CAPITULO XIV: CRISTO REY
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante»
«Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que
cree en mí no permanezca en las tinieblas. (...) No he venido a juzgar al
mundo, sino a salvar al mundo»
Esta venida de Nuestro Señor no indica sólo la
finalidad de su ministerio sino que supone la venida a este mundo de alguien
que existía por encima y antes que este mundo.A partir de la misión de Cristo, penetramos más
adentro en el misterio de su Persona. Lo importante es conocer mejor a Nuestro
Señor, pues tenemos que conocer su misión, su origen y saber de dónde viene.
Naturalmente tendremos más respeto por Jesucristo en la medida en que
comprendamos mejor que El es Dios. Desde luego que El asumió un cuerpo de
hombre, un alma humana, pero esto no lo disminuye en nada. Nuestro Señor
manifestó sentimientos de humildad hacia su Padre, pero estos sentimientos
tampoco lo disminuyen, porque la humildad es la verdad. Cuando el Hijo dice que
le debe todo a su Padre, reconoce sencillamente la paternidad del Padre con
quien está unido consubstancialmente con el Espíritu Santo desde toda la
eternidad en la Santísima Trinidad. Hacer del misterio de Nuestro Señor Jesucristo el
objeto de nuestras reflexiones y de nuestras meditaciones puede parecer, en
cierto modo, un poco teórico. Pero si lo examinamos de cerca, es algo
perfectamente actual y concreto.Definir, de algún modo, lo que es Nuestro Señor
Jesucristo, intentar conocerlo mejor, conocer más de cerca sus relaciones con
el Padre en el seno de la Trinidad, las relaciones del Padre y del Hijo, su
misión eterna y su misión temporal, forma parte de nuestra vida,
diría yo, incluso de una manera dramática, puesto que en el mundo moderno en el
que vivimos lo que se cuestiona realmente es la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo. Si Nuestro Señor Jesucristo es Dios, como consecuencia es el dueño
de todas las cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de
la sociedad. Es el Creador y el fin de todas las cosas.
En una conferencia que di en Madrid, a la que
asistieron casi 5000 personas, la gente no cesaba de gritar antes de
escucharme: «¡Viva Cristo Rey!». Nos podemos preguntar por qué esa gente, en
esta época, tenía necesidad de gritar eso en la calle. Sentían que si Cristo no
era Rey en España iban a la ruina de la religión católica y a la de sus
familias. Se dan cuenta todos los días de que desaparece el espíritu cristiano
en las nuevas leyes, en los hábitos y en las costumbres. Sienten que Nuestro
Señor Jesucristo ya no es el Rey de España. Si no estamos convencidos de la divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo no tendremos bastante fuerza para mantener esta fe ante la
creciente invasión de todas las religiones falsas en las que Nuestro Señor
Jesucristo no es Rey ni se le afirma como Dios, con todas las consecuencias que
esto significa en la moralidad general: moralidad del Estado, moralidad de las
familias y moralidad de los individuos.
A causa de la libertad religiosa que se halla afirmada
en los textos del concilio y que va en contra del reinado social de Nuestro
Señor Jesucristo, ya que coloca todas las religiones en pie de igualdad y se
otorgan los mismos derechos a la verdad y al error, ya no se considera a
Nuestro Señor Jesucristo como la sola Verdad y como fuente de la Verdad.
En Alemania, el cardenal Josef Hoeffner, arzobispo de
Colonia, dijo: «Aquí somos pluralistas». ¿Qué quiere decir
“pluralistas”? Quiere decir que Nuestro Señor no es el único, que hay algo más
que Nuestro Señor. Se admite a Nuestro Señor Jesucristo pero se admite también
que no es Dios; se admiten todas las opiniones y todas las religiones. Cuando
tales palabras salen de la boca de un cardenal arzobispo de Colonia, se trata
de algo muy grave. Quiere decir que los católicos que se han acostumbrado a
vivir en un medio protestante admiten en definitiva el protestantismo como una
religión válida. Han perdido el sentido de la realeza de Nuestro
Señor Jesucristo y, por el hecho mismo, pierden implícitamente el sentido de la
divinidad de Nuestro Señor. Es una falta de fe profunda y muy grave, pues en
ese caso, basta muy poco para que se alejen de la Iglesia, no practiquen su
religión y su moral se vuelva deplorable.
