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viernes, 29 de abril de 2016

LE DESTRONARON - Del liberalismo a la apostasía La tragedia conciliar.

CUARTA PARTE
UNA REVOLUCION
EN TIARA Y CAPA

CAPITULO XXIV
EL BANDIDAJE DEL VATICANO II


Es interesante el encontrar un precedente al Concilio Vaticano II, al menos en cuanto a los métodos allí utilizados por la minoría liberal activa, que rápidamente vino a ser mayoría. A este respecto, hay que mencionar al Concilio General de Efeso (año 449) bajo el nombre que le da el Papa San León I: “el bandidaje de Efeso”. Este Concilio fue presidido por un obispo ambicioso y sin escrúpulos: Dióscoro, quien, con la ayuda de sus monjes y de los soldados imperiales, ejerció una presión inaudita sobre los Padres del Concilio. Se negó a los legados del Papa la presidencia que ellos reclamaban; las cartas pontificales no fueron leídas. Este Concilio, que no fue ecuménico por esta razón, llegó a declarar ortodoxo al hereje Eutiques, quien sostenía el error del monofisismo (una sola naturaleza en Cristo). El Vaticano II fue, igualmente, un bandidaje, con la diferencia de que los Papas (Juan XXIII y luego Pablo VI), no obstante estar presentes, no opusieron resistencia, o apenas, al asalto de los liberales; más aún, favorecieron sus empresas. ¿Cómo fue posible esto? Declarando a este Concilio “pastoral” y no dogmático, haciendo hincapié en el aggiornamiento y el ecumenismo, estos Papas privaron de entrada al Concilio y a sí mismos de la intervención del carisma de la infalibilidad, que los habría preservado de todo error. En el presente capítulo mostraré tres de las maniobras del clan liberal, durante el Concilio Vaticano II.

Golpe de mano sobre las comisiones conciliares

El Pélerin Magazine del 22 de noviembre de 1985, relataba confidencias muy esclarecedoras del Card. Liénart a un periodista, Claude Beaufort, en 1972; acerca de la primera Congregación General del Concilio. Citaré in extenso este artículo intitulado: Le Cardinal Liénart: “Le Concile, l’Apothéose de ma Vie” [El Card. Liénart: “El Concilio, la Apoteosis de mi Vida”]. Me contentaré con agregar mis observaciones. “El 13 de octubre de 1962: el Concilio Vaticano II tiene su primera sesión de trabajo. El orden del día prevé que la Asamblea designe a los miembros de las Comisiones especializadas, llamadas para ayudarla en su tarea. Pero los 2300 Padres reunidos en la inmensa nave de San Pedro apenas si se conocían. ¿Pueden elegir, de entrada, equipos competentes? La Curia esquiva la dificultad: con los boletines de voto, se distribuyen las listas de las antiguas comisiones preparatorias constituidas por ella. La invitación a mantener los mismos equipos es clara...”

¿Qué más normal que volver a elegir para las comisiones conciliares a aquellas que, durante tres años, habían preparado aquellos textos irreprochables en el seno de las comisiones preparatorias? Pero, evidentemente, esta proposición no podía ser del agrado de los innovadores. “A la entrada de la Basílica, el Card. Liénart, fue informado de este procedimiento muy ambiguo por el Card. Lefebvre, arzobispo de Bourges. Los dos conocían la gran pusilanimidad de las comisiones preconciliares, su carácter muy romano y poco acomodado a la sensibilidad de la Iglesia Universal. Ellos temían que las mismas causas produjeran los mismos efectos. El obispo de Lille ocupa un escaño en el Consejo de Presidencia del Con-cilio. Esta posición, estima su interlocutor, le permite intervenir, oponerse a la maniobra, reclamar el tiempo necesario para que las Conferencias Episcopales puedan proponer candidaturas representativas.” Así que, los liberales temen a los teólogos y a los esquemas “romanos”. Para obtener comisiones de sensibilidad liberal, digámoslo, es preciso preparar nuevas listas que abarcarán a los miembros de la mafia liberal mundial: un poco de organización y para empezar, una primera intervención, lo lograrán.

