CAPÍTULO
11
Carta
Notre charge apostolique
del
Papa San Pío X
a
los obispos de Francia
sobre
Le Sillon
(25 de agosto de 1910)
(segunda parte)
Tercer error: un
falso concepto de la libertad humana
En
el tercer punto, el Papa revela que
«Le Sillon tiene
la noble preocupación de la dignidad humana. Pero esta dignidad la entiende a
la manera de algunos filósofos, de los que la Iglesia está lejos de tener que
alabarse. El primer elemento de esta dignidad es la libertad, entendida en el
sentido de que, salvo en materia religiosa, cada hombre es autónomo. De este
principio fundamental deduce las conclusiones siguientes: hoy día el pueblo
está bajo la tutela de una autoridad distinta del pueblo; debe liberarse de
ella: emancipación política». Por consiguiente: dignidad humana =
libertad; libertad = autonomía; autonomía = emancipación política. Y luego: «Está
bajo la dependencia de patronos que, reteniendo sus instrumentos de trabajo, lo
explotan, oprimen y rebajan; debe sacudir su yugo: emancipación económica».
Emancipación política, emancipación económica y sacudir el yugo de los que
dirigen en el ámbito económico. Está muy claro: «Está dominado, finalmente, por
una casta llamada dirigente, a la cual su desarrollo intelectual asegura una
preponderancia indebida en la dirección de los asuntos; debe substraerse a su
dominación: emancipación intelectual». Con estas tres clases de
emancipación: política, económica e intelectual, el Papa, como hemos vis-to,
dice que los sillonistas quieren evitar igualmente la autoridad
eclesiástica. Así que en su pro-grama está inscrita también prácticamente la
emancipación religiosa. Si no se corre el peligro de que los sillonistas digan
abierta y categóricamente que quieren independizarse religiosamente, es porque
no se atreven a llegar hasta ese punto, pues en ese caso se trataría de una
rebelión abierta contra la Iglesia; pero su razonamiento y comportamiento los
lleva a eso. Las tres emancipaciones que quisieron lograr (política, económica
e intelectual) los llevaron irremediablemente a la emancipación religiosa que
veremos cuando se convirtieron en el “Grand Sillon”. El Grand Sillon se
emancipó completamente de la sumisión religiosa.
La democracia sillonista
«Una organización política y
social fundada sobre esta doble base, la libertad y la igualdad (a las cuales
se unirá bien pronto la fraternidad), eso es lo que los sillonistas llaman
democracia. Sin embargo, la libertad y la igualdad no constituyen más que el
lado, por así decirlo, negativo de la democracia. Lo que hace propia y
positivamente la democracia es la participación más grande que se pueda de
todos en el gobierno de la cosa pública. Y esto comprende un triple elemento:
político, económico y moral». Aunque Le Sillón no elimina la autoridad,
sin embargo dice que reside en el pueblo y que tiene que residir en él, pues en
el fondo, cada ciudadano, como elector, se convierte en una especie de je-fe de
Estado: todos participan en el gobierno. «Lo mismo sucederá en el
orden económico. (...) La cualidad de patrono quedará tan multiplica-da, que
cada obrero vendrá a ser una especie de patrono». En cuanto al elemento moral: «Como la autoridad, lo hemos
visto, es muy reducida, es necesaria otra fuerza para suplirla y para oponer
una reacción permanente al egoísmo individual. Este nuevo principio, esta
fuerza, es el amor del interés profesional y del interés público, es decir, del
fin mismo, de la profesión y de la sociedad».
Sociedad ideal de Le
Sillon:
Libertad, igualdad y
fraternidad
Para lograr esta finalidad,
los sillonistas sueñan con hacer de la gente ciudadanos perfectos. Si todos
los ciudadanos fueran personas perfectas y gente que no buscara su interés
personal sino sólo el público, tendríamos una sociedad con más autoridad y todo
sería perfecto. «Liberado de la estrechez de
sus intereses privados y levantado a los intereses de su profesión, y más
arriba, a los de la nación entera, y más arriba todavía, a los de la humanidad
(porque el horizonte de Le Sillon no se detiene en las fronteras de la
patria, se extiende a todos los hombres hasta los confines del mundo), el
corazón humano, dilatado por el amor del bien común, abrazaría a to-dos los
camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres.
