XVI
En el vocabulario enteramente renovado de los hombres
de la Iglesia, algunas palabras han logrado sobrevivir; Fe es una de ellas,
sólo que se la emplea en las acepciones más diversas. Ahora bien, existe una
definición de la fe y no se la puede cambiar. A esta definición debe atenerse
el católico cuando ya no entiende nada en el discurso embrollado y presuntuoso
que se le pronuncia. La fe es la adhesión de la inteligencia a la verdad
revelada por el Verbo de Dios. Creemos en una verdad que nos viene desde afuera
y que no es segregada de alguna manera por nuestro espíritu. Creemos a causa de
la autoridad de Dios que nos revela esa fe. No hay que ir a buscar a otra
parte. Nadie tiene derecho a arrebatarnos esa fe y reemplazarla por otra. Vemos
ahora resurgir una definición modernista de la fe que ya fue condenada por Pío
X hace ochenta años y según la cual la fe sería un sentimiento interior, pues
no habría que buscar fuera del hombre la explicación de la religión: "Es
pues en el hombre mismo donde se encuentra la fe y, lo mismo que la religión,
es una forma de vida en la vida misma del hombre". De modo que la fe
sería algo puramente subjetivo, una adhesión del alma a Dios, siendo este mismo
inaccesible a nuestra inteligencia, pues cada cual está en sí mismo, cada cual
en su conciencia. El modernismo no es una invención reciente y ya no lo era en
1907, fecha de la famosa encíclica; el modernismo es el perpetuo espíritu de la
Revolución Francesa que quiere encerrarnos en nuestra humanidad y poner a Dios
fuera de la ley. Su definición falsa sólo busca corromper la autoridad de Dios
y la autoridad de Iglesia. La fe nos viene del exterior y estamos obligados a
someternos a ella. "Aquel que cree será salvo, aquel que no cree será
condenado", así lo afirma Nuestro Señor. Cuando fui a ver al Papa en
1976, me reprochó, para mi inmensa sorpresa, por hacer pronunciar a mis
seminaristas un juramento contra él. Yo no podía comprender de dónde provenía
semejante idea, pues alguien evidentemente se la habría insinuado con la intención
de perjudicarme. Luego la luz se hizo en mi espíritu: habían interpretado
malignamente en ese sentido el juramento anti modernista que hasta entonces
todo sacerdote debía recitar solemnemente antes de su ordenación y todo
dignatario eclesiástico en el momento de recibir su cargo. El propio papa Pablo
VI había hecho ese mismo juramento de una vez en su vida. Pero veamos lo que
encontramos en ese juramento: "Tengo muy por cierto y lo profeso
sinceramente que la fe no es un sentimiento religioso ciego que surge de las
tinieblas del subconsciente bajo la presión del corazón y la inclinación de la
voluntad moralmente informada, sino que la fe es un verdadero asentimiento de
la inteligencia a la verdad recibida desde afuera, por la cual creemos
verdadero, a causa de la autoridad de Dios, todo lo que fue dicho, testimoniado
y revelado por Dios en persona, nuestro. Creador y Nuestro Señor." Ahora
ya no se exige el juramento anti modernista para ser sacerdote u obispo; si se
lo exigiera habría aún menos ordenaciones que las que hay. En efecto, el
concepto de fe está falseado y muchas personas, sin pensar mal, se dejan
influir por el modernismo.
Por eso aceptan creer que todas las religiones salvan;
si cada cual tiene una fe según su conciencia y si es la conciencia la que
produce la fe, ya no hay razón de pensar que una fe determinada salva mejor que
otra, siempre que la conciencia esté orientada hacia Dios. En un documento de
la comisión de catequesis del episcopado francés se pueden leer afirmaciones
como ésta: "La verdad no es algo que se recibe, algo ya hecho, sino que
es algo que se hace". La diferencia de óptica es total. Se nos dice
que el hombre no recibe la verdad, sino que la construye. Pero nosotros sabemos
—y nuestra misma inteligencia nos lo confirma— que la verdad no se crea, que no
somos nosotros quienes la creamos. Pero ¿cómo defenderse contra estas doctrinas
perversas que arruinan la religión cuando estos "amigos de novedades"
se encuentran en el seno mismo de la Iglesia? Gracias a Dios, han sido
desenmascarados desde comienzos del siglo de una manera que permite
reconocerlos fácilmente. No pensemos que se trata de un fenómeno antiguo que
interesa sólo a los historiadores eclesiásticos: Pascendi es un texto
que parece escrito hoy, es de una actualidad extraordinaria y pinta, con una
frescura que no se puede dejar de admirar profundamente, a esos enemigos del
interior de la Iglesia. Esos enemigos son así: "escasos de filosofía y
de teología serias, se erigen, con menosprecio de toda modestia, en renovadores
de la Iglesia… desprecian toda autoridad y se impacientan por todo
freno". "Su táctica consiste en no exponer nunca sus doctrinas
metódicamente y en conjunto, sino que las presentan fragmentadas de alguna
manera, desperdigadas, aquí y allá, lo cual se presta a que se las considere
'ondulantes e indecisas; pero en cuanto a sus ideas, en cambio, ellas están
perfectamente ajustadas y son coherentes... Alguna página de su obra podría
estar firmada por un católico, pero si se vuelve la página cree uno estar
leyendo a un racionalista... Amonestados y condenados, continúan por su camino
disimulando bajo mentirosas apariencias de sumisión una audacia sin límites...
