Strannik |
Peregrino ruso
Capitulo II
(Continuación)
De pequeños
agujeros. Luego puso la caldera boca abajo sobre un recipiente vacío
semienterrado; recubrió la caldera con una densa capa de arcilla; puso en torno
de ella leña seca, le prendió fuego y le hizo arder durante veinticuatro horas.
Luego retiró el recipiente que estaba bajo la caldera. Contenía,
aproximadamente, medio litro de una materia rosácea, oleosa, exhalante un
cierto olor, destilada a través de las fisuras de la tapadera. Los viejos
huesos, negros y carcomidos, apa23 Se refiere a los baños de vapor, muy usuales
en Rusia. Se construían fuera de la edificación residencial, fin de evitar
posibles incendios del inmueble. Parecían ahora limpios y blancos como
madreperla. Con este ungüento me daba masajes cinco veces al día. Desde el
primer día pude mover los dedos de los pies y después de tres días pude doblar
ya las piernas y atravesar muy despacio, apoyado en un bastón, todo el corral.
Después de una semana estaba completamente curado. Di gracias a Dios y pensé
para mí: ¡Qué sabiduría extiendes, Señor, sobre todas las cosas! Viejos huesos
podridos, casi reducidos a polvo, conservan aún fuerza vital: se extraen de
ellos colores, perfumes y ungüentos para curar miembros enfermos, casi
atrofiados... ¿No es esto una prueba de la futura resurrección de nuestros
cuerpos? Ojalá hubiera podido hacer ver esto al guardabosques, con el que había
vivido y que dudaba de la resurrección de los muertos! Apenas estuve curado
empecé a dar mis clases 111 niños. Comencé, sin más preámbulos, haciéndole copiar
todas las letras, transcribiéndolas con mucho cuidado. El niño, que estaba al
servicio del administrador de una finca, no tenía más tiempo libre que desde
que amanecía hasta la hora de la liturgia, mientras dormía el administrador.
Era inteligente, y en poco tiempo llegó a escribir directamente. El
administrador se dio cuenta y le preguntó quién le daba clase.
-Un strannik que
tiene un brazo paralizado y vive en el viejo baño -respondió.
El administrador,
que era polaco, quedó maravillado, y un día vino a visitarme, mientras yo leía
la Filocalía. -¡Oh! -dijo-; he visto ya una vez este libro, en casa de nuestro
párroco en Wilna. Se dice que contiene extraños ritos, aprendidos por los griegos
en India y Bujaram. En aquellos países hay fanáticos que se hinchan de aire
hasta que experimentan en el corazón una conmoción blanda y muelle. Creen que
esta sensación natural es una gracia de recogimiento interior dada por Dios. Para
cumplir nuestros deberes para con Dios es suficiente rezar todos los días el
Padrenuestro, como nos enseñó Jesucristo. Es suficiente, y no necesitamos repetir
la misma cosa hasta volvernos locos.
-No penséis así de
este libro, señor -le respondí-. No son sólo monjes griegos los que lo han
compuesto, sino grandes santos venerados también en vuestra iglesia: Antonio el
Grande, Macario el Grande 24, Marcos el asceta 25, Juan Crisóstomo y otros. De
ellos aprendieron los monjes de la India la doctrina sobre la oración pero lo
han cambiado y alterado todo, según me había enseñado mi viejo maestro. En cuanto
a la Filocalía, todas sus fuentes se reducen a la Sagrada Es 24 Se le conoce
también con el nombre de Macario el egipcio, por haber vivido allí durante
mucho tiempo como monje (300-390). De gran nombre e influencia en la tradición,
la autenticidad de las obras que se le atribuyen no es fácil de probar. Con
esta prevención léanse las páginas elegidas en Textos de espiritualidad
oriental, pp. 30-40.
25 Recibe varios
sobrenombres en la historia y en los diversos autores: asceta, atleta (del espíritu),
ermitaño.
Se sabe muy poco de
su vida, si bien parece que vivió en la primera mitad del siglo v. Algunas
páginas, en Textos de espiritualidad oriental, pp. 78-81.Escritura. Jesucristo,
que nos enseñó a rezar el Padrenuestro, ha dicho también: «Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas (Mt S, 44).
Vigilad y orad, porque no sabéis cuándo llegará la hora. Permaneced en Mí y Yo
en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no está
unido a la vid, así vosotros si no permanecéis en MÍ» (Jn 15, 4). «Del mismo
modo han interpretado los Santos Padres el testimonio de David en el Salmo: Gustad
y ved cuán bueno es el Señor (Sal 33): el cristiano debe buscar con todas sus
fuerzas el recogimiento interior de la oración y a la oración debe acudir continuamente
a pedir ayuda y consuelo, sin contentarse con repetir una sola vez al día el
"Padrenuestro".» Le leí el párrafo en que los Santos reprenden a los
que no conocen la oración interior y que creen que no es necesario aprenderla.
Estos, en primer lugar, contradicen a la Sagrada Escritura, inspirada por Dios;
en segundo lugar, no llegan ni a sospechar la existencia de un estado
espiritual más elevado y perfecto, contentándose con las virtudes exteriores,
sin experimentar el hambre y la sed de verdad, de justicia, de felicidad, de
alegría en el Señor. Con esto, a veces, aprecian demasiado sus virtudes
externas y caen en el orgullo y en la seducción.