A principios de siglo, se decía: mirad los Estados
Unidos, qué progresos tan grandes hace la religión católica, porque es el país
de la libertad. ¿Por qué no hacen lo mismo todos los países? Demos la libertad
a todas las religiones, libertad de conciencia, libertad de la persona humana
y, en definitiva, libertad de la moral. Así la religión católica tendrá
libertad para desarrollarse. Esto es ignorar la influencia del error contra la
verdad y de la inmoralidad contra la moralidad. Desde luego, el verdadero catolicismo ha progresado
enormemente en los Estados Unidos, pero hay que decir que ese progreso ha sido
más espectacular que profundo. Se construyeron grandes
seminarios, universidades católicas, casas religiosas y escuelas católicas. Con
la generosidad de los católicos americanos, hubo un florecimiento
extraordinario de las congregaciones religiosas.Pero miremos ahora. Si la Iglesia se tambalea un poco
y pasa por una crisis, por cierto grave, se derrumba todo, pues no tiene una
base sólida. Ningún país ha tenido tantos abandonos por parte de los sacerdotes
como los Estados Unidos, en el que observamos transformaciones radicales, como
por ejemplo, la de las congregaciones religiosas.
Esta idea de libertad, que es licencia y no una verdadera
libertad, que se le ha dado a todas las ideologías, significa envenenarse a sí
mismo poco a poco y corromper la verdad. Nuestro Señor Jesucristo es esta
verdad: o se la admite o no se la admite. Si no se admite que Nuestro Señor
Jesucristo es la verdad, por el hecho mismo no hay ley ni moral, todo se acaba
poco a poco, aunque evidentemente toma tiempo. No se destruye una civilización
cristiana en unos años, pero cuando se admite el principio de esta libertad,
poco a poco la corrupción va avanzando cada vez más.
Es increíble el número de divorcios, de familias
separadas y divididas que se ven afectadas por esta licencia que ataca a los
Estados Unidos . Desde que este liberalismo se ha introducido en nuestros
países, por todas partes ocurre lo mismo. Los divorcios se multiplican a un
ritmo increíble. Después de los divorcios viene el aborto, la anticoncepción y
la unión libre. Cualquier cosa, la libertad total de costumbres. Tenemos que reflexionar, meditar y convencernos de la
necesidad de la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo y no sólo sobre
nuestras personas.
Si decís: Quiero vivir según la ley de Nuestro Señor,
según la moral que ha enseñado; quiero vivir según su gracia, su amor y sus
sacramentos pero me veo obligado a aceptar la libertad de costumbres y la
libertad de pensamiento cuando me encuentro fuera de mi hogar, estad seguros
que un día u otro quedaréis contaminados. El sólo hecho de admitir esto y
decir, como la declaración sobre la libertad religiosa, que es un derecho de la
persona humana, que todos tienen el derecho de pensar lo que quieran, que están
en su derecho, es abandonar todo espíritu de evangelización.
Si oímos decir: esa persona es libre, no piensa como
yo y tiene una religión distinta de la mía, pues bien: eso no es verdad. No es
libre y tenemos que decirle: lo siento, pero estás en el error y no en la
verdad; un día serás juzgado sobre tus pensamientos, sobre tu comportamiento y
sobre tu actitud; tienes que convertirte. Y esto no sólo por las ideas sino por
las costumbres, la moral y todo.
Nuestro Señor Jesucristo tiene que reinar no sólo en
nuestra casa sino incluso fuera de ella, en toda la sociedad. Todo el mundo le
pertenece. Todo el mundo será juzgado por El. Ningún hombre, de ninguna
religión, puede pretender que no será juzgado por Nuestro Señor Jesucristo.
Nuestro Señor mismo dijo: «El Padre ha entregado al Hijo todo poder de
juzgar» (S. Juan 5, 22). El tiene derecho sobre todos los hombres porque es
el Verbo de Dios y porque procede del Padre. Tenemos que estar convencidos de
esto.
Para los protestantes, la libertad es antes que nada.
Se hace y se piensa lo que se quiere. Al haber luchado contra los católicos y
querido suprimir el catolicismo, saben muy bien lo que dicen los católicos:
somos la verdad y tenemos la verdad; Jesucristo, a quien poseemos en la Iglesia
católica, es la verdad y no hay otra. Los protestantes no pueden soportar eso,
sabiendo muy bien que ésta es nuestra fe católica. Por otra parte, no
comprenden a los católicos liberales que dicen: «Mirad, todos creemos en
«En vuestro país, en efecto, gracias a la buena
constitución del Estado, la Iglesia, al estar defendida contra la violencia por
el derecho común y la equidad de los juicios, a obtenido la libertad,
jurídicamente garantizada, de vivir y de obrar sin obstáculos» escribe el Papa
a los Estadounidenses. Y añade: «Todas estas observaciones son verdaderas, pero
hay que guardarse de un error: de ahí no hay que concluir que la mejor
situación para la Iglesia sea la que tiene en América o que siempre esté
permitido o sea útil separar y desunir la Iglesia y el Estado como en América.