Y he aquí la grandeza y la nobleza humana ideal realizada por la célebre
trilogía: libertad, igualdad, fraternidad. (...) «Tal es, en resumen, la
teoría, se podría decir el sueño, de Le Sillon, y es a esto a lo que
tiende su enseñanza, y es esto lo que él llama la educación democrática del pueblo,
es decir, llevar a su máximo grado la conciencia y la responsabilidad cívica de
cada individuo, de donde brotará la democracia económica y política y el reino
de la justicia, de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Esta rápida
exposición, venerables hermanos, os demuestra ya claramente cuánta razón
tenemos al decir que Le Sillon opone una doctrina a otra doctrina; que
levanta su ciudad sobre una teoría contraria a la verdad católica, y que falsea
las nociones esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales en
toda sociedad humana». El Papa no teme decir que estos tres puntos que acaba de
exponer son en su conjunto contrarios a la doctrina católica.
La falsa liberación conduce
a la violencia
Lo que el Papa decía en su
época, sigue siendo una realidad. Los problemas que planteaba están aún muy
lejos de ser resueltos, porque todos esos sacerdotes obreros que están ahora en
las fábricas y trabajan supuestamente entre los obreros, usan el lenguaje de
los sacerdotes progresistas, que preconizan la liberación de los obreros y la
liberación económica, social, moral, etc... Emplean grandes palabras: el
progreso, la libertad, y también, evidentemente, la caridad universal, la
caridad con todo el mundo... Siempre es el mismo lenguaje y grandilocuencias
que, además, cansan a los fieles que aún van a la iglesia, y que es lo único
que escuchan todos los domingos. Para evocar los problemas sociales, se toman
ejemplos de la prensa. Por supuesto, se habla de atentados. ¿Por qué hay
atentados? Evidentemente se condena a sus autores, pero se añade que no se
puede juzgar la situación en que estaban y que los llevó a comportarse así.
¡Finalmente se llega a defender a todos los asesinos! Se justifica su
comportamiento diciendo: “Estaban en tales condiciones sociales... Porque la
sociedad es mala y está mal construida... Porque las personas son injustas...
Por tal o cual cosa...” Pero, ¿hay que concluir por eso que esas personas
estaban obligadas a matar? Se culpa a la sociedad, ¡pero los asesinos no son
culpables! Hasta en Suiza, que en otro
tiempo tenía la reputación de ser un país muy tranquilo, y el país de la paz y
donde reinaba el orden, las cosas han cambiado mucho. Cuando se hablaba de
Suiza, se decía que era el país en el que todos eran amables, nadie insultaba y
todos vivían en paz. Ahora es muy diferente. Hace casi seis meses que hubo
auténticas insurrecciones en Zurich, Berna, Lausana y Ginebra. Los que
provocaron esos disturbios, intentaron venir incluso a Sión. Al principio hubo 300 o 400 jóvenes que en las
manifestaciones, pero la última vez en Zurich fueron 6.000. Rompieron todo y en
Le Nouvelliste, el periódico del Valais, en pluma de un
periodista muy conocido, se pudo leer lo siguiente: “No hay que condenarlos
demasiado. Hay que ver los motivos profundos que han provocado esos movimientos
de multitudes, etc...” Si la policía se ve obligada
a usar sus armas o si pone a los amotinados en la cárcel, la responsable es
ella, por no haber comprendido los motivos profundos que impulsaron a los
manifestantes a romperlo todo. Si se llega hasta ese extremo, se acabó Suiza.
Son las mismas dificultades y el mismo estado de desequilibrio que hay en
Italia, en España y en otros países, pues la policía no podrá hacer nada, ya
que desde el momento en que se opone, siempre es ella la que tiene la culpa. Es
cierto que si se ha llegado a tal situación en las sociedades, no se ha logrado
en un día. Es porque, siguiendo los principios nacidos de la Revolución que han
llevado a la desestabilización de las sociedades, se ha rechazado todo lo que
constituye la base de la educación moral y social de los pueblos.
Refutación del sistema sillonista
En la primera parte de su
carta a los obispos franceses sobre Le Sillón, el Papa San Pío X expresó
primero la doctrina sobre este movimiento, y en particular en lo que se refiere
a la autoridad y el modo con que los sillonistas consideran y la juzgan.
Luego tocó otro punto: cómo enfocan la doctrina social según sus principios.