Si alguien tiene la desgracia de criticar una u otra de sus novedades, por
monstruosa que sea, se forman filas apretadas para defenderlo; quien niega esa
novedad es tratado de ignorante, quien la abraza y la defiende es levantado a
las nubes... Aparece una obra, rebosante de novedades por todos los poros,
entonces la reciben con aplausos y gritos de admiración. Cuando más un autor
haya mostrado audacia para combatir lo antiguo, para socavar la tradición y el
magisterio eclesiásticos, más sabio será. Por fin si ocurre que uno de ellos incurre
en las condenaciones de la iglesia, los demás inmediatamente se precipitan
alrededor de él, lo colman de elogios públicos, lo veneran casi como un
“mártir” de la verdad.”
Todas estas pinceladas corresponden tan bien a lo que
estamos viendo hoy que se podría creer que han sido trazadas recientemente. En 1980,
después de la condenación de Hans Küng, un grupo de cristianos llevó a cabo
frente a la catedral de Colonia un "auto de fe “para protestar contra
la decisión de la Santa Sede de privar al teólogo suizo de su “misión
canónica”; se había preparado una hoguera sobre la cual arrojaron un maniquí de
Küng "a fin de simbolizar la prohibición de un pensamiento valiente y
honesto" (Le Monde). Poco antes las sanciones contra el padre Pohier
habían provocado otras protestas generales: trescientos dominicos y dominicas
redactaron una carta pública contra esas sanciones - unas veinte
personalidades firmaron otro texto-, la abadía de Boquen, la capilla de
Montparnasse y otros grupos de vanguardia acudieron en su socorro. La única
novedad, si comparamos con la descripción de san Pío X, consiste en que ahora
los modernistas ya no se disimulan bajo apariencias mentirosas de sumisión;
ahora han cobrado seguridad, tienen demasiados apoyos en la misma Iglesia para
continuar ocultándose. El modernismo no está muerto, por el contrario, progresó
y continúa afirmándose. Continuemos leyendo Pascendi: "Después de esto,
no hay por qué asombrarse de que los modernistas persigan con toda su
malevolencia, con toda su acrimonia, a los católicos que luchan vigorosamente
por la Iglesia... No hay injuria que no vomiten contra ellos. Si se tratare un
adversario cuya erudición y vigor de espíritu hacen temible, buscarán reducirlo
a la impotencia organizando alrededor de él la conspiración del silencio."
Eso es lo que ocurre hoy con los padres tradicionalistas, apartados,
perseguidos, lo que ocurre con escritores religiosos y laicos de los que la
prensa, que está en manos de los progresistas, no dice nunca una palabra. Eso
ocurre también con movimientos de jóvenes, mantenidos apartados porque
continúan siendo fieles y cuyas edificantes actividades, como peregrinaciones
por ejemplo, permanecen ignoradas por el público que podría encontrar sin
embargo en ellas confortación."Si escriben historia, investigan con
curiosidad y publican a la luz del día, bajo pretexto de decir toda la verdad y
con una especie de placer mal disimulado, todo aquello que les parece que
mancha la historia de la Iglesia. Dominados por ciertas ideas y a priori,
destruyen lo más que pueden las piadosas tradiciones populares. Hacen que
parezcan ridículas ciertas reliquias muy venerables por su antigüedad. En fin,
están poseídos por el vano deseo de que hablen de ellos y eso no ocurriría,
como ellos lo comprenden bien, si dijeran lo que siempre se ha dicho hasta
ahora." En cuanto a su doctrina, descansa en los siguientes puntos que
se reconocerán fácilmente en las corrientes actuales: "La razón humana
no es capaz de elevarse hasta Dios". Como toda revelación exterior es
imposible, el hombre buscará en sí mismo la satisfacción de la necesidad de lo
divino que él experimenta y cuyas raíces se encuentran en su subconsciente.
Esta necesidad de lo divino suscita en el alma un sentimiento particular "que
de algún modo une al hombre con Dios". Esa es la fe para los
modernistas, de manera que Dios es así creado en el alma y es la revelación.
