CAPITULO II
MISTICA DE LA CUARESMA.
No debemos
maravillarnos de que un tiempo tan sagrado como el de la Cuaresma, esté repleto
de misterio?. La Iglesia, que ha dispuesto la preparación a la fiesta más
gloriosa, ha querido que este período de recogimiento y penitencia estuviera aureolado
de señalados detalles, propios para despertar la fe de los fieles y sostener su
perseverancia en la obra de expiación anual. En el período de Septuagésima
hallamos el número septuagenario que rememora los setenta años de la cautividad
de Babilonia, tras los que el pueblo de Dios, purificado de su grosera idolatría,
debía ver de nuevo a Jerusalén, y allí celebrar la Pascua. Ahora la Iglesia
propone a nuestra religiosa atención el número cuarenta, que al decir de San
Jerónimo es propio siempre de pena y aflicción'.
EL NÚMERO CUARENTA Y SU
SIGNIFICACIÓN. — Recordemos la lluvia de cuarenta días y cuarenta noches salida de los
tesoros de la cólera de Dios, cuando se arrepintió de haber creado al hombre!,
y que anegó bajo las olas al género humano, a excepción de una familia.
Consideremos al pueblo hebreo errante cuarenta años en el desierto, en castigo
de su ingratitud, antes de entrar en la tierra prometida Oigamos al Señor, que
manda a Ezequiel, su profeta, permanezca recostado cuarenta días sobre el lado derecho,
símbolo de lo que había de durar el sitio tras el que sería Jerusalén arrasada.
Dos hombres tienen misión de representar en sus personas en el Antiguo
Testamento las dos manifestaciones de Dios: Moisés que representa la Ley y
Elias que simboliza la Profecía. Ambos se llegan a Dios, el primero en el
Sinaí el segundo en Horeb, pero uno y
otro no logran acceso a la divinidad, sino después de haberse purificado por la
expiación del ayuno de cuarenta días. Refiriéndonos a estos hechos memorables comprendemos
por qué el hijo de Dios encarnado para salvación del hombre, queriendo someter su
carne divina a los rigores del ayuno, hubo de escoger el número de cuarenta
días para este solemne acto. Preséntasenos, pues, la institución de la Cuaresma
en toda su majestuosa severidad, como medio eficaz de aplacar la cólera de Dios
y purificar nuestras almas. Levantemos en consecuencia nuestros
pensamientos por encima de los estrechos horizontes que nos circundan; veamos el
conjunto de las naciones cristianas en estos días en que vivimos ofreciendo al
Señor irritado este amplio cuadragenario de expiación, y esperemos que, como en tiempo de Jonás. Se digne
también este año ser misericordioso con su pueblo.
EL EJÉRCITO DE DIOS. — Tras estas
consideraciones relativas a la duración del tiempo que vamos a recorrer, es
necesario aprender de nuestra madre la Iglesia, bajo qué emblema o símbolo considera
a sus hijos en la santa Cuarentena. Ve en ellos un ejército inmenso armado que
día y noche guerrea contra el enemigo de Dios. Por esto mismo apellida el
miércoles de Ceniza a la Cuaresma: Carreña de la familia cristiana. Para
lograr, en efecto, la regeneración que nos hará dignos de recobrar las alegrías
santas del alleluia, es menester triunfar sobre nuestros tres enemigos:
demonio, carne y mundo. Unidos al Redentor que, en la montaña, lucha contra la triple
tentación y contra el mismo Satanás, es necesario estar armados y velar sin
tregua. Para sostenernos con la esperanza de la victoria y alentar nuestra
confianza en el divino amparo, nos propone la Iglesia el Salmo XC, que incluye,
entre las oraciones de la Misa, en el primer domingo de Cuaresma y del que toma
cada día Varios versos en las diversas horas del Oficio. Quiere, pues, contemos
con la protección que Dios extiende sobre nosotros cómo escudó; que esperemos
a la sombra de sus alas; que en El confiemos, porque nos apartará de los
lazos del cazador infernal, que nos roba la santa libertad de los
hijos; que estemos seguros del valimiento de los santos ángeles, nuestros
hermanos a quienes el Señor ha ordenado nos guarde en estos nuestros
caminos; ellos, testigos respetuosos del combate que el Salvador soportó
contra Satanás, se le acercaron después de la victoria para servirle y para honrarle.
Adentrémonos en los sentimientos que pretende inspirarnos la Santa Madre Iglesia
y durante estos días de lucha, echemos manos a menudo de este hermoso cántico con
que ella nos brinda, como la más acabada expresión de los sentimientos que
deben embargar durante esta santa campaña a los soldados de la milicia
cristiana.