En tercer lugar: cómo interpretan la dignidad humana. Y acerca de la dignidad
humana, el Papa hace referencia sobre todo a esta idea de emancipación —que hoy
anima también a los progresistas, herederos de todas las doctrinas de los
modernistas y sillonistas— según la cual el hombre adulto tiene que
emanciparse en el ámbito político, económico e intelectual, otras tantas
concepciones que el Papa denuncia, condenando este modo de entender la dignidad
humana. «Esta rápida exposición,
venerables hermanos, os demuestra ya claramente cuánta razón tenemos al decir
que Le Sillon opone una doctrina a otra doctrina; que levanta su ciudad
sobre una teoría contraria a la verdad católica, y que falsea las nociones
esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales en toda sociedad
humana. Esta oposición aparecerá más clara todavía con las consideraciones
siguientes...» Después de haber expuesto la doctrina de Le Sillon, el
Papa repasa sus principios para examinar-los y condenarlos uno tras otro.
La autoridad viene de Dios
En primer lugar, la
autoridad, después la doctrina social y en tercer lugar la dignidad humana. «Le
Sillon coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo; del cual
deriva inmediata-mente a los gobernantes, de tal manera, sin embargo, que
continúa residiendo en el pueblo [y este es su defecto]. Ahora bien, León XIII
ha condenado formalmente esta doctrina en su encíclica Diuturnum illud sobre
el poder político, donde dice: “Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las
huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de
filósofos, afirman que toda autoridad viene del pueblo; por lo cual, los que
ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato o delegación
del pueblo, y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la
misma voluntad que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente
es en este punto la doctrina católica”...»
Por
consiguiente, la doctrina católica es contraria a esto.
«...que pone en Dios, como
en principio natural y necesario, el origen de la autoridad política”. Sin duda
Le Sillon hace derivar de Dios esta autoridad que coloca primeramente en
el pueblo, pero de tal suerte que la “autoridad sube de abajo hacia arriba,
mientras que, en la organización de la Iglesia, el poder desciende de arriba
hacia abajo”. Pero, además de que es anormal que la delegación ascienda, puesto
que por su misma naturaleza desciende, León XIII ha refutado de antemano esta
tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error del filosofismo.
Porque, prosigue: “Es importante advertir en este punto que los que han de
gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y
el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga
esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se le
confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino
que se establece la persona que lo ha de ejercer”».
Es muy importante subrayar y
hacer entender esto, pues ahora se ha tomado la costumbre de ver que todo se
arregla con elecciones. El pueblo es el que manda, sigue teniendo el poder y
puede quitar la autoridad a los jefes con referéndums o con tal o cual medio,
si consigue hacer admitir que la autoridad reside en el pueblo y sigue estando
en él. Esto es contrario a la doctrina de la Iglesia. El católico
dice que en dado caso el pueblo puede elegir a la autoridad, pero que no es él
quien se la otorga; la autoridad viene de Dios. En la Iglesia, evidentemente,
los superiores de la jerarquía eclesiástica nombran en general a las
autoridades, salvo en el caso del Papa, que es elegido por un cónclave. También
es una elección, pero en ese caso no es ella la que le da autoridad al Papa,
sino que le viene de Dios. Una vez que la persona ha sido designada, la
autoridad viene de Dios. El error de nuestro tiempo es el de invertir la
realidad, y eso es contrario a la naturaleza. «Por otra parte, —dice
entonces San Pío X— si el pueblo permanece como sujeto detentador del poder,
¿en qué queda convertida la autoridad?» Si el pueblo es el que tiene
el poder, la autoridad no lo tiene como algo propio. ¿Qué es, pues, la
autoridad? «Una sombra, un mito —dice
el Papa—; no hay ya ley propiamente dicha, no existe ya la obediencia. Le
Sillon lo ha reconocido; porque, como exige, en nombre de la dignidad
humana, la triple emancipación política, económica e intelectual, la ciudad
futura por la que trabaja no tendrá ya ni dueños ni servidores; en ella todos
los ciudadanos serán libres, todos camaradas, todos reyes. Una orden, o un
precepto, sería un atentado contra la libertad; la subordinación a una
superioridad cualquiera sería una disminución del hombre; la obediencia, una
decadencia». Ahí es a donde querían
llegar: dar poco a poco una libertad total a los hombres y no imponerles nada
sino para mantener el orden público. Pero como esto es irrealizable, finalmente
se llega a los gobiernos socialistas y comunistas, que ya no otorgan ninguna
libertad. Por escrito, la autoridad está en el pueblo; en la realidad está en
manos de la clase dirigente. Fijaos en Polonia: la autoridad no está en el
pueblo en absoluto, y a pesar de su sindicato Solidarnosc, los polacos
se dan cuenta de ello... Logran pequeñas libertades y concesiones, pero pronto
no tendrán nada para comer. Ahí es a donde van a parar con esta noción errónea
de la autoridad. El gobierno soviético es un
gobierno socialista, pero con el régimen socialista de Estado y con el pretexto
de que ha recibido la delegación del pueblo, los dirigentes —la clase que está
en el poder— retienen la autoridad y no la quieren soltar. No hay nada tan
totalitarista como el socialismo.
