V. La apertura de las puertas del cielo.
El postrer efecto
de la pasión de Cristo respecto de nosotros fue reabrimos las puertas del
cielo, Es ésta una metáfora, como tantas otras, que hallamos en la Sagrada
Escritura. Las puertas del cielo, que es Dios, o sea, la posesión de Dios, en
que está la vida eterna, se nos cerraron por el pecado original a los hombres todos
y se cierran cada uno por los pecados Personales que comete. El pecado engendra
la muerte, y así nos priva de la vida. Pues, quitando de en medio el pecado
original y el actual, el pecado de naturaleza y el pecado personal, queda
suprimido el obstáculo que nos impedía llegar a Dios. El mismo Jesús decía que
en la casa de su Padre había muchas mansiones y que iba a preparamos el lugar
(Io. 14,3). En la Epístola a los Hebreos se nos presenta a Jesús como Sumo
Sacerdote, entrando en virtud del sacrificio de sí mismo en el tabernáculo del
cielo. Pues nosotros tenemos, en virtud de la sangre de Cristo, firme confianza
de entrar en el santuario, que El nos abrió, camino nuevo y vivo a través del
velo (Hebr. 9,12; 10,1gs).
VI. La renovación de la
alianza.
Todavía .podemos añadir un efecto más a los referidos por Santo Tomás,
y es la renovación de la alianza, sellada con la sangre de Cristo. Era
costumbre de dos antiguos sellar con un sacrificio Las alianzas que contraían. Conforme a esta norma humana, Dios
contrajo alianza con Israel en el Sinaí y la hizo sellar con da sangre de las
víctimas sacrificadas (Ex. 24,3-8). Esta alianza la renovaba e1 pueblo a veces,
en señal de la ¡penitencia y de los propósitos de vida nueva (Job, 24,23-25; 2
Reg, rr,17; 23,3; ler. 34,8ss; NeIh. 9,38); A. causa de las frecuentes
prevaricaciones del pueblo, el Señor, por boca de sus profetas, declaró
caducada la alianza, pero anunciando otra nueva, cuyas condiciones escribirá,
no en tablas de ¡piedra, sino en las tablas del corazón (Is, 42,6; Ler.
31,31-34; 32,4°; Ez. 16,62; 34,25; Mal. 3,1). A esta alianza aludía Jesucristo
cuando en la institución de la Eucaristía decía: Esta es mi sangre (la sangre)
de la nueva alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados
(Mt. 26,28). En virtud de esta nueva alianza los que estábamos alejados de la sociedad
de Israel (el pueblo die Dios), extraños a la alianza de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo..., nos hemos acercado por la sangre de
Cristo, porque Él es nuestra paz, que hizo de Los dos pueblos (el hebreo y el
gentil), uno solo, derribando el muro de separación... para hacer de los dos un
solo hombre nuevo y reconciliándolos a ambos en un solo cuerpo con Dios por la
cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad (Eph. 2, 13ss; cf. Hebr.
9,17&; 10,29)
VII. La exaltación de
Cristo.
Todos éstos son los
frutos de la pasión de Cristo en beneficio de los hombres. Y para sí mismo, ¿no
mereció nada? Recordemos que Jesucristo hombre, en atención a su filiación divina,
gozaba desde el primer instante de la visión de Dios y con ella de la más alta
gloria que puede tener una criatura. Esta era la gloria, esencial. Pero ¿no
habrá algo que reciba como premio de sus penalidades y de su muerte? Leemos en
Isaias que el Siervo de Yavé recibirá muchedumbres por botín, por haberse
entregado a la muerte y haber sido contado entre las pecadores, cuando llevaba
sobre sí los pecados de todos e intercedía por los pecadores (Is. 53,12). San
Pedro dice que Jesús, crucificado por
los judíos, fue resucitado ¡por Dios y exaltado a la diestra del Padre
(A:ct. 2,32S; 5,31). San Pablo añade que el Padre le colocó por encima de todo
principado, ¡potestad, virtud y idominacion, y de todo cuanto tiene nombre, no
solo en este siglo, sino tambien en el venidero;, que a Él sujeto todas las
casas bajo :Sus pies y le puso, Por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que
es su (cuerpo" la plenitud del que lo acaba todo en todos (Eph. 1,20-23-;
Hebr. 1,4SS). El mismo Apóstol nos declara mejor este misterio de la exaltación
de Cristo, diciendo: Cristo se humillo hasta la muerte, y muerte de cruz, Por
lo cual Dios lo ensalz6 y le otorgo :um nombre sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los abismos, y toda lengua confiese
que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Phil. \2,8s-s). Jesucristo
recibió, pues, como premio de su obediencia, el título de Rey, de Soberano de los
cielos, de la tierra y de los mismos infiernos; todo le está sometido en
beneficio de los rescatados con su sangre. Cuando el número, de los
predestinados se halle completo y termine con esto la historia humana, vendrá
la resurrección universal, y después será el fin, cuando entregue a Dios Padre
el reino, cuando haya reducido a la nada todo principado, toda potestad y todo poder. Pues preciso es que ÉL reine,
hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies, el último enemigo reducido a La
nada será, La muerte, pues ha puesto todas las cosas bajo sus pies. Cuando dice
que todas las cosas están sometidas, evidentemente no incluyo a Aquel que todas
se le están sometidas, antes, cuando le queden sometidas todas Las cosas,
entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que
sea Dios todo en todas las cosas (1 Cor. I5,23-28). La resurrección universal, significa
la victoria completa sobre la muerte, el último enemigo y Jesucristo hará
entrega de sus, poderes al Padre, que será todo en todas las-cosas. Tal es la
concepción escatológica de San Pablo.
VIII. La exaltación de María.
Pues como en los planes del Padre Eterno se incluía la exaltación del
Hijo sobre las demás criaturas en premio de su obediencia hasta la muerte de
cruz, no de otro modo está incluida la exaltación de la Madre. 'En premio de su
compasión, es decir, de su íntima asociación a la obediencia del Hijo, fue
también ensalzada sobre las demás criaturas, y recibió el glorioso título de
Señora, acatada por los ángeles y santos del cielo, por los hombres de la
.tierra y por los demonios del infierno. La Sagrada Escritura no nos dice nada
de la vida de María después de la venida del Espíritu Santo. Sin embargo, la
piedad de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha reconocido la exaltación de
la bienaventurada Virgen, o sea su asunción a los cielos, como una consecuencia
necesaria de su asociación a la obra de su Hijo. Por esto S. S. Pío XII de-
finió solemnemente corno dogma de fe divina que María, «acabado el curso de su
peregrinación terrestre, fue llevada en cuerpo y alma al cielo». Si la Madre
del Salvador, como corredentora, tuvo, en virtud de la unión con su Hijo, tanta
parte en la obra de la salud y mereció de condigno lo que Jesucristo mereció de
rigurosa justicia para sí y para todos los hombres, sin excluir a su Madre,
ahora María tendrá el derecho, como Mediadora universal, de distribuir esa
misma gracia entre los hombres, no por vía de eficiencia ¡física, como
Jesucristo, sino por vía de eficiencia moral, mediante su intercesión. Y esto
hasta el fin de los tiempos, mientras haya una sola alma que aspire a la
posesión de Dios en el cielo. Cuando esto sea y el cuerpo místico de Jesucristo
haya alcanzado su plenitud, habrá llegado el momento de que Dios lo sea todo en
todos. La obra del Redentor y de la Mediadora estará consumada.
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