PEDAGOGÍA DE LA IGLESIA. — Mas la
Iglesia no se limita a darnos así, como se quiera, una consigna contra la
sorpresa del enemigo; para entretener nuestros pensamientos, ofrece a nuestros
ojos tres grandes espectáculos que van a desarrollarse día tras día hasta la
fiesta de Pascua, y cada uno de ellos nos produce emociones piadosas unidas a
una instrucción solidísima.
CRISTO PERSEGUIDO Y CONDENADO A
MUERTE. — Por de
pronto, vamos a presenciar el desenlace de la conspiración de los judíos contra
el Redentor; conspiración que empieza a urdirse y estallará el Viernes Santo,
cuando veamos al Hijo de Dios alzado en el árbol de la Cruz. Las pasiones que
bullen en el seno de la Sinagoga, irán manifestándose semana tras semana, y
podremos seguirlas en su desarrollo. La dignidad, sabiduría y mansedumbre de la
augusta Víctima, se nos mostrarán siempre más sublimes, más dignas de un Dios.
El divino drama que vimos empezar en el portal de Belén, va desenvolviéndose hasta
el Calvario; para seguirle nos bastará meditar las lecturas del Evangelio que
la Iglesia día tras día nos propone.
PREPARACIÓN AL BAUTISMO. — En
segundo lugar, recordándonos que la fiesta de Pascua es para los Catecúmenos el
día del nuevo nacimiento, volará nuestro pensamiento a aquellos primeros siglos
del cristianismo en que la Cuaresma era para los aspirantes al Bautismo, la última
preparación. La sagrada Liturgia nos ha conservado el rastro de la antigua
disciplina; oyendo las estupendas lecturas de ambos Testamentos con que se
acababa el último retoque de la iniciación postrera, daremos gracias a Dios que
se dignó hacernos nacer en tiempos en que el niño no ha menester aguardar a la
edad madura para experimentar las divinas misericordias. Pensaremos asimismo en
esos nuevos catecúmenos que, aun en nuestros días, aguardan en las regiones
evangelizadas por nuestros modernos apóstoles, la gran solemnidad del Salvador vencedor
de la muerte, para bajar, como en tiempos antiguos, a la sagrada piscina y
surgir con nuevo ser.
PENITENCIA PÚBLICA. — Debemos,
por fin, mientras Cuaresma parar mientes en aquellos penitentes públicos, que
solemnemente expulsados de la asamblea de los fieles el miércoles de Ceniza, eran,
en el trascurso de la Cuaresma, objeto de la preocupación maternal de la
Iglesia, que debía, si lo merecían, admitirlos a la reconciliación el Jueves
Santo. Admirable conjunto de lecturas, enderezadas a su instrucción y a interesar
a los fieles en su favor, desfilará ante nuestros ojos; porque la Liturgia no
ha perdido aún nada, en este punto, de sus enérgicas tradiciones. Nos
acordaremos entonces con qué facilidad nos han sido perdonadas maldades que, en
siglos pasados, no lo fueran acaso sino tras duras y solemnes expiaciones;
pensando, pues, en la justicia del Señor que permanece inmutable, cualesquiera
que sean los cambios que la condescendencia de la Iglesia introduce en la
disciplina, sentiremos de rechazo más vivamente la necesidad perentoria de
ofrecer a Dios el sacrificio de un corazón contrito de verdad, y de animar de
sincero espíritu penitente las menguadas satisfacciones que ofrendamos a la
Majestad divina.
RITOS Y USOS LITÚRGICOS. — Para
conservar en el santo tiempo de Cuaresma el carácter austero que le cuadra, se
ha mostrado la Iglesia durante muchos siglos muy reservada en la admisión de
fiestas, en esta temporada del año, porque llevan consigo explosión de alegría.
En el siglo iv, el Concilio de Laodicea señalaba esta disposición en su canon
51, no autorizando fiestas de Santos sino los sábados o domingos. La Iglesia
griega persevera en este rigor y sólo varios siglos después del concilio de
Laodicea aflojó, por fin, un poco la mano, admitiendo el 25 de marzo la fiesta
de la Anunciación. La Iglesia romana guardó mucho tiempo esta disciplina, en
principio al menos, pero admitió pronto la fiesta de la Anunciación y después,
la del Apóstol San Matías, el 24 de febrero. Se la ve en estos últimos siglos
abrir su calendario a otras fiestas, aun en el tiempo que corresponde a
Cuaresma, con gran moderación, sin embargo, por reverencia al espíritu de la
antigüedad. El motivo que ha inducido a la Iglesia romana a abrir más
fácilmente la mano en la admisión de fiestas de Santos en Cuaresma es que los occidentales
no consideran la celebración de fiestas como incompatible con el ayuno,
mientras los griegos piensan lo contrario. Por eso el sábado que para los
orientales es siempre día solemne nunca es día de ayuno excepto el Sábado Santo.
