CAPITULO
XVI: SIN DEJAR LA DIESTRA DEL PADRE
¿Cómo pudo Nuestro Señor
sufrir su Pasión? ¿Cómo, el que es Dios, pudo asumir nuestra carne y sufrir
realmente sufrimientos humanos, cuando al mismo tiempo tenía la visión
beatífica y, por eso mismo, se halla en una felicidad inefable? ¿Cómo pudo al
mismo tiempo gozar de la visión beatífica en su humanidad y sufrir el martirio,
sentir dolores tales que le hacían sudar gotas de sangre y que le hacían pedir
a su Padre que si era posible alejase ese cáliz? (Cf. S. Luc. 22, 42 y44).
Se trata de dos cosas
que a la vez son sublimes, pero que siguen siendo un gran misterio para
nosotros. En definitiva, es el misterio del amor de Nuestro Señor Jesucristo
por nosotros, ya que todo esto ha sido hecho por amor. Ha dado su vida por
nuestro amor. Se trata, evidentemente, de un acto absolutamente único.
«El
Hijo ha recibido del Padre, Principio único, esta compenetración mutua y esta
comunidad integral de naturaleza y de bienes».
En su Pasión, la
humanidad de Nuestro Señor se manifestó de una manera aún más tangible, si así
se puede decir, que por ejemplo su divinidad en el momento de la Transfiguración,
puesto que de todos modos continúa estando ahí con su cuerpo. Los apóstoles,
que vivían con El, percibían mejor su humanidad que su divinidad. Tardaron en
comprender su divinidad, y a nosotros nos ocurre lo mismo. Al leer el Evangelio
y la vida de Jesús, y lo mismo los comentarios del Evangelio, nos damos más
cuenta de la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo que de su divinidad. Hay que
ser muy prudente y evitar cuidadosamente considerar en Nuestro Señor solamente
su humanidad. Tenemos que pensar constantemente que Nuestro Señor Jesucristo es
realmente Dios y que hay tres Personas en Dios, distintas pero no separadas.
Sería una ilusión y un error grave creer que mientras el Padre se quedó en el
cielo, el Hijo bajó a la tierra y que el Padre y el Hijo estuvieron
completamente separados; que al encarnarse se dividió completamente del Padre.
Las acciones de Nuestro
Señor se atribuyen al Verbo, pero son las tres Personas divinas las que las
llevan a cabo Se le atribuyen a Dios y Dios hay uno solo. No hay tres dioses.
Aquí también entramos en un misterio extraordinario. ¿Cómo puede ser que se
atribuya a una sola Persona las acciones que hace Nuestro Señor Jesucristo
cuando en realidad es Dios quien las hace y no el Verbo separado de Dios? El
Verbo no está separado de Dios, el Verbo es Dios y por consiguiente siempre es
consubstancial con el Padre y el Espíritu Santo. La solución es esta: todas las
acciones producidas por la naturaleza divina las lleva también a cabo la
Santísima Trinidad sin dejar de atribuirse al Verbo de una manera particular,
por ejemplo la virtud de realizar la Encarnación, de hacer milagros, etc. Pero
estas acciones producidas o padecidas por la
humanidad se le atribuyen sólo al Verbo, y no al Padre ni al Espíritu Santo.
Por ejemplo, sólo el Verbo se encarna, sufre la Pasión, resucita, etc. Pero no
hay que caer en lo opuesto, que consistiría en dar la impresión de que Nuestro
Señor puede estar separado del Padre y del Espíritu Santo.
Evidentemente, las apariciones en
las que Dios se quiso mostrar a sí mismo, nos muestran cierta división y cierta
separación. Por ejemplo, cuando Nuestro Señor fue bautizado, se escuchó la voz
del Padre, el Espíritu Santo se apareció con el aspecto de una paloma y Nuestro
Señor estaba presente encarnado. La voz es el Padre, la paloma es el Espíritu
Santo y Nuestro Señor es el que está encarnado. Nosotros tendríamos la
tendencia a considerar las tres Personas como divididas, alejadas y separadas
una de otra. No puede haber ninguna separación; lo que hay es una distinción,
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no es lo mismo. Esto es algo
muy hermoso, porque tenemos que pensar que todas las acciones llevadas a cabo
por Nuestro Señor son verdaderamente divinas y que fueron hechas por el
Verbo, por Dios mismo y no sólo por alguien que viene de Dios. Es Dios mismo el
que ha intervenido. Todas las acciones llevadas a cabo de este modo, son
realmente divinas. Como ya he dicho, tenemos demasiada tendencia a ver en Nuestro
Señor Jesucristo sólo el hombre, porque esto nos resulta más fácil. «Omnis
cognitio venit a sensu: Nuestro conocimiento viene de los sentidos», dice
Santo Tomás. Tenemos la tendencia a ver en Nuestro Señor Jesucristo sólo su
naturaleza humana. Por eso, tenemos que insistir en su naturaleza divina y en
la Persona divina de Nuestro Señor, ya que en El hay una sola Persona: la
Persona del Verbo encarnado. En El no hay más Persona que la del Verbo
encarnado, y puesto que todos los actos se le atribuyen a la Persona, todos los
actos que hizo Nuestro Señor son divinos.
CONTINUA...
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