Del sentimiento religioso se pasa al dominio de la inteligencia que va a elaborar
el dogma. El hombre debe pensar su fe; ésta es una necesidad para él, puesto
que está dotada de inteligencia. El hombre crea fórmulas que contienen, no la
verdad absoluta, sino imágenes de la verdad, símbolos. Esas fórmulas dogmáticas
están, por consiguiente, sujetas al cambió y evolucionan. "Así queda
abierto el camino para la variación sustancial de los dogmas." Las
fórmulas no son simples especulaciones teológicas sino que deben ser vivas para
ser realmente religiosas. El sentimiento debe asimilárselas
"vitalmente". Hoy se habla de la "vivencia de la fe". "A
fin de que esas fórmulas estén vivas y permanezcan vivas", continúa
diciendo Pío X, "deben ser adecuadas al creyente y a su fe. El día en
que esta adaptación cesara, ese mismo día las fórmulas se vaciarían de su
anterior contenido; no quedaría otro remedio que el de cambiarlas. Constituyen
el carácter tan precario e inestable de las fórmulas dogmáticas, se comprende
muy bien que los modernistas las tengan en tan poca estima, si no es que las
desprecian abiertamente. El sentimiento religioso, la vida religiosa, son las
palabras que ellos siempre tienen en la boca." En las homilías, en las
conferencias, en los catecismos se eliminan "las fórmulas ya hechas".
El creyente hace su experiencia personal de la fe,
luego la comunica a otros mediante la predicación; así se propaga la
experiencia religiosa. "En cuanto: a la fe, se ha hecho común o, como se
dice ahora, colectiva" y se siente la necesidad de organizarse en sociedad
para conservar y acrecentar el tesoro común. De ahí que se haya fundado una
iglesia, la Iglesia es "el fruto de la conciencia colectiva o, dicho de
otra manera, el conjunto de las conciencias individuales, conciencias que
derivan de un primer creyente de Jesucristo, para los católicos". Y la
historia de la Iglesia se escribe del modo siguiente: al principio, cuando
todavía se creía que la autoridad, de la Iglesia procedía de Dios, se la
concibió como autocrática. "Pero hoy eso ya ha cambiado. Así como la
iglesia es una emanación vital de la conciencia colectiva, así también a su vez
la autoridad es un producto vital de la iglesia." Entonces, es
necesario que el poder cambie, de manos y proceda de las bases. La conciencia
política creó el régimen popular, lo mismo debe suceder en la Iglesia: "Si
la autoridad eclesiástica no quiere provocar y fomentar un conflicto en lo más
íntimo de las conciencias ha de sujetarse a las formas democráticas”. Ahora
ya pueden comprender los católicos perplejos dónde fueron a buscar sus ideas el
cardenal Suenens y todos los ruidosos teólogos. La crisis posconciliar está en
perfecta continuidad con aquella crisis que agitó el fin del siglo pasado y el
comienzo de éste. También comprenden los católicos perplejos por qué en los
catecismos que sus hijos llevan a casa todo comienza con las primeras
comunidades que se formaron después del día de Pentecostés, cuando los
discípulos sintieron la necesidad de lo divino a favor del impacto provocado
por Jesús y vivieron juntos "una experiencia original". Así
pueden explicarse la ausencia de los dogmas, de la Santísima Trinidad, de la
Encarnación, de la Redención, de la Ascensión, etcétera, en esos libros y en
los sermones. El Texto de referencia elaborado para la catequesis por el
episcopado francés se extiende sobre la formación de grupos que serán
"mini iglesias" destinadas a recomponer la Iglesia de mañana según el
proceso que los modernistas han creído ver en el nacimiento de la iglesia de
los apóstoles: "En el grupo de catequesis, animadores, padres e hijos
aportan su experiencia vivida, sus aspiraciones profundas, imágenes religiosas,
cierto conocimiento de las cosas de la fe. Sigue luego una confrontación que es
condición de verdad en la medida en que pone en movimiento los deseos;
profundos de las personas y las empeña realmente hacía las transformaciones
inevitables que manifiesta todo contacto con el Evangelio. Son posibles los
bloqueos. Pero al término de una ruptura, de una conversación, de cierta
muerte, puede verificarse por la gracia la confesión de la fe".
¡Y son los obispos quienes aplican a plena luz del día
la táctica modernista condenada por san Pío X. Todo se encuentra en ese párrafo vuélvaselo a leer con atención: el sentimiento religioso provocado por la
necesidad, las aspiraciones profundas, la verdad que nace en la confrontación
de las experiencias, la variación de los dogmas, la ruptura con la tradición.
