IV. La poca confianza en Dios es un
manantial peligrosísimo de tentaciones, porque roba al alma la paz, la llena de
turbaciones y fortifica la oposición natural a las virtudes cristianas.
CONTINUACIÓN...
1. El reino de los cielos está desde ahora dentro de vosotros, dice
Jesucristo, y este reinado o reino de Dios consiste, dice san Pablo, en la
justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo. Esta paz y gozo interior
son fruto de la justicia y de la devoción cristiana, y no deben estar
separadas, según aquellas palabras de Isaías: “La paz será la obra de la
justicia y mi pueblo se sentará en la hermosura de la paz.” Y esta es aquella
paz que sobrepuja a todo gusto y afecto, que conserva nuestros corazones y
nuestro pensamiento en Jesucristo, que enflaquece y vence todas las
tentaciones. Pax Dei, quae expurat omnem sensum, custodiat corda vestra
in Christo.
VII. Esta tentación, aunque peligrosa, es común.
1. Por lo peligrosa que sea esta tentación, no
obstante es muy común; y trastorna a las almas temerosas de Dios. “¿Cuántos se
encuentran que, considerando sin cesar su propia flaqueza, están, dice san
Bernardo, abrumados y abismados en la pusilanimidad y el desaliento? Estas
personas habitan, no en el socorro del altísimo ni en la protección del Dios de
los cielos, sino en sí mismas, en sus desconfianzas y penas. Están enteramente
ocupadas en sus achaques, en sus enfermedades y siempre prontas a hacer grandes
relaciones de lo que les pasa y de lo que padecen. Están inquietas día y noche,
se atormenta con los males que sienten, y aún más con los que todavía no
tienen. No quieren, según la regla del Evangelio, que a cada día le baste su
mal; sino que también se molestan y agobian con cosas que puede ser que nunca
sucedan. ¿Hay tormento mayor que este? ¿Hay infierno más insoportable?
VIII. Esta tentación es más engañosa que las demás.
1. Aquellas tentaciones que mueven
directamente a acciones manifiestamente malas, no son las más peligrosas;
porque la visible malignidad de ellas horroriza. Las que se presentan al
entendimiento con cara de virtud, son mucho más peligrosas para aquellos que
viven devotamente; pues son más seductoras y no dejan percibir el lazo oculto
que el enemigo pone en ellas y de esta especie son las que atacan la esperanza.
“Esta tentación, dice san Bernardo, es la menos fácil de descubrir, y su causa
está más oculta; pero esta misma es más larga y violenta que las otras porque
el enemigo emplea todo cuanto tiene de maligno contra nuestra esperanza.”
2. Preciso es obrar nuestra salvación con
temor y temblor. Es necesario llorar toda la vida los pecados pasados, trabajar
para corregirse de las faltas veniales, siempre desconfiar de su propia
flaqueza, temer los juicios de Dios, la profanación de los sacramentos y el
abuso de la gracia, abstenerse de todo lo que tiene apariencia de mal. El
número de los escogidos es cortísimo: ninguno sabe si es digno de amor o de
odio, etc. Estas todas son verdades capitales. Pero Satanás, que se transforma
en ángel de luz, se sirve de ellas mismas para seducir a las almas piadosas. Se
las presenta separadas de otras verdades que suavizan el rigor de estas;
proponiéndoselas así, las llena de desconfianzas, de espanto y de turbaciones.
Les hace todas las obligaciones de las piedades cristianas insípidas, amargas e
insoportables; y finalmente las lleva a que las abandonen en todo o en parte.
3. Habiendo tenido el demonio la
osadía de tentar a Jesucristo, lo tentó sirviéndose de las palabras de la
Escritura, haciendo una mala aplicación: y este es el lazo mas ordinario y
artificioso del cual se vale para tentar a las almas mas piadosas, empleando
para seducirlas las verdades mas santas, por supuesto mal aplicadas, pero según
sus designio. Estas son aquellas tentaciones, de las que habla san Bernardo
explicando el versículo sexto del salmo noventa; tentaciones que son las más
temibles para las personas devotas, porque el veneno está en ellas mas oculto.
