Capitulo 3
La
vida divina
Después
de maravillarnos de las grandezas infinitas del Ser divino considerado de
manera más bien estática, intentemos abordar la meditación y la contemplación
de Dios considerado en su dinamismo, en su vida, en sus operaciones tanto
internas como externas. Abordamos un mundo maravilloso, como Moisés al
acercarse a la zarza ardiente. Purifiquemos nuestros corazones y nuestras almas
para pedir al Espíritu de Dios un rayo de luz, semejante a la luz de la gloria
en el Cielo, para descubrir algo de la luz ardiente que es la Luz divina, de la
cual San Juan habla con tanta elocuencia y convicción en su Evangelio y en sus
Epístolas. “Este
es el mensaje que hemos oído de El y que os anunciamos: Dios es Luz, en El no
hay tiniebla alguna” (I Jn. 1 5). “Quien
no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor
que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos
por medio de El” (I Jn. 4 8-9).“Deus
caritas est: Dios es caridad”. Es sin duda la
palabra que ilustra más perfectamente las operaciones divinas, tanto internas
como externas. Se puede decir con verdad que Dios es Trinidad porque es
Caridad. ¿Cómo sería Caridad si no hubiera más que una persona en Dios? Así,
pues, Dios es una hoguera ardiente de Caridad en la que se conocen y se aman
eternamente las tres Personas divinas. El
Oficio de la Santísima Trinidad corona todo el año litúrgico.
La
Santísima Trinidad es, en efecto, el gran misterio por el que se realizan todos
los designios de Dios. De la Santísima Trinidad procede todo, y a Ella todo
retorna. Nada se explica, nada se comprende, nada subsiste sin la Santísima
Trinidad, fuente inagotable y eterna de caridad en la Trinidad misma y fuera de
la Trinidad.“Caritas
Pater est, gratia Filius, communicatio Spiritus Sanctus, o beata Trinitas” (Antífona
de la Santísima Trinidad); “Ex quo omnia, per quem omnia, in quo omnia,
ipsi gloria in sæcula” (Antífona de la Santísima Trinidad).“Ahora
que el sol enrojecido se aleja, Vos, Luz eterna, unidad en Vuestra
Bienaventurada Trinidad, llenad nuestros corazones de caridad” (Himno
de Vísperas de la Santísima Trinidad).¡Qué
reconfortante y consoladora es esta meditación sobre la Trinidad Caridad y la
Caridad Trinidad, fuente asimismo de unidad!
LA CREACIÓN
Si
pasamos de la Caridad eterna a la difusión de esta Caridad en las creaturas,
descubriremos pronto en todas ellas la marca de la Caridad divina. Siendo Dios
Caridad, ¿puede acaso comunicar otra cosa que la caridad? La
señal de la caridad en las creaturas se descubre por el principio de finalidad.
Cada creatura ha sido hecha en vistas a su fin; su fin está inscrito en la
naturaleza y sobre naturaleza de las creaturas espirituales, y en la naturaleza
de los seres corporales. En toda creatura está inscrito un “ordo ad finem”. En
este orden se encuentra el dinamismo de la caridad, que conduce a cada creatura
hacia su fin. Claro está que este dinamismo es plenamente consciente en las
creaturas espirituales, e inconsciente en el orden animal, vegetal y mineral. “Homo
ad Deum ordinatur”, dice Santo Tomás. La
finalidad del hombre, y también la del ángel, es Dios. La
Iglesia nos enseña en nuestros catecismos católicos: “¿Para qué ha creado
Dios al hombre? Dios ha creado al hombre para que lo conozca, lo ame y lo
sirva en esta vida, y mediante esto obtenga la vida eterna”. Esta
respuesta no es más que la síntesis de lo que Nuestro Señor nos enseña en el
Evangelio: “Hæc est au-tem vita æterna, ut cognoscant te solum Deum verum et
quem misisti Iesum Christum: la vida eterna consiste en que te conozcan a
Ti, único Dios verdadero, y a quien Tú enviaste, Jesucristo” (Jn. 17 3).
Este
principio de finalidad, al realizar la difusión de la caridad, será el motor de
toda actividad en la creación, y la inteligencia y la voluntad de los espíritus
tendrán que concurrir a la obtención del fin, incluso por sus actos libres.
También la libertad está sujeta al fin y debe concurrir meritoriamente a
alcanzar esta meta. La libertad nos ha sido dada sólo para elegir los
diferentes medios que conducen al fin, pero no puede, sin entrar en el
desorden, elegir medios que aparten del fin. Estos
principios son elementales para la realización del plan divino: extender la
caridad, que no es más que la unión con Dios. Toda la Providencia de Dios ha
estado y estará siempre orientada en este sentido.
El
verdadero sentido de la inteligencia, de la voluntad, de la libertad, se comprende
sólo bajo esta luz proveniente de Dios “que ilumina a todo hombre que viene
a este mundo” (Jn. 1 29), luz viva y ardiente de la Cari-dad divina.
Dios es libre y comunica la libertad en función del primer mandamiento de amor,
que contiene toda la ley: “A un solo Dios adorarás y amarás perfectamente”. Toda
la creación está en dependencia de este primer mandamiento, y todas las
personas y todas las sociedades, creaturas de Dios, deben someterse a El,
incluso las sociedades civiles. Todo debe concurrir a este amor y nada debe
oponérsele. El reino de Dios que Nuestro Señor vino a restablecer no es otra
cosa que este reino de Amor.
