Carta Pastoral n° 7
PARA UN APOSTOLADO SIEMPRE MÁS FRUCTIFERO
...Quisiera,
en algunas líneas, recordar las advertencias hechas y que me han parecido
necesarias para un apostolado siempre más fructífero. Llamaba la atención sobre
tres factores necesarios a un ministerio fecundo:
I - Organización
racional y metódica de nuestro apostolado. Es de una elemental prudencia. Inventariar
los medios de los cuales disponemos, organizarlos y ponerlos en obra con
medida, orden, es dar nuestro concurso a la obra de la Providencia. Por medios
hay que entender todo lo que esta Providencia pone a nuestra disposición: desde
nuestra salud, nuestro tiempo, nuestras facultades espirituales, todos los
dones recibidos de la Iglesia, por su Magisterio, por su sacerdocio - del cual
somos participantes - todos los medios materiales, cualesquiera que sean: la
ayuda de nuestros auxiliares, las condiciones de lugar, de clima y las personas
hacia las cuales somos enviados. Hay que estudiar todo eso, considerándolo con
calma, con prudencia. ¿Hemos tomado el cuidado, nosotros también, de sentarnos
para reflexionar? Sedens computavit… ¿Hemos pedido consejo a aquellos
que trabajan con nosotros? ¿Hemos dividido inteligentemente las tareas, los
sectores del ministerio? Frente a la pobreza de los medios, su ineficacia -
considerando el bien por hacer, con el gran deseo de cumplirlo podemos
fácilmente impacientarnos, criticar a aquellos que tendrían que ayudarnos,
dejar aparecer en todo momento nuestra amargura y vivir con un corazón siempre
trastornado, desamparado o aun desengañado, cansado de hacer escuchar llamados
inútiles, cansado de no ser seguido por sus auxiliares; desanimado por no
alcanzar el resultado esperado, uno puede abandonarse a una rutina en donde todo
esfuerzo está borrado y todo calor ausente.
¡No!
El misionero de celo esclarecido conoce las dificultades y sus pobres medios:
sabe que la Providencia lo colocó en ese día y en esa hora en el territorio a
él confiado. Reflexiona, toma consejo, examina sus posibilidades y, con ellas,
trabaja sin jamás cansarse ni rebelarse. Hay una organización de la pastoral
que se parece a la de un comercio, de una industria, de una empresa propia.
¿Por qué pondríamos menos inteligencia que la gente del mundo en organizar
perfectamente nuestro ministerio con los medios providenciales que nos están
dados, buscando acrecentarlos en la medida en que lo quiere esta misma
Providencia? Guardémonos por encima de todo de perder la paz de nuestras almas
y de disminuir nuestro celo.
II - A
esta prudencia en la organización debe agregársele lo que llamaría la
psicología de la pastoral, o las disposiciones del alma del pastor hacia
aquellos que tiene a cargo: hacia sus condiscípulos, sus auxiliares, hacia
todos los fieles, hacia todas las almas que se le acercan o que visita. El
organizador más perfecto, aún poseyendo los métodos más eficaces para convertir
las almas, no convertirá esas almas si no posee las cualidades que hacen al
pastor. Cualquiera que sea la diversidad de las almas que uno encuentra, hay
una bondad, una abnegación, una dedicación que no engañan. Tengamos el ánimo de
ser siempre aptos para mostrarnos “hombres de Dios”. Sepamos que las almas que retornan poco a
poco, por la gracia de Dios, vuelven a veces hacia el sacerdote, con ocasión de
Pascua, con un real empeño. Deben hacer un esfuerzo muy meritorio para
presentarse ante él. En ese momento, el menor gesto, la menor acritud, la menor
palabra de impaciencia, de falta de consideración, puede definitivamente alejar
a esas almas de la Iglesia. ¡Qué responsabilidad! Se nos mira, se nos espía en
nuestras actitudes, aún por nuestros compañeros para los cuales debemos ser
modelos. A nosotros cabe soportarlos a ellos y no a ellos soportarnos.
Mostrémonos incansablemente padres y pastores de las almas. Con ese propósito,
me parece útil atraer su atención sobre algunas actitudes o maneras de obrar
hacia las mujeres o jovencitas, actitudes que son sorprendentes. Algunos
misioneros han tomado inconvenientemente la costumbre de gestos demasiado
familiares que hay que abandonar. Preguntémonos lo que piensan de estas
actitudes para con el elemento femenino en general, los viejos jefes en los
pueblos que visitamos. Se sorprenden. Adoptemos entonces costumbres más viriles
y, sin considerar la mujer como un ser inferior, a la manera del país, ¡sepamos
sin embargo ir primero a los viejos y a los hombres! Es normal. En el
presbiterio evitemos las conversaciones prolongadas. De todas maneras, que
nuestras actitudes sean discretas. Además, podemos sin saberlo hacer un daño
considerable a las almas que buscan a Dios en el sacerdote y no encuentran más
que al hombre.
Por otra parte,
cuando se organizan paseos con jóvenes mujeres o chicas, que estos
agrupamientos sean acompañados por religiosas. Si se trata de salidas teniendo
por fin un retiro o una formación espiritual, lo que no podría sin dudas
realizarse sin un desplazamiento a distancia, que el sacerdote en el transcurso
del viaje, sea en micro, sea en tren, evite el encontrarse en medio de los
grupos. En el lugar de permanencia, que sea directo y no esté presente ante las
mujeres más que para ejercer su ministerio.
III - Pero aún cuando
tuviéramos toda la bondad, toda la discreción, toda la afabilidad del verdadero
pastor, aún cuando tuviéramos en nuestra misión una organización modelo, no
haríamos ningún bien, si olvidásemos que todo don y toda gracia, toda
conversión viene de Arriba, viene de Nuestro Señor Jesucristo. Y en este punto,
que es el centro, el corazón de toda pastoral, el sacerdote debe sobre todo
elevar su espíritu y su corazón, recordando siempre cuando visita esos pueblos,
cuando acerca las almas, que Nuestro Señor es el único pastor y único
dispensador de las gracias, es Él quien abre los corazones y los atrae. No nos
pide el éxito; nos pide trabajar con celo, perseverancia, paciencia, guardando
nuestras almas en la paz y en la unión con Él. ¿No nos ha dicho que “somos
servidores inútiles”? Evitemos impacientarnos frente a los obstáculos a la
conversión de nuestras ovejas, como también abandonarnos al cansancio, a una
vida fácil y desengañada. Tengamos cuidado de no dudar de nuestro mensaje y de
su virtud infinita. Hay en el Evangelio, en el anuncio del Mesías, de su obra,
de su redención - en el hecho que Jesús, el Hijo de Dios ha venido sobre la
tierra a morir sobre la cruz para salvarnos - una virtud misteriosa
infinitamente poderosa que opera sobre las almas y las vuelve a Dios. Jesús es
el gran sacramento.
Que el amor y
el celo de nuestra vocación nos hagan rigurosos en la organización de nuestro
apostolado, siempre buen pastor de todos aquellos que se nos acercan y nos son
confiados, siempre hombres de Dios y, por encima de todo, confiados en la
palabra todopoderosa de Nuestro Señor, que es Él mismo el Verbo de Dios.
Monseñor Marcel
Lefebvre
Carta circular
nº 24 dirigida a los sacerdotes,
Dakar, 1 de mayo de 1952
CONTINUA...
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