IX. Continúa explicando porque esta tentación es más engañosa que las
demás.
1.“Las aflicciones y angustias del
corazón son propias de todo hombre que obra el mal, pero la gloria, el honor y
la paz son fruto de todo hombre que obra el bien” No es de admirar que los
impíos estén como en un mar siempre agitado, que no se puede calmar porque: no
hay paz para los impíos, dice el Señor. Así lo tiene ordenado su justicia y así
será siempre. Pero es una gran desgracia que los justos, a quienes pertenece la
paz y el gozo del Espíritu Santo, tengan las mismas agitaciones que los malos.
2. Esto nace por no poner la
atención suficiente para discernir la inspiración del Espíritu Santo, cuya
propiedad es consolar del silbido de la serpiente de quien es propio espantar.
Espíritu habla de verdad; lo mismo hace el espíritu de seducción también habla.
Sus voces, infinitamente diversas, algunas veces pareciera que dicen una misma
cosa. El Espíritu de verdad a nadie lisonjea: nos presenta la grandeza de
nuestros pecados, de nuestra flaqueza, de nuestros riesgos. El espíritu de
seducción nos presenta estas mismas cosas. Pero la voz del Espíritu de verdad
humillándonos nos sostiene, nos llena de nueva fuerza y nos hace recurrir a
Dios con confianza; el espíritu de seducción al contrario humillándonos nos
abate, nos desanima: y si no nos lleva a huir de la presencia de Dios, como lo
hizo con Adán, hace, por lo menos, que nos dirijamos a Dios con temblor como
delante de un juez infinitamente justo y terrible, y sin aquella humilde
confianza que debe animar nuestras oraciones tantas veces recomendadas en las
Sagradas Escrituras.
3. No se temen lo suficiente los
funestos efectos de esta desconfianza, de estas turbaciones, de esta tristeza y
de estas agitaciones, que pueden con rapidísimos progreso causar grandes
destrozos. En pocos días se adelanta mucho y, desgraciadamente, varios años son
necesarios para remediarlo lo que puede desencadenar en una verdadera
desesperación y persuadirnos de que estamos abandonados y desechados por Dios
para siempre y los consejos de los mas hábiles directores no pueden remediarlo.
X. Esta tentación es más peligrosa al fin de nuestras vidas.
1. Esta tentación de un temor y desconfianza
excesiva se hace más fuerte y violenta al fin de la vida: porque, en ese
momento, todas las circunstancias la fortifican y el demonio sabiendo que le
quedan pocos instantes y el tiempo urge, no deja de aprovecharlos y redoblar
sus esfuerzos. Se aprovecha ventajosamente del desaliento ordinario en que esta
el alma y el cuerpo en aquella hora, para atiborrar la imaginación de tristes
ideas, y cubrir el entendimiento de espesas nubes. Representa con viveza, que es
cosa horrible caer en las manos de un Dios vivo, presentarse dentro de unos
instantes en el tribunal de un supremo juez de vivos y muertos. Les pone
delante de sus ojos la espantosa imagen de una eternidad abrasadora, el abuso
de las gracias de Dios, la memoria de tantos pecados, por los cuales se ha
merecido el ser precipitado a aquellos estanques de fuego y de azufre, para ser
atormentado en ellos por los siglos de los siglos.
2. Es fácil comprender cuan terrible
y peligroso es semejante tentación en aquellos últimos instantes, para las
personas que toda la vida han estado gobernadas por un temor y desconfianza
excesiva. ¿Y cómo pueden despojarse de esta tentación temible estas almas,
cuando tantas veces se experimenta que aquellas mismas que no estuvieron
sujetas durante sus vidas a esta timidez, se ven algunas veces trastornadas al
acercarse la muerte no obstante de ver en ellos, hasta entonces, tanta virtud,
confianza y amor?
