CAPÍTULO
4
Encíclica
Humanum genus
del
Papa León XIII
sobre
la secta de los Masones
(20
de abril de 1884)
León
XIII señala toda la perversidad de la Masonería
(CONTINUACIÓN)
El aggiornamento:
adaptación al espíritu liberal
Los Papas han condenado
frecuentemente la sed de cambios. El deseo de cambio es el mal de los hombres
modernos y fue el que atacó al Concilio. Con pretexto de aggiornamento quisieron
cambiar todo. Hay que cambiar con pretexto de adaptación. Hay que ponerse al
diapasón del hombre moderno, y como el hombre moderno siempre cambia, hay que
cambiar siempre y adaptarse indefinidamente. Que hay que adaptar en cierta
medida los métodos de apostolado, es algo evidente. El problema ni siquiera se
plantea, porque es algo elemental. No se predica a los adultos como a los
niños, ni a los intelectuales y gente culta como a la gente sencilla. Hay una
adaptación, por supuesto. Es natural, y para eso no hacía falta reunir un
concilio. Pero lo que parece inimaginable es que, de hecho, quisieran discutir
las fórmulas para adaptar su-puestamente el modo de expresar nuestra fe y
hacerlo más accesible al hombre moderno. ¡Son puras elucubraciones! Los
“derechos del hombre”: ¿de qué hombre se trata? Lo que existen son hombres, no
el “hombre” separado de toda realidad. Cuando se habla de adaptarse al hombre
moderno, ¿de qué hombre se trata? ¿del de Europa, del de América del Sur, del
de China…? Eso no tiene sentido. El hombre moderno es, sencillamente, un hombre
cuyo cerebro ha sido modelado por las doctrinas masónicas, que son ideas
absolutamente contrarias a la Iglesia, a los principios mismos de la naturaleza
y a los principios tal como Dios los concibe.
Pretender que se pueden cristianizar
las ideas y el vocabulario de este “hombre moderno” es algo totalmente
irrealista. Por mucho que se diga: “los derechos del hombre son algo admirable
y podrían hacerse evangélicos”, ¡es imposible! Los han elaborado los masones y
los han querido en contra del decálogo. No se habla de los deberes del hombre
sino únicamente de sus derechos, con la finalidad de destruir la ley de Dios,
de modo que ya no sea la base de las sociedades y sea remplazada por la
libertad. Los derechos del hombre: la diosa razón, adorar a la razón humana,
todo eso es la Revolución. Poner al hombre en lugar de Dios.
¿Cómo se puede imaginar una
adaptación a esa gente? ¡Es imposible!
Se han querido adaptar tanto que, finalmente, han
acabado racionalizando nuestra liturgia, que contenía tantas cosas hermosas,
sagradas y divinas. Las han convertido en algo racionalista y huma-no. Se ha
rebajado el rito sagrado de la misa para convertirlo en una comida, una
comunión y una eucaristía. Han hecho una democratización sin jerarquía —pues ya
no la hay— y el sacerdote ya no es más que el presidente designado, pero al que
también podría designar la comunidad. Es horrible ver a dónde nos ha llevado
ese deseo de adaptación. No podemos usar el lenguaje de los protestantes y
racionalistas sin hacernos tales poco a poco, porque ese lenguaje tiene un
significado muy concreto y expresa muy bien lo que quieren.
La lucha contra la Masonería
Después de haber explicado los
principios de los masones y las consecuencias de su aplicación, León XIII
propone los remedios. ¿Qué hay que hacer?
«Ante un mal
tan grave y ya tan extendido, lo que a Nos toca, Venerables Hermanos, es
aplicarnos con toda el alma a buscar remedios. Y porque sabemos que la mejor y
más firme esperanza de remedio está puesta en la virtud de la religión divina,
tanto más odiada por los masones cuanto más temida, juzgamos ser lo principal
el servirnos contra el común enemigo de esta virtud tan saludable».
Así que —dice
el Papa— hay que afirmar nuestra santa religión.
«Confiadísimos
en la buena voluntad de los cristianos, rogamos y suplicamos a cada uno en particular
por su eterna salvación que estimen deber sagrado de conciencia el no apartarse
un punto de lo que en esto tiene ordenado la Sede Apostólica».
Los fieles tienen que atenerse
estrictamente a todo lo que han promulgado los Papas sobre la Masonería.
Desenmascarar a
la Masonería
A continuación,
León XIII se dirige a los obispos:
«Como es propio
de la autoridad de nuestro ministerio el indicaros Nos mismo algún plan razonable,
pensad que en primer lugar se ha de procurar desenmascarar a los masones, para
que sean conocidos tal como son».
El Papa les dice a los obispos:
“Vuestra primera obligación es denunciar a la Masonería. Quitarle la máscara de
ese vocabulario falaz que usa para encubrirse, y de las instituciones
supuestamente de caridad y de abnegación que anima. Detrás de todo esto se
esconde un espíritu satánico. A los masones no les gusta que los descubran ni
que se hable de ellos. Algunas veces yo recibí varios ataques porque en algunos
discursos había yo hablado de la Masonería y eso provocó inmediatamente
réplicas en los periódicos. Cuando se toca a la Masonería y se la critica
públicamente, sus adeptos se sublevan; no lo pueden tolerar. Y viendo que se
los pone en evidencia —cosa que temen—, se ponen furiosos y contraatacan. En la
homilía que pronuncié en Lille en 1977, hablé abiertamente contra la Masonería.