“Ayudado por Mons. Garrone, el Card. Lefebvre, ha preparado un texto en latín. El lo pasa al Card. Liénart.” He aquí un texto ya preparado por el Card. Lefebvre, arzobispo de Bourges. Es decir que no hubo improvisación sino premeditación, digamos preparación, organización, entre cardenales de sensibilidad liberal.  “Diez años después, éste [el Card. Liénart] recordaba su estado de ánimo aquél día, en los términos siguientes:

– Me quedé sin respuesta. Ya sea que, convencido de que eso no era razonable, no decía nada y faltaba a mi deber; o bien hablaba. Nosotros no podíamos renunciar a nuestra función, que era la de elegir. Entonces tomé mi papel. Me incliné hacia el Card. Tisserant, quien estaba a mi lado y presidía y le dije: –Eminencia, no se puede votar. No es razonable, no nos conocemos. Le pido la palabra. El me respondió: –Es imposible, el orden del día no prevé ningún debate. Estamos reunidos simplemente para votar, yo no puedo darle la pala-bra. Yo le dije: –Entonces, voy a tomarla. Me levanté y temblando, leí mi hoja. Inmediata-mente, me di cuenta de que mi intervención respondía a la angustia de toda la asistencia. Aplaudieron. Luego, el Card. Frings, quien estaba un poco más lejos, se levantó y dijo lo mismo. Los aplausos se redoblaron. El Card. Tisserant propuso levantar la sesión y dar cuenta al Santo Padre. Todo esto había durado apenas veinte minutos. Los Padres salieron de la Basílica, lo que alarmó a los periodistas. Inventaron novelas: “Los obispos franceses se rebelan en el Concilio”, etc. No era una rebelión, era una sabia reflexión. Por mi rango, y las circunstancias, yo estaba obligado a hablar o renunciaba, ya que interiormente hubiera sido una dimisión.”  Saliendo del Aula conciliar, un obispo holandés expresaba sin rodeos su pensamiento y el de los obispos liberales, franceses y alemanes, diciendo a un sacerdote amigo que se encontraba a cierta distancia: “¡Nuestra primera victoria!”

El I.D.O.C. o el intox

Uno de los medios de presión más eficaces del clan liberal sobre el Concilio fue el I.D.O.C., Instituto de Documentación..., al servicio de las producciones de la inteligentia liberal, que inundó a los padres conciliares con textos innumerables. El I.D.O.C. declaró haber distribuido, hasta el final de la tercera sesión conciliar, más de cuatro millones de hojas. La organización y las producciones del I.D.O.C. correspondieron a la Conferencia Episcopal Holandesa, el financiamiento había sido asegurado, en parte, por el Padre Werenfried (por desgracia) y por el Card. Cushing, arzobispo de Boston en los Estados Unidos. El enorme secretariado se encontraba en la via dell'Amina en Roma.  De nuestro lado, obispos conservadores, habíamos tratado de contrarrestar esta influencia, gracias al Card. Larraona, que puso su secretariado a nuestra disposición. Teníamos máquinas de escribir y de mimeógrafo y algunas tres o cuatro personas. Fuimos muy activos, pero eso era insignificante en comparación con la organización del I.D.O.C. Algunos brasileños, miembros de la T.F.P., nos ayudaron con una abnegación inaudita, trabajan-do durante la noche mimeografiando los textos que entre cinco o seis obispos habíamos redactado, es decir, el comité directivo del Coetus Internationalis Patrum que yo había fun-dado con Mons. Carli, obispo de Segni, y Mons. de Proença Sigaud, arzobispo de Diamantina, en Brasil, 250 obispos se habían afiliado a nuestra organización.  Con el Padre V. A. Berto, mi teólogo particular, con los obispos antedichos y otros como Mons. de Castro Mayer y con algunos obispos españoles, redactamos esos textos que se imprimían durante la noche; y a la madrugada algunos de esos brasileños iban en auto a distribuir nuestras hojas por los hoteles, en los buzones de los Padres conciliares, como lo hacía el I.D.O.C. con una organización veinte veces superior a la nuestra. El I.D.O.C. y muchas otras organizaciones y reuniones de los liberales son la muestra de que hubo una conjura en este Concilio, preparada con antelación, desde hace años. Ellos supieron lo que debían hacer, cómo hacerlo y quién debía hacerlo. Lamentablemente este complot tuvo éxito, el Concilio fue intoxicado, en su gran mayoría, por el poder de la propaganda liberal.

