EL DESCANSO DIVINO.
(R.P. Arturo Vargas Meza)
Es muy vulgar pero muy exacto comparar nuestra vida
con un río que saltando inquieto y murmurando sin cesar se precipita en el
océano y en él encuentra su descanso.
La vida es, en efecto, la actividad que en la tierra
busca el descanso y que lo goza plenamente en la eternidad. Pero así como el
río tiene en su larga carrera sus remansos en los que encuentra su sosiego,
deja de saltar y calla; así nuestra vida tiene sus plácidos remansos en los que
el alma goza del silencio y de la paz. Pero en tanto que los remansos del río
son un sosiego pasajero para sus ondas, los remansos del alma pueden ser
permanentes y definitivos aunque no tengan aun la majestad y la inmutabilidad
del remanso eterno.
El océano al que se encamina la actividad de nuestra
alma es Dios, el inmenso abismo de luz y de amor en el que ansía perderse
nuestra pobre alma. Descansar para nosotros debe ser el unirnos a Dios,
perdernos en Él. “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, dijo
San Agustín, cuya vida fue hasta los treinta años una perpetua inquietud.
Descansar es POSEER A DIOS en la plenitud, en la
seguridad, en el sosiego que es posible en la tierra. Es arrojarse en el océano
infinito, es perderse totalmente en Él. Pero Dios siendo unidad perfecta y la
simplicidad absoluta, contiene una riqueza insondable de perfecciones como
tantas veces lo hemos dicho. “Dios es caridad”, dijo el discípulo amado que descanso
en el pecho de Jesús. Y Dios es pureza, fecundidad y paz. Por eso nuestro
descanso en Dios, siendo único, es prodigiosamente múltiple, tiene incontables
matices y formas variadísimas. Además descansar en Dios, es descansar en la
luz, en el amor, en la pureza, en la fecundidad, en la paz. La Iglesia pide
para las almas que han salido de este mundo el descanso en la luz y la paz,
“Requiem aeternam dona eis, Domini, et lux perpetua luceat eis.” Nosotros
mismos velamos de ordinario la dulzura de esas palabras con el triste crespón
de la muerte; pero son palabras de libertad y de alegría; son formulas de
bienaventuranza. Para gozar del divino descanso es preciso morir real o
místicamente, porque siempre es la muerte la única puerta del descanso verdadero.
Para descansar en Jesús necesitamos del perfecto
olvido que es la muerte mística. Así define San Juan de la Cruz el perfecto
descanso:
Quedéme y olvidéme
El rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo y dejéme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.
Hay que olvidar todo, dejarlo todo “entre las azucenas
olvidado”, porque el perfecto olvido se alcanza en la región de la pureza; es
preciso que cese todo, que se cierna sobre el alma el majestuoso olvido de la
muerte para que el alma recline el rostro sobre el Amado y logre el dulcísimo
descanso.
¡Ah! no solamente en tal o cual etapa de la vida
espiritual, sino toda la vida, debemos dejarlo todo y olvidarnos de todo para
que podamos descansar en Jesús. Las criaturas inquietan, nosotros turbamos
nuestro propio descanso; para el divino sosiego del alma es necesario que
queden las criaturas muy lejos, que el “YO” muera para que solamente quede
Jesús y el alma y pueda ésta reclinar su rostro sobre el Amado, en tanto que Él
conjura a todas las criaturas para que no despierten a la amada hasta que ella
quiera. Ella no querrá jamás despertar del dulce sueño
Mas no se debe pensar que este descanso sea ociosidad
o inercia; al contrario, no hay actividad comparable a la del alma cuando
descansa en Jesús, como no hay actividad en la tierra comparable a la de los
bienaventurados en el cielo; como la vida de Dios, que es el descanso inefable
y eterno, y es también la infinita actividad. El cuerpo descansa cuando cesa su
actividad; el alma descansa cuando su actividad se hace inmensa, porque ha
encontrado el término de sus ansias y la sustancia de su dicha. Descansar en la
luz es hundirse en la luz infinita, y descansar en la paz es perderse en la paz
inefable; pero cuando el alma ha encontrado esa luz y esa paz, es preciso que
su actividad se haga inmensa, que Dios acreciente la energía del alma para que
pueda abarcar los divinos tesoros.
En fin descansar no Dios es sentir que ha desaparecido
todo lo creado, como desaparecieron Moisés y Elías a los ojos de los apóstoles
en la cumbre del Tabor; y no ver, como ellos, sino solamente a Jesús. Y a Jesús
como la única fuente luz de su espíritu, como nuestro único amor, como nuestra
única fecundidad de nuestra vida, como la única razón de nuestro existir, como
la única felicidad de nuestros anhelos, entonces podemos decir que nuestra alma
ha encontrado por fin su descanso dulcísimo en Jesús. Entonces su amor se ha
consumado y su dicha ha concluido.
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