Libertad y autoridad
« ¿Es así, venerables
hermanos, como la doctrina tradicional de la Iglesia nos presenta las relaciones
sociales en la sociedad, incluso en la más perfecta que se pueda? ¿Es que acaso
toda sociedad de seres independientes y desiguales por naturaleza no tiene necesidad
de una autoridad que dirija su actividad hacia el bien común y que imponga su
ley? (...) ¿Se puede afirmar con alguna sombra de razón que hay
incompatibilidad entre la autoridad y la libertad, a menos que uno se engañe
groseramente sobre el concepto de libertad?» Esto ya lo vimos en la
encíclica Libertas del Papa León XIII. Cuando se define bien, la
libertad está hecha para el bien y no para el mal, lo mismo que la ley; no hay
oposición sino justamente correlación entre la libertad y la autoridad, pues
ambas convergen hacia el bien común y, por consiguiente, hacia el bien de las
familias y de las personas. ¿Se puede enseñar que la obediencia es contraria a
la dignidad humana y que lo ideal sería reemplazarla por la autoridad
consentida? El estado religioso, fundado en la obediencia, ¿es al ideal de la
naturaleza humana? ¿Acaso los santos —que han sido los más obedientes de los
hombres— eran esclavos o degenerados? Nos cuesta creer que semejantes errores
han podido difundirse tan fácilmente entre los católicos, incluso entre los que
tienen fe. San Pío X refuta el error de Le Sillon que afirma que la
autoridad está en el pueblo y demuestra que tal concepción no es católica, y
que si quieren seguir siendo católicos, los sillonistas tienen que
abandonarla. «Le Sillon, que enseña estas doctrinas y las practica en su
vida interior, siembra, por tanto, entre vuestra juventud católica nociones
erróneas y funestas sobre la autoridad, la libertad y la obediencia».
Justicia e igualdad
El
Papa toca la cuestión de la doctrina social.
«No es diferente lo que
sucede con la justicia y la igualdad. Le Sillon se esfuerza, así lo
dice, por realizar una era de igualdad, que sería, por esto mismo, una era de
justicia mejor. ¡Por esto, para él, toda desigualdad de condición es una
injusticia o, al menos, una justicia menor!» A la fuerza, si el hecho de que
haya una desigualdad en la sociedad es una injusticia, enseguida se miden las
consecuencias que esto implica, es decir, que hay que luchar absolutamente
contra toda desigualdad. Pero eso —dice San Pío X— es “un principio sumamente
contrario a la naturaleza de las cosas”. Ya lo hemos visto con Pío
IX, con León XIII y con todos los que refutan este principio falso que se
encuentra constantemente en los errores modernos. Por supuesto, y eso es
evidente por nuestra naturaleza común, todos somos iguales ante Dios. Pero por
la desigualdad de las fuerzas corporales, de los dones intelectuales y de los
bienes exteriores, no estamos hechos para ocupar el mismo lugar en la sociedad;
de la desigualdad de las partes resulta su complementariedad y la armonía del
todo. Esto es lo que se llama orden. Por lo tanto, esta igualdad social que falsamente
se preconiza no existe en la realidad. No hay igualdad. «...principio totalmente
contrario a la naturaleza de las cosas, productor de envidias y de injusticias,
y subversivo de todo orden social».
La prosecución de la
igualdad total en el orden social conduce inevitablemente a introducir la
subversión en la sociedad. Claro que San Pío X invita a que se intente cierta
repartición más normal de los bienes, pero querer nivelar todo absolutamente
colocando todo mundo en la misma situación y en las mismas condiciones, es
imposible, puesto que, añade, sin la autoridad ninguna sociedad puede
funcionar. Además, para Le Sillon: « ¡De esta manera la
democracia es la única que inaugurará el reino de la perfecta justicia!»
Para los sillonistas sólo
puede existir una forma posible de gobierno: la democracia. Hay que lu-char
contra todo otro gobierno, porque es injusto y porque consagra la desigualdad.
Por eso, no puede existir ni monarquía ni oligarquía; eso no puede ser.