Tampoco ayunan el día de la Anunciación por ser fiesta. Esta idea de los
orientales ha dado origen el siglo VII
a una institución que les es peculiar. La apellidan Misa de Presantificados,
conviene a saber: de cosas consagradas en un antecedente sacrificio. Cada
domingo de Cuaresma un sacerdote consagra seis hostias de las que consume una
en el sacrificio; las otras cinco se guardan para una simple comunión que tiene
lugar cada día de los cinco siguientes sin sacrificio. La Iglesia latina no
practica este rito sino una vez al año: Viernes Santo, por motivo misterioso
que en su lugar explicaremos. El comienzo de este rito entre los griegos
proviene, a buen seguro, del canon cuarenta y nueve del concilio de Laodicea,
que prescribe no ofrecer el pan del Sacrificio en Cuaresma, fuera del sábado y
domingo. En los siglos siguientes los griegos se persuadieron, por ese canon,
que la celebración del Sacrificio era incompatible con el ayuno; y
vemos por su controversia en el siglo XI con el legado Humberto ' que la Misa
de los (dones) Presantificados que
no ha tenido en favor suyo más que un canon del tan célebre concilio conocido
con el nombre de in Trullo, del año 692; y la justificaban, los griegos
con la especie de que la comunión de cuerpo y sangre del Señor quebrantaba el
ayuno cuaresmal. Por la tarde, después del oficio de Vísperas, celebran los
griegos esa ceremonia, en que el sacerdote comulga sólo, como entre nosotros el
Viernes Santo. Hay, repetimos, desde hace varios siglos una excepción el día de
la Anunciación de la Virgen María; interrumpiéndose el ayuno en dicha
festividad, se celebra el Santo Sacrificio y pueden comulgar los fieles. Parece
que en las Iglesias de occidente no fué nunca aceptado el canon disciplinario
del concilio de Laodicea; y no vemos en Roma señal alguna de la suspensión del
Santo Sacrificio en Cuaresma. La falta de espacio nos fuerza a pasar
ligeramente sobre detalles que se refieren a este capítulo; nos queda, sin
embargo, algo todavía que decir sobre los usos cuaresmales en occidente. Hemos
dado a conocer y explicado algunas particularidades en el Tiempo de
Septuagésima: la suspensión del Alleluia, el empleo del color morado en los
ornamentos sagrados, la supresión de la dalmática en el diácono y de la túnica
en el subdiácono y de los cánticos de alegría: Gloria in excelsis Deo
y Te Deum laudamus, ambos suspendidos; el Tracto que
reemplaza en la Misa al Alleluia con su verso, el Ite Missa est sustituído
por otra fórmula, la oración penitencial que se reza sobre el pueblo al fin de
la Misa en los días de entre semana no ocupados por la fiesta de algún santo,
las Vísperas anticipadas antes del mediodía todos los días a excepción del
domingo, ritos todos conocidos ya de los lectores. Por lo que se refiere a las
ceremonias actualmente conservadas, nos queda solamente anotar las oraciones
del fin de las Horas que se dicen de rodillas, y el uso general de que el coro
permanezca arrodillado esos mismos días durante el Canon de la Misa. Las
Iglesias de occidente practicaban a su vez en Cuaresma varios ritos que hace ya
bastantes siglos cayeron en desuso, aunque algunos se conservan hasta la fecha
en algunos lugares. El más imponente de todos consistía en correr una cortina
inmensa, generalmente morada, entre el coro y el altar, de modo que ni el clero
ni el pueblo veían ya los santos Misterios que se celebraban detrás del velo.
Ese velo era símbolo del duelo penitencial a que el pecador debe someterse para merecer contemplar de
nuevo la majestad de Dios de quien ha ofendido las divinas miradas por sus maldades.
Significaba
Antiguos ceremoniales de la edad
media nos informan que
acostumbraban, durante la Cuaresma, hacer muchas procesiones de una a otra iglesia, los miércoles y viernes en especial. En los monasterios se realizaban en los claustros y descalzos.
Imitaban las Estaciones de Roma,
diarias en Cuaresma y que
durante muchos siglos empezaban
por una solemne procesión a la iglesia estacional. La Iglesia, finalmente, ha
multiplicado siempre las oraciones en Cuaresma. Hasta estos últimos tiempos señalaba
la disciplina que las catedrales y colegiatas, no exentas por costumbre contraria,
debían añadir a las Horas Canónicas, el lunes el Oficio de Difuntos; miércoles
los Salmos Graduales y los Viernes los Salmos Penitenciales. En las iglesias de
Francia, añadían el Salterio entero cada semana al Oficio ordinario.
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