En efecto, si la religión católica está en honor en
vuestro país, si prospera e incluso si crece, hay que atribuirlo enteramente a
la fecundidad divina de que goza la Iglesia, que cuando nadie se le opone ni la
obstaculiza, se extiende y difunde por sí misma. Sin embargo, Ella produciría muchos más frutos si
gozase no sólo de la libertad sino incluso del favor de las leyes y de la
protección de los poderes públicos».
Lo mismo y creemos en Jesucristo; todo lo que pensáis,
también lo pensamos nosotros; tenéis el mismo bautismo que nosotros y tenemos
los mismos sacramentos. Todo es igual. Hagamos un culto juntos, que el pastor
venga a predicarnos y nosotros iremos a predicaros». Los protestantes no están
de acuerdo. Saben muy bien que la Iglesia católica no es así y por eso nos
aprecian; pero tienen miedo, porque saben que somos intolerantes: «Sois
intolerantes», nos dicen, pero ¿qué le vamos a hacer? ¡Somos intolerantes! Bueno, expliquemos las cosas:
toleramos el error que no se puede suprimir, pero la verdad no puede tolerar el
error, ya que por el mismo hecho es la verdad, expulsa el error. La luz expulsa
las tinieblas, sin que podamos hacer nada para evitarlo. La verdad no tolera al
error; el bien no tolera al vicio. Eso no quiere decir que, en la práctica, no
se tolere lo que no se puede cambiar y lo que no se puede convertir. Pero
tenemos que hacer todo lo posible para que no haya tinieblas, que no haya
vicios y que no haya errores, intentando para ello convertir a la gente con la
gracia de Dios.
En esto consiste todo el espíritu misionero de la
Iglesia. Admitir que cada persona puede tener su religión y que ese es un
derecho de la persona humana es algo muy grave. En primer lugar, porque no es
verdad. Nadie tiene derecho a estar en el error, no se trata de un derecho sino
de una tolerancia. En el mundo, por supuesto, existe el error, lo mismo que el
pecado. Nuestro Señor ha dicho también que existen malas hierbas que crecen
junto con la buena semilla y que tendremos que esperar al fin de los tiempos
para separarlos. Unas irán al fuego y las otras serán recogidas en el granero,
en el cielo.
Sabemos perfectamente que no se puede suprimir por
completo el pecado; no podemos suprimirnos a nosotros mismos. Se tolera, desde
luego; nos toleramos. Pero esto no significa que equiparamos nuestras virtudes
con nuestros vicios, diciendo: unos y otros son igual de buenos; no. Hacemos lo
que podemos para luchar contra nuestros vicios pero sabemos perfectamente que
hasta el fin de nuestra vida tendremos miserias; nos toleramos, está claro, y
lo mismo vale para los demás, los toleramos. Pero tenemos que luchar contra el
error y hacer todo lo posible para que desaparezca. La sociedad, desde este
punto de vista, tiene una influencia enorme y tenemos que hacer todo lo posible
para que se haga o vuelva a ser cristiana, porque tal es la voluntad de Dios.
Las instituciones ejercen una enorme influencia sobre
la inteligencia, y si son laicistas y ateas provocan un daño considerable. Es
el mayor escándalo del mundo, porque es el error organizado, querido por el Estado
y por la sociedad y difunden el error con todos los medios que tienen a su
disposición. El error es tan poderoso en los espíritus que ya no se ven
periódicos importantes, de audiencia nacional, que defiendan realmente a la
Iglesia Católica y a todos sus principios, que, en pocas palabras, defiendan
íntegramente el pensamiento y la fe católica.
Ya no existen prácticamente en Europa, porque toda la
prensa está en manos de los grandes grupos liberales, anticatólicos,
anticristianos, en manos de la francmasonería. Es lo que vimos en Francia, por
ejemplo, en el cambio que tuvo lugar de la noche a la mañana después de la
guerra, cuando el mariscal Petain subió al poder. Inmediatamente, la supresión
de la masonería; se acabó la libertad de prensa, se reglamentó lo referente a
la pornografía; todo eso fue inmediatamente prohibido, de la noche a la mañana.
Si Francia hubiese seguido así, no cabe duda de que la sociedad se hubiese
transformado por completo. Este fue el pecado grave, el pecado capital y el
pecado mortal del general De Gaulle, que volvió a traer a Francia toda la
francmasonería, el comunismo y todo lo que el Mariscal había suprimido.
CONTINUA...
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