SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS
“SOBRE LA LIMOSNA”
“Date eleemosynan, et ecce omnia munda sunt vobis.”
Haced
limosna, y os serán borrados vuestros pecados.
(S. Luc., XI, 41.)
(segunda parte)
II
Hemos dicho, en segundo lugar, que aquellos
que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que
aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las
venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para
el pecador (Joel., 2. 2.). «Mas, nos dice este Santo, ¿queréis que aquel día
deje de ser para vosotros de desesperación y se convierta en día de consuelo?
Dad limosna y podéis estar tranquilos.» Otro santo nos dice: «Si no queréis
temer el juicio, haced limosnas y seréis bien recibidos por parte de vuestro
juez». Después de esto, ¿no podremos decir que nuestra salvación depende de la
limosna? En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de
someter, habla únicamente de la limosna, y de que dirá a los buenos: «Tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo,
y me vestisteis; estaba encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino
de mi Padre, que os está preparado, desde el principio del mundo». En cambio,
dirá a los pecadores: «Apartaos de mí, malditos: tuve hambre, y no me disteis
de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me
vestisteis; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitasteis». «Y ¿en qué
ocasión le dirán los pecadores, dejamos de practicar para con Vos todo lo que
decís? » «Cuantas veces dejasteis de hacerlo con los ínfimos de los míos que
son los pobres» (Math.,25.) ¡Ya veis, pues, cómo todo el juicio versa sobre la
limosna. ¿Os admira esto tal vez? Pues, no es ello difícil de entender. Esto
proviene de que quien está adornado del verdadero espíritu de caridad, sólo
busca a Dios y no quiere otra cosa que agradarle, posee todas las demás
virtudes en un alto grado de perfección, según vamos a ver ahora. No cabe duda
que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los más justos, a causa
de la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento no
dará lugar a la misericordia. Este pensamiento hacía temblar a San Hilarión, el
cual por espacio de más de setenta años estuvo llorando sus pecados: y a San
Arsenio, que había abandonado la corte del emperador para dejar consumir su
vida entre dos peñas y allí llorar sus pecados
hasta el fin de sus días. Cuando pensaba en el juicio, temblaba todo su cuerpo
achacoso. El santo rey David, al pensar en sus pecados, exclamaba: «¡Ah! Señor,
no os acordéis más de mis pecados». Y nos dice además: «Repartid limosnas con
vuestras riquezas y no temeréis aquel momento tan espantoso para el pecador».
Escuchad al mismo Jesucristo cuando nos dice: «Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Math., 5. 7.). Y en
otra parte habla así: «De la misma manera que tratareis a vuestro hermano
pobre, seréis tratados» (Math., 7. 2.).
Es decir, que si habéis tenido compasión de
vuestro hermano pobre, Dios tendrá compasión de vosotros. Leemos en los Hechos
de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que acababa de morir.
Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle la resucitara; unos le
presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena mujer, otros le
mostraban otra dádiva (Hechos, cap. 9.). A San Pedro se le escaparon las
lágrimas: «El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo
que le pedís». Entonces acercóse a la muerta, y le dijo: «Levántate, tus
limosnas te alcanzarán la vida por segunda vez». Ella se levantó, y San Pedro
la devolvió a sus pobres. Y no serán solamente los pobres los que rogarán por
vosotros, sino las mismas limosnas, las cuales vendrán a ser como otros tantos protectores
cerca del Señor que implorarán benevolencia en vuestro favor. Leemos en el
Evangelio que el reino de los cielos es semejante a un rey que llamó a sus siervos para que
rindiesen cuentas de lo que le debían. Presentóse uno que debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar el rey mandó encarcelarle junto con toda
su familia hasta que hubiese pagado cuanto le debía. Mas el siervo arrojóse a
los pies de su señor y le suplicó por favor que le concediese algún tiempo de
espera, que le pagaría tan pronto como le fuese posible. EL señor, movido a
compasión, le perdonó todo cuanto le debía. EL mismo siervo, al salir de la
presencia de su señor, encontróse con un compañero suyo que le debía cien
dineros, y, abalanzándose a él, le sujetó por la garganta y le dijo:
«Devuélveme lo que me debes». El otro le suplicó que le concediese algún tiempo
para pagarle; mas él no accedió, sino que hizo meterle en la cárcel hasta que
hubiese pagado. Irritado el señor por una tal conducta, le dijo: «Servidor
malvado, ¿por qué no tuviste compasión de tu hermano como yo la tuve de ti ?»
(Math., 18.). Ved, cómo tratará Jesucristo en el día del juicio a los que se
habrán manifestado bondadosos y misericordiosos para con sus hermanos los
pobres, representados por la persona del deudor; ellos serán objeto de la
misericordia del mismo Jesucristo; mas a los que habrán sido duros y crueles para
con los pobres les acontecerá como a ese desgraciado, a quien el Señor, que es Jesucristo,
mandó fuese atado de pies y manos y arrojado después a las tinieblas
exteriores, donde sólo hay llanto y rechinar de dientes. Ya veis cómo es
imposible que se condene una persona verdaderamente caritativa.
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