundamento de la Iglesia; pero es el
predicador del Evangelio a las naciones. Sintió los dolores y las alegrías del alumbramiento
y sus hijos han sido innumerables. Desde el fondo de su tumba, sus huesos se estremecen
de alegría a la llegada de sus nuevos hijos, ávidos de oír su palabra en las
inmortales Epístolas en que todavía habla y hablará hasta la consumación de los
siglos.
M I S A
El Introito, sacado del libro del Eclesiástico, celebra la
divina sabiduría de Pablo, que es como fuente siempre pura donde los cristianos
van a beber, y cuya agua saludable les da la salud del alma y los prepara para
la inmortalidad.
INTROITO
Les dió a beber el agua de la
sabiduría, aleluya: ésta se fijará en ellos, y no se apartará, aleluya: y los
ensalzará para siempre, aleluya, aleluya. — Salmo: Alabad al Señor e invocad su
nombre: anunciad entre las gentes sus obras. Y. Gloria al Padre.
La Iglesia glorifica a Dios en la Colecta, porque se digna
hacerla fecunda cada año y darla
los goces maternales en medio de las alegrías de la
Pascua; a continuación implora para sus nuevos hijos la gracia de permanecer
siempre conformes a su Maestro resucitado.
COLECTA
Oh Dios, que multiplicas tú
Iglesia con una prole siempre nueva: haz que tus siervos conserven en su vida
el sacramento que han recibido con fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de los Actos de los Apóstoles (XIII, 16. 26-33).
En aquellos días, levantándose
Pablo, e imponiendo silencio con la mano, dijo: Varones hermanos, hijos de la
raza de Abraham, y los que temen a Dios entre vosotros, a; vosotros se os envía
este mensaje de salud. Porque los que habitaban en Jerusalén, y sus príncipes, desconociendo
a Jesús, y las voces de los Profetas, que se leen todos los sábados,
juzgándole, las cumplieron y, no encontrando en él ninguna causa de muerte, pidieron
a Pilatos autorización para matarle. Y, habiendo cumplido todo lo escrito acerca
de él, bajándole del madero, le pusieron en un sepulcro. Pero Dios le resucitó
de entre los muertos al tercer día: y fue visto durante muchos días, por los
que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales son hasta hoy día sus
testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la promesa hecha a
nuestros padres: porque Dios la cumplió en nuestros hijos, resucitando a
Nuestro Señor Jesucristo.
LA FE EN LA
RESURRECCIÓN. — Este discurso que el gran Apóstol
pronunció en Antioquía de Pisidia, en la Sinagoga de los judíos, nos muestra
que el Doctor de los Gentiles seguía en sus enseñanzas el mismo método que el
Príncipe de los Apóstoles. El punto capital de su predicación era la
Resurrección de Jesucristo: verdad fundamental, hecho supremo, que garantiza
toda la misión del Hijo de Dios sobre la tierra. No basta creer en Jesucristo
crucificado, si no se cree en Jesucristo resucitado; en este último dogma es donde
está contenida toda la fuerza del cristianismo, así como sobre este hecho, el
más incontestable de todos, descansa la certeza completa de nuestra fe. Así
pues, ningún acontecimiento realizado aquí abajo puede compararse con aquel cuanto
a la impresión que ha producido. Ved al mundo entero conmovido en estos días,
al congregar la Pascua a tantos millones de hombres de toda raza y de todos los
climas. Hace diez y nueve siglos que Pablo descansa en la Vía Ostiense; ¡cuántas
cosas han desaparecido de la memoria de los hombres a pesar del mucho ruido que
hicieron en su tiempo, desde que esta tumba recibió por vez primera los
despojos del Apóstol! La ola de persecuciones anegó a la Roma cristiana durante
más de doscientos años; hasta fue necesario, en el siglo III, desplazar por un
tiempo estos huesos y ocultarlos en las Catacumbas. Viene después Constantino
que elevó esta basílica y erigió este arco triunfal cerca del altar bajo del
cual reposa el cuerpo del Apóstol. Desde entonces, ¡cuántos cambios, cuántos trastornos
de dinastías, de formas de gobierno se han sucedido en nuestro mundo civilizado
y fuera de él! Nada permanece inmutable sino la Iglesia eterna. Todos los años,
desde hace más de 1.500, se dirige a leer en la Basílica de San Pablo, cabe su
tumba, este mismo discurso en que el Apóstol anuncia a los judíos la
Resurrección de Cristo. Ante esta perpetuidad, ante esta inmutabilidad hasta en
los detalles más secundarios, digamos también nosotros: Cristo ha resucitado
verdaderamente; él es el Hijo de Dios, porque jamás ningún otro hombre señaló
tan profundamente su mano en las cosas de este mundo visible.
GRADUAL
Este es el día que hizo el
Señor: gocémonos y alegrémonos en él. Díganlo ahora los que han sido redimidos por
el Señor: aquellos a quienes redimió del poder del enemigo y congregó de todas
las regiones. Aleluya, aleluya. V. Resucitó del sepulcro el Señor, que pendió
por nosotros en el madero.
A continuación
se canta la Secuencia Victimae paschali,
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (CXXIV,
36-47).
En aquel tiempo se presentó
Jesús en medio de sus discípulos, y díjoles: Paz a vosotros: yo soy, no temáis.
