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viernes, 28 de octubre de 2016

MONSEÑOR DE SÉGUR - EL INFIERNO, SI LO HAY, QUÉ ES, MODO DE EVITARLO.

CONCLUSIONES PRÁCTICAS

"SALIR INMEDIATAMENTE Y A TODO
TRANCE DEL ESTADO DE PECADO
MORTAL"


¿Qué conclusiones prácticas vamos a sacar de todo esto, bondadoso y amado lector? Dios nos ha revelado estas grandes verdades para inspirarnos un fuerte temor, el cual, en unión de la fe, es la base de la salvación:

—temor de la justicia y de los juicios de Dios;

—temor del pecado que conduce al infierno;

—temor de la espantosa condenación y maldición;

—de la desesperación sin fin;

—de aquel fuego sobrenatural que penetra a la vez las almas y los cuerpos;

—de aquellas sombrías tinieblas;

—de la horrible compañía de Satanás y de los demonios;

—y por fin, de la eternidad inmutable de aquellas penas, justísimo castigo del condenado.

Ciertamente bueno y muy bueno es tener una confianza sin límites en la misericordia; pero a la luz de la verdadera fe la esperanza debe ir acompañada del temor; y si aquella debe dominar siempre al último, es a condición de que subsista el temor, como los ci­mientos de una casa, que dan fuerza y solidez a todo el edificio. Así el temor de la justicia de Dios, del pecado y del infierno, debe apartar del edificio espiritual de nuestra salvación toda vana presunción. El mismo Dios, que ha dicho: "Nunca rechazaré a aquél que a Mí venga”  ha dicho igualmente: "Obrad vuestra salvación con temor y temblor”. Es menester temer santamente, para tener el derecho de esperar santamente. En presencia de los abismos ardientes y eternos del infierno, entra en ti mismo, amado lector; pero entra seriamente y de veras.


¿Dónde estás? ¿Estás en estado de gracia? ¿Tienes sobre la conciencia algún pecado grave que, si te asaltase de improviso la muerte, podría comprometer la eternidad? En este caso, créeme, no vaciles en arrepentirte de todo corazón, y luego ve a confesarte hoy mismo, o al menos en el primer instante que tengas libre. ¿Es necesario decirte en presencia del infierno que ante este interés debe ceder cualquier otro, y que es menester ante todo, entiéndelo bien, ante todo, asegurar la salvación? “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”  Nos dice a todos el Soberano Juez, ¿y qué podrá aquél dar en cambio del alma? No aguardes para mañana lo que puedes hacer hoy. ¿Estás seguro de que habrá para ti el día de mañana? Conocí en otro tiempo, en una pequeña población de Normandía, a un pobre hombre, quien desde su casamiento, es decir, desde hacía más de treinta años, se había dejado arrastrar de tal suerte por los negocios, por su pequeño comercio, y, debemos también decirlo, por el atractivo de la taberna, que había acabado por olvidar enteramente el servicio de Dios. No era malo; distaba mucho de serlo. Habíanle atemorizado dos o tres pequeños ataques, pero desgraciadamente no bastaron para volverlo al buen camino. Aproximábanse las fiestas de Pascua, Lo encontró una tarde su párroco, y le habló de ellas con franqueza. “Padre, le respondió, os agradezco vuestra bondad; pensaré en ello, os lo prometo a fuer de hombre honrado. Si no fuera incomodaros, iré a hablar con vos dentro de algunos días”. Al día siguiente se halló el cuerpo del pobre hombre en un riachuelo cercano: al atravesarlo a caballo, había sido atacado de apoplejía, y había caído al agua. 

Hace dos años, en el barrio latino, un estudiante de veintitrés años de edad, que desde su llegada a París, esto es, hacía cuatro años, se había entregado al desorden con toda la fuerza de la juventud, recibía un día la visita de uno de sus camaradas, tan bueno, tan puro como antes lo había sido él mismo. Era un compatriota que iba a pedirle noticias de su país. Después de un rato de conversación, se retiró éste; pero advirtiendo poco después que se había dejado olvidado en casa del ami­go uno de sus libros, se volvió y fue a llamar a su puerta. Tiró de la campanilla, pero nadie le respondió, y sin embargo la llave estaba en la cerradura. Después de haber llamado de nuevo, entra... El desgraciado estaba tendido en el suelo, y muerto. No hacía un cuarto de hora que su compatriota lo había dejado: un aneurisma le había roto, según parecía, el corazón. Encontrá­ronse en su escritorio cartas abominables, y los únicos libros que formaban su corta biblioteca eran de lo más obsceno. Podrían multiplicarse los ejemplos de esta clase, sin contar los mil accidentes que cada día, por decirlo así, hacen pasar repentinamente de la vida a la muerte; los accidentes de tren y de diligencia, las caídas de caballo, las partidas de caza o pesca, los naufragios, etc., demuestran con más elocuencia que todos los razonamientos, que debemos estar siempre dispuestos a comparecer delante de Dios, que no debe jugarse una eternidad por un puede ser, y que el hombre que estando en pecado mortal no piensa en reconciliarse inmediatamente con Dios por medio del arrepentimiento y de la confesión, es un loco que baila al borde de un abismo; cien veces loco. “No comprendo, dice Santo Tomás, cómo un hombre en estado de pecado mortal es capaz de reír y chancearse". Se expone a experimentar muy a su costa la profundidad de estas espantosas palabras del apóstol San Pablo: “¡Es cosa horrible caer en las manos del Dios vivo!” 

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