XVII
El modernismo es ciertamente lo que mina a la Iglesia
desde el interior, tanto en nuestros días como ayer. Consideremos todavía
algunos conceptos contenidos en la encíclica Pascendi correspondientes a
lo que estamos viviendo. "Desde el momento en que su fin es enteramente
espiritual, la autoridad religiosa debe despojarse de todo ese aparato
exterior, de todos esos ornamentos pomposos mediante los cuales se ofrece como
en espectáculo. Aquí ellos olvidan que la religión, si bien pertenece
propiamente al alma, no se limita a ella y que el honor rendido a la autoridad
recae en Jesucristo que la instituyó." A causa de la presión ejercida
por esos "amigos de novedades", Pablo VI abandonó la tiara, los
obispos se despojaron de la sotana violeta y hasta de la sotana negra, así como
de su anillo, los sacerdotes se presentan en traje civil y la mayoría de las
veces con un aspecto voluntariamente descuidado. Hubo que llegar hasta las
reformas generales ya puestas en práctica o reclamadas con insistencia para que
san Pío X las mencionara y las considerara el deseo "maníaco" de los
modernistas reformadores. Se las reconoce en el siguiente pasaje: "En
lo que se refiere al culto (ellos quieren) que se disminuya el número de las
devociones exteriores o por lo menos que se detenga su acrecentamiento... Que
el gobierno eclesiástico se vuelva a la democracia; que una parte del gobierno
sea confiada al clero inferior y aun a los laicos; que la autoridad esté
descentralizada. (Quieren) la reforma de las congregaciones romanas sobre todo
las del Santo Oficio y del índex... y hay quienes, por fin, haciéndose eco de
sus maestros protestantes, desean la supresión del celibato eclesiástico."
Bien se ve que hoy se reclaman las mismas cosas y que no hay ninguna
imaginación nueva. En el caso del pensamiento cristiano y en el de la formación
de los futuros sacerdotes, la voluntad de los reformistas de la época de Pío, X
era abandonar la filosofía escolástica, que debía quedar "relegada a la
historia de la filosofía entre los sistemas superados" y preconizaban
que "se enseñe a los jóvenes la filosofía moderna, la única verdadera,
la única que conviene a nuestros tiempos... que la teología llamada racional
tenga por base la filosofía moderna y que la teología positiva tenga por
fundamento la historia de los dogmas". En este punto, los modernistas
obtuvieron lo que querían y aún más. En lo que se refiere a la enseñanza en los
seminarios, hoy se enseña antropología y psicoanálisis, Marx, en reemplazo de
santo Tomas de Aquino. Se rechazan los principios de la filosofía .tomista en
provecho de sistemas inciertos que reconocen ellos mismos su ineptitud, para
dar cuenta de la economía del universo, puesto que preconizan ante todo la
filosofía del absurdo. Un revolucionario de estos últimos tiempos, un sacerdote
"desordenado", muy escuchado por intelectuales, que colocaba el sexo
en el centro de toda cosa, no temía declarar en reuniones públicas: "Las
hipótesis de los antiguos en el dominio científico eran puras burradas y en
semejante burradas apoyaron sus sistemas santo Tomás y Orígenes". Poco
después incurría en el absurdo al definir la vida como "un encadenamiento
evolutivo de hechos biológicos inexplicables". ¿Cómo lo sabe si es
inexplicable? ¿Como un sacerdote, agregaré por mi parte, puede descartar la
única explicación que es Dios?
Los modernistas
quedarían reducidos a nada si tuvieran que defender sus lucubraciones contra
los principios del Doctor Angélico, las nociones de potencia y de acto, de
esencia, de sustancia y de accidentes, de alma y de cuerpo, etcétera. Al
eliminar estos conceptos, los modernistas hacían incomprensible la teología de
la Iglesia y, según se lee en el Motu Proprio Doctoris Angelici "se
sigue de ello que los estudiantes de las disciplinas sagradas ya ni siquiera
perciben la significación de las palabras mediante las cuales los dogmas que
Dios reveló son expuestos por el magisterio". El ataque contra la
filosofía escolástica es pues necesario cuando se quiere cambiar el dogma y
atacar la tradición. Pero ¿qué es la tradición? Me parece que a menudo la
palabra se comprende mal; se la asimila "a las" tradiciones como las
que existen en los oficios, en las familias y en la vida civil: ¿la "rama
del árbol" que se pone en el techo la casa cuando se ha colocado la última
teja? ; La cinta que se corta al inaugurar un monumento, etc. No hablo de estas
cosas, la tradición a que me refiero no son las usanzas legadas por el pasado y
conservadas por fidelidad a él, aun cuando falten razones claras para hacerlo,
La tradición se define como el depósito de la fe transmitido por el magisterio
siglo tras siglo. Ese depósito es el que nos dio la Revelación, es decir, la
palabra de Dios confiada a los apóstoles y cuya transmisión está asegurada por
sus Sucesores. Ahora bien, hoy se quiere que todo el mundo se ponga "a
buscar" como si el Credo no nos hubiera sido dado, como si Nuestro Señor
no hubiera venido a aportar la verdad de una vez por todas. ¿Qué pretenden
encontrar con toda esa búsqueda? Los católicos a quienes se les quiere imponer
"revisiones" después de haberlos privado de sus certezas deben
recordar lo siguiente: el depósito de la Revelación quedó terminado el día de
la muerte del último apóstol. Ahí se acabó todo, ya no se puede tocar nada
hasta la consumación de los siglos. La Revelación es irreformable. El concilio
Vaticano I lo recordó explícitamente:
"La
doctrina de fe que Dios reveló no fue propuesta a las inteligencias como una
invención filosófica que las inteligencias debieran perfeccionar, sino que fue
confiada como un depósito divino a la Esposa de Jesucristo (la Iglesia) para
qué fuera fielmente guardada e infaliblemente interpretada". Pero, se dirá
el lector, el dogma que hizo de María la madre de Dios sólo se remonta al año
431, el dogma de la transubstanciación al año 1215, la infalibilidad del Papa a
1870, etcétera. ¿No ha habido aquí una evolución? De ninguna manera. Los dogmas
definidos a lo largo de las edades ya estaban contenidos en la Revelación; la
Iglesia simplemente los ha hecho explícitos. Cuando en 1950 el papa Pío XII
definió el dogma de la Asunción, dijo precisamente que esta verdad del ascenso
al cielo de la Virgen María con su cuerpo se encontraba en el depósito de la
Revelación, que esa verdad ya existía en los textos que nos fueron revelados
antes de la muerte del último apóstol. En este dominio no se puede aportar nada
nuevo, no se puede agregar un solo dogma; sólo se pueden expresar los que
existen de una manera más clara, más hermosa y más grande. Y esto es tan cierto
que es la regla que debemos seguir para juzgar los errores que nos proponen
cotidianamente y rechazarlos sin ninguna concesión. Bossuet lo dijo con fuerza:
"Cuando se trata de explicar los principios de la moral cristiana y de
los dogmas esenciales de la Iglesia, todo lo que no aparece en la tradición de
todos los siglos y especialmente en la antigüedad es no sólo sospechoso, sino
malo y condenable; y éste es el principal fundamento sobre el que se apoyaron
todos, los santos padres (de la iglesia) y los papas, más que los demás, para
condenar doctrinas falsas, pues nunca hubo nada más odioso a la Iglesia romana
que las novedades".
CONTINUA...
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