Para el modernismo, los sacramentos nacen también de una necesidad "pues
(ya lo hemos observado) la necesidad es en su sistema la grande y universal
explicación". Hay que dar a la religión un cuerpo sensible: "Los
sacramentos son (para ellos) puros signos o símbolos, aunque dotados de eficacia.
Los comparan con ciertas palabras de las que se dice vulgarmente que hicieron
fortuna porque tienen la virtud de hacer resplandecer ideas fuertes y
penetrantes que impresionan y conmueven. Esto equivale a decir que los
sacramentos no fueron instituidos sino para nutrir la fe, proposición condenada
por el concilio de Trento"
Volvemos a encontrar esta idea en Besret, por ejemplo,
quien fue un "experto" en el concilio: "No es el sacramento lo
que pone el amor de Dios en el mundo. El amor de Dios obra en todos los
hombres. El sacramento representa el momento de su manifestación pública en la
comunidad de los discípulos... Al decir esto, en modo alguno me proponga negar el
aspecto eficaz de los signos involucrados. El hombre se realiza también
expresándose y esto vale en el caso de los sacramentos como en el resto de su
actividad”. 13 ¿Y las Sagradas Escrituras? Para los modernistas son "el
conjunto de experiencias hechas en una religión dada". A través de
esos libros habla Dios, pero el Dios que está en nosotros. Son libros
inspirados un poco como se habla de inspiración poética-, la inspiración es
asimilada a la intensa necesidad que experimenta el creyente de comunicar por
escrito su fe. La Biblia es una obra humana. En Pierres Vivantes se dice
a los niños que el libro del Génesis es un "poema" escrito un día por
creyentes que "reflexionaron". Este libro, impuesto por los obispos
de Francia a todos los alumnos de catecismo, rebosa modernismo en casi todas
sus páginas. Hagamos un paralelo: San Pío X: "Es una ley (para los
modernistas) el hecho que la fecha de los documentos no puede determinarse de
otro modo que por la fecha de las necesidades a las que estuvo sujeta sucesivamente
la Iglesia." Pierres Vivantes: "Para ayudar a esas comunidades a
vivir el Evangelio, algunos apóstoles les escriben cartas, que se llaman
también epístolas... Pero los apóstoles sobre todo contaron de viva voz lo que
Jesús había hecho en medio de ellos y lo que les había dicho... Posteriormente
cuatro autores —Marcos, Mateo, Lucas y Juan pusieron por escrito lo que habían
dicho los apóstoles." "Redacción de los Evangelios: ¿Marcos alrededor
del año 70? ¿Lucas alrededor de 80:90? ¿Mateo alrededor de 80-90? ¿Juan
alrededor de 95-100?" "Estos autores contaron los hechos de la vida
de Jesús, sus palabras y sobre todo su muerte y su resurrección, para iluminar
la fe de los creyentes." San Pío X: "En los libros santos (dicen
ellos), hay muchos pasajes, referentes a la ciencia o a la historia, en los,
que se comprueban manifiestos errores. Pero esos libros no versan sobre
historia ni sobre ciencias, sólo tratan de religión y de moral." Pierres
Vivantes: "Es un poema (el Génesis) y no un libro de ciencia. La
ciencia nos dice que se necesitaron millones y millones de años para que
apareciera la vida." "Los Evangelios no refieren la vida de Jesús
como hoy se narra un acontecimiento por radio o por televisión o en un
periódico." San Pío X: "No vacilan en afirmar que los libros en
cuestión, sobre todo el Pentateuco y los tres primeros Evangelios, fueron
elaborados lentamente con agregados hechos a una narración primitiva muy breve;
se introdujeron interpolaciones a modo de interpretaciones teológicas o
alegóricas o simplemente transiciones y suturas." Pierres Vivantes:
"Lo que está escrito en la mayor parte de esos libros había sido primero
contado de padres a hijos. Un día alguien lo puso por escrito para transmitirlo
a su vez, y a menudo lo que se escribió fue vuelto a escribir por otros y otros
aún. .. En el año 538, el dominio de los persas, la reflexión y las tradiciones
se convierten en libros. Esdras, alrededor del año 400, reúne (diversos libros)
para hacer con ellos la Ley o Pentateuco. Los rollos de los profetas quedan
compuestos y la reflexión de los sabios llega a producir a diversas obras
maestras."
Los católicos que se sorprenden por el nuevo lenguaje
utilizado en "la iglesia conciliar" han de saber que no se
trata de un lenguaje tan nuevo, puesto que Lamennais, Fuchs, Loisy lo empleaban
ya en el siglo pasado, y que estos mismos autores no habían hecho sino recoger
todos los errores que pudieron producirse en el curso de los siglos. La
religión de Cristo no ha cambiado ni cambiará nunca, no hay que dejarse
embaucar.
CONTINUA...
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