-Tú me lees en este
libro cosas muy sublimes
-dijo el
administrador-, pero nosotros, laicos y
hombres de mundo, lejos de poder alcanzarlas, no llegamos ni a entenderlas.
-Muy bien; puedo
leeros algo mucho más sencillo: cómo las personas piadosas, aun en medio de la
vida del mundo, pueden orar incesantemente.
Y le leí el artículo
de Simeón, el Nuevo Teólogo, sobre el joven Jorge Le gustó al administrador, y me pidió que le
prestase el libro para poder leerlo en sus horas libres. Sólo se lo cedí por
veinticuatro horas, pues no podía privarme de él por más tiempo.
-Está bien; cópiame
lo que me has leído y te lo pagaré.
-No necesito
vuestro dinero. Si Dios, de este modo, os enseña a orar, lo copiaré con mucho
gusto, sin necesidad de ser pagado. Le transcribí de buen grado el artículo que
me pedía. El administrador se lo leyó a su mujer y los dos se alegraron. Algunas
veces me mandaba llamar. Yo llegaba con la Filocalía y les leía algún paso,
mientras tomaban el té. Un día me invitaron a comer. Sirvieron pez asado. La
mujer del administrador tragó una espina y se sintió ahogar. Nadie pudo
extraérsela; sufría tanto, que tuvo que meterse en la cama, y se pasó aviso al
médico, que vivía a veinte kilómetros de distancia. Me daba pena la buena
vieja. Está tomado de la catequesis o Tratado sobre la fe, de dicho autor.
Vuelto a mi
habitación, al anochecer, apenas me dormí oí la voz de mi viejo staretz; sin
verlo, que me decía: -Tu huésped te ha curado. ¿Por qué no intentas tú ahora
curar a la mujer del administrador? Dios nos manda ayudar al prójimo.
-Lo haría de buena
gana –respondía- Pero ¿cómo? No tengo medios.
-He aquí lo que
debes hacer. Desde su infancia, la buena mujer no puede aguantar el aceite de
oliva; su olor le produce náuseas irrefrenables. Propínale una buena cucharada.
Vomitará; con el vómito expulsará la espina y el aceite, al mismo tiempo,
servirá de medicina para la llaga de la garganta, curará. Me desperté y fui
inmediatamente a buscar al administrador. Le repetí textualmente las palabras
que había oído en sueños.
-¿Qué puede hacer
ya el aceite de oliva? Está agonizando, tiene una fiebre muy alta y el corazón
hinchado.
-Sin embargo,
podríamos probar, ya que el experimento no puede perjudicarla.
Llené de aceite una
copa, y apenas la bebió con gran esfuerzo, comenzó a vomitar y expulsó la espina
con un borbotón de sangre. En seguida se sintió aliviada y se quedó profundamente
dormida. Al día siguiente ya pudo incorporarse en la cama y tomar el té con su
marido. Ambos estaban asombrados de la curación, sobre todo porque nadie, fuera
de ellos, sabía que no toleraba el aceite de oliva. Luego vino el médico, y la
señora le contó lo sucedido. Yo le conté también cómo el campesino me había
curado las piernas.
-Nada de ello me
sorprende -dijo el galeno- En ambos casos han actuado las fuerzas de la naturaleza.
Sin embargo, tomaré nota y escribió algo en su agenda.
El rumor de lo
sucedido se propagó por los alrededores, Y me proclamaron taumaturgo. Comenzó a
venir gente a hablarme de enfermedades y de negocios. Me traían regalos y me
colmaban de honores. Lo soporté durante una semana, pero luego, por temor a
caer en vanidad o distracción, huí a escondidas, durante la noche. Al comenzar
de nuevo mi marcha solitaria me sentía tan aliviado como si me hubiera quitado
de encima un gran peso. La oración me llenaba cada vez más de felicidad: un
amor inmenso inflamaba mi corazón y la iluminación del éxtasis se extendía a
todos mis miembros en corrientes vivificadoras. La imagen de Jesús estaba tan
impresa en mi espíritu, que casi veía con los ojos todos los episodios del
Evangelio. Esto me conmovía y alegraba extraordinariamente. Se pasaban a veces
tres días sin divisar una sola casa. Me parecía, entonces, que estaba yo solo
en el mundo; yo, pobre pecador, estaba solo delante de Dios, que todo lo ama y
todo lo sabe.
Esta soledad me
hacía singularmente feliz; en ella, mucho mejor que estando entre los hombres,
podía percibir los latidos de mi oración interior. Finalmente llegué a Irkutsk,
al sepulcro de San Inocencio. Y como no quería permanecer mucho tiempo en ciudad
tan populosa, comencé a preguntarme adónde me encaminaría después. Sumido en
estas reflexiones, me encontré por la calle con un mercader, que me detuvo y me
dijo: -Sin duda eres un peregrino, un strannik; ¡ven a mi casa! Entramos en una
casa señorial, y me pidió que le dijese quién era, qué hacía y qué intenciones
tenía para el futuro. Luego me dio este consejo: -Debes ir en peregrinación a
Jerusalén. Es la tierra santa por antonomasia; ninguna se la puede comparar.
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