Astucias de los redactores de los esquemas conciliares

Es cierto que, con los 250 Padres conciliares del Coetus, habíamos tratado, por todos los medios puestos a nuestra disposición, de impedir que los errores liberales aparecieran en los textos del Concilio y con eso pudimos, a pesar de todo, limitar los daños, cambiar algunas afirmaciones inexactas o peligrosas, agregar tal frase para rectificar una proposición tendenciosa, una expresión ambigua. Pero debo confesar que no hemos podido purificar al Concilio del espíritu liberal y modernista que impregnaba la mayoría de los esquemas. De hecho, los redactores eran precisamente los expertos y los Padres empapados de este espíritu. Ahora bien, ¿qué queréis?, cuando un documento está en todo su conjunto redactado con un espíritu falso, es prácticamente imposible expurgarlo de este espíritu; sería preciso volver a escribirlo completamente para darle un espíritu católico.

Lo que pudimos hacer, por los modi que presentamos, es agregar incisos en los esquemas y eso se ve muy bien; basta con comparar el primer esquema de la libertad religiosa con el quinto que fue redactado, ya que este documento se redactó cinco veces y otras tantas volvió al escenario, de este modo, a pesar de todo, logramos atenuar el subjetivismo que infestaba las primeras redacciones. Lo mismo para la Gaudium et Spes, se ven muy bien los párrafos que han sido agregados a petición nuestra y que están allí, yo diría, como piezas colocadas en un viejo vestido; eso no va con el conjunto; no existe más la lógica de la redacción primitiva; los agregados hechos para atenuar o contrarrestar las afirmaciones liberales, quedan allí como cuerpos extraños. No sólo nosotros, conservadores, hicimos agregar tales párrafos; el mismo Papa Pablo VI, vosotros lo sabéis, hizo agregar una Nota explicativa preliminar a la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, para rectificar la falsa noción de colegialidad insinuada en el texto N° 22.

Pero lo molesto es que los mismos liberales hicieron lo mismo en los textos de los esquemas: afirmación de un error o de una ambigüedad, o de una orientación peligrosa, luego, inmediatamente, antes o después, la afirmación en sentido contrario, para tranquilizar a los padres conciliares conservadores. Así en la Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium cuando escribieron: “podrá darse mayor cabida a la lengua vernácula” (N° 36, §2) y confiaron a las asambleas episcopales el cuidado de decidir si se adoptara o no la lengua vernácula (cf. N° 36, §3), los redactores de los textos abrieron la puerta a la supresión del latín en la liturgia. Pero, para atenuar esta pretensión, tuvieron cuidado primeramente; de escribir en el N° 36, §1: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.” Tranquilizados por esta afirmación los padres se tragaron sin problemas las otras dos.


De igual manera, en la Declaración sobre la Libertad Religiosa Dignitatis Humanæ, cuyo último esquema había sido rechazado por numerosos padres, Pablo VI, hizo agregar un párrafo, diciendo en resumen: “Esta Declaración no contiene nada que sea contrario a la Tradición.”¡Pero, todo el contenido es contrario a la Tradición! Ahora bien, alguno dirá: –¡pero lea!, está escrito ¡no hay nada contrario a la Tradición! Sí, está escrito... ¡Pero eso no impide que todo sea contrario a la Tradición. Y esta frase fue agregada en el último minuto por el Papa, para forzar la mano de aquellos –en particular los obispos españoles– que se oponían a este esquema. Y de hecho, desgraciadamente, la maniobra tuvo éxito, y en lugar de 250 “no” no hubo más que, a causa de una pequeña frase: “No hay nada contrario a la Tradición.” En fin ¡seamos lógicos!, no cambiaron nada en el texto, es fácil pegar después una etiqueta y un certificado de inocencia! ¡Procedimiento inaudito! ¡Dejemos esos amaños y raterías y pasemos a hablar sobre el espíritu del concilio!

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