Pero ellos, turbados y asustados, creían ver un fantasma. Y díjoles: ¿Por qué
os turbáis, y suben estos pensamientos de vuestros corazones? Ved mis manos y
mis pies, porque soy yo mismo: palpad y ved: porque el espíritu no tiene carne
y huesos, como veis que tengo yo. Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos
y los pies. Pero, dudando todavía ellos, y admirándose de gozo, les dijo:
¿Tenéis aquí algo que comer? Y ellos le ofrecieron parte de un pez asado, y un
panal de miel. Y, habiendo comido delante de ellos, tomando las sobras, se las dio
a ellos. Y díjoles: Estas eran las palabras que os decía, cuando todavía estaba
con vosotros, porque era necesario que se cumplieran todas las cosas escritas
acerca de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos. Entonces
les abrió el sentido, para que entendieran las Escrituras. Y díjoles: Porque así
estaba escrito, y así convenía que Cristo padeciese, y resucitase al tercer día
de entre los muertos, y se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los
pecados a todas las gentes.
LA PAZ. — Jesús se muestra a sus discípulos reunidos, la tarde
misma de la Resurrección y se acerca a ellos deseándoles la paz. Es el deseo que
nos dirige a nosotros mismos en la Pascua. En estos días él restablece por
doquier la paz; la paz del hombre con Dios, la paz en la conciencia del pecador
reconciliado, la paz fraterna de los hombres entre sí por el perdón y el olvido
de las injurias. Recibamos este deseo de nuestro divino Resucitado y guardemos
cristianamente esta paz que se digna traernos él mismo. En el instante de su
nacimiento en Belén, los ángeles anunciaron esta paz a los hombres de buena
voluntad; hoy Jesús mismo, habiendo realizado su obra de pacificación, viene en
persona a traernos el fruto. La Paz: es su primera palabra a estos hombres que
nos representaban a todos. Aceptemos con amor esta dichosa palabra, y mostremos
desde ahora en todos los acontecimientos que somos los hijos de la paz.
IMPERFECCIÓN DE
LA FE. — La actitud de los Apóstoles en
esta escena impresionante debe también fijar nuestra atención. Ellos conocen la
Resurrección de su Maestro; se apresuraron a proclamarla a la llegada de los
dos discípulos de Emaús; con todo, ¡cuán débil es su fe! La presencia inesperada
de Jesús los turba; si se digna darles a palpar sus miembros para convencerlos,
esta experiencia los asombra, los colma de alegría; pero aún permanece en ellos
no sé qué fondo de incredulidad. Es necesario que el Salvador lleve su bondad
hasta comer delante de ellos, para convencerlos plenamente de que es él mismo y
no un fantasma. Con todo, estos hombres antes de la visita de Jesús creían ya y
confesaban su Resurrección. ¡Qué lección nos da este hecho del Evangelio! Ellos
creen pero con una fe tan débil que el menor choque los hace vacilar; piensan
tener la fe y apenas si ha aflorado en su alma. Con todo, sin la fe, sin una fe
viva y enérgica, ¿qué podemos hacer en medio de la lucha que debemos sostener
constantemente contra los demonios, contra el mundo y contra nosotros mismos?
Para luchar, la primera condición es estabilizarse sobre una base resistente; el
atleta cuyos pies descansan sobre la arena movediza no tardará en ser
derribado. Es muy común hoy día esta fe vacilante, que cree hasta que se
presenta la prueba de esta misma fe, continuamente socavada por un naturalismo sutil,
que es difícil dejar de respirar en mayor o menor grado, en esta atmósfera
pestilencial que nos rodea. Pidamos sin cesar la fe, una fe invencible, sobrenatural,
que sea el móvil de nuestra vida entera, que no retroceda nunca, que triunfe siempre
dentro y fuera de nosotros; para que podamos aplicarnos con verdad el dicho del
Apóstol San Juan: "Nuestra fe es la victoria que pone al mundo entero
debajo de nuestros pies." (I San Juan, V, 4.)
En el Ofertorio, la Iglesia, haciendo suyas las palabras
de David, nos muestra las fuentes brotando de la tierra a la voz tonante del
Señor. Esta voz majestuosa es la predicación de los Apóstoles y particularmente
la de San Pablo; estas fuentes son las del Bautismo, en las que se sumergieron
los neófitos para poder participar de la vida eterna.
OFERTORIO
El Señor tronó desde el cielo;
el Altísimo emitió su voz, y brotaron fuentes de agua. Aleluya. La Iglesia pide en la Secreta que el santo sacrificio nos ayude a caminar hacia
la gloria infinita, cuyo camino
es el Bautismo.
SECRETA
Recibe, Señor, las oraciones de
los fieles con las hostias que te ofrecemos: a fin de que, por los deberes de
nuestra piedad, alcancemos llegar a la gloria celestial. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
En la Antífona de la Comunión oímos a San Pablo
dirigiéndose a los neófitos; les indica el camino seguro para llegar a ser
imágenes fieles del Salvador resucitado.
COMUNION
Si resucitasteis con Cristo,
buscad las cosas celestiales, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, aleluya:
gustad lo de arriba. Aleluya.
Unida a los deseos del Apóstol, pide la Iglesia para sus
nuevos hijos, que acaban de participar del Misterio Pascual, la perseverancia
en la vida nueva, de la que es principio y medio este divino sacramento.
POSCOMUNION
Oh Dios omnipotente, haz que la
virtud del Misterio Pascual del que participamos, permanezca siempre en
nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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