"El que de vosotros esté sin pecado, que lance contra ella la primera piedra." |
SABADO
DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
La Estación se celebra en la iglesia de Santa Susana, virgen romana y
mártir. La razón que motivó el escoger esta iglesia es la lectura que se hace
hoy de la historia de la casta Susana, hija de Helcias, que la Iglesia pone
para que sirva de imitación a los cristianos.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios
omnipotente, hagas que, los que, afligiendo su carne, se abstienen de alimento,
siguiendo la justicia, ayunen también de pecado. Por el Señor.
EPISTOLA
Lección del
Profeta Daniel.
En aquellos días había un
varón, que habitaba en Babilonia, y se llamaba Joaquín: y tomó por esposa a una
mujer, llamada Susana, hija de Helcias, hermosa en extremo, y temerosa de Dios:
pues sus padres, que eran justos, educaron a su hija según la Ley de Moisés. Y
era. Joaquín hombre muy rico, y poseía un jardín cerca de su casa: y se reunían
con él los judíos, porque era el más respetable de todos. Y en aquel año fueron
nombrados jueces del pueblo dos ancianos: de los cuales dijo el Señor: Que la
iniquidad salió de Babilonia de los ancianos jueces, que parecían regir al
pueblo. Estos frecuentaban la casa de Joaquín, y acudían a ellos todos cuantos
tenían pleitos. Y, cuando se iba el pueblo, a mediodía, entraba Susana, se
paseaba por el jardín de su marido. Y los viejos la veían todos los días entrar
y pasearse: y se encendieron en concupiscencia de ella: y perdieron el juicio,
y apartaron sus ojos, para no ver el cielo, ni acordarse de los justos juicios.
Y aconteció que, espiando la ocasión oportuna, entró ella, como los días anteriores,
con dos doncellas suyas, y quiso lavarse en el jardín: porque hacía calor, y no
había allí nadie, fuera de los dos viejos escondidos, que la contemplaban. Dijo,
pues, a las doncellas: Traedme aceite y ungüentos, y cerrad las puertas del
jardín, para que me lave. Y, cuando salieron las doncellas, se levantaron los
dos viejos, y corrieron hacia ella, y dijeron: Mira, las puertas del jardín
están cerradas, y nadie nos ve, y nosotros te deseamos: por lo tanto,
condesciende con nosotros, y cede a nuestros deseos, porque, si no quisieres,
testificaremos contra ti, diciendo que estuvo contigo un joven y que, por esa
causa, despediste a tus doncellas. Gimió Susana, y dijo: ¡Angustias me cercan
por todas partes! Porque, si hiciere esto, será mi muerte; y, si no lo hiciere,
no escaparé de vuestras manos. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos,
sin hacerlo que pecar en presencia del Señor. Y dió Susana un fuerte grito: y
gritaron también los viejos contra ella. Y corrió uno a las puertas del jardín,
y abrió. Y, cuando los criados oyeron el grito en el jardín, irrumpieron por el
postigo, para ver qué era. Mas, cuando hablaron los viejos, se avergonzaron
muchísimo los siervos, porque nunca se había dicho cosa semejante de Susana. Y llegó
el día siguiente. Y, habiendo ido el pueblo a Joaquín, su marido, fueron
también los dos viejos, llenos de perversa intención contra Susana, para
matarla. Y dijeron delante del pueblo: Enviad por Susana, hija de Helcías, mujer
de Joaquín. Y al punto enviaron por ella. Y vino con sus padres, e hijos, y todos
los parientes. Y lloraban los suyos, y todos los que la conocían. Y,
levantándose los dos viejos en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su
cabeza. Ella, llorando, miró al cielo: pues su corazón tenía confianza en el
Señor. Y dijeron los viejos: Cuando nos paseábamos en el jardín solos entró
ésta con dos doncellas: y cerró las puertas del jardín, y despidió a las doncellas. Y vino a ella un joven, que
estaba escondido, y pecó con ella. Y nosotros, que nos hallábamos escondidos en
un rincón del jardín, al ver la iniquidad, corrimos a ellos, y les vimos
pecando a los dos. Y a él no pudimos prenderle, porque era más fuerte que
nosotros, y, abriendo las puertas, escapó. Pero, habiendo prendido a ésta, le
preguntamos quién era el mancebo, y no quiso decírnoslo: somos testigos de
esto. Creyóles la multitud, como a ancianos, y como a jueces del pueblo, y la
condenaron a muerte. Mas Susana exclamó con gran voz, y dijo: Eterno Dios, que
conoces las cosas escondidas, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes
que han levantado contra mí falso testimonio: y he aquí que muero, sin haber
hecho nada de lo que éstos han inventado maliciosamente contra mí. Y oyó el
Señor su voz. Y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el Señor el espíritu
santo de un joven, llamado Daniel. Y exclamó con gran voz: Limpio estoy yo de
la sangre de ésta. Y, vuelto a él todo el pueblo, dijo: ¿Qué significa eso que
has dicho? Y él, poniéndose en medio de ellos, dijo: ¿Sois tan fatuos, oh hijos
de Israel, que, sin juzgar ni conocer la verdad, habéis condenado a una hija de
Israel? Volved a juzgar, porque han levantado contra ella falso testimonio.
Volvióse, pues, el pueblo con presteza. Y díjoles Daniel: Separadlos lejos al
uno del otro, y yo les juzgaré. Y, cuando estuvieron separados el uno del otro,
llamó a uno de ellos, y le dijo: Inveterado de días malos, ahora se descubrirán
los pecados que has obrado hasta aquí, pronunciando sentencias injustas,
oprimiendo a los inocentes y absolviendo a los culpables, a pesar de decir el
Señor: No matarás al inocente y al justo. Ahora, pues, si la viste, di bajo qué
árbol les viste hablar entre sí. El dijo: Bajo un lentisco. Y dijo Daniel: Bien
has mentido contra tu cabeza. Porque he aquí que el Angel de Dios, por sentencia
de El recibida, te rajará por medio. Y, retirado él, mandó venir al otro, y le
dijo: Raza de Canaán, y no de Judá, la belleza te engañó, y la concupiscencia
pervirtió tu corazón: así hacíais con las hijas de Israel, y ellas os hablaban con
temor: pero la hija de Judá no sufrió vuestra iniquidad. Ahora, pues, dime bajo
que árbol les sorprendiste hablando entre sí. El dijo: Bajo una encina. Y
díjole Daniel: Bien has mentido tú también contra tu cabeza: porque el Angel
del Señor permanece con la espada desenvainada, para que te parta por medio, y
os mate. Exclamó, pues, toda la muchedumbre con gran voz, y bendijeron a Dios,
el cual salva a los que esperan en El. Y se levantaron contra los dos viejos (porque
los había convencido Daniel, por su propia boca, de haber dicho falso
testimonio), e hicieron con ellos el mal que ellos habían tramado contra el prójimo:
y los mataron, y se salvó aquel día la sangre
inocente.
LA VIRTUD RECOMPENSADA. — Ayer, participamos de la alegría de los
catecúmenos, a quienes la Iglesia reveló claramente esta fuente pura y vivificadora
que mana del Salvador y en cuyas aguas van muy pronto a beber una nueva vida. Hoy
la enseñanza es para los Penitentes cuya reconciliación está muy próxima. Pero
¿cómo pueden esperar aun el perdón aquellos que han manchado la vestidura
blanca de su bautismo y despreciado la sangre divina que les había rescatado? No
importa, obtendrán el perdón y se salvarán. Si queréis comprender este
misterio, tenéis que leer y meditar antes las Sagradas Escrituras. En ellas aprenderéis
cómo para el hombre hay una salvación que tiene su origen en la justicia y otra
en la misericordia. Hoy tenemos ante nuestra presencia ejemplos de ambas
clases. Susana acusada injustamente de adulterio, recibe de Dios, que la hace
justicia y la libra, la recompensa de su virtud; en cambio otra mujer verdaderamente
culpable de este crimen, Jesucristo mismo la libra de la muerte. Los justos esperen
con confianza y humildad la recompensa que han merecido; y los pecadores
esperen también en la bondad del Redentor que vino al mundo para ellos más bien
que para los justos. Por eso la Iglesia reanima a sus penitentes y los llama
para que se conviertan, mostrándoles las riquezas del Corazón de Jesús y la
misericordia de la nueva ley que este divino Redentor vino a sellar con su
sangre.
LA IGLESIA, FIEL A CRISTO. — En esta admirable historia
de Susana veían también los primeros cristianos la figura de la Iglesia de su tiempo
solicitada al mal por los paganos y permaneciendo fiel a su Divino Esposo hasta
poner en peligro su vida. Un Obispo mártir del siglo tercero, S. Hipólito, nos
da la clave de este símbolo y las esculturas
de los antiguos sarcófagos cristianos así como las pinturas de las catacumbas romanas
están de acuerdo en representarnos la fidelidad de Susana a la ley de Dios, a pesar
de su inminente muerte, como el modelo de los mártires prefiriendo la muerte a
la apostasía, que en el sentir de la Sagrada Escritura es verdadero adulterio del
alma con Dios, de quien era esposa mediante el bautismo.
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo fué Jesús al
Monte de los Olivos y luego, por la mañana, fué al templo, y todo el pueblo acudió
a El, y, sentándose, les enseñaba. Y los escribas y fariseos le llevaron una
mujer sorprendida en adulterio; y la colocaron en medio, y le dijeron: Maestro,
esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Ahora bien, Moisés nos ordenó
en su Ley que apedreáramos a estas tales. Pero tú, ¿qué dices? Y esto lo decían
tentándole para poder acusarle. Mas Jesús,
inclinándose hacia abajo, con el dedo escribía en la tierra. Pero como ellos
continuasen preguntándole, se incorporó, y les dijo: El que de vosotros esté
sin pecado, que lance contra ella la primera piedra. E, inclinándose de nuevo, escribía
en la tierra. Al oírlo, salieron uno en pos de otro, comenzando por los más
ancianos: y se quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Y,
levantándose Jesús, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te
ha condenado? Dijo ella: Nadie, Señor. Y dijo Jesús: Tampoco yo te condenaré:
vete, y no vuelvas a pecar más.
EL PECADO PERDONADO. — Ahora vamos a ver la salvación mediante la
misericordia. El crimen de esta mujer es real; la ley la condena a muerte; sus
acusadores, al exigir el castigo, están en sus justos derechos; y a pesar de
eso la culpable no perecerá. Jesús la pone en libertad, y por este beneficio la
impone una sola condición: que no peque más. ¡Cuán agradecida debió ser con su
libertador! ¡Qué cuidado debió poner en adelante para seguir los mandatos de Aquel
que no la había querido condenar y a quien debía la vida! Ya que también
nosotros somos pecadores penetrémonos bien de estos sentimientos, contemplando
a nuestro Redentor. ¿Acaso no fué El quien contuvo el brazo de la divina justicia,
dispuesto a herirnos? ¿No fué El quien recibió en su mismo cuerpo los golpes?
Salvados por su misericordia, unámonos a los Penitentes de la primitiva Iglesia,
y durante estos días que todavía nos quedan pongamos fundamentos fuertes a
nuestra nueva vida.
LOS PECADOS DE LA LENGUA. — Jesús sólo responde una
palabra a los Fariseos que han venido a tentarle con el pretexto de esta mujer;
pero esta palabra lacónica nosotros la debemos tener en sumo respeto y
veneración, porque manifiesta; la conmiseración del divino Salvador con esta pecadora
que se halla avergonzada ante su presencia y tiene también una lección práctica
para nosotros: quien entre vosotros esté sin pecado que arroje contra
ella la primera piedra. Durante este tiempo de reparación y penitencia
examinémonos de las murmuraciones de que nos hemos hecho reos para con el
prójimo, estos pecados de la lengua de que tan poco caso se hace, se olvidan
tan pronto, porque manan, por decirlo así, de la fuente. Si se guardara la
palabra del Salvador como se debe, en lo íntimo de nuestro corazón; si antes de hablar
hubiéramos visto nuestras flaquezas, ¿no es cierto que jamás hubiéramos tenido
valor para atacar la conducta del prójimo, revelar sus faltas, juzgar hasta sus
pensamientos e intenciones? Pongamos cuidado en adelante: Jesús conocía la vida
de los acusadores de esta mujer; la nuestra la conoce hasta en sus más mínimos
detalles. Pobres de nosotros si no somos indulgentes con nuestros hermanos. Consideremos
finalmente la malicia de los enemigos del Salvador y la deslealtad con que le arman
un lazo. Si habla en favor de la vida de esta mujer, le acusarán de que
desprecia la ley de Moisés, que manda lapidarla; si responde conforme está mandado
en la ley, le entregarán al pueblo como un hombre cruel y sanguinario. Jesús
con su celestial prudencia, sale vencedor de sus ardides; nosotros debemos
aprender de aquí qué suerte le está reservada el día en que, viéndose cogido
entre sus manos, ya no opondrá a sus calumnias y ultrajes sino que guardará
silencio y la paciencia de una víctima condenada a muerte.
ORACION
Oremos: Alarga, Señor, a tus
fieles la diestra de tu celestial auxilio; para que te busquen de todo corazón y
merezcan alcanzar lo que justamente piden. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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