[Al
nivel de estos principios fundamentales de la Providencia Divina y de su
sabiduría infinita se sitúa el error del liberalismo, que tiende a ignorar el
principio de finalidad de la libertad, para concederle una extensión que no
tiene en el plan divino, en detrimento de la Ley divina y en detrimento de los
deberes de las diferentes sociedades, que dejan proliferar los pecados y los
escándalos. Este error destruye la moral individual y la moral social. Se opone
así al reino de amor de Dios y de Nuestro Señor].
Contemplemos
el acto de amor que ha sido la creación, y esforcémonos por realizar en
nosotros y a nuestro alrededor este Reino de Dios y de Nuestro Señor, para cuyo
restablecimiento Dios aceptó morir en la Cruz, manifestando nuevamente su amor
infinito por las creaturas, desordenadas y pecadoras. “O admirabile commercium!...”.
Releamos frecuentemente este pasaje admirable de la epístola de San Pablo a
los Efesios (3 8ss) que la Liturgia nos presenta el día de la fiesta del
Sagrado Corazón. La creación de esta nueva familia humana de los cristianos es
en realidad una nueva creación que prepara a los predestinados y a los elegidos
de Dios: “Quotquot autem receperunt eum, dedit eis potestatem filios Dei
fieri: A todos cuantos lo recibieron, les dio el poder de ser hijos de
Dios” (Jn. 1 12); es la creación del Cuerpo místico de Jesús, al que nos
adherimos mediante un bautismo válido y fructuoso. “Euntes docete omnes
gentes, baptizantes eos in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti: Id,
pues, y enseñad a todas las gentes, bautizando en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28 19). Esta familia, y ella
exclusivamente, es la familia católica, porque sólo ella posee una fe íntegra
en Jesucristo y en su obra: la Iglesia.
[La voluntad de Vaticano II de querer integrar en la Iglesia a
los no católicos sin exigirles conversión, es una voluntad adúltera y
escandalosa. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos, por medio de concesiones
mutuas —diálogo—, conduce a la destrucción de la fe católica, a la destrucción
del sacerdocio católico, a la eliminación del poder de Pedro y de los obispos;
se elimina el espíritu misionero de los apóstoles, de los mártires, de los
santos. Mientras este Secretariado conserve el falso ecumenismo como orientación,
y mientras las autoridades romanas y eclesiásticas lo continúen aprobando, se
puede decir que siguen en ruptura abierta y oficial con todo el pasado de la
Iglesia y con su Magisterio oficial. Por eso todo sacerdote que quiere
permanecer católico tiene el estricto deber de separarse de esta Iglesia
conciliar, mientras ella no recupere la tradición del Magisterio de la Iglesia
y de la fe católica].
Como
conclusión de estas breves consideraciones sobre la Sabiduría divina en el plan
de la creación, recordemos que la obra de la santificación de las almas en esta
vida, y el ejercicio de la caridad que se realiza por el cumplimiento de los
mandamientos de amor contra el espíritu de la carne, el espíritu del mundo y
del demonio, se atribuyen particularmente al Espíritu Santo, Espíritu de Amor.
San Gregorio, en las lecciones de la fiesta de Pentecostés, expresa con
elocuencia y energía este vínculo entre el amor de Dios y la observancia de los
mandamientos, apoyándose en las palabras mismas de Nuestro Señor: “Si quis
diligit me, sermonem meum servabit, et Pater meus diliget eum, et ad eum
veniemus, et mansionem apud eum faciemus”; y en las de San Juan en sus
Epístolas: “Qui dicit: Diligo Deum, et mandata eius non custodit, mendax
est”. ¡Jesús,
María, ayudadnos a cumplir esta petición del “Padrenuestro”: “Hágase Tu
voluntad así en la tierra como en el cielo”, para que nuestras almas sean
templo de la Santísima Trinidad, hoy y por toda la eternidad!…
¡Ojalá
que nosotros, sacerdotes o futuros sacerdotes del Señor, vivamos en esta
presencia activa de Dios omnipresente y omnipotente! ¡Ojalá que podamos ver en
la Eucaristía al Dios creador y redentor, al Jesús del Pesebre, al Jesús de
Nazaret, al Jesús Profeta, Sacerdote y Rey que enseña a sus futuros sacerdotes
y ordenándolos antes de subir la Cruz, al Jesús que resucita, sube al Cielo y
envía su Espíritu de Amor para fundar su Iglesia, su Esposa, su Cuerpo místico,
y atraer sus miembros al Cielo!
¡Ojalá
que podamos adquirir un espíritu misionero que transmita este fuego divino a
las almas, por el ejemplo de una fe viva que todo lo refiere a Dios y a
Jesucristo, que esclarece a las almas sobre la sabiduría infinita de Dios, su
bondad, su misericordia, y las acostumbra a la humildad delante de Dios, a
adorar su Voluntad, a ponerse en total dependencia de El, asociando a las almas
en la conquista del reino de Nuestro Señor, de su Sagrado Corazón, y del Reino
del Corazón Inmaculado de María!
CONTINUA...
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