3. El mismo demonio hace que sea motivo de
escándalo ordinariamente contra la virtud esto mismo, persuadiendo a los malos
cristianos, que para morir bien no es tan importante, como se dice, vivir
practicando fiel y constantemente todas las virtudes; pues los mismos que
vivieron practicándolas con fidelidad no adquieren con su devoción y todas sus
virtudes mas fortaleza para alejar de ellos los espantos de una muerte próxima,
en la que también se les ve tan turbados como los demás. El demonio también les
hace mirar, como puras ideas faltas de solidez, aquellas grandes máximas de la
religión cristiana: que la muerte es para los justos el fin de la miseria, de
su destierro y el principio de su bienaventuranza; que ellos han recibido ya
las primicias del Espíritu Santo, para suspirar por el cumplimiento de la
adopción de los hijos de Dios y verse libres de su cuerpo: deseando y como
adelantando el advenimiento glorioso del gran Dios nuestro Salvador Jesucristo:
deseando y como adelantando con su anhelo el advenimiento del día del Señor;
estando siempre prontos para salirle al encuentro cuando Él venga a las bodas y
abrirle luego que llame a la puerta ; mirando con gozo la cercanía del último
día, persuadidos que su perfecta redención se aproxima. Así es como los miedos
que manifiestan algunas personas devotas en sus enfermedades son perjudiciales
a la misma devoción y dan al demonio ocasión para desacreditarla, y disminuir
su estimación y aprecio en el concepto de muchos cristianos.
XI. El espíritu de pusilanimidad y desconfianza es injurioso a Dios, que
nos lo ha prohibido expresamente.
1. Nunca se podrá advertir lo suficiente a las
almas devotas sobre el peligro y la importancia para estar alerta contra el
espíritu de pusilanimidad, no abandonándose a la desconfianza y a la tristeza,
sino conservando en todo tiempo y todas las circunstancias una viva confianza
en la bondad de Dios, una paz y un gozo santo. No sin razón el Espíritu Santo
sobre esto nos ha advertido como cien veces en las Sagradas Escrituras, para
obligarlas a que en esto pongan una atención muy particular. A Dios no se le
honra con la desconfianza, la turbación y el decaimiento del espíritu: todo
esto ofende e injuria su bondad, nos aleja de Él y aleja de nosotros sus
auxilios. Por estos temores y desconfianzas Dios permite que caigamos en
aquellos males que tememos y no sería así teniendo una entera confianza en su
misericordia.
2. S. Pedro camino con seguridad
sobre las olas del mar agitado por una gran tempestad, mientras considero la
bondad y el poder de Jesucristo a quien quería llegar; y comenzó a hundirse en
el agua, sino cuando, aterrado por la violencia de los vientos, empezó a
temblar y a faltarle la confianza. Oh hombre de poca fe y confianza, ¿por qué
has dudado:? Desgraciados a aquellos a quienes les falta el ánimo, que no se
fían de Dios y por tanto no les protege. Luego nuestra principal obligación es
desterrar esta pusilanimidad y esta desconfianza, pues son la causa de nuestras
caídas y nuestras desgracias: porque también son la causa que Dios nos deje de
proteger, y afirmarnos cada vez más en la esperanza, manantial de la paz y el
gozo del corazón y de todo género de bienes. Vosotros los que teméis al Señor,
esperad en Él, y os hará misericordia y su misericordia será vuestro gozo. El
que adora y sirve a Dios con gozo, será bien recibido de Él y su oración subirá
hasta las nubes. Regocijaos en el Señor, y Él os dará todo lo que vuestro
corazón pidiere. La paz y el gozo del corazón son la vida del hombre y un
tesoro inagotable de santidad. Al contrario, la tristeza del corazón es una
llaga universal: porque derrama el tedio y la amargura sobre todas las
acciones, cubre el entendimiento de pensamientos e imágenes oscuras, se opone a
la confianza y amor de Dios, a la ternura, a la compasión y al sufrimiento del
prójimo: ella excita la cólera, la impaciencia, el odio, la envidia destruye
hasta la misma salud del cuerpo y , finalmente es una llaga universal, como se
dijo mas arriba. No abandones, pues, tu alma a la tristeza, y no te aflijas a
ti mismo con la agitación de tus pensamientos. Ten compasión de tu alma
haciéndote agradable a Dios, reúne tu corazón en la santidad de Dios arroja
lejos de ti la tristeza, porque ella ha causado la muerte de muchas personas, y
para nada es útil.
Continua...
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