Dije que era la fuente de todas estas revoluciones, de la guerra contra la
Iglesia y de todo ese espíritu que aún hoy hace estragos. No soportaron esa
intervención. En esas circunstancias es cuando se descubren… Después de esa
intervención, un periodista que dirigía una revista muy bien hecha, en la que
adoptaba una postura más bien tradicionalista que hacía que mucha gente de
nuestros medios la leyera, reveló quién era realmente: su padre había sido
masón. Lo dijo él mismo, y en un artículo que escribió manifestó que estaba muy
disgustado porque yo había atacado a la Masonería. No tenía yo que haberlo
hecho. Era absolutamente inadmisible. De modo que hizo un poco más que asomar
la nariz. Su reacción violenta le hizo salir de la sombra donde disimulaba su
verdadera pertenencia. Fue algo que sorprendió a muchos lectores de la revista,
pues no se imaginaban que pudiese defender así a la Masonería. Para ellos fue
un descubrimiento que lo perjudicó mucho entre los tradicionalistas que leían
su revista, en la que hallaban informaciones muy interesantes e incluso
artículos religiosos siempre en un sentido tradicional.
Ningún católico
puede afiliarse a la Masonería
Así que el Papa pide a los obispos
que, en primer lugar, denuncien a la Masonería: «Que sean conocidos tal como
son»:«Que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con
este fin, las malas artesde semejantes
sociedades para halagar y atraer, la perversidad de sus opiniones y lo criminal
de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y
su salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta
masónica, como repetidas veces lo prohibieron Nuestros predecesores. (…)Además, conviene con frecuentes
sermones y exhortaciones inducir a las muchedumbres a que se instruyan con todo
esmero en lo tocante a la religión, y para esto recomendamos mucho que en escritos
y sermones oportunos se explanen los principales y santísimos dogmas que
encierran toda la filosofía cristiana, con lo cual se llega a sanar los
entendimientos por medio de la instrucción y a fortalecerlos así contra las
múltiples formas del error». Es cierto. Cuando más conocemos nuestra religión
más la vivimos, en particular nuestra liturgia, a la que estamos tan apegados y
que en otro tiempo fue la de toda la Iglesia, y nos vemos más como inmunizados
contra las tendencias malas del racionalismo y todos sus errores.
Frente a esa liturgia reformada del
Concilio Vaticano II se siente una especie de repugnancia y desagrado. Uno ya
no se siente a gusto, porque no corresponde a nuestra fe, ni a nuestro modo de
pensar ni a nuestra vida cristiana. Me parece que es una reacción totalmente
normal. Lentamente, desorientada por esa transformación, la gente ha empezado a
abandonar las iglesias.
Un ejemplo de la penetración del
racionalismo en la nueva liturgia, es que precisamente se pretende que los
fieles entiendan todo. El racionalismo no acepta que haya algo que no se pueda
comprender. Todo tiene que poder ser juzgado por la razón. Por supuesto que
durante nuestros actos litúrgicos hay mucha gente que no entiende el latín, la
lengua sagrada, o las oraciones que se dicen en voz baja, pues el sacerdote
está de cara a la Cruz y los fieles no ven lo que hace, ni pueden seguir todos
sus gestos. Hay cierto misterio.
Es verdad que hay un misterio y una
lengua sagrada, pero aunque los fieles no entienden el miste-rio, la conciencia
del misterio de Nuestro Señor les aprovecha mucho más que escuchar en voz alta
y en su lengua toda la misa. En primer lugar, aun en la propia lengua, algunos
textos suelen ser difíciles; a veces cuesta entender las verdades. Hay que
tener en cuenta la falta de atención; la gente se distrae, escucha un poco,
entiende una frase y después nada… No pueden seguirlo ni entenderlo todo. La
misma gente se queja de que les cansa que se hable todo el tiempo en voz alta;
no pueden re-cogerse ni un momento.
La oración, antes que nada, es una
acción espiritual, como le dijo Nuestro Señor a la Samaritana: «Los verdaderos
adoradores que pide mi Padre son los que le adoran in spiritu et veritate: en
espíritu y en verdad». La oración es más interior que exterior. Si hay una
oración exterior es para favorecer la oración interior de nuestra alma, la
oración espiritual, la elevación de nuestra alma a Dios. Ese es el fin que se
pretende: elevar las almas a Dios. Mientras que la otra, por el contrario,
cansa con el ruido continúo. No hay un momento de silencio, y al final, la
gente se cansa y se va. El error cometido al querer transformar la liturgia es
el resultado del espíritu racionalista que ha prevalecido en nuestros tiempos.
Han pretendido adaptarse al hombre moderno, que todo lo quiere entender y al
que le resulta imposible aceptar una lengua que no entiende.
Sin embargo, todo el mundo sabe que los fieles tienen
a su alcance los misales, que contienen la traducción al lado del latín. Esos
misales existían en el mundo entero y no costaba seguir la misa. Por eso, ese
racionamiento es absurdo. Pero quisieron adaptarse al espíritu del hombre
moderno, que ya no admite misterios y que quiere comprender todo lo que oye.
Así se ha destruido el misterio, y se ha terminado con lo sagrado y divinos de
las ceremonias. Por eso tenemos que apegarnos mucho a nuestra liturgia.
CONTINUA...
No hay comentarios:
Publicar un comentario