« ¿No es esto una injuria
—dice el Papa San Pío X— hecha a las restantes formas de gobierno [como la
monarquía], que quedan rebajadas de esta suerte al rango de gobiernos
impotentes y peo-res? Pero, además, Le Sillon tropieza también en este
punto con la enseñanza de León XIII (...) cuya encíclica hace alusión a la
triple forma de gobierno de todos conocida. Supone, pues, que la justicia es
compatible con cada una de ellas. (...) León XIII (...) enseñaba que, en este
aspecto, la democracia no goza de un privilegio especial. Los sillonistas,
que pretenden lo contrario, o bien rehúsan oír a la Iglesia o bien se forman de
la justicia y de la igualdad un concepto que no es católico».
Fraternidad y pluralismo
Acerca de las relaciones
sociales, el Papa demuestra que no sólo la igualdad que preconizan los sillonistas
es falsa, sino también su noción de fraternidad. «La doctrina católica nos
enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las
opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o
práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino
en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por
su bienestar material». El motivo es que los sillonistas pretenden poner
en práctica esa falsa fraternidad entre todas las religiones y entre todas las
ideologías. Se trata, pues, de una tolerancia exagerada del error. El error y
la verdad gozarían de las mismas condiciones y privilegios en la sociedad. Es
realmente increíble. Es lo que se preconiza bajo el nombre de “pluralismo”.
No hay verdadera fraternidad
fuera de la caridad cristiana
«Esta misma doctrina
católica nos enseña también que la fuente del amor del prójimo se halla en el
amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor
de Jesucristo, cuyos miembros somos (...) Todo otro amor es ilusión o
sentimiento estéril y pasajero. Ciertamente, la experiencia humana está ahí, en
las sociedades paganas o laicas de todos los tiempos, para probar que, en
determinadas ocasiones, la consideración de los intereses comunes o de la
semejanza de naturaleza pesa muy poco ante las pasiones y las codicias del
corazón. No, venerables hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la
caridad cristiana». Son frases que pueden
parecer duras, pero son la expresión de la verdad. «No hay verdadera fraternidad,
fuera de la caridad cristiana», porque la fraternidad que puede existir bajo
cierta forma, es en realidad prácticamente egoísta. Es un sentimiento
humanitario y filantrópico, que siempre acaba manifestando ser un amor de sí
mismo. Aparentemente este comportamiento puede dar la impresión de fraternidad,
pero no es verdad. Realmente el único que ha
venido a traernos por su gracia al Espíritu Santo — la fuente de la ver-dadera
caridad, del verdadero amor y de un amor completamente desinteresado, puesto
que se dirige hacia Dios— es Nuestro Señor. Desde luego, al trabajar por el
prójimo se trabaja por Dios. En definitiva, no se trabaja personalmente por el
prójimo sino por la gloria de Dios, puesto que el bien del prójimo es también
la gloria de Dios. El objeto de nuestro amor por el prójimo es Dios... Sigue
siendo la misma caridad. En el fondo, como dijeron San Agustín y santo Tomás:
“Sólo hay un amor, el amor de Dios”, en el que se viene a integrar el amor del
prójimo y de los demás. En la medida en que no
amamos a nuestro prójimo para llevarlo a Dios, como dice santo Tomás: ut in
Deo sit: “para que esté en Dios”, y como dice aún en una
fórmula muy hermosa, propter id quod Dei est in ipso, “por lo que hay de
Dios en él”, no lo amamos realmente. Se ama al prójimo por lo que
hay de Dios en él, y no por lo que él pone en sí mismo, es decir, sus pecados,
caprichos e ideas personales. Se le ama en la medida en que está con Dios y que
reconoce que los dones natura-les y sobrenaturales que ha recibido son de Dios,
y que toda su actividad es para Dios. Debemos además amarlo para conducirlo a
Dios. Y esto también en cuanto a los medios materiales: todo debe orientarse a
Dios. Esto sólo puede hallarse en el amor del Espíritu Santo, que inspira a los
hombres hacia este fin.
Por esto el Papa puede
permitirse expresar estas palabras enérgicas: “No hay caridad fuera de la
caridad cristiana”. Claro que se nos puede objetar: “Pero en ese caso, vosotros
condenáis toda forma de fraternidad entre los protestantes, budistas y
musulmanes. ¿No hay ninguna fraternidad entre ellos?” Respondemos: no es
fraternidad cristiana, ni la inspira el Espíritu Santo. Es una cierta
filantropía y un sentimiento puramente humano, que tiene su fundamento en el
egoísmo. Se ama al prójimo porque se le necesita, pero no realmente por Dios. «...no
hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y
a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para
ayudarlos a todos y para llevarlos a to-dos a la misma fe y a la misma
felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así
entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso
desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos
con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y
para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se
dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los
espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los
corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable
más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la